La revolución: factor de convergencia de unas economías del Magreb dubitativas
El Magreb se caracteriza por dos modelos de crecimiento: uno impulsado por las exportaciones de bienes y servicios (Marruecos, Túnez), otro por el gasto público interno (Argelia).
Ihsane el Kadi
El estallido de lo que iba a convertirse en la revolución tunecina y luego árabe, se produjo el 17 de diciembre de 2010 en Sidi Buzid, cuando los países del Magreb central se encontraban en una fase de recuperación económica pendiente de confirmación. Marruecos superó en 2010 la bajada del 27% de sus exportaciones en 2009 y logró que aumentaran sus calificaciones de Standard & Poor’s; Argelia ha vuelto a obtener, gracias a la subida de los precios del petróleo en el segundo semestre de 2010, unos ingresos iguales a los faraónicos gastos públicos comprometidos; y Túnez parecía resistir bien el estancamiento de la demanda de la Unión Europea (UE), su mercado principal, al lograr una tasa de crecimiento del 4% desde 2010. Ninguno de los tres países había entrado en recesión en 2009 en la estela de la onda expansiva de la crisis financiera mundial.
La bajada general del comercio mundial, de los flujos turísticos, de las remesas de los inmigrantes y el estancamiento de la demanda energética mundial han hecho que 2009 sea un año flojo con respecto a la tendencia media del crecimiento (4,1%) en la región durante los últimos cinco años. La palabra crisis no ha aparecido en ninguno de los tres países. Sin embargo, desde principios de año, la revolución se desencadenó en Túnez y los disturbios sacudieron Argelia y una parte del norte de Marruecos. El bache de 2009 y la precaria recuperación de 2010 anunciaban los límites de los dos modelos de crecimiento vigentes en el Magreb, uno impulsado por las exportaciones de bienes y servicios (Marruecos, Túnez), y otro sostenido por el gasto público interno (Argelia).
El terremoto revolucionario va bien encaminado a corregir ambos modelos: un mayor crecimiento a través de la oferta de las empresas en Argelia y un mayor contenido social y equilibrio regional en el crecimiento en Túnez y en Marruecos. Mientras tanto, habrá que hacer frente a las urgencias de las finanzas públicas que se han vuelto más inciertas en Túnez y Marruecos. Argelia se mantiene a salvo, en 2011 y probablemente también en 2012, gracias al encarecimiento del precio del crudo.
Un programa revolucionario con tres fases evolutivas en Túnez
El nuevo gobernador del Banco de Túnez, Mustapha Nabli, durante las reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial en Washington de mediados de abril de 2011, resumió la experiencia económica tunecina con una fórmula práctica: “No hay que desechar todo lo que se ha hecho en Túnez en lo que respecta a política económica. Esto tendría que haber dado lugar a un índice de crecimiento medio del 8% en los 10 últimos años. Los tres o cuatro puntos que han faltado se deben a un modelo de sistema de gobierno que no era ético”.
Por tanto, la primera “corrección” de la revolución democrática está ahí: hay que recuperar la creación de riqueza de la que se apropió el clan Ben Ali-Trabelsi y hay que modificar su distribución social y geográfica en el país. El exdirector general del FMI, Dominique Strauss- Kahn, señaló, en esa misma ocasión, los errores de apreciación de su institución que no prestó la suficiente atención al “crecimiento sin empleo” y a las “desigualdades sociales generadas por una mala distribución de los ingresos”. En Túnez, los movimientos sindicales y populares no han esperado ese mea culpa furtivo para iniciar la redistribución de la renta nacional. Los colectivos de trabajadores, desde la función pública hasta el sector económico público y privado, generalmente apoyados por la UGTT, se han adueñado de la nueva situación política para modificar a su favor –expulsando a los responsables y obteniendo aumentos salariales– la relación de fuerzas dentro de sus organismos, empresas y sectores.
