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Co-edition with Estudios de Política Exterior
¿Pueden las religiones construir puentes de convivencia en el Mediterráneo?
La creciente influencia religiosa debe orientarse a eliminar el fundamentalisto y fomentar el diálogo interreligioso.
Samuel Hadas, analista, diplomático, fue el primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede
En el Mediterráneo, como en otras partes del mundo, ha surgido un abanico de nuevos actores con un protagonismo cada vez mayor, haciendo más complejas las relaciones entre los países ribereños. Me refiero en primer lugar a determinados segmentos religiosos y también a lo que un importante experto en la región llama los superfacultados, aquéllos que sin ocupar posiciones de poder, influyen poderosamente en el devenir de la región (y no solamente): una nueva categoría de actores internacionales.
La política mundial, escriben Alvin y Heidi Toffler, solía estar dominada por gobiernos que competían entre sí. Hoy día, otras entidades, además de los gobiernos, ocupan el ruedo geopolítico. Hay de todo, desde corporaciones transnacionales hasta redes globales de mafiosos y narcotraficantes, un laberinto de agencias y decenas de miles de organizaciones no gubernamentales. Entre estas últimas, en un subgrupo especial –agregan– están las grandes religiones del mundo.
Además, se están creando nuevas fronteras que se superponen a las territoriales ya existentes: fronteras que separan según las grandes religiones. De más está recordar aquí que las tres grandes religiones monoteístas del Mediterráneo no sólo expresan la dimensión sagrada de la vida humana, sino que han marcado e influido, y seguirán influyendo, las identidades culturales y la concepción de la vida y la política de los pueblos de la región. Sus identidades culturales llevan indeleble, para bien o para mal, el sello de la contribución de las religiones. Hoy no existe una amenaza global comparable a la que significó en el pasado la perspectiva de un conflicto nuclear entre las superpotencias, pero una serie de problemas surgidos a partir del fin de la guerra fría en los países ribereños del Mediterráneo y en su periferia amenazan la propia estabilidad de la zona. Incluso en el caso de conflictos internos, algunos de ellos son tan graves que la comunidad internacional no puede ignorarlos. Ideologías étnicas y nacionalistas durante mucho tiempo adormecidas han acabado por estallar.
La tónica en el Mediterráneo es un inquietante incremento de la inestabilidad. El Mediterráneo ha demostrado que la religión no es un factor en declive en la sociedad. Para muchos judíos, cristianos y musulmanes, la religión no es un asunto privado, apartado de lo público. “Uno no puede aislar motivaciones y sensibilidades puramente religiosas de los elementos políticos, culturales y étnicos”, escribe Thomas Stransky, anterior rector del Tantur Ecumenical Institute of Theological Studies en Jerusalén. Si en la Europa mediterránea la religión es sobre todo una cuestión de conciencia individual, en el Mediterráneo sur y oriental, la religión está muy implicada en la política y la cultura de sus pueblos y demuestra una energía vital. Actualmente no sólo es protagonista, sino componente vital del espacio mediterráneo.
¿Cuál es entonces el papel de los líderes religiosos en los esfuerzos para evitar o resolver conflictos? Sobre todo, en situaciones como las que viven muchos países de la zona donde la religión ofrece una guía moral, un significado, modelando la identidad de sus creyentes. Es evidente que las religiones deberían alentar la paz y la concordia, pero ¿debería ser obligatorio que los líderes religiosos fieles al espíritu de sus religiones orienten en primer lugar a sus devotos transmitiendo el verdadero mensaje del judaísmo, el cristianismo y el islam, que es un mensaje de paz? Surgen, indudablemente, interrogantes que a los ojos de muchos ponen en entredicho la capacidad de los líderes religiosos para transmitir el necesario mensaje de paz, si nos atenemos a la experiencia de los siglos. Más de uno se pregunta si la hipótesis de la creación de un nuevo muro de Berlín en el Mediterráneo expuesta por el analista tunecino, Nadji Safir, no está en camino de concretarse y si algunos líderes religiosos no aportan lo suyo para que esto suceda.
El totalitarismo religioso
Vivimos una época en la que el terrorismo, sobre todo aquél motivado por quienes instrumentalizan la religión, se ha convertido en protagonista singular de la arena internacional. El resurgimiento y la manipulación del etnonacionalismo, así como la expansión del fundamentalismo religioso, que asumen formas cada vez más violentas, constituyen una clara amenaza en el Mediterráneo. Son las trágicas consecuencias de la acción violenta de algunos grupos radicales, que levanta muros de intolerancia, nuevas fronteras –no geográficas, por supuesto– y es su acción la que puede representar uno de los mayores riesgos para la sociedad internacional hasta bien entrado el siglo XXI.
