Mediterráneo, frontera cerrada para las migraciones
Los dramas de Lampedusa son consecuencia de la lógica securitaria con la que se quiere sellar la frontera entre el norte desarrollado y el sur en vías de desarrollo.
Xavier Aragall
Las recientes tragedias de la isla de Lampedusa y del norte de Níger están conectadas por la condición de frontera migratoria que supone el Mediterráneo: Lampedusa como estación de enlace de una ruta migratoria que, a menudo, se ha iniciado miles de kilómetros al sur y ha llegado a la costa mediterránea siguiendo un trayecto que lleva a las personas al límite de la resistencia humana; la frontera entre Níger y Argelia, como etapa de una ruta migratoria que aprovecha la inmensidad del Sáhara para evitar controles sobre los flujos migratorios.
Desde 1993 se han contabilizado, según el observatorio de fronteras Migreurop, 2.425 personas muertas en el estrecho de Gibraltar, mientras que en el área del estrecho de Messina (Sicilia), Malta, Lampedusa y la costa de Libia la cifra asciende a 6.000 muertos. Los países de la Unión Europea (UE), como destino final, y los del Magreb, como territorio de paso necesario de las rutas migratorias, deben poner en común una agenda para empezar a solucionar esta situación. Las iniciativas multilaterales como la Conferencia Euroafricana sobre migraciones y desarrollo, o la estrategia africana de la UE, han resultado hasta ahora infructuosas.
A nivel bilateral, se ha producido también una destacada colaboración entre países del Magreb y la UE, de la que cabe mencionar la reciente Asociación de Movilidad entre la UE y Marruecos, aunque tales iniciativas siguen sin poder dar una respuesta definitiva y efectiva a estas crisis. Las revueltas y transiciones políticas de los países árabes que se inician a finales de 2010, alteran el flujo migratorio de personas, al que se añade un importante componente de refugiados. Posteriormente, la guerra de Libia deja sin regulación estatal un amplio territorio de paso migratorio, donde confluirán refugiados de países de África oriental (Sudán, Eritrea y Somalia) e inmigrantes de África occidental (Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Nigeria y Camerún).
En definitiva, se configura en el Mediterráneo un complejo escenario donde las personas están en el centro de una problemática que requiere una gestión ágil, concertada y multilateral. Hoy por hoy, sin embargo, los recientes naufragios de Lampedusa ponen en evidencia que las únicas herramientas que la UE y sus Estados miembros proponen ante la llegada de personas que intentan cruzar el Mediterráneo, consisten en aplicar una estricta lógica de control migratorio, independientemente de que se trate de refugiados que aprovechan la debilidad del Estado libio para huir de situaciones de violencia e inseguridad. Se está desatendiendo a refugiados que merecen un trato humanitario en consonancia con los principios y valores de la UE y que, no obstante, se enfrentan a programas de restricción de la inmigración de la UE y a una legislación migratoria adversa por parte de los Estados miembros.
En el caso de Níger, las personas fallecidas en Lampedusa eran inmigrantes económicos, igual que los cerca de 80.000 que anualmente cruzan este país, según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, para alcanzar Europa recorriendo el itinerario conocido como ruta mediterránea occidental, que se dirige al estrecho de Gibraltar, pasando por Argelia y Marruecos. No obstante, el refuerzo del control fronterizo en esta ruta, especialmente a partir de la colaboración entre la UE y Marruecos iniciada en 2003, ha provocado un desplazamiento hacia la ruta central mediterránea, es decir, hacia Lampedusa, pasando por Libia, donde confluyen con otros flujos de personas como los anteriormente mencionados.
La cuestión de fondo es que la frontera mediterránea presenta una falla tan estructural que esas medidas hacen imposible que los dramas no se repitan periódicamente. Los naufragios en Lampedusa y en el estrecho de Gibraltar son la consecuencia de la lógica securitaria con la que se quiere sellar una frontera entre el norte desarrollado y el sur en vías de desarrollo. Porque si bien el Mediterráneo no es la única zona de intersección del mundo entre ese norte y ese sur, sí es donde más cerca están dos realidades opuestas, sobre todo en cuanto a expectativas de futuro de sus ciudadanos, uno de los principales motivos para emprender un proceso de emigración. Por eso, la aplicación práctica de esa lógica mediante el sistema europeo de vigilancia fronteriza e intercepción de flujos migratorios irregulares (Frontex) no evitará nuevos dramas de inmigrantes y refugiados. Desde hace años, la Unión Europea está implementando un refuerzo de sus fronteras exteriores, donde el Mediterráneo ha sido, y sigue siendo, escenario prioritario.
