Rentas petroleras y fondos soberanos árabes: dejemos de agitar fantasmas

Los países árabes han acumulado rentas del petróleo calculadas en 472.000 millones de dólares en 2006 y 520.000 millones de dólares en 2007.

Bichara Khader

Se sabe quienes ganan con la reciente alza de los precios del petróleo. En primer lugar, paradójicamente, los grandes países industrializados importadores que recaudan sumas considerables a través de distintos impuestos. Si tomamos como único ejemplo las distintas formas de fiscalidad sobre el precio del litro de gasolina, ésta representa generalmente entre el 60% y el 75% del precio, según los países. Grosso modo, un consumidor que llena el depósito de gasolina o de gasoil paga más al fisco de su país que al país que produce el petróleo. Si el petróleo proporciona una renta de situación es, sobre todo, a los países consumidores.

Es necesario recalcarlo. A continuación, están las compañías petroleras y para-petroleras cuyo volumen de negocios supera, con creces, las rentas acumuladas de todos los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP). Los fondos de inversión ingresan también ganancias considerables puesto que, de media, se les atribuye la cuarta parte del aumento de los precios del petróleo. Y, por último, están los países productores y, en particular, los países árabes.

Detengámonos un momento en este último caso. Los países árabes acumularon rentas del petróleo calculadas en 472.000 millones de dólares en 2006 y, probablemente, en 520.000 millones de dólares en 2007. Estos importes representan, en dólares constantes, más del triple de las rentas del petróleo en 2002 y cerca del quíntuplo de las rentas de 1998 (76.800 millones de dólares). Este maná financiero permite a los países árabes productores, y especialmente a los países del Golfo, lograr importantes excedentes financieros que abastecen lo que se denomina fondos soberanos. Es difícil calcular el caudal público de los países árabes excedentarios. En un informe que presenté a la Liga de los Estados Árabes en 1986, evalué este caudal en cerca de 400.000 millones de dólares.

Naturalmente, la caída de los precios del petróleo a partir de 1986, el déficit presupuestario de los países productores, acostumbrados a vivir por encima de sus posibilidades, y sobre todo las guerras del Golfo, hicieron mella en este caudal público. Pero con el inexorable aumento del precio del barril desde 2004 y la breve incursión especulativa, el 3 de enero de 2008, del precio en torno a los 100 dólares, estos fondos se reconstituyeron ampliamente. En la actualidad, los importes globales de estos fondos árabes son objeto de valoraciones más o menos aproximadas, o incluso fantasiosas.

El banco Lehman Brothers considera que sólo los países del Golfo tendrían 3,5 billones de dólares en reservas de cambio, mientras que el banco de inversión Morgan Stanley da la cifra, aparentemente más precisa, de 1,557 billones de dólares para los seis principales países árabes (entre los cuales están algunos del Golfo, Arabia Saudí, Argelia y Libia). Entre los fondos soberanos de los países árabes, el Abu Dhabi Investment Authority (ADIA) sería el mejor dotado (876.000 millones de dólares), seguido por los fondos saudíes (300.000 millones de dólares), y por la Reserve Fund for Future Generations de Kuwait, o RFFG (250.000 millones de dólares). Si nos atenemos a los cálculos de Morgan Stanley, que parecen más creíbles que otros, los fondos soberanos árabes representarían más de la mitad de los 20 principales fondos soberanos (2,85 billones de dólares).

Estos fondos son nómadas, en el sentido de que están en búsqueda permanente de oportunidades de inversión. Unas veces acuden en auxilio de los bancos afectados de lleno por la crisis de las subprime, como Citigroup. Otras veces van a inyectar dinero fresco en participaciones industriales, sin olvidar naturalmente la compra de bonos del Tesoro, las adquisiciones inmobiliarias, o incluso los simples depósitos bancarios. Así pues, para los países industrializados, es más bien una ganga. Y, sin embargo, en Occidente, se alzan voces que exigen “regular” estos fondos, “supervisarlos”, o simplemente prohibirles cualquier acceso a sectores llamados “estratégicos”, como la defensa. La utilización política de estos fondos por regímenes no democráticos, como palanca de influencia o instrumento diplomático, a menudo se agita como un fantasma.