Aquí es donde se produce la conexión fundamentalismo-terrorismo y donde se corre el letal riesgo de que se produzca la ecuación terrorismoarmamento de destrucción masiva. Esta amenaza ha dejado de ser un simple tema de novelas de ciencia ficción. De hecho estamos envueltos en una guerra impuesta por un nuevo totalitarismo: el totalitarismo religioso. La Segunda Guerra mundial y la guerra fría se desenvolvieron frente a totalitarismos seculares, el nazismo y el comunismo. La Tercera Guerra mundial, escribe el comentarista del New York Times, Thomas Friedman, es una batalla contra el totalitarismo religioso.
Pero éste no puede combatirse sólo con las armas. Es una guerra que debe librarse en escuelas, mezquitas, iglesias, sinagogas y sólo puede ganarse con la ayuda de los líderes religiosos de las tres religiones monoteístas, aquéllos que promueven lo contrario al totalitarismo religioso, una ideología de pluralismo que aliente la diversidad religiosa y que la fe de uno puede ser nutrida sin reclamar la verdad exclusiva. La historia del Mediterráneo está cargada de memorias que tienen que ver con conflictos entre las religiones. Las fronteras entre el cristianismo y el islam han marcado el destino de países. La religión no ha sido un hecho secundario en la construcción de una identidad nacional.
Además, como escribe el rabino David Rosen, las relaciones históricas entre los hijos de Abraham –los fieles del judaísmo, el cristianismo y el islam– han sido, primordialmente, de encarnizada competición y lucha, no de cooperación y diálogo. La historia de nuestro siglo ha cambiado profundamente el mapa del Mediterráneo: han surgido nuevos países, nuevos sistemas políticos. Pueblos, naciones y religiones se han visto envueltos en conflictos dramáticos, y situaciones de convivencia prolongadas durante siglos, parecen hoy inalcanzables.
Las diferencias entre las riberas norte y sur constituyen fuente de problemas agudos por el momento insolubles. La inestabilidad política y las tensiones internas, así como los conflictos de orígen étnico y religioso han sido y son fuente de violencia. Las manifestaciones de intolerancia y racismo tan frecuentes también en países europeos nos recuerdan cuán frágil es aún la situación. En el momento actual, ¿cómo combatir el totalitarismo religioso? ¿Cuál es el papel de los líderes religiosos, sobre todo en aquellos países donde la religión tiene gran incidencia en la sociedad y en la política y donde se aprecia un renovada vitalidad y un creciente protagonismo de los mundos religiosos? En la situación actual, olvidamos a veces que las raíces religiosas contienen las simientes que podrían ayudar a cicatrizar heridas.
Los componentes religiosos de algunos de los conflictos en la región mediterránea, el surgimiento de movimientos que en nombre de Dios traen tragedias y miserias hacen imprescindible un diálogo permanente y profundo entre las religiones, a fin de intentar superar incomprensiones y los tremendos prejuicios existentes. El diálogo interreligioso puede conducir a un cambio en la mentalidad y su enfoque. No es el contenido de la fe lo que se pretende cambiar, sino la mentalidad de las gentes de una religión hacia las gentes de otras religiones y otras ideas. Los auténticos líderes religiosos están en una posición especial que les permite promover una educación y una formación religiosa que estimule a sus fieles al diálogo y a trabajar para una convivencia pacífica con su vecino, aún siendo diferente.
Aquí aparece la responsabilidad de los líderes religiosos, el papel que deben desempeñar en la educación de sus fieles. Si el objetivo común es un Mediterráneo en el que reine la coexistencia pacífica, si creemos que ninguna guerra o acción violenta puede promoverse en nombre de la religión, entonces el diálogo interreligioso es hoy posible. Más aún, es una necesidad. Sólo una enseñanza que llegue a la gente puede contener la amenaza de una semántica inconsciente, el lenguaje de injusticia y violencia que se escucha con demasiada frecuencia en el Mediterráneo. Pero cuando estudiamos, a la luz de la experiencia, el papel de los líderes religiosos, estamos lejos del convencimiento de que la contribución de muchos de ellos ha sido ejemplar y de que han sabido educar, con la palabra y con el ejemplo, a sus fieles en la dirección adecuada.
Algunos se han arrogado el derecho de interpretar la voluntad divina de un modo infalible, generalmente de una manera que rechaza el diálogo con el “otro”, el “diferente”. Es un hecho que líderes políticos y religiosos instrumentalizan sin escrúpulos las diferencias religiosas para incitar a la violencia, lo que convierte a la religión en un incentivo para los conflictos. El desconcierto en este periodo de transición de un mundo bipolar a un imprevisible pluralismo permite a los oportunistas que instrumentalizan la religión y a los extremistas intolerantes aumentar su influencia.
