La mediación imposible de Estados Unidos en el conflicto palestino-israelí

Poderoso, débil y parcial, Washington ha perdido capacidad y legitimidad para resolver los conflictos que asolan la región.

Mariano Aguirre

Es un lugar común afirmar que sin el liderazgo de Estados Unidos no será posible alcanzar la paz entre israelíes y palestinos. Tanto israelíes favorables a la solución de los dos Estados, como miembros de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), sionistas liberales en EE UU o europeos bien intencionados, todos repiten que sin Washington no se puede lograr una negociación. La historia y las razones de la actuación de EE UU en este conflicto, la autonomía que ha alcanzado Israel, junto con el apoyo irrestricto que Washington le provee, la inhibición política europea y las divisiones e intereses en el mundo árabe van en contra de esa verdad aparente.

Mientras se espera que EE UU sea un mediador imparcial, el conflicto se torna más difícil de resolver, y la diplomacia internacional queda atrapada en una inercia que beneficia a la ocupación israelí. Recientemente el nuevo gobierno sueco prometió reconocer el Estado palestino, el Parlamento británico votó en favor de ese reconocimiento y el gobierno francés ha insinuado que podría ir en la misma dirección. También hay rumores de que antes de dejar la Casa Blanca, el presidente Barack Obama haría un último intento de presentar un marco de negociación ante las Naciones Unidas. Pese a la importancia simbólica de estas reales o posibles iniciativas, ninguna de ellas afectará a la ocupación del territorio palestino.

La reciente guerra de Gaza y las manifestaciones de miembros del gobierno israelí, incluyendo el primer ministro Benjamin Netanyahu, indican que no tienen ningún interés en negociar una solución de dos Estados. Israel se siente suficientemente seguro económica, política y militarmente como para no ceder a presiones. Parte de la seguridad israelí proviene del contexto internacional. Pese a que más de 100 países han reconocido al Estado palestino, las resistencias en el Consejo de Seguridad de la ONU impiden que esos reconocimientos conduzcan al nacimiento del Estado. Rusia y China tienen políticas exteriores conservadoras en lo que se refiere a apoyar nuevos Estados y no quieren precedentes que puedan afectar a sus territorios. Al mismo tiempo, ambos tienen crecientes acuerdos económicos y militares con Israel.

Los europeos han asumido una posición secundaria, financiando parte de los costes de la ocupación, rebajando su papel político y presionando levemente a Israel pero manteniendo ventajas comerciales y diplomáticas. EE UU continúa presentándose como el único mediador posible entre ambas partes pero en realidad actúa, en palabras del exdiplomático estadounidense Aaron David Miller, más como un “abogado de Israel”.

Negociar como excusa

Los colonialismos francés y británico crearon en gran medida la situación actual en Oriente Medio. El abandono de Palestina por parte de Londres y su apoyo al sionismo sentaron los pilares de la situación actual. EE UU tomó el reemplazo poscolonial a partir del final de la Segunda Guerra mundial y edificó una estrategia regional con Arabia Saudi e Israel (e Irán hasta 1979). Esta alianza se basó en intereses económicos (estabilidad regional para que EE UU y sus aliados accediesen a los recursos energéticos), financieros (reciclaje de los fondos que obtenían los saudíes y las monarquías del Golfo hacia bancos e inversiones occidentales), estratégicos (hegemonía egipcia en la región y dotar a Israel con disuasión nuclear), políticos (dominación israelí sobre los palestinos y de los gobiernos autoritarios egipcios sobre su propia sociedad) y geopolíticos (apoyo de Washington a Israel para contener a la antigua URSS y apoyo a gobiernos árabes).

Durante décadas los sucesivos gobiernos de EE UU han mantenido que la única vía para la creación de un Estado palestino son las negociaciones. Esta ha sido una excusa para no respetar las resoluciones de las Naciones Unidas y los Acuerdos de Oslo (1994), y proveer a Israel de protección contra las críticas y eventuales sanciones del sistema multilateral. A la vez, Israel bloquea de forma sistemática todo intento negociador y continúa la colonización de los territorios ocupados en 1967 creando una denominada “realidad basada en los hechos” que imposibilita la existencia de dos Estados. Israel se presenta como un negociador bien dispuesto pero, o bien da pasos atrás o exige condiciones inaceptables, como indican diversos testigos y miembros de las negociaciones.

