Los nuevos medios de comunicación y la democracia en el mundo árabe

La región avanza hacia la democracia ayudado por la prensa, la juventud, EE UU y otros interlocutores occidentales.

Saad Eddin Ibrahim, presidente del Centro Ibn Khaldun y profesor de sociología política en la Universidad Americana de El Cairo

Un nuevo diario egipcio, Misr Al-Yum (MAY), publicó hace poco una noticia que conmocionó a la opinión pública y al régimen del presidente, Hosni Mubarak, en el poder. La juez Noha El Zainy, encargada de supervisar los resultados de un colegio electoral del distrito de Damanhur, afirmó que el recuento de votos para las dos principales listas indicaba que un candidato de los Hermanos Musulmanes tenía una ventaja de tres a uno frente al del Partido Nacional Democrático (PND) gobernante. Ante su sorpresa, al día siguiente, la Comisión Electoral declaró ganador al candidato oficialista.

La juez escribió a MAY, que publicó su fundamentada carta en primera página. En los siguientes dos días, 170 jueces remitieron testimonios escritos similares al mismo rotativo y todo el sistema judicial egipcio se puso en pie para reclamar la anulación de los resultados en el distrito de Damanhur y también los del conjunto de las elecciones legislativas. En el momento de redactar este texto (27 de noviembre), es difícil predecir cómo se resolverá esta crisis electoral que, sin embargo, ya ha arrojado profundas dudas sobre la integridad y la legitimidad del régimen de Mubarak.

No es el primer caso de fraude electoral que se denuncia en Egipto, y no será el último. Sin embargo, sí es la primera vez que esa latente irregularidad la denuncia un testigo directo de peso y que se publica inmediatamente en portada. Este episodio condensa la historia de los nuevos medios de comunicación árabes y de las democracias de esos países. Al contrario que los organismos de información controlados durante medio siglo por el Estado, esos nuevos medios son más atrevidos y profesionales y han ampliado tanto el espacio público como su propio margen de libertad y el del conjunto de los ciudadanos árabes.

Hace cinco años, el artículo de MAY sobre la supervisora electoral no habría sido publicable. Pese a las flagrantes irregularidades de las elecciones egipcias de 2000, había valientes testigos dispuestos a denunciar esos abusos. Por desgracia, no existían mecanismos con los que difundir las denuncias; es decir, no había medios como MAY, y tampoco el clima internacional apoyaba tanto a los demócratas autóctonos o a los medios de comunicación independientes. MAY es el representante más reciente de una serie de medios escritos aparecidos en el último cuarto de siglo y de un grupo de medios electrónicos vía satélite lanzados en los últimos 10 años. El diario Al Hayat y la cadena Al Jazeera simbolizan, en uno y otro caso, el inicio de los nuevos medios de comunicación árabes y, al continuar elevando los criterios de profesionalidad periodística, han seguido siendo modelos a imitar.

En 2005, los nuevos medios de comunicación árabes fueron los primeros canales y los que mejor difundieron los desafíos a los que se enfrentaba la presidencia de Mubarak. La creciente presión del movimiento Kifaya (Basta), y de otros grupos de oposición, obligó al presidente a aceptar una reforma constitucional que, por primera vez en la larga historia de Egipto, permitió la celebración de unas elecciones presidenciales disputadas. También fueron los nuevos medios de comunicación árabes los que dieron una importante cobertura a las elecciones palestinas, en las que los votantes hicieron frente a los cortes de carretera israelíes en Gaza y Cisjordania, desafiando las advertencias y presiones del grupo armado Hamás, que pretendía que se quedaran en casa.

Del mismo modo, tanto los votantes como los medios, pese a la desenfrenada violencia, los atentados suicidas indiscriminados y otras advertencias para impedir el voto, desafiaron tales amenazas y fueron a emitir su sufragio. Un mes después, el ex primer ministro libanés, Rafik Hariri, era asesinado junto a varios de sus escoltas. Se sospechó que el régimen sirio de Bachar el Asad era el culpable, ya que, como potencia ocupante, ejercía el control del país desde hacía casi 30 años. La corriente de dolor y de cólera se canalizó hacia dos demandas: la retirada de las tropas sirias y la búsqueda de la verdad sobre el asesinato. En este drama, los dos principales demandantes fueron un millón de jóvenes libaneses y los nuevos medios de comunicación árabes. El mundo se puso de su lado; las tropas sirias se retiraron y antes de que terminara el verano se celebraron nuevas elecciones parlamentarias.