La segunda corrección evidente, en opinión de la mitad de los economistas tunecinos consultados en un estudio, es la del modelo de inserción de la economía tunecina en el plano internacional. El grueso del valor añadido “se entrega” a los socios extranjeros. En la estrategia de los sectores que reciben las inversiones extranjeras directas (IED) sigue prevaleciendo demasiado el factor del coste del trabajo. El nuevo modelo propuesto sugiere “un planteamiento participativo cuyo objetivo principal sea garantizar un importante valor añadido en lo relativo a la transferencia tecnológica y un nivel de inversión muy elevado, especialmente en los sectores innovadores”. Por último, la revolución del 14 de enero supuso otra corrección del capitalismo tunecino. Concierne al desarrollo de las regiones este y sur (Sidi Buzid, Kaserine, Le Kef y Gafsa, entre otras), que provocaron la insurrección y luego volvieron a Túnez capital en febrero para hacer caer al gobierno de Mohamed Ghanuchi, demasiado marcado, debido a la identidad de su primer ministro, por el sello de la continuidad del sistema Ben Ali.
Los gastos del Estado son los principales impulsores del reequilibrio regional: infraestructuras, ordenación del territorio, formación, fomento de la inversión y ayudas directas a los sectores locales. Ningún gobierno, ni siquiera con la legitimidad refrendada por las urnas después de octubre, podrá ignorar este programa de recuperación. La revolución tunecina tiene su programa de cambios económicos y sociales. Falta financiarla.
¿Financiaciones multilaterales para apoyar qué cambio?
La explosión de demandas sociales que ha liberado la conquista democrática ha coincidido en Túnez con una bajada de los ingresos del Estado y de las empresas durante el primer trimestre. Es el escenario más explosivo en cualquier proceso revolucionario. El economista Mahmud ben Romdhane lo califica como el momento decisivo “de la fase de demolición de lo antiguo antes de la reconstrucción de lo nuevo”, paradigma de la economía y de la sociedad. Un territorio en proceso de transformación donde “ya no está” la coherencia del orden de Ben Ali, mientras que las ventajas de la liberación de las energías populares y de la iniciativa económica previstas por la revolución “todavía no han llegado”.
El Banco Central Tunecino admitía en un encuentro con empresarios el 5 de mayo que “las intenciones de realizar inversiones industriales han acusado una clara disminución, sobre todo en los proyectos dirigidos a la exportación”. Las exportaciones no se desplomaron durante el primer trimestre de 2011, pero el rendimiento del sector turístico descendió entre un 45% y un 55%; los movimientos de los turistas se redujeron en un 25%; y las actividades del sector minero y de los fosfatos, en un 2,5%. Las remesas también registraron una caída del 12,5%. En consecuencia, el déficit corriente de la balanza de pagos era del 2,5% a finales de abril. Las reservas de divisas, cerca de 4.000 millones de dólares, correspondían a 136 días de importación a fecha de 28 de marzo de 2011, frente a 147 días a finales de 2010.
Todavía no hay nada catastrófico en estos indicadores, con la condición de que se restablezcan los flujos habituales “en un plazo de tiempo razonable” en el caso del turismo y de las remesas y que se reactiven los ingresos de las exportaciones de bienes manufacturados y de productos primarios. Ese “plazo de tiempo razonable” depende de la dirección política de la revolución. El economista Hakim ben Hamuda ha hecho público un pronóstico según el cual en 2012 se volverá al nivel de actividad de 2010, con un tasa de crecimiento, en el mejor de los casos, del 4,5%. Los anuncios del G-8 en Deauville confirman esta previsión. Las finanzas públicas tunecinas recibirán un considerable apoyo en esta fase de “demolición-reconstrucción”, pero condicionado. El cambio de modelo de crecimiento no se observa necesariamente de la misma manera en Túnez y en la 19ª Avenida de Washington.
