Un perfil demográfico
Los países árabes están en plena transición demográfica. El peso desproporcionado de los jóvenes en la sociedad y la falta de oportunidades han disparado los conflictos.
David Reher, Miguel Requena
Las recientes revueltas populares, que sacuden la vida política de algunos países árabes, plantean con todo su dramatismo el papel de la demografía en el surgimiento de estos inesperados movimientos sociales de rebelión contra el orden establecido. Desde que en enero prendiera en Túnez la chispa de la revuelta, una oleada de protestas ha estallado de forma súbita e imprevista en Egipto, Libia, Yemen, Bahréin y Siria. Con menor intensidad, otros países como Marruecos, Jordania y Omán se han visto afectados por esta marea de descontento popular contra unos regímenes y unas autoridades que, al parecer, ya no son capaces de satisfacer las aspiraciones de estas poblaciones.
La llamada Primavera árabe constituye, de hecho, la mayor ola de protesta social y política que han conocido estos países desde su independencia y hoy sus consecuencias no son en absoluto desdeñables: las revueltas han conseguido derribar dos regímenes supuestamente bien establecidos en Túnez y Egipto, han provocado una guerra civil de inciertos resultados en Libia, amenazan con forzar cambios radicales en Yemen y Siria y parece que van a obligar a las élites dirigentes a introducir reformas políticas de no poca consideración en otros países. Aunque Occidente se sigue preguntando cuál puede ser el desenlace político final de esta oleada de protestas, lo cierto es que en los países árabes nada volverá a ser como antes.
Demografía y revueltas populares
A la hora de analizar el papel que han podido desempeñar las condiciones demográficas en las recientes revueltas, los estudiosos de las implicaciones políticas de la demografía saben que nunca hay que dar por supuesta una traslación mecánica o directa de unas determinadas condiciones demográficas a unos resultados políticos concretos y bien definidos. En este sentido, la demografía opera, a lo sumo, como condición necesaria, requisito previo o desencadenante, no como determinante último.
Con todo, a lo largo de la historia, dos condiciones demográficas particulares se han convertido una y otra vez en fuentes recurrentes de inestabilidad política y conflictos sociales, con capacidad demostrada para desembocar en revueltas y rebeliones y producir violencia, derrocamiento de regímenes e incluso enfrentamientos bélicos. La primera de esas condiciones se refiere a los cambios de composición étnica de ciertas sociedades y es irrelevante para los problemas que tratamos aquí; la segunda atañe a su estructura de edades y, en particular, al peso desproporcionado de los jóvenes en el conjunto de la población.
La clave para interpretar el sobrepeso de la juventud en las sociedades árabes es la idea de la transición demográfica, un término con el que los demógrafos se refieren al imponente proceso societal de control y reducción de la mortalidad y la fecundidad experimentada por las sociedades modernas y que, con el tiempo, se ha ido difundiendo desde los países desarrollados al resto del mundo hasta convertirse en un fenómeno genuinamente global. Allí donde han tenido lugar, estas transiciones –consideradas una de las transformaciones más importantes de los últimos 100 o 150 años de historia– han desencadenado cambios muy intensos en prácticamente todos los ámbitos de la vida social.
Ello es así hasta el punto de que si sus repercusiones no se tienen en cuenta, resulta imposible entender las sociedades modernas en muchos sentidos. Por su parte, el mundo árabe se encuentra hoy en plena transición demográfica, aunque, naturalmente, queda por ver hasta qué punto su desenlace producirá en países con las peculiaridades histórico-culturales de los Estados árabes el tipo de cambios sociales, económicos y culturales que ya ha originado en los países desarrollados. En todo caso, es indudable que desde el siglo pasado los países árabes han ido haciendo –con importantes diferencias de calendario, intensidad y velocidad– sus particulares transiciones demográficas. En todos ellos se ha producido un proceso intenso de reducción de la mortalidad y la fecundidad, verdaderas piedras angulares de las transiciones.
A partir de mediados del siglo pasado, la mortalidad comenzó a disminuir rápidamente en todas las sociedades árabes, la esperanza de vida aumentó de forma significativa y, en lo que constituye la respuesta típica a ese mayor y mejor control de la mortalidad, en los últimos 45 o 50 años la fecundidad ha caído de forma rápida, hasta el punto que países como Túnez, Líbano y Emiratos Árabes Unidos (EAU) se encuentran ya por debajo del nivel de reemplazo generacional (2,1 hijos por mujer). De acuerdo con las tendencias observadas y con la experiencia de los países demográficamente modernos, muy pronto, incluso en el próximo quinquenio, otros países árabes van a ingresar en el club cada día más numeroso de la baja fecundidad con niveles cercanos o por debajo del nivel clásico de reemplazo generacional. Cabe citar la previsible trayectoria de la fecundidad en Argelia, Marruecos, Bahréin, Kuwait y Qatar.
