
Los actores externos en el conflicto libio
Países como Catar, Emiratos o Egipto han desempeñado un papel fundamental en Libia, hasta tal punto que se habla de una guerra indirecta regional.
Mary Fitzgerald
En el conflicto que lleva enturbiando Libia desde el verano de 2014, no solo han luchado los libios. Lo cierto es que ya es habitual referirse al enfrentamiento que amenaza con hacer trizas este Estado mediterráneo como una guerra indirecta regional. Tan fundamental ha sido el papel de los actores extranjeros en el contencioso libio que, cuando Mohamed el Mubasher, líder del Consejo de Ancianos Libio –organismo mediador en este puzle de conflictos–, dimitió el año pasado, su frustración era elocuente. “Los libios en guerra no nos escuchan”, dijo. “Prefieren escuchar las llamadas del exterior.”
El papel de Emiratos Árabes Unidos y Catar
Estas llamadas del exterior no son cosa de ahora. Muchas, en particular el forcejeo entre Emiratos Árabes Unidos y Catar, se remontan a la revolución de 2011 que puso fin al régimen de 42 años de Muamar Gadafi.
Durante las revueltas contra Gadafi, EAU y Catar competían por ver quién tenía más influencia. Ambos contaban con sus propias fuerzas especiales en el terreno, que apoyaban a distintas unidades revolucionarias con inteligencia, formación y armamento. En esa época, EAU destinaba casi todo su apoyo a las milicias de la localidad montañosa occidental de Zintan. El año pasado, estas milicias tejieron sólidas alianzas con la Operación Dignidad del general Jalifa Haftar, contra los grupos armados de Misrata, amazigs (o bereberes) y con tendencias islamistas que componen la alianza Amanecer de Libia, dominante al oeste del país. EAU también acoge a varias figuras políticas y empresariales hostiles a los Hermanos Musulmanes y aliadas de la Operación Dignidad (Karama), entre ellos Mahmud Yibril, presidente de la Alianza de Fuerzas Nacionales (NFA), el principal rival político de los Hermanos Musulmanes, y Aref Ali Nayed, embajador libio en Abu Dabi deseoso de ocupar un alto cargo en su país.
En la batalla por el aeropuerto internacional de Trípoli en el verano de 2014 –una lucha que tenía más que ver con el equilibrio de poder de las milicias en la capital– EAU, con la ayuda de Egipto, atacó por aire posiciones de los milicianos de Misrata en la ciudad. Estos ataques no sirvieron, sin embargo, para detener el avance de lo que se llamó alianza Amanecer Libio, que no solo dirigía a las milicias de Zintan que controlaban el aeropuerto desde agosto de 2011, sino que también se convirtió en el poder principal en Trípoli, partidaria de establecer en la capital una administración autoproclamada, frente al gobierno internacionalmente reconocido de Abdullah Al Thinni, que huyó al este del país. EAU sigue suministrando armamento a las fuerzas de Jalifa Haftar, el cual muestran orgullosas en las redes sociales. Catar, por su parte, se comprometió en 2011 con personas y facciones muy variadas del bando revolucionario. Los gobernantes cataríes, a menudo acusados de favorecer a los islamistas en la revuelta, aducen que apoyaron a figuras de todo el espectro político, incluidos los considerados más liberales. Mahmud Yibril, de la Alianza de Fuerzas Nacionales, por ejemplo, pasó buena parte de 2011 en Doha. No obstante, ese año gran parte del material de Catar pasó por la red de revolucionarios impregnados de islamismo que se agruparon en torno al imán de Doha, Alí Sallabi, antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes, cuya ideología sigue siendo cercana a la organización, incluyendo a su hermano Ismail, más radical, y a exmiembros del desaparecido Grupo Islámico Combatiente Libio. Los gobernantes de Catar argumentan que era más por conveniencia que por ideología.
“Eran quienes organizaban las cosas en la línea de frente”, afirma una fuente catarí. “Era lógico tratar con ellos”. Después de 2011, se extendió la idea, alimentada por medios antiislamistas en Libia, de que Catar había apoyado deliberadamente a dichos grupos como parte de un proyecto islamista más ambicioso, algo que los funcionarios del país intentaron en vano negar. “Catar salió escaldado”, declara un diplomático occidental. “Esa percepción era muy difícil de eliminar”. Ahora bien, sí es cierto que los cataríes mantuvieron contacto con algunos interlocutores, entre ellos Ali Sallabi, aunque a lo largo del año pasado las relaciones entre él y Doha se han enfriado. Los vínculos que Catar forjó con destacados representantes de Misrata en 2011 también han resultado ser clave en 2014 y 2015, a pesar de las tensiones, sobre todo cuando Doha empezó a abogar por un acuerdo político que pusiera fin al conflicto. Catar ha sido acusado de apoyar a facciones de Amanecer Libio, con la convicción de que se enviaban armas y dinero desde el aeropuerto libio de Mitiga, controlado por milicias islamistas.
Estas acusaciones son fundamentales en el discurso de Operación Dignidad. Haftar también ha denunciado que Turquía hacer llegar armas a sus enemigos. En junio de 2014, apenas un mes después de su ofensiva, Haftar exigió la salida en 48 horas de todos los ciudadanos turcos y cataríes del Este de Libia, declarando que “quienes tienen pasaporte catarí o turco son agentes de la inteligencia y consultores que apoyan a las fuerzas islamistas”. Más tarde, el jefe de las fuerzas aéreas de Haftar amenazaba con derribar cualquier avión turco en cielo libio, lo que llevó a Turkish Airlines a cancelar todos sus vuelos al país.