Sin embargo, estos naufragios son la clara demostración de que el refuerzo de fronteras sirve para contener los flujos migratorios, pero en ningún caso los consigue parar. El propio Parlamento Europeo se ha hecho eco de ello, constatando que los itinerarios de los flujos migratorios en el Mediterráneo han ido variando en función de la presión que se ejercía sobre el control fronterizo y, por tanto, nunca se han podido frenar. En el mejor de los casos, se han logrado desviar. Por otro lado, Marruecos y Argelia, países de tránsito de estas migraciones, son testigo de la creciente presencia de inmigración de origen subsahariano en sus ciudades, sin que estén elaborando una respuesta satisfactoria a este fenómeno. Un informe de Médicos sin Fronteras de 2013 constata la desprotección de estas personas, a menudo víctimas de las redes que trafican con ellas.
Pero también el Consejo Nacional para los Derechos Humanos (CNDH) de Marruecos alertaba en su informe de julio sobre la necesidad de abordar la gestión de la inmigración irregular en el país con medidas encaminadas a superar situaciones de discriminación e impulsar la integración de los inmigrantes. Simultáneamente, la UE y los gobiernos del norte del Mediterráneo deben empezar a desarrollar medidas conjuntas con los países del sur, para encontrar una solución a la concentración de inmigración irregular en los puntos fronterizos. Sin embargo, cabe preguntarse por qué perdura ese enfoque de la UE que privilegia el muro fronterizo. Sin duda, uno de los motivos es el creciente rechazo al extranjero en Europa de los últimos años.
Lo constata la encuesta que el IEMed hace anualmente desde 2009 a expertos y actores clave de las relaciones entre Europa y los países mediterráneos. De hecho, en los resultados de estos últimos cuatro años, las migraciones están siempre presentes en tres de los cinco principales escenarios de futuro con capacidad de incidir en la realidad de la región. Uno de ellos establece una relación directa entre migraciones y el incremento de las tensiones sociales y la xenofobia, algo que los encuestados consideran incluso más determinante para el espacio euromediterráneo que el siempre abierto conflicto entre Palestina e Israel o igual de relevante que los temidos conflictos por la escasez de agua. Otro de los escenarios da por descontado que la inmigración irregular procedente de los países del sur del Mediterráneo va a seguir creciendo independientemente de los mecanismos de control que pueda imponer la UE.
Ante este marco prospectivo, se puede constatar que, hasta el momento, Europa renuncia a considerar otros enfoques y persiste en una perspectiva de control y vigilancia fronteriza que incluso gana terreno, especialmente a partir del momento en que el control fronterizo se asume como un elemento clave para la seguridad interna de la UE y se concibe como respuesta a la inestabilidad económica, social y política de los países vecinos. De hecho, la gestión de las fronteras se sitúa en el centro de las políticas migratorias que se definen desde el Consejo Europeo y también está presente en los ámbitos vinculados a migraciones de los planes de acción de la política europea de vecindad (PEV) que la Comisión Europea tiene suscritos, entre otros, con Marruecos, Argelia, Túnez y Egipto.
Esta aproximación securitaria al dossier migratorio tiene su correlación con el constante incremento de las opciones políticas que tienen en el rechazo al inmigrante uno de los principales argumentos de su ideario. El creciente éxito del Frente Nacional en Francia, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), Aurora Dorada en Grecia son los ejemplos más recientes. Pero no solamente se trata del auge de partidos claramente xenófobos en Europa, sino también de la asunción e inclusión en la agenda política de algunos de sus planteamientos por parte de partidos tradicionales. Así, el control de la entrada de inmigrantes irregulares y la expulsión de los que no poseen permiso de residencia, son elementos transversalmente legitimados en los sistemas de partidos clásicos europeos y, en consecuencia, de la propia estrategia común de la UE.
Teniendo en cuenta que el Consejo Europeo ha pospuesto hasta junio de 2014 cualquier actuación al respecto, no se observa ni a medio ni a largo plazo ningún posicionamiento estratégico por parte de los principales actores implicados para la puesta en común de una agenda entre norte y sur que siente las bases para evitar que estas tragedias humanas se repitan.