La rápida sucesión de los acontecimientos en la primera mitad de 2005 llevó a varios observadores a preguntarse si estábamos asistiendo a una primavera de la libertad árabe. Se revisó o aparcó por el momento la aceptada teoría del “excepcionalismo árabe”, que explica por qué la Tercera Ola democratizadora sigue chocando contra las costas de la región. Lo que ahora se analiza con lupa es la dinámica de los acontecimientos, sus detonantes y sus consecuencias. Los observadores occidentales han postulado que estos movimientos deben estar relacionados con las presiones ejercidas por Estados Unidos para democratizar Oriente Próximo.

Después del 11 de septiembre de 2001 y de las invasiones de Afganistán e Irak se ha desarrollado un nuevo Consenso de Washington, según el cual el tradicional apoyo a los regímenes aliados, pero autocráticos, de Oriente Próximo ha privado a éstos del apoyo de su juventud, arrojándola en manos de combativos movimientos radicales. Occidente, por tanto, debe presionar para que se establezcan sistemas políticos democráticos e incluyentes. El que 17 de los 19 autores de los atentados suicidas contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono procedieran de Arabia Saudí y Egipto avala este nuevo consenso.

Unos seis meses antes de la guerra de Irak se divulgaron medidas precursoras de esta política. La Iniciativa de Asociación de Oriente Próximo (MEPI, en sus siglas en inglés) se anunció en noviembre de 2002 por el entonces secretario de Estado, Colin Powell. Pero la guerra en Irak llevó la retórica sobre la democracia y las libertades del presidente de EE UU, George W. Bush, a niveles desconocidos desde la época del presidente Wilson. En noviembre de 2003, Bush confesó públicamente que la política de apoyo a regímenes autocráticos en Oriente Próximo, aplicada por su país durante los últimos 60 años con el fin de lograr estabilidad, era completamente errónea y que había que ponerle fin.

Repitió la misma declaración en varias ocasiones, siendo las más notables el discurso inaugural de su segundo periodo presidencial, pronunciado en enero de 2005 y, un mes más tarde, el discurso sobre el Estado de la Unión. Otros muchos indicios e iniciativas formales apuntaban en la misma dirección, es decir, hacia la búsqueda de la democracia como piedra angular de la política exterior americana en Oriente Próximo.

Los movimientos democratizadores en el mundo árabe

Por auténtica que pueda ser esta iniciativa americana, lo cierto es que la dinámica interna del mundo árabe ya obraba desde mucho antes a favor de la democratización de la región. En 1983 nació un movimiento de defensa de los derechos humanos íntegramente árabe, que se propagó hasta tener filiales en todos los países y grandes ciudades. Este hecho coincidió con el renacimiento de los medios impresos árabes en la diáspora. Varios periódicos y revistas semanales libaneses se refugiaron en Londres, París y Chipre durante la prolongada guerra civil de 1975-90. Editados en otros países democráticos y abiertos, esos medios escritos han disfrutado de un margen de libertad considerable.

Para los árabes residentes en el extranjero, está muy claro que esas publicaciones se han abierto paso entre los lectores de los propios países árabes. A finales de la década de los ochenta rotativos como Al Hayat, originalmente publicado en Beirut, y más tarde en Londres, se habían convertido en la fuente cotidiana más fiable en lengua árabe. Destacados intelectuales de países tan distantes como Marruecos (M.A. Al Jabri) y Bahrein (M.J. Al-Ansari) eligieron Al Hayat para publicar sus artículos de opinión. El éxito de esta cabecera hizo que se publicaran ediciones regionales del periódico en Marruecos, Egipto y Arabia Saudí y, por fin, muy recientemente, en Líbano, su sede original. El rotativo Al Sharq al Awsat, radicado en Arabia Saudí, no tardaría en emular a Al Hayat y en competir con él, trasladando su redacción a Londres y manteniendo una red de corresponsalías regionales y ediciones nacionales.

