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Co-edition with Estudios de Política Exterior
Medios de comunicación e inmigración: ¡ni te acerques a mi país!
Con el fin de acabar con la inmigración irregular, la prensa debería humanizar y armonizar su enfoque sobre el problema.
Nadia Lamlili, periodista-analista en L’Economiste, premio CNN de prensa escrita francófona en África
Dos hechos han vuelto a poner en primer plano el papel de los medios de comunicación en el tratamiento de la cuestión migratoria: los acontecimientos de Ceuta y Melilla, en los que cientos de ilegales forzaron las vallas de las dos ciudades, y la crisis en los suburbios de Francia tras la muerte accidental de dos jóvenes, hijos de inmigrantes. Hizo falta un drama, un accidente, una crisis político-diplomática para que los medios de comunicación volviesen a fijarse en los inmigrantes.
Demasiadas susceptibilidades
En el caso de Ceuta y Melilla, se enviaron equipos de periodistas a Malí, Senegal y Marruecos para que informasen sobre el drama humano desde su origen. Sin embargo, desde hace muchos años, prácticamente todos los días mueren decenas de ilegales en las pateras, frente a las costas de Gibraltar, Fuerteventura, Lampedusa y Sicilia. Para ésos, el tratamiento mediático ha sido coyuntural. En ocasiones se han llevado a cabo grandes investigaciones, pero el drama ha caído hasta tal punto en la banalidad que algunos medios de comunicación se limitaban, y se limitan, a informar del número de muertos y de los atestados de la gendarmería marroquí o de la Guardia Civil.
Todo lo que merece una gran pérdida humana, al igual que una gran operación de incautación de drogas, es una escueta mención al principio del telediario. Es cierto que la esencia misma del periodismo es responder a la pregunta: ¿qué hay de nuevo? Lo cual hace difícil seguir constantemente un asunto tan complejo como la inmigración ilegal. Pero al centrarse en las impactantes imágenes de las pateras han engendrado concepciones erróneas. La opinión pública cree de forma equivocada que la mayoría de los ilegales llegan en estas improvisadas embarcaciones. Incluso el lenguaje utilizado trasmite una noción triunfalista de la seguridad. En la prensa marroquí aparecen a menudo expresiones como “han sido pescados”, “caza al hombre”, “operación de limpieza”, en artículos que eluden la dimensión humana de este drama. La crisis de Ceuta y Melilla ha cambiado radicalmente la situación.
Nunca antes había estado tan movilizada la prensa y en posiciones tan contradictorias. Hubo un ataque flagrante a la deontología. Un periódico de la ciudad de Tánger calificó a los subsaharianos de “grillos negros”. El tratamiento de la cuestión migratoria no ha gozado de más madurez en el caso de Ceuta y Melilla que con el de las pateras, porque la prensa le ha seguido el juego a las autoridades, desempeñando el papel de abogado y obviando el verdadero problema: la miseria y la falta de condiciones para llevar una vida digna en África. En el caso de Ceuta y Melilla, en la “crisis” mediática se dio una tensión sin parangón entre tres “clanes”. Primero, los medios de comunicación del Norte asumieron un papel moralizador y criticaron la pasividad del Sur y la falta de seriedad de los países de paso.
Segundo, la prensa de Marruecos, país de tránsito, se quejaró de la injusticia y de la falta de medios y de colaboración regional. Algunos periódicos incorporaron al drama asuntos políticos como el estatus de Ceuta y Melilla y la cuestión del Sáhara. Y tercero, los medios de comunicación subsaharianos, sobre todo los de Senegal, Malí y Camerún, abrieron fuego contra Marruecos por el trato inhumano que habían sufrido sus compatriotas. Una vez más el tratamiento cayó en lo “espectacular”. Durante la repatriación, la televisión marroquí emitía imágenes del testimonio de ilegales antes de partir hacia sus países. Éstos decían haber aprendido de sus desventuras y parecían decididos a buscar trabajo en sus respectivos países.
El fin mediático era claramente disuadir a otros candidatos. Pero, llegados a su destino, los repatriados empezaron a decir otra cosa. Por medio de la prensa, desataron su furia sobre Marruecos. Algunos medios de comunicación subsaharianos cambiaron de postura después de la visita organizada expresamente para ellos por las autoridades marroquíes, para explicarles la situación. Los efectos de esta visita se hicieron sentir inmediatamente. Numerosos periódicos subsaharianos adoptaron una postura más neutra, más comprensiva hacia la situación de este país como zona de tránsito. Señal de que muchas ambigüedades pueden aclararse a través de un intercambio constructivo.