El nuevo modelo tunecino, más exigente en materia de transferencias sociales, más ambicioso en cuanto al valor añadido tecnológico para el capital nacional y que destina un mayor presupuesto para extender el desarrollo en las regiones, deberá negociar con los prestamistas de fondos y, preferentemente, no debería depender mucho de ellos. En abril, John Lipsky, actualmente director general en funciones del FMI, recordó ante la prensa mundial la ortodoxia del lugar: “Por supuesto que se fomentan las políticas de subvenciones a los productos básicos en situaciones como las de las actuales revoluciones árabes, pero básicamente, deben circunscribirse a estos periodos excepcionales”.
Argelia-Marruecos, presiones parecidas, respuestas asimétricas
Argelia y Marruecos han sufrido el mismo movimiento tectónico que Túnez, pero con una incidencia económica diferente. Los disturbios populares del 4 al 9 de enero en Argelia anunciaron, antes incluso de la caída de Ben Ali, el final de la política económica “aislacionista” emprendida por Argel desde diciembre de 2008. En Marruecos, la existencia de espacios para las libertades públicas ha protegido a la monarquía de un escenario radical a la tunecina. Pero el modelo económico, parecido al de Túnez, vuelve a estar en tela de juicio tras el 14 de enero. Los disturbios de Alhucemas en el Rif recordaron que la política de recuperación en las regiones resulta insuficiente. Las grandes manifestaciones políticas y sociales a partir del 20 de febrero confirmaron la escasa capacidad de integración social del modelo marroquí.
En ambos casos, las primeras medidas adoptadas son presupuestarias, con un evidente desfase de escala entre las finanzas públicas de los dos países. Marruecos ha sufrido las consecuencias tunecinas sin la empatía del mundo por la revolución del Jazmín. El atentado de Marrakech afecta a unos sectores, turismo y construcción de viviendas vacacionales, que representan el 10% del PIB marroquí y debían generar un millón de empleos y 13.500 millones de euros en ingresos con el plan 2011-20. Después de la crisis mundial que afectó al país en 2009, el año 2011 es un año difícil con un efecto tijera peligroso entre la bajada de los ingresos en divisas relacionados con el estancamiento del turismo y el incremento de la factura de las importaciones con el repunte de los precios del petróleo.
El margen de maniobra económico marroquí es estrecho. El déficit presupuestario se ha disparado hasta un nivel histórico (unos 2.640 millones de euros) y pone al gobierno en situación de transgredir en cierta medida los preceptos más rigurosos de la estabilidad macrofinanciera que han distinguido unánimemente durante más de 10 años a Marruecos y Túnez. Por esas razones, la respuesta mediante la reforma política avanza más rápido en Marruecos que en Argelia. La aparición todavía caótica de un modelo más abierto y, por tanto, en el que las clases populares pueden asegurarse una representatividad mejor, constituye en sí una gran reforma económica sin coste alguno. Marruecos debería reducir la rigidez estructural del modelo poco redistribuitivo, moderar los privilegios de las élites poseedoras y consolidar las clases medias. El programa económico marroquí es casi puramente político. En Argelia, el presidente Abdelaziz Buteflika ha solucionado lo más urgente mediante un incremento del gasto público.
Ha renunciado al control de la economía informal que pretendía ejercer convirtiendo el cheque en obligatorio en todas las transacciones superiores a 5.000 euros (500.000 dinares). Una parte del desempleo de los jóvenes (25%) está atenuado por el comercio ilegal, fomentado por la falta de declaración de las importaciones que hasta ahora se ha tolerado. Ha ampliado las subvenciones de los productos básicos al azúcar y al aceite. Sobre todo, ha lanzado una señal a la sociedad de que el poder político estaba dispuesto a pagar caro el statu quo. Es lo que ha originado en el país una primavera social sin revolución política con más de 1.800 conflictos, huelgas, concentraciones, marchas y disturbios en los cuatro primeros meses del año, todos ellos encaminados a la satisfacción de las reivindicaciones sociales.
