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Tendencias económicas

La guerra en Ucrania podría reactivar las relaciones entre Europa y el Golfo

Cinzia Bianco
Investigadora especializada en el Golfo del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) y miembro no residente del Instituto de Oriente Próximo
DOHA, QATAR – 26 DE MARZO: El Ministro de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, Faisal bin Farhan Al-Saud (R), y el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell (L), asisten al Foro de Doha en Doha, Qatar, el 26 de marzo de 2022. (Foto de Mohammed Dabbous/Agencia Anadolu a través de Getty Images)

Además de en el campo de batalla, los europeos apoyan a Ucrania frente a Rusia aprovechando su impor­tante peso en dos sectores: energía y economía. Ante los intentos de Rusia de convertir sus suministros energéticos en un arma, los europeos han tomado la determinación de acabar con su de­pendencia del gas y el petróleo rusos. Recientemente, la Unión Europea ha formalizado el compromiso de reducir las importaciones de gas ruso a dos ter­cios de aquí a 2023, y está trabajando en un embargo total del petróleo de Rusia antes de finales de 2022. Estas dinámi­cas, combinadas con los desequilibrios preexistentes en el mercado energético, han empujado los precios del crudo por encima de los 100 dólares el barril, sin que aún hayan tocado techo. Como es lógico, las empresas y los consumido­res europeos han visto cómo se dispa­raba su factura de energía. Aun así, los europeos han estado pagando genero­samente a Rusia, enviando cantidades que dejan pequeñas incluso las desti­nadas a apoyar a Ucrania, y permitien­do que el gobierno ruso, que obtiene el 40% de sus ingresos de las exportacio­nes de energéticas, sobreviva a las de­vastadoras sanciones no relacionadas con la energía.

Para hacer posible la diversifica­ción, Europa recurrió a los principales productores de energía, especialmente de su vecindad. Esto ha impulsado su acercamiento a Argelia y a Marruecos, y ha animado a reconsiderar nuevas infraestructuras energéticas que faci­liten las importaciones de los países del Mediterráneo oriental. Algunas ca­pitales europeas también miran el gas iraní con renovado interés y, por lo tan­to, redoblan sus esfuerzos para reacti­var lo antes posible el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés). Aunque el Norte de África, Irán y el Mediterráneo orien­tal son opciones viables a largo plazo, actualmente sus infraestructuras ener­géticas están abandonadas o no exis­ten, lo cual imposibilita una solución rápida a la crisis energética de Euro­pa. La verdadera jugada maestra sería establecer una asociación energética con las monarquías del Golfo, que po­drían aumentar el suministro a Europa mucho más rápidamente y tendrían la capacidad de estabilizar el merca­do energético mundial a expensas de Rusia. Sin embargo, los europeos des­cubrieron, para su decepción, que los productores de energía del Golfo man­tenían un posicionamiento ambiguo y querían sacar provecho de su renovada relevancia.

Europa quiere el gas natural licuado catarí como solución a corto plazo (pero no puede tenerlo)

Los europeos se dirigieron primero a Catar, el mayor productor de gas na­tural licuado (GNL), aparte de Esta­dos Unidos, tras haber acordado un aumento del suministro con los pro­pios estadounidenses. El atractivo del GNL consiste en gran medida en su flexibilidad, ya que se puede impor­tar incluso sin gasoductos, utilizando sencillamente buques cisterna que lo transportan hasta las terminales de importación, donde se procesa deján­dolo listo para su uso. En un principio Catar respondió que su producción estaba comprometida en contratos a largo plazo con clientes asiáticos y que tenía poca capacidad sobrante para venderla en el mercado al contado. De hecho, Catar dudaba si ponerse de parte de Rusia, un interlocutor clave en el Foro de Países Exportadores de Gas (FPEG). Pero los europeos y los estadounidenses siguieron tratando de persuadir al emirato y a uno de sus clientes asiáticos para que desviaran parte del GNL contratado. A fin de apaciguar a Doha, la Unión Europea (UE) llegó a archivar la investigación de 2018 en la que acusaba a Qatar Pe­troleum de poner trabas a la integridad del mercado único de la UE. Los euro­peos empezaron entonces a negociar acuerdos de exportación a más largo plazo –en concreto, para después de 2025–, dado que Catar ya tenía previs­to invertir para duplicar su capacidad de producción. En marzo, el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Luigi Di Maio, y el de Energía alemán, Ro­bert Habeck, viajaron al Golfo para asegurar el acuerdo. Ambos países apoyaron también la construcción de nuevas terminales de GNL.