Perfiles demográficos heterogéneos
Por supuesto, hablar de la demografía de las sociedades árabes como un todo homogéneo es, como mínimo, arriesgado. Los 23 países del norte de África y Oriente Próximo que pertenecen a la Liga Árabe, con una población agregada de casi 360 millones de personas según los datos de World Population Prospects, comparten una cierta identidad lingüística, étnica y religiosa, pero presentan también peculiaridades que los singularizan no solo desde el punto de vista económico, social y político, sino también demográfico. Una forma de abordar esa diversidad demográfica, que se ha demostrado práctica, es construir una clasificación que capte la variedad del dinamismo de los distintos países en este aspecto.
En la medida en que la transición se considera un proceso global, es habitual clasificar a los países en función del momento histórico en que inician la gran transformación demográfica como precursores, seguidores, rezagados y tardíos. Salvo alguna excepción como Qatar, al que se puede incluir entre los seguidores, los países árabes deben clasificarse como rezagados (Argelia, Egipto, Marruecos, Túnez, Bahréin, Irak, Jordania, Kuwait y Líbano) o tardíos (Comores, Yibuti, Libia, Mauritania, Somalia, Sudán, Omán, Arabia Saudí, Siria y Yemen). Pertenecer a la categoría de los rezagados implica haber comenzado la transición entre 1965 y 1975; si el comienzo en un país es posterior a ese decenio, debe clasificarse como tardío.
Por razones históricas de diversa índole, es obvio que el mundo árabe ha demorado mucho el comienzo de su transición demográfica. Sin embargo, no es menos obvio que, con independencia del calendario al que se hayan sometido y del tipo al que pertenezcan, los países árabes han comenzado ya a presentar comportamientos demográficos que podemos considerar modernos. Sus indicadores demográficos básicos así lo ponen de manifiesto. La tasa de fecundidad agregada de los países árabes durante el periodo 2005-10 se puede estimar en torno a los 3,3 hijos por mujer, un valor que sin ser tan reducido como el de las sociedades típicamente postransicionales, se encuentra, sin embargo, muy alejado de los siete hijos por mujer que eran comunes en las décadas centrales del siglo XX.
Como es típico de muchos países rezagados y tardíos, la intensidad del cambio demográfico no solo ha sido muy notable, sino que se ha condensado en un lapso de tiempo relativamente corto si se compara con la experiencia de los países precursores y seguidores. De hecho, la realidad más destacable de la fecundidad ha sido la rapidez de su reciente caída: entre 1990-95 y 2005-10, la fecundidad se ha reducido en más del 40% en seis de los 23 países, y entre un 30% y 40% en otros 10 de estos países. Solo en siete la caída ha sido menor del 30%. En otras palabras, en la gran mayoría de estos países el proceso de reducción de la fecundidad está siendo aceleradísimo. Dicho esto, hay que añadir que el estado actual de la fecundidad en cada país no depende de forma estricta del momento en que dio inicio la transición.
Por ejemplo, países como Túnez o Líbano, que no han sido particularmente precoces en términos de su proceso de transición demográfica, han ingresado ya en un régimen de baja fecundidad; otros, como Libia, aunque empezaron tarde, tienen una fecundidad inferior al promedio del conjunto. Salvo el caso libio, la mayoría de los países de transición tardía (Sudán, Mauritania, Yemen y Somalia) presenta hoy los niveles más altos de fecundidad con tasas de cuatro o más hijos por mujer, al igual que Palestina e Irak, que constituyen casos singulares en razón de su historia reciente y su estado actual. Como en todas las transiciones, el esfuerzo de limitación de la fecundidad desplegado por los países árabes está estrechamente asociado al control que han conseguido ejercer sobre la mortalidad y, en definitiva, a la mejora de la salud de sus poblaciones.
El cambio producido en este terreno es hoy patente a lo largo y ancho del mundo árabe: si a mitad del siglo pasado estos países en su conjunto tenían una esperanza de vida al nacer en torno a los 43 años, en el quinquenio pasado la habían elevado hasta los 69 años. Por tanto, durante dicho periodo, la velocidad del cambio se puede estimar en una ganancia de casi medio año adicional de supervivencia por cada año natural transcurrido. No obstante, el resultado de esa decidida y exitosa batalla en pro de la mejora de la salud y el control de la mortalidad es desigual: son los países del golfo Arábigo –Qatar, Omán, Bahréin, EAU y Kuwait, todos ellos con una alta renta per cápita– los que han alcanzado una mayor esperanza de vida, por encima de los 75 años y equiparable a la de algunos países desarrollados; en cambio, Sudán, Mauritania, Yibuti y Somalia, con niveles de renta muy bajos y una alta y persistente propensión al conflicto, presentan los peores registros (esperanza de vida por debajo de los 58 años).