La política de colonización a través de asentamientos va acompañada de una compleja arquitectura institucional de ocupación (represión, controles administrativos y militares discriminatorios; marginación, desplazamientos de población, destrucción de viviendas y de estructuras laborales) y una elaboración de discursos y dictámenes que contravienen el Derecho Internacional y las resoluciones de las Naciones Unidas sobre este conflicto, pero que dan apariencia de legalidad. Esta triple estrategia de progresiva ocupación de territorio, destrucción de los medios de vida de los palestinos y supuesta legitimación legal distorsiona la realidad y construye una paralela.

Es cada vez más frecuente en medios israelíes (y de Estados Unidos) escuchar que los verdaderos ocupantes de Cisjordania, Jerusalén y Gaza, que gran parte de los israelíes consideran suyo por derecho divino y otra parte por haberlo conquistado a un pueblo que no tenía Estado, son los palestinos. La política oficial de EE UU es vetar las iniciativas palestinas para crear el Estado –bien sea el reconocimiento o todo paso que le otorgue legitimidad para actuar como un Estado, por ejemplo, solicitar el acceso al Tratado de Roma que rige la Corte Penal Internacional.

Por otro lado, critica a Israel cuando crea nuevos asentamientos en los territorios palestinos. La diferencia es que sobre la Autoridad Palestina pende la amenaza de cortarle los fondos para su supervivencia (especialmente los salarios para funcionarios), mientras que Israel no recibe ninguna presión económica o politica. De esta forma, en nombre del principio de alcanzar la paz únicamente a través de negociaciones se viola el principio de la Carta de Naciones Unidas de no poder adquirir territorio mediante el uso de la fuerza a la vez que se permite a Israel proseguir con su política de hechos consumados.

Una asentada tradición

Estados Unidos ha desarrollado una estrecha relación económica, diplomática y de asistencia militar con Israel. Washington transfiere más de 3.000 millones dólares de ayuda financiera y militar al año. Según el Congressional Research Service, Israel es el principal país receptor de ayuda extranjera de EE UU con una asistencia bilateral acumulada de 121.000 millones de dólares desde su creación en 1948. Esta ayuda ha ido acompañada de incondicionalidad política, con excepciones durante la presidencia de James Carter (1977-81) y la primera presidencia de Obama (2009-2013).

En un reciente libro del historiador y exmilitar israelí Ahron Bregman (Cursed Victory. A History of Israel and the Occupied Territories, Allen Lane, London, 2014. Edición en español en Cátedra) basado en material desclasificado, se describe la estrecha interrelación entre EE UU e Israel. A modo de ejemplo, Bregman describe que en el contexto de las negociaciones entre Israel y Egipto entre 1973 y 1975, con la mediación de Washington, el gobierno israelí obtuvo extraordinarias garantías de defensa indefinidas en el tiempo por parte de EE UU además de una carta secreta negociada por el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger.

En esa carta EE UU se comprometió a no negociar con la OLP ninguna iniciativa “que Israel considerara insatisfactoria”. El apoyo de EE UU permite a Israel una gran impunidad para violar las resoluciones de Naciones Unidas o el Derecho Internacional Humanitario sin temor a sanciones. Desde 1968, Israel ha violado 32 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, según un estudio de Stephen Zunes, de la Universidad de San Francisco. La lógica de los gobiernos de EE UU es obviar el Derecho Internacional y las Naciones Unidas en favor de negociaciones políticas. Por ejemplo, cuando en 2011 todos los miembros del Consejo de Seguridad votaron a favor de una congelación de la política israelí de asentamientos, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, explicó que EE UU se opone a los asentamientos pero que ha expresado “consistentemente durante muchos años que el Consejo de Seguridad, y las resoluciones que de él emanan, no constituyen el mejor instrumento para alcanzar ese objetivo”.