Sin embargo, las negociaciones aún no están cerradas, y sigue habiendo dos grandes obstáculos. Alemania e Italia, así como otros actores de la UE en ge­neral que aspiran a la neutralidad en carbono para 2050, son reacios a com­prometerse con la condición de Catar de que se firmen acuerdos de al menos 20 años. Además, el emirato también insiste en términos contractuales como una cláusula de destino que impediría a Berlín desviar el gas a otras zonas de Europa, una condición a la que la Unión Europea se opone firmemente. De he­cho, la UE va a dar un apoyo conside­rable, tanto político como financiero, a un ambicioso plan para reforzar las in­fraestructuras que unen a sus distintos países con el fin de crear un mercado energético verdaderamente integrado. Por lo tanto, las negociaciones con Ca­tar van a ser largas, y no estarán exentas de dificultades.

La cobertura extrema de Riad y Abu Dabi

El otro problema importante con el que se encuentran los europeos tiene que ver con el petróleo. Europa quiere de­jar de importar petróleo ruso de aquí a finales de 2022, y aunque no cabe duda de que sustituir este combustible es más fácil que sustituir el gas, para ello tiene que asegurarse nuevos proveedores. Los acuerdos que Arabia Saudí ha firmado este año con la empresa polaca Orlen y la danesa Kalundborg Refinery pondrán a Riad en una posición privilegiada para acceder a los mercados de Polonia, Re­pública Checa, Lituania y Dinamarca, lo cual ayudará a estos países a acelerar la diversificación con respecto a Rusia. Asimismo, la empresa francesa TotalE­nergies ha empezado a enviar petróleo emiratí a Europa en mayo, lo cual indi­ca que Emiratos Árabes Unidos (EAU) también podría intensificar su posición en el continente.


El Norte de África, Irán y el Mediterráneo oriental son opciones a largo plazo, pero hoy carecen de infraestructuras energéticas, lo cual imposibilita una solución rápida a la crisis energética de Europa

Otro problema, aun más grave, que tienen los europeos con el petróleo es el del precio, que está vinculado al de otros combustibles y productos energé­ticos, así como al de otras materias pri­mas, lo cual significa que su encareci­miento empeora la inflación en general. Para los gobiernos de la UE, el riesgo es que la subida de los precios quiebre el apoyo del electorado a las sanciones a Rusia, lo cual podría provocar cierta inestabilidad política interna. En otras palabras, los europeos necesitan que los precios del petróleo bajen, aunque ellos no lo compren y sea incompatible con su decidida apuesta por la descar­bonización.