Oriente Próximo
No puedo dejar de referirme al trágico conflicto entre israelíes y palestinos. El histórico acuerdo de 13 de septiembre de 1993, que condujo al reconocimiento mutuo entre Israel y la Organización para la Liberación Palestina e inició el proceso de paz entre israelíes y palestinos, alentó la esperanzas de los que quieren la paz, pero también incitó a aquéllos que no aceptan, en las dos partes, esta reconciliación histórica y que apelan a la violencia y al terror para intentar descarrilar el delicado y complejo proceso de paz.
Ahora, de nuevo, palestinos e israelíes se encuentran ante una ventana de oportunidad, intentando abrirla de par en par, pero, otra vez, los extremistas de ambas partes hacen lo indecible por cerrarla estrepitosamente. Incorporar un motivo religioso a un conflicto significa incorporar elementos explosivos que pueden impedir la reconciliación entre las partes. Un conflicto puramente nacionalista está casi siempre abierto a una solución de compromiso. Pero cuando, como sucede en el caso del conflicto palestino-israelí, se agrega la interpretación de la religión como fuente de una verdad indivisible, la propia por supuesto, las soluciones se alejan.
Por cuanto el que no acepta esta verdad, tanto de la parte contraria como del propio colectivo, comete pecado para el que no hay absolución. La instrumentalización de la fe de los creyentes no ha encontrado una respuesta adecuada por parte de los auténticos líderes espirituales, aquéllos que enseñan los verdaderos valores de sus religiones. Éstos no han logrado aún constituirse en un elemento catalizador de una genuina reconciliación, en un contexto de paz. Los líderes religiosos deberían asegurarse de que en sus respectivas religiones se pase a la enseñanza del aprecio, destacando lo que une y respetando lo que separa.
La educación para la paz exige una labor de adecuación a ideales que inspiren los valores de la convivencia y del respeto mutuo, para evitar que la religión sea secuestrada por gente sin escrúpulos que sólo busca instrumentalizarla en su beneficio y por los integristas que proponen soluciones fáciles y engañosas. El interés en la educación es crucial en nuestro tiempo y los líderes religiosos deberían implementar a nivel popular la filosofía del diálogo interreligioso. Los líderes religiosos deben enseñar que para llegar a la comprensión mutua se exige un mejor conocimiento mutuo. Deben enseñar a comprender la naturaleza del prójimo y de los desacuerdos con él y que se requiere una reflexión sobre el otro como semejante. Sólo en el espíritu del diálogo y respeto mutuo podrá llegarse a la comprensión y la aceptación mutuas.
La cultura de pueblos ha estado marcada por la religión, que es parte de su identidad. E. O. James, en su libro Teach Yourself History of Religions recuerda que el profesor B. Malinowsky afirma que “la religión impulsa al hombre a las mayores empresas de las que es capaz, y hace por él lo que nada ni nadie puede hacer: darle paz y felicidad, y un sentido para su vida, y todo ello de manera absoluta”. En las turbulencias futuras que marcarán el escenario mundial, la religión será, una vez más, un tema de discusión dominante, escriben Alvin y Toffler.
La creciente influencia religiosa debería orientarse a la eliminación de los segmentos de fanatismo fundamentalista, de quienes propugnan el totalitarismo en el seno de las religiones, porque éstos ponen en peligro su propia legitimidad moral. Aparentemente, no todos quieren comprender que los enemigos de las religiones se encuentran en su propio seno! Son muchos los líderes religiosos que recalcan, también con hechos, la necesidad de una labor permanente en la búsqueda de la convivencia y la paz en el Mediterráneo, conviertiéndola en una parte importante de su agenda. Ojalá aumente el número de aquéllos que aceptan este reto, que debería ser el gran reto de las religiones en el Nuevo Milenio.
De ser así se encontrarían cooperando con una dinámica de paz que hasta ahora no ha sido suficientemente impulsada. El décimo aniversario de la Declaración de Barcelona es una ocasión para la reflexión: el partenariado euromediterráneo debería asumir un papel más activo en la promoción de una integración activa regional. Intentar superar el antagonismo cultural y religioso debería ser una de las prioridades en cualquier intento de creación de un marco de cooperación en el Mediterráneo. Ello, sin ignorar el potencial de las religiones, que no han perdido influencia sobre la conciencia de la gente. Así como en el pasado han causado conflictos sangrientos, han contribuido y podrán hacerlo nuevamente en el futuro, a prevenir y resolver conflictos. En la búsqueda de ámbitos de cooperación mediterránea, deberíamos asignar a las religiones un papel protagonista en el desarrollo del diálogo y la convivencia en la comunidad mediterránea.