Igualmente, durante la reciente guerra de Gaza, Estados Unidos bloqueó todas las iniciativas presentadas en Naciones Unidas relacionadas con las violaciones de Israel del Derecho Internacional Humanitario. En Broker of Deceit (Beacon Press, Boston, 2013) Rashid Khalidi presenta numerosas evidencias sobre cómo Washington ha minado las posibilidades de alcanzar la paz entre israelíes y palestinos basadas en documentos hasta ahora clasificados.

Este académico de la Universidad de Columbia presenta las líneas de continuidad, especialmente en las negociaciones de 1982 para implementar los artículos sobre palestinos del acuerdo de Camp David de 1978, en las negociaciones entre israelíes y palestinos que siguieron a la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, y los intentos del presidente Obama. En todos los casos, los derechos de los palestinos, tanto a la autodeterminación, como los que les amparan bajo un régimen de ocupación militar, fueron ignorados.

Falta de legitimación

El intento de Obama en los dos primeros años de su presidencia terminó en fracaso, al igual que la reciente iniciativa del secretario de Estado, John Kerry. Obama propuso la creación de un Estado palestino y tomar las fronteras de 1967 (con modificaciones para que Israel incluyese grandes asentamientos en su territorio) de acuerdo con la Resolución 242 de las Naciones Unidas. Su propuesta era moderada y limitada ya que dejaba fuera la discusión sobre el estatus de Jerusalén y el retorno de los refugiados palestinos de 1948 y 1967.

Aun así, recibió una dura presión y desafíos por parte del gobierno israelí, el Partido Republicano, parte del Partido Demócrata, algunos miembros de su propio equipo (como el diplomático Dennis Ross que combatió al prestigioso senador George Mitchell, que era rechazado por Israel, hasta llevarlo a la renuncia), y el denominado lobby judío liderado por el Comité de Asuntos Públicos Israelí Americano (AIPAC). Nathan Thrall, investigador del International Crisis Group, describió recientemente en The New York Review of Books las diferentes coaliciones políticas que dominan y construyen el pensamiento político sobre Israel y Palestina en EE UU, en una gama que va desde los neoconservadores que no se fían de los árabes hasta los que consideran que solo apoyando incondicionalmente a Israel se logrará la paz. Su acertada conclusión es que en Washington no existen los incentivos políticos para tomar ninguna medida de presión contra Israel o de apoyo a los palestinos en la ONU.

“Los potenciales beneficios de crear un pobre, pequeño y estratégicamente fragmentado Estado palestino, dice, son escasos comparados con el coste de presionar fuertemente a un aliado cercano con peso en la política regional e interna de Estados Unidos”. En la actualidad, el mundo árabe se encuentra dividido, con varias guerras en curso y diplomáticamente débil. Por su parte, la alianza entre Israel, EE UU y Egipto se está reconstruyendo después de tres años de incertidumbre debido a la denominada Primavera Árabe. Israel se ve en medio de una región con altísima inestabilidad y redobla su presión para que EE UU mantenga sus compromisos militares y políticos. Israel teme que Washington disminuya su compromiso con Oriente Medio por varias razones.

En primer lugar, porque depende cada vez menos de los recursos energéticos de la región ya que está alcanzando la autosuficiencia y puede comprar petróleo y gas en otros mercados. Segundo, por su interés en contrarrestar el poder de China en la zona de Asia-Pacífico y, tercero, por sus fracasos diplomáticos en la zona (Siria, Irak, Israel-Palestina). Pero es difícil que EE UU abandone Oriente Medio. Los recursos energéticos de la región y los que pasan por ella siguen siendo importantes y el apoyo a Israel no cesará.

Evitar que Irán cuente con armas nucleares es también una prioridad y la nueva competencia con Rusia es creciente. A la vez, paradójicamente, Washington ha perdido capacidad y legitimidad para resolver ninguno de los numerosos conflictos que asolan la región. Poderoso, débil y parcial, Washington no es el actor adecuado para resolver el conflicto árabe-israelí.