Turquía y Túnez: feminismo en tierra del islam

La excepción de estos países responde a dos factores: un proyecto de sociedad relativamente liberal y su implantación por parte de unos gobernantes autoritarios pero con legitimidad.

Saloua Charf

En la actualidad, la ley religiosa rige la situación de las mujeres en los países musulmanes, salvo Turquía, Túnez y Marruecos. El contexto político y cultural de principios del siglo XX favoreció la emergencia de valores modernos que permitieron las reformas en Turquía y Túnez; la mayoría de países musulmanes vivieron la misma coyuntura, pero no lograron llevar a cabo tales reformas. El contexto es necesario, pero no basta. Dos factores explicarían la excepción turca y tunecina: la apuesta por la modernidad, que políticamente se traduce en un proyecto de sociedad relativamente liberal, y la implantación del mismo por parte de los gobernantes que, aunque autoritarios, gozaban de una legitimidad bien establecida.

Turquía, Túnez, Marruecos: reformas audaces

En 1926, Turquía votó un código civil que eludía la ley coránica, otorgaba a las mujeres los mismos derechos que a los hombres en materia de divorcio, herencia y autoridad parental, prohibía la poligamia y permitía el divorcio. En Túnez, la adopción de un código del estatuto personal en 1956 permitió a las mujeres acceder a un estatus inédito en el mundo árabe. Se instauraron el matrimonio civil, el consentimiento personal al matrimonio, la supresión del repudio, la abolición de la poligamia y el derecho al divorcio judicial bajo una estricta igualdad de sexos.

El nuevo código se vio afianzado por la afirmación del derecho de la mujer a la educación, el empleo y el voto. En 1967, Túnez legalizaba el aborto al mismo tiempo que Gran Bretaña, el primer país occidental en hacerlo. En Marruecos, en 2004, gracias al lobbismo de las asociaciones feministas, se promulgó un nuevo código de familia. La responsabilidad familiar se asigna a los dos cónyuges; la mujer ya no necesita tutor para contraer matrimonio; la edad legal para casarse, en el caso de las mujeres, se fija en los 18 años; se limita la poligamia; el repudio se somete a la autorización previa del juez; la esposa puede pedir el divorcio. Aunque se promulgó casi un siglo más tarde que la de Turquía y 50 años más tarde que la de Túnez, la reforma marroquí es más tímida.

No ha puesto fin a todas las formas de discriminación, como las relativas al derecho sucesorio, la poligamia o la prohibición del matrimonio entre una musulmana y un no musulmán. Estas reformas se consideran audaces, al anular textos que nunca han podido reformarse, a raíz de su sacralización por parte de los conservadores, que creen firmemente que el derecho musulmán es la propia palabra de Dios. En realidad, ese corpus lo elaboraron a lo largo de los siglos los doctores de la ley musulmana. Se trata, por tanto, de un derecho positivo. No obstante, los refractarios aceptan los progresos en terrenos tan fundamentales como el derecho penal, internacional o comercial.

En la mayoría de países musulmanes, hace más de un siglo que estos derechos no se rigen por el fiqh, aunque las prescripciones coránicas relacionadas se enuncian claramente. Esta paradoja demuestra que la resistencia al cambio no es solo consecuencia de la fe, sino también del grado de desarrollo de la sociedad. Además, el sistema político dominante en tierra del islam bloquea toda esperanza de evolución. Ello explica que, a pesar de haber vivido unas circunstancias similares, solo Turquía y Túnez sean la excepción a la regla. En la mayoría de naciones musulmanas, el ecuador del siglo XIX se caracteriza por un clima de transformación de los valores, sobre todo los valores modernos de democracia e igualdad. Las reformas de Mustafa Kemal Atatürk y Habib Burguiba se consideran fruto de este movimiento.

En el resto de la región, en cambio, las estrategias de desarrollo de los países recién independizados se centraron en la educación, sin enmarcarla en un proyecto global de modernización. Ahora bien, el derecho de las mujeres no corresponde solo al dominio jurídico, sino también al social y cultural, en el marco más amplio del concepto de modernidad y desarrollo global.