Hay que añadir que, al igual que sucede con la fecundidad, no se puede establecer una relación perfecta –ni siquiera muy estrecha– entre el comienzo de la transición y el grado actual de control de la mortalidad. Aunque casi todos los países de transición tardía presentan altos niveles relativos de mortalidad, Libia, Arabia Saudí, Siria y, sobre todo, Omán constituyen importantes excepciones, pues han avanzado más en este terreno que los países que comenzaron con ellos la transición. Todas las transiciones demográficas conducen en el medio y largo plazo al envejecimiento de la población y ese será, sin duda, el destino al que se verá abocado el mundo árabe. Sin embargo, antes de que estos países comiencen a dar señales de envejecimiento, el efecto inicial de la intensa caída de la mortalidad es que las edades jóvenes adquieren mucho peso en la estructura de edades de sus poblaciones.
Ello se debe a que una parte importante de la reducción de la mortalidad es, en realidad, reducción de la mortalidad infantil. En el contexto de las transiciones, las generaciones nuevas son ciertamente cada vez menos numerosas, pero también mucho más longevas. Eso significa que, al moverse a lo largo de su propio ciclo vital, unas cohortes que no han sido diezmadas por la mortalidad infantil y que se van convirtiendo en jóvenes terminan conviviendo, por una parte, con unas generaciones de niños más reducidas (debido al esfuerzo creciente y continuado de control de la fecundidad) y, por otra, con unas generaciones adultas y ancianas aún no excesivamente pobladas (pues todavía no han experimentado todos los beneficios del control de la mortalidad).
Este efecto se encuentra muy acentuado en esta región debido a que la caída de la mortalidad se inició mucho antes que la caída de la fecundidad –en muchos casos más de tres décadas– con la consiguiente aceleración en el crecimiento de la población, sobre todo la de jóvenes. Solo paulatinamente, a lo largo del propio proceso de transición, las condiciones que representan los jóvenes se van desplazando a lo largo de las edades para convertirse en pautas que terminan por caracterizar a las sociedades en su conjunto. Así, la masiva presencia social de la juventud cobra plena realidad.
Edad mediana como indicador social
Una forma muy elocuente de sintetizar la estructura de edades de una población es observar su edad mediana, la edad por debajo de la cual se encuentra la mitad de la población. La edad mediana del conjunto de los países árabes en 2010 es 23 años. Dicho de otro modo, el 50% de la población actual de los países árabes aún no ha cumplido los 23 años. Se advierte el significado de este dato cuando se compara, por ejemplo, con la edad mediana de un país demográficamente precursor como España, que es 40 años. De hecho, en la España de 2010 solo menos de una cuarta parte de la población (23% frente al 50% árabe) tiene menos de 23 años.
De nuevo, encontramos diferencias notables entre países. En general, los países del golfo Arábigo con una alta esperanza de vida como EAU, Kuwait, Qatar o Bahréin son menos jóvenes que los países con más baja esperanza de vida como Somalia, Yemen, Sudán o Mauritania. Ahora bien, la relación entre esperanza de vida y edad mediana no es perfecta, porque en esta última incide también la fecundidad reciente. Palestina, por ejemplo, tiene una esperanza de vida relativamente alta (73 años) con una población relativamente joven (edad mediana de 17,6) y una tasa de fecundidad relativamente alta (cinco hijos por mujer). Estos datos sobre la estructura de edades de los países árabes indican que en todos ellos existen bolsas de población joven de un muy apreciable tamaño en comparación, por ejemplo, con lo que es común en las poblaciones avanzadas, mucho más envejecidas.
Para comprobar el peso de los jóvenes en estas sociedades basta con examinar la proporción de su población que tiene entre 15 y 24 años de edad, un indicador correlacionado en cierta medida con la edad mediana. En torno a una de cada cinco personas en el conjunto de los países árabes tenía en 2010 entre 15 y 24 años. De nuevo, la importancia de esta proporción se pone de manifiesto al compararla con la equivalente de la población española en la misma fecha, que es solo un 10%. La importancia de este grupo de edad puede crear presiones importantes sobre el mercado laboral y derivar en problemas de empleo estable, sobre todo en aquellas naciones cuyas economías no están en condiciones de absorber grandes contingentes de inmigrantes para atender a economías en rápida expansión. De hecho, la tasa de crecimiento quinquenal del grupo de edad de 15-24 muestra una continuada presión en este sentido.