En materia de inmigración ilegal parece existir un diálogo de sordos entre Norte y Sur. Cada polo no ve más allá de sus propias narices y contribuye así a multiplicar los guetos mediáticos alrededor de esta cuestión. Se achacan la responsabilidad los unos a los otros dejando de lado el drama humano que cada vez adquiere mayores dimensiones. El tratamiento de la inmigración ilegal sigue siendo un asunto cargado de incomprensión y de susceptibilidades patrióticas. Hasta que no desaparezcan estas susceptibilidades, la prensa no podrá desempeñar su función de resistencia a este fenómeno. Los medios de comunicación mediterráneos están destinados a humanizar y armonizar su enfoque. Todos deben mantener presente que el objetivo final es cortar de raíz el fenómeno de la inmigración ilegal.
Inmigrante, magrebí, musulmán…
Por consiguiente, ¿rebelde? Durante los acontecimientos en los suburbios franceses, protagonizados, entre otros, por jóvenes hijos de inmigrantes, los medios de comunicación titubearon bastante, tanto en el lenguaje utilizado como en la manera de mostrar a los inmigrantes. Una vez más, la prensa parece descubrir ahora estos guetos en los que, no obstante, viven desde los años sesenta comunidades magrebíes y africanas muy grandes. Jóvenes, rebeldes, malhechores, revolución, insurrección…
La elección del vocabulario por los medios de comunicación franceses requería de gran delicadeza porque cada palabra podía apaciguar o incitar más a la violencia, de la misma manera que las imágenes y los balances de cifras de coches que se quemaban. En este aspecto, las televisiones fomentaron sin quererlo una competición entre barrios y después entre ciudades. Algunos canales, como France 3, dejaron entonces de emitir balances y mapas de incendios porque comprendieron que estaban avivando las llamas. Los resultados se dejaron ver de inmediato. Los incendios disminuyeron (gracias también al toque de queda). En cualquier caso, es un ejemplo de cómo un medio de comunicación puede resistirse a una desviación. Volviendo al aspecto lingüístico, la cuestión era saber si los periodistas podían utilizar los mismos términos que los franceses de a pie, sobre todo para palabras con connotaciones hostiles como “árabe” e “inmigrante”.
Inmigrante, islamista, terrorista… Es cierto que, por lo general, los medios de comunicación franceses no cayeron en la amalgama. En cambio, las cadenas americanas y rusas rápidamente hablaron de amenaza islamista. El canal de información continua Fox News incluso hizo un llamamiento a los ciudadanos americanos para que evacuasen las zonas de los disturbios. La CNN enseñó un mapa de incendios con errores monumentales. Colocaron Toulouse en el este de Francia. El caso de los medios de comunicación americanos es realmente extremo. No hay duda de que están lejos de nuestro tema de estudio, que es el Mediterráneo, pero es un ejemplo de que en todas partes hay confusiones. Cuanto más lejos se esté de los efectos de la inmigración, más fácil es caer en aproximaciones.
Por otra parte, los mismos medios de comunicación americanos plantearon una cuestión interesante que los franceses pasaron por alto: ¿son europeos estos jóvenes? Es una pregunta que surgirá en el futuro. Porque existe poca información sobre la evolución interna de las múltiples comunidades que componen actualmente Francia. El trato que se da a las comunidades nacidas de la inmigración roza el tópico religioso. Se describen a menudo el Ramadán, las fiestas religiosas y el Consejo del culto musulmán, pero existe poca información sobre su vida diaria. Esto se debe ostensiblemente al modelo francés de integración, que juzga a todo el mundo por el mismo rasero, sin prestar mucha atención a las diferencias culturales, de identidad o religiosas. Socialmente invisible, el inmigrante sería también invisible ante los medios.
Sin embargo los acontecimientos de los suburbios han mostrado que la situación no es tan sencilla. Los hijos de los inmigrantes se quejan del racismo, de la falta de oportunidades de empleo y de un ascensor social estropeado. El inmigrante siempre ha existido de cara a la información, pero estaba mal representado, lo que ha hecho de él un “tipo problemático”, cuya figura se confunde con la del musulmán. Esta asociación se hacía ya a finales de los años ochenta con la cuestión de los Versos satánicos de Salman Rushdie, o con la cuestión del velo islámico, la guerra del Golfo y más recientemente, los atentados terroristas. Los medios franceses han aprendido a humanizar su enfoque sobre el conjunto.
Poco a poco, su análisis pasó de las imágenes espectaculares de vehículos incendiados por jóvenes hijos de inmigrantes, a la descripción de la insalubridad de las viviendas de los suburbios, para terminar con la presentación de jóvenes que habían triunfado socialmente. Dar ejemplo, esperanza, anular las amalgamas… ¿no es ése el papel de los medios de comunicación? De todos modos, se confirma la excepción cultural en Francia. Esté legal o ilegalmente, el inmigrante seguirá siendo siempre una persona con un pasado, unos orígenes.