Proyecto de sociedad liberal y desarrollo global

Burguiba y Atatürk hicieron de la promoción de la mujer uno de los ejes de su proyecto de sociedad basada en la inclusión y la no discriminación. La educación de las mujeres es una de las claves para salir del subdesarrollo. Sin embargo, no basta con abrir la escuela a las chicas; también debe revisarse el contenido de la enseñanza. En el resto de países musulmanes, a pesar de que el número de niñas suele superar el de niños, el sistema educativo sigue perpetuando una imagen degradante de la mujer.

Tanto Burguiba como Atatürk fueron conscientes de este factor y optaron por una enseñanza moderna que diera preponderancia a la razón analítica, crítica y libre de todo postulado dogmático. Atatürk inscribió el laicismo en la Constitución. En su testamento, el presidente turco afirma: “No dejo como legado espiritual ningún dogma, ninguna regla petrificada y rígida. Mi legado espiritual es la ciencia y la razón”. Burguiba, a contra-corriente de sus homólogos árabes, priorizó la educación y la salud, en detrimento de las armas. Además de liberar los métodos contraceptivos y retrasar la edad legal para contraer matrimonio, alivió la economía del peso demográfico.

La regulación de la fecundidad es también la antesala de cierta liberación sexual, que las sociedades musulmanas conceden de buen grado a los hombres, pero prohíben estrictamente a las mujeres. Sin proclamar la laicididad, Burguiba abolió la judicatura confesional, instauró tribunales civiles y redujo el poder de los responsables religiosos. Su pensamiento puede resumirse en la cita siguiente, que pronunciaba a menudo: “Ningún dominio de la vida terrenal debe eludir el poder humano de la razón”. Marruecos, en cambio, sigue inmerso en una auténtica plaga, la de la pobreza y el elevado índice de analfabetismo, lo que tiene repercusiones negativas en los proyectos modernizadores. Cabe decir, eso sí, que los cimientos de un Estado moderno, tanto en Túnez como en Turquía, se pusieron a expensas del consenso democrático. Ambos gobernantes eligieron el autoritarismo. De ahí que hablemos de un liberalismo y de una modernidad relativos.

Una visión modernizadora encabezada por unos líderes cuya legitimidad no se discute

Atatürk y Burguiba tienen mucho en común. Las similitudes en las trayectorias de ambos pueden condensarse en la afirmación de la identidad nacional, construida en la lucha contra los otomanos en el caso del líder turco y contra los franceses en el del tunecino; del liberalismo; de un islam nacionalizado y controlado, y de una independencia total con respecto a las políticas árabes. Ambos estudiaron en escuelas laicas y vivieron en Francia, donde se empaparon de los textos de los grandes pensadores franceses del Siglo de las Luces. Ambos utilizaban las mismas palabras para describir a las mujeres, “sepultadas en sus velos como fantasmas rozando las paredes”.

En una reunión, Mustafá Kemal, tras recordar los tres objetivos de su partido político, depositó un revólver en la mesa. Prefería que el juramento se hiciera sobre aquel arma, en vez de sobre el Corán. A principios de los años sesenta, Burguiba hacía un llamamiento a la ciudadanía a incumplir el ayuno del Ramadán, para hacer frente al subdesarrollo y combatirlo mejor. En pleno Ramadán, apareció en la televisión bebiendo un zumo de naranja. Burguiba y Atatürk, pues, se atrevieron a plantar cara a unas sociedades mucho más subdesarrolladas que las actuales. Triunfaron porque contaban con la fuerza necesaria. Esa fuerza se llama legitimidad, una legitimidad nacionalista e histórica.

No obstante, la mayoría de regímenes de los países musulmanes sufre aún hoy de falta de legitimidad. Semejante situación no es precisamente un estímulo para enfrentarse al acervo sociocultural. Atatürk liberó a su país del yugo del califato. Tras su actuación en la batalla de los Dardanelos, se convirtió en un héroe para todo el Imperio. Por su parte, Burguiba, paladín de la lucha nacional contra Francia, hizo lo propio tras la independencia de Túnez. Fundó la segunda república del mundo árabe después de la de Líbano. Se esforzó por erigir un Estado moderno, poniendo fin a la monarquía y proclamando la república, de la que se convirtió en el primer presidente.

En ambos casos, la reforma se llevó a cabo en contra de la mayoría de la opinión pública. Sin embargo, con el tiempo, el estatuto avanzado de la mujer llegó a tener, tanto en Turquía como en Túnez, un consenso que ni tan siquiera los islamistas volverían a cuestionar públicamente.