El presupuesto de funcionamiento del Estado ha experimentado un aumento del 25% solo con la Ley de Finanzas Complementaria aprobada para la segunda mitad de 2011. En resumen, el erario público argelino gastará 82.000 millones de euros en 2011 (8,2 billones de dinares frente a 6,6 billones en 2010). El gobierno marroquí no tiene esa capacidad de respuesta presupuestaria. Una capacidad que incluso en el caso argelino ha hecho que se encendieran las señales de alarma, ya que solo puede mantenerse en el supuesto de que el precio del barril supere los 100 dólares y si la paridad del dinar se mantiene baja. El gobierno de Ahmed Uyahia abrió el 28 de mayo de 2011 un diálogo con la patronal. El cambio de tono es apreciable. Las autoridades reconocen que el clima de los negocios en Argelia está lejos de ser perfecto.
La concertación se lleva a cabo en las mejores condiciones y supone el surgimiento de una oferta de producción local basada en el sector privado, que se convirtió en el principal creador de empleos en 2010. La revolución árabe, los disturbios de enero y las huelgas de la primavera han acabado por doblegar al dúo Buteflika-Uyahia. En 2009, para luchar contra el aumento de las importaciones (38.800 millones de dólares en 2008), suprimieron la transferencia libre en el pago de las importaciones, el crédito al consumo y añadieron una serie de trabas burocráticas para frenar las importaciones. Al mismo tiempo, la puerta estaba casi cerrada para las IED, con la instauración de la regla del 51-49% para la parte argelina en estas inversiones, así como de otras condiciones favorables para la balanza de divisas en los proyectos propuestos por las IED.
Las empresas argelinas han sufrido grandes perjuicios a causa de estas medidas y la inversión extranjera casi se ha paralizado: cuatro proyectos nuevos en 2010 y solo uno en el primer trimestre de 2011. Por tanto, la inflexión ha producido un cambio en las autoridades argelinas en lo que se refiere al papel de las empresas privadas en la inversión, el empleo y el crecimiento, pero todavía no en lo relativo a las IED. Las trabas empiezan a eliminarse, pero no así la regla del 51-49%. A diferencia del sistema de gobierno marroquí, el de Argel es lento a la hora de reaccionar, consecuencia de la escasa energía para actuar y de la resistencia a reconocer que el rumbo económico “aislacionista y neopatriótico” emprendido desde 2009 fue un error.
El contrabando rediseña el espacio comercial
Puede que la mayor incidencia económica de la Primavera Árabe todavía sea invisible. La revolución en Túnez y la guerra en Libia han restablecido “las antiguas rutas de las caravanas”. Las poblaciones han vuelto a ocupar el interior del territorio histórico. Y con ellas, las mercancías circulan como nunca, más allá de los Estados y de las barreras aduaneras. La región del levante argelino sufre tensiones desde abril por los productos alimenticios básicos y por el carburante. El tráfico transfronterizo ha aumentado considerablemente para aprovisionar al sur de Túnez y el oeste de Libia.
La sémola, productos a base de trigo, aceite y azúcar se venden a los distribuidores tunecinos por precios hasta un 25% más caros que en el mercado argelino. Los tunecinos se encargan de lograr una plusvalía al vender también una parte de los productos de contrabando argelinos en Libia. Ahí están los elementos de un mercado liberalizado para unos productos cuyas subvenciones podría mantener un fondo común magrebí. Argel y Rabat, entre la espada y la pared por las reivindicaciones sociales y democráticas, se han planteado seriamente, por primera vez desde hace años, dejar de lado sus divergencias para reactivar su cooperación económica. La ministra de Energía marroquí, Amina Benjadra, visitó Argelia a finales de febrero de 2011.
Argel se plantea vender más gas natural a su vecino y se muestra más dispuesto – a pesar de que Uyahia descarte hacerlo a corto plazo – a negociar la reapertura de la frontera terrestre cerrada. En 1988 ya se había producido un acercamiento entre los dos países a causa de una crisis económica. La apertura democrática argelina a partir de octubre de ese año aceleró el desarrollo de los intercambios. En 2011, la revolución democrática en el Magreb es el nuevo motor de los intercambios y de la caída de las fronteras.