El origen de la subida de los precios del petróleo está en el aumento de la demanda y la disminución de la oferta, entre otras razones porque, durante meses, Rusia ha reducido deliberada­mente la producción para encarecerlos. Pero si los productores aumentaran el suministro, los precios volverían a bajar. Aquí es donde Arabia Saudí, en su condición de líder de la Organiza­ción de Países Exportadores de Petró­leo (OPEP), debería intervenir. Con una capacidad excedente conjunta de aproximadamente 2,5 millones de ba­rriles diarios, Arabia Saudí y Emiratos podrían, en condiciones óptimas y ac­tuando solos, reducir la presión alcista sobre los precios de la energía. Pero el efecto sería mucho mayor si animaran a todos los productores de la OPEP a ex­traer más crudo. Durante décadas, Riad ha ejercido su liderazgo en la OPEP de tal manera que los niveles de produc­ción se ajustaran a la demanda con el fin de mantener los precios estables. Hasta ahora. En la actualidad, Riad ha rechazado las múltiples peticiones de aumento de la producción de petróleo para hacer bajar los precios; peticiones realizadas a través de una llamada tele­fónica entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el rey Salmán, una visita a Riad del coordinador de la Casa Blanca para Oriente Medio y el Norte de África, Brett McGurk, y el envia­do del Departamento de Estado para Asuntos Energéticos, Amos Hochstein, y una llamada telefónica entre el pre­sidente francés, Emmanuel Macron, y el príncipe heredero, además de una visita en persona del primer ministro británico Boris Johnson.


Al no ponerse del lado de EEUU y Europa contra Rusia, los países del Golfo mandan un mensaje de descontento a EEUU, a quien ven empeñado en abandonar su papel de garante de su seguridad, mientras intenta reactivar el acuerdo nuclear con Irán

Arabia Saudí está involucrada en una práctica política nueva –la cober­tura (o hedging) estratégica extrema– entre Rusia y Estados Unidos, con los europeos como daño colateral. El prín­cipe heredero saudí, Mohamed bin Sal­mán, y su homólogo emiratí, Mohamed bin Zayed, han mantenido conversacio­nes frecuentes con el presidente ruso Vladímir Putin, quien los ha disuadido de mostrarse beligerantes en el mer­cado energético. Riad y Abu Dabi han renovado repetidamente su compro­miso con el acuerdo de calendario de producción firmado en 2020 por Rusia y los miembros de la OPEP en el llama­do formato OPEP+. En aquel entonces, a Riad le bastaron pocas semanas para obligar a Moscú a sentarse a la mesa de negociaciones inundando de oferta el mercado de petróleo a fin de hundir los precios, y llegó incluso a vender di­rectamente a los clientes tradicionales de Rusia en el este de Europa. En cam­bio, esta vez, por razones puramente geopolíticas, no está dispuesto siquiera a regular el mercado. De momento, Abu Dabi está de acuerdo.

Esto no quiere decir que Arabia Saudí o Emiratos consideren a Rusia un socio estratégico. A pesar de haber fir­mado acuerdos estratégicos con ambos, Rusia no está en condiciones de susti­tuir a Estados Unidos como garante de la seguridad en la zona o como socio estratégico en materia de defensa. El objetivo de Rusia en Siria y Libia coinci­de con el de Emiratos, pero las políticas de ambos son oportunistas. Aunque en los últimos tiempos Rusia haya intenta­do utilizar el acuerdo nuclear con Irán como palanca contra las sanciones oc­cidentales, durante mucho tiempo se ha resistido a los intentos saudíes de con­tener geopolíticamente a la república is­lámica. De hecho, la negativa de las mo­narquías del Golfo a ponerse del lado de Estados Unidos y Europa contra Rusia no tiene que ver con esta última. De lo que se trata es de enviar un mensaje de descontento a Estados Unidos, a quien ven empeñado en abandonar su papel tradicional de garante de su seguridad –lo que significa que creen que Washin­gton tiene menos que ofrecer y menos con lo que amenazar que antes– mien­tras intenta reactivar el acuerdo nuclear con Irán.

¿Lazos verdes?

Los europeos, que tienen mucha me­nos influencia en el Golfo que Estados Unidos, no pueden intervenir realmen­te en la cobertura estratégica del Golfo en plena multipolaridad competitiva entre Washington, Moscú y, también, Pekín. Sin embargo, tienen mucho que ofrecer a los países del Golfo, produc­tores de energía. Les deberían enviar un mensaje claro de que formar ahora una sólida asociación energética con Europa sería no solo un intento a corto plazo de aventajar a Rusia, sino tam­bién un eslabón de una estrategia para la transición ecológica que se prolon­gará durante décadas y que reduciría al mínimo los riesgos de inestabilidad política y económica, especialmente en sus propios países. La energía ocu­pará un lugar destacado en el próximo Programa de Acción Conjunta Unión Europa-Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), lo que significa que los países europeos consideran a las mo­narquías del Golfo fuente clave de energía verde y socios inversores en este sector.