La influencia egipcia
Desde 2011, EAU y Catar han interferido en Libia a varios niveles, pero ninguno de ellos ha proyectado una sombra tan amplia en la transición del país durante los dos últimos años como Egipto. En julio de 2013, el derrocamiento militar del primer presidente de Egipto elegido democráticamente, Mohamed Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, tuvo un impacto en Libia que aún hoy sigue acusándose.
Algunos miembros del vaciado estamento militar del país, así como activistas antiislamistas y de las milicias, no ocultan su deseo de que los acontecimientos se desarrollen de modo parecido en Libia. Varios de ellos ven en Haftar a su hombre fuerte militar, el equivalente libio al presidente egipcio Abdel Fattah al Sisi. Tras lo que el gobierno tildó de intento de golpe de Estado en febrero de 2014, Haftar congregó a una serie variopinta de unidades militares descontentas, así como milicias tribales y federalistas de la Libia oriental, para lanzar la Operación Dignidad, que él calificó de “guerra contra el terrorismo”, aunque estaba claro desde el principio que el general también contaba con un programa político. Jalifa Haftar y su círculo cercano cortejaron al apoyo egipcio desde el principio, aprovechando el miedo del Cairo a que los extremistas enviaran armas y combatientes a través de la frontera con Libia. En un momento dado, el general hizo un llamamiento al Cairo para que emprendiera “todas las acciones militares necesarias en Libia” para proteger sus fronteras. Destacadas figuras de Operación Dignidad, entre ellos el jefe de las fuerzas aéreas del general Haftar, se habían jactado públicamente de haber recibido municiones y material militar de Egipto, a pesar del embargo armamentístico de la ONU en vigor desde 2011.
Las fuerzas especiales egipcias han llevado a cabo operaciones en el terreno en el este de Libia. En febrero de 2015, las fuerzas aéreas egipcias hicieron incursiones en la ciudad oriental de Derna, un nido de extremistas, después de que combatientes del grupo Estado Islámico decapitasen a 21 egipcios en Sirte, localidad situada a cientos de kilómetros al oeste. Tras los ataques, Al Sisi solicitó, sin éxito, la aprobación de Naciones Unidas para intervenir militarmente en Libia. El apoyo del Cairo al Parlamento electo, conocido como Cámara de Representantes, en la ciudad oriental de Tobruk, próxima a la frontera con Egipto, también ha estrechado posiciones en esa zona, hasta el punto de que un diplomático europeo describió Tobruk como “zona de influencia egipcia en Libia”. Muchos miembros del Parlamento y del gobierno internacionalmente reconocido del primer ministro Abdullah al Thini pasan largas temporadas en Egipto. El Cairo alberga a algunos de los medios de comunicación que defienden con uñas y dientes el movimiento Dignidad, entre ellos, Karama (Dignidad) TV y Libya Awalan, propiedad de Hassan Tatanaki, magnate libio y vehemente antiislamista considerado un actor clave en el bando oriental.
No obstante, desde principios de 2015, hay indicios crecientes de que la simpatía egipcia por Jalifa Haftar se ha enfriado, por la incapacidad del general de hacerse con el control de Bengasi, la segunda ciudad libia y el núcleo de su ofensiva. Los enfrentamientos en la ciudad continuan, y el grupo Estado Islámico ha aprovechado el caos para introducirse en ciertos distritos dominados por fuerzas contrarias a Dignidad. Entretanto, la alianza Dignidad se ha fracturado considerablemente. Algunos observadores egipcios creen que la incompetencia y la precaria estrategia de Haftar pueden haber agravado la amenaza extremista para El Cairo, en lugar de atenuarla. Aunque no ha abandonado del todo al general, Egipto ha empezado a tender la mano a redes tribales del este de Libia, una alternativa de intentar garantizar la seguridad. Desde la primavera de 2015, existe un cansancio creciente por la guerra. Esto, junto al hecho de que varios actores se han dado cuenta de la imposibilidad de una solución militar, ha desembocado en un mayor apoyo a un acuerdo para poner fin a la lucha por el poder político.
También hay indicios de que actores externos, como Egipto y Emiratos Árabes Unidos, tan convencidos en 2014 de que sus aliados libios acabarían imponiéndose, han empezado a aceptar que ciertos discursos –especialmente la división islamista versus secular–, que podrían encajar en otros casos, no lo hacían en la compleja realidad libia. Los cambios regionales, como el acercamiento entre Catar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, han mejorado las relaciones entre Doha y El Cairo. Mientras avanzaba el proceso de diálogo impulsado por el enviado de la ONU, Bernardino León, el deshielo entre Catar y Emiratos Árabes Unidos condujo a conversaciones extraoficiales para acercar posiciones sobre Libia. Si el proceso de la ONU llega a buen puerto y acaba en la formación de un gobierno de unidad, es posible que estos actores externos tengan un papel más útil en el encarrilamiento de la transición de Libia. Si fracasa, no puede descartarse la probabilidad de que dichos actores regresen a sus antiguas posiciones, armando y financiando la infinidad de facciones libias en guerra.