En 2010 en toda la región este crecimiento seguía siendo en torno al 5%, aunque en algunos de los países era muy superior: Yemen (18%), Sudán y Somalia (13-14%) y Palestina (21%). No obstante, también es cierto que en otros muchos países, el crecimiento de este grupo de edad es ya muy bajo e incluso negativo (Argelia, Egipto, Túnez, Marruecos o Líbano). En cualquier caso, los vientos de cambio son muy apreciables. En la región, el crecimiento de este grupo de edad era muy superior en los años noventa (15-17% quinquenal) de lo que es ahora (5%). Además, en algunos años, este proceso de reducción en la importancia de los jóvenes se acelerará. Esta afirmación se basa en dos hechos contrastados. Primero, en la actualidad el grupo de edad 5-14 es solo un 8% mayor que el de 15-24, mientras que hace 20 años era entre un 25% y 30% mayor. Segundo, en muchos países de la región, en particular los del norte de África, el número anual de nacimientos ha dejado de crecer y en muchos casos ya está en franco declive.
Mercados laborales y descontento juvenil
De todo lo dicho cabe extraer dos conclusiones. Primero, existe una importante presión demográfica sobre el mercado de trabajo que afecta sobre todo a jóvenes y es especialmente visible en países como Palestina o Yemen. Segundo, dentro de poco, esta presión se aliviará de manera considerable y en algunos países (Líbano y varios países del norte de África) los mercados laborales empezarán a notar la reducción progresiva de la oferta de trabajo. Esto anuncia una situación diferente para el conjunto de la región, relacionada con la forma en que está viviendo su propia transición demográfica.
En todo caso, la existencia de esas grandes bolsas de jóvenes no debe ocultar la variedad entre los distintos países. Por lo dicho hasta ahora, no sorprenderá saber que en algunos países del golfo Arábigo como EAU, Bahréin, Kuwait y Qatar, el peso demográfico de los jóvenes está por debajo del promedio del mundo árabe, mientras que Yemen lo supera. Es asimismo interesante apuntar que, dada la fase de transición en la que se encuentran estas poblaciones, el peso de la población joven se ha mantenido más o menos estable en los últimos años. Solo en algunos países del Golfo –que podemos considerar en una fase más avanzada de la transición demográfica– se puede apreciar que los jóvenes han comenzado a perder entidad demográfica en las dos o tres últimas décadas.
Tal es el caso de EAU y Kuwait, cuyos indicadores de estructura de edades comienzan a trasmitir la realidad del envejecimiento de sus poblaciones, aunque ello puede deberse en parte a que se trata de países receptores netos de inmigración y de que, en algún caso, como el de EAU y Qatar, los inmigrantes han adquirido un peso extraordinario. En todo el mundo árabe el peso demográfico de los jóvenes es muy acusado. Es casi seguro que ese gran peso demográfico de la juventud no se corresponde con su escaso peso social o político, por no hablar de la sistemática falta de oportunidades económicas asociadas a unas tasas de desempleo persistentemente altas. Estos últimos meses hemos tenido ocasión de comprobar, desde Túnez y Egipto hasta Libia y Siria, que ciertas condiciones demográficas encierran la semilla de formidables conflictos políticos, potencialmente muy explosivos y con una imprevista capacidad de desestabilizar los regímenes en los que se producen, derrocarlos o provocar conflictos bélicos.
La mera existencia de estos factores demográficos no implica que la posible insatisfacción de amplios segmentos sociales se traduzca de forma automática en rebelión política. Pero, a tenor de lo que está ocurriendo en el mundo árabe, parece claro que la explosión de las revueltas es más probable cuando esas voluminosas bolsas de jóvenes han aumentado sus niveles educativos, se sienten frustradas por la falta de oportunidades económicas para mejorar sus condiciones materiales de vida y se pueden comunicar y organizar fácilmente por medio de las modernas tecnologías electrónicas.
Por último, la existencia de grandes contingentes de jóvenes descontentos es también un factor que puede seguir promoviendo, como ha sucedido estos últimos años, movimientos migratorios de cierta intensidad que, hasta ahora, se han dirigido bien a los países europeos de la ribera norte mediterránea, como Francia, España e Italia, bien a otros países árabes del Golfo, a los que su escasa población somete a severas restricciones de mano de obra.