Para los europeos, la energía verde –y el hidrógeno verde en particular– podría ser decisiva en sus esfuerzos por lograr la neutralidad de carbono en 2050 sin alterar la seguridad ener­gética. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Omán están a la vanguardia de la producción de hidrógeno verde en la región MENA (Oriente Medio y Norte de África), y no solo en ella. Por ejemplo, el proyecto 2GW de Arabia Saudí en NEOM –una megalópolis prevista cerca de las fronteras de Egip­to y Jordania– se propone producir hi­drógeno verde a entre 1,5 y 1,95 dólares el kilo, mientras que la Unión Europea suele calcular que el hidrógeno de pro­ducción nacional costará entre tres y seis dólares el kilo. NEOM quiere em­pezar a exportar a partir de 2025, qui­zá a Europa. Alemania firmó en 2021 un memorando de entendimiento con Arabia Saudí para “promover la coo­peración bilateral para la producción, el procesamiento, la aplicación y el transporte de hidrógeno limpio”. Frans Timmermans, vicepresidente ejecu­tivo de la Comisión Europea para el Pacto Verde Europeo, inició un diálogo exploratorio con el ministro de Ener­gía saudí, Abdulaziz bin Salman, en el Foro Internacional de la Energía 2021, sobre la posibilidad de una conducción de hidrógeno hacia la UE. No obstan­te, el desarrollo del hidrógeno verde requerirá una inversión a gran escala, una mejora considerable de las infraes­tructuras energéticas y la construcción de otras nuevas, como tuberías prepa­radas especialmente, una red de repos­taje en puertos y terminales de impor­tación, y parques de energía renovable equipados con electrolizadores. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e in­cluso Omán están bien situados para llevar a cabo estas tareas más rápida­mente que otros grandes productores de energía, pero solo lo harán si confían en que habrá mercado para el hidróge­no verde.

Por lo tanto, los europeos tienen que enviar una señal clara al Consejo de Cooperación del Golfo de que impor­tarán grandes cantidades de hidrógeno verde en un periodo de tiempo determi­nado. Para ello deberían abandonar su enfoque bilateral disperso y elaborar un mensaje coherente en toda la UE. Es­tos pasos harían que la Unión volviera a ser un mercado de exportación clave para el CCG, algo que el bloque podría utilizar como una nueva fuente de pre­sión sobre las monarquías del Golfo. La UE podría adquirir influencia sobre la estrategia del CCG para desarrollar infraestructuras energéticas que conec­taran la región con Europa. Y al revés, los europeos deberían evitar la depen­dencia energética del Golfo –y la capa­cidad de influencia que esto reportaría al CCG– teniendo en cuenta la necesi­dad de diversificación y autosuficiencia a largo plazo.

Si los europeos son capaces de con­figurar sus nuevas relaciones con las monarquías del Golfo de manera que tomen en consideración la transición energética de los combustibles fósiles a la energía verde, habrán encontrado una fórmula que combine las necesidades de seguridad energética con las de seguri­dad climática, dos cuestiones que siguen teniendo gran importancia en la política europea. Además, habrán aprendido de su excesiva dependencia de Rusia que las fuentes de energía deben formar parte de una cartera diversificada, que es necesario pensar a largo plazo, y que energía y geopolítica son inseparables. Estas tres consideraciones se reflejarán en los nuevos lazos energéticos entre Europa y el Golfo./


Los países europeos consideran a las monarquías del Golfo fuente clave de energía verde –el hidrógeno verde en particular– y socios inversores en este sector

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