“Van a acaparar nuestras economías”, exclaman atemorizados algunos expertos. Esta actitud timorata suscita en los países árabes una total incomprensión, ya que, para ellos, tiene más que ver con la teoría de la conspiración que con el análisis objetivo de las relaciones económicas y financieras internacionales. Ciertamente, reclamar transparencia, e incluso reciprocidad, me parece responsable. Pero asustar a la gente como hacen algunos analistas es inaceptable, improductivo y, por lo demás, incoherente. Como cualquier rentista, los árabes del petróleo aspiran ante todo a rentabilizar sus inversiones. Están pues totalmente interesados en que los mercados donde invierten gocen de buena salud y sean competentes.

De modo que los fondos soberanos, en vez de constituir una amenaza para los países industrializados, por el contrario, pueden ser el motor de una interdependencia irreversible de las economías. Naturalmente, por mi parte deseo que un porcentaje más importante de estos fondos se dirija hacia los otros países árabes deficitarios y hacia los países del Tercer Mundo que están enormemente faltos de inversiones extranjeras. Pero se ve claramente que no es tanto la lógica de la solidaridad la que orienta la estrategia de inversiones de los fondos soberanos como la lógica de la rentabilidad.

Por eso los temores de una utilización política de estos fondos me parecen no solamente infundados, sino sobre todo teñidos de racismo. Los fondos de pensiones y, generalmente los hedge-funds no provocan las mismas reacciones. En realidad, para muchos regímenes de los países productores, sobre todo los del Golfo, Libia, e incluso Arabia Saudí, los fondos soberanos son los nuevos “yacimientos de riqueza” que van a sustituir progresivamente a los “yacimientos de petróleo”.

Es su seguro de vida y el medio que les queda para preparar la era de después del petróleo. Si no lo hacen, pierden cualquier legitimidad a ojos de su población y tendrán los días contados. No olvidemos que, en ausencia de cualquier legitimidad democrática, la única legitimidad que les queda es la “legitimidad distributiva y de asistencia”, es decir, la capacidad de asumir las necesidades globales de una nación, en términos de empleo público, escolaridad, vivienda y bienestar. En estos países nos encontramos con autocracias “paternalistas” irrigadas por los ingresos del petróleo. Si éstos desaparecieran, estaría comprometida la propia supervivencia de estas autocracias.

De este modo, para los países petroleros, la subida de los precios desde hace algunos años es una oportunidad. Les permite hacerse con unos “ahorrillos”, pero sobre todo diversificar sus economías. Y, a decir verdad, se comprometen con determinación en esta vía, transformándose en centros financieros (financial hubs): en el Reino de Bahrein hay al menos 300 bancos. Otros países desarrollan el turismo y se convierte en “puntos de confluencia”, como Abu Dhabi y Dubai (cuatro millones de turistas en este último emirato). Y todos los países excedentarios se esfuerzan por diversificar sus fuentes de ingresos creando nuevas industrias in situ (petroquímica, aluminio, gas licuado…), o implicándose en la economía mundial por medio de la adquisición de participaciones industriales en las grandes empresas.

Pero un petróleo “caro” presenta otra ventaja: permite prolongar la vida de los yacimientos; disponer de inversiones para desarrollar más la recuperación secundaria o terciaria (enhanced recovery), o las nuevas investigaciones geológicas; y facilitar la explotación de nuevos yacimientos, ya que no cabe la menor duda de que el mundo árabe dispone de un potencial considerable, aún no explotado, de petróleo y de gas. En este sentido, Irak, Libia y Argelia siguen estando explotados por debajo de sus posibilidades. Que los americanos apuesten por estos tres países no es fruto de un capricho momentáneo.

Que los chinos se lancen a sus puertas no es casualidad. La diversificación económica pasa también por la transformación del crudo sobre el terreno, no sólo como materia prima, sino también como producto refinado. Las refinerías ya brotan casi por doquier, así como las instalaciones de licuefacción de gas natural. El efecto de esta transformación sobre el aprendizaje industrial ya es perceptible en los países del Golfo, pero también en otros sitios. Por otra parte, es el único medio de no caer en la monoexportación. Desde esta perspectiva, no hay nada de ilegítimo en acumular rentas del petróleo ni, con mayor razón, en reciclarlas en los circuitos internacionales. La globalización no puede funcionar en un único sentido.

Y queda muy atrás el día en que Occidente se consideraba el centro del mundo. Así pues, hay que dejar de remover fantasmas, y admitir que chinos, indios o árabes se conviertan en actor de la globalización en curso y no en sujetos pasivos. Más que un cambio de paradigma, se impone una revolución de la mentalidad. En resumen, la lógica imperial debe ceder su sitio a la lógica de la colaboración.