Estos periódicos árabes del exterior fueron los precursores de los canales de televisión vía satélite de la zona, que, partiendo de una red orbital por cable situada en Roma a comienzos de la década de los noventa, antes de finalizar el siglo, habían dado lugar a diversos competidores –Al Jazeera, Al Arabiya, Al Manar y LBC (radiotelevisión libanesa)–, todos ellos de carácter privado y que, al menos inicialmente, estaban dirigidos desde fuera del mundo árabe. Cuando el emirato de Qatar dio permiso a Al Jazeera para emitir con la misma libertad que había disfrutado el canal en Roma, se produjo otra revolución en los medios del mundo árabe.

El personal de Al Jazeera, preparado por la BBC británica, emitía desde Qatar con la misma profesionalidad periodística que si estuviera en Londres. Se ha permitido un margen de libertad sin precedentes. Opiniones de un signo y de otro se han expresado libremente y casi no quedan asuntos que se consideren tabú. Por primera vez en su historia, ciudadanos normales y corrientes, desde Casablanca a Bagdad, podían llamar a un debate en directo para dar su opinión. Entre los tabúes con los que ha acabado Al Jazeera se encuentra la emisión de un debate de dos horas entre un jefe de Estado árabe (Muammar el Gaddafi, de Libia) y un intelectual también árabe (Saad Eddin Ibrahim). Del mismo modo, se acabó con otro tabú imperante en las televisiones árabes al entrevistar a políticos y analistas israelíes. Para la audiencia árabe, los informes críticos sobre el terreno eran una novedad.

Los repetidos intentos de terminar con la forma de funcionar de Al Jazeera o de cerrarla han sido fallidos. El emirato de Qatar, pese a ser pequeño y vulnerable, se ha mantenido firme en la protección de la libertad y la integridad de la cadena. Después de todo, ni el gas ni la gasolina han puesto a Qatar en el mapa del mundo. Ha sido Al Jazeera. Otros regímenes árabes, incapaces de cerrar la emisora y sin poder tampoco presionarla para que se ajustara al modelo de organismo controlado por el Estado, comenzaron a establecer sus propias cadenas vía satélite para competir con ella. De este modo, los árabes de a pie han sido los claros ganadores de ésta y de otras rivalidades mediáticas.

Ciertamente se puede criticar a Al Jazeera por sus pocas investigaciones sobre Qatar, el país que la acoge. En realidad, se puede decir lo mismo de casi todas las cadenas árabes vía satélite: es decir, todas evitan debatir sobre las clases dominantes de sus respectivos países anfitriones. Pero mirándolo bien, se abstienen de ser portavoces directos de sus regímenes. Esa función sigue siendo el deber sagrado de los medios de comunicación controlados por el Estado. En términos generales, con Al Hayat y Al Jazeera todavía como líderes, tanto la libertad como el techo profesional de todos los medios árabes han aumentado considerablemente. Los acontecimientos mencionados al inicio de este artículo han tenido repercusiones en todo el mundo árabe, desde la más diminuta aldea mauritana, en un extremo, hasta la más remota tribu del gran desierto de Arabia Saudí, en el otro.

De hecho, el efecto de demostración de lo ocurrido en Palestina, Irak, Líbano y Egipto a comienzos de 2005 parece haber impulsado cambios considerables en la segunda mitad de este año en Arabia Saudí, Kuwait y Qatar. Arabia Saudí ha celebrado sus primeras elecciones municipales y ha liberado a defensores de los derechos humanos después de tres años de detención. Kuwait ha garantizado por fin a las mujeres el derecho al voto y la capacidad para presentarse a las elecciones. Qatar ha aprobado la primera constitución de su historia. Mauritania ha sufrido un golpe de Estado que ha depuesto al régimen autocrático de Muauiya Uld Sidi Ahmed Tayá y a sus líderes y se ha comprometido a celebrar unas auténticas elecciones democráticas durante el próximo año.

Sería excesivamente simplista atribuir todos estos cambios a los nuevos medios de comunicación árabes o a las cruzadas democratizadoras lideradas por EE UU en la región. También sería ilusorio presuponer que vayan a representar una primavera de la libertad en el mundo árabe o que sean irreversibles; después de todo, los extensos desiertos de la región son conocidos por sus espejismos y sus tormentas de arena. Con todo, creo que el mundo árabe recorrerá durante la próxima década una senda democrática. Aunque la semilla ha sido plantada en cada país, el difícil alumbramiento contará como comadrona con los nuevos medios de comunicación árabes, la juventud de la zona, EE UU y otros interlocutores occidentales.