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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La economía marroquí: del crecimiento sin desarrollo al saneamiento sin crecimiento
Pese a los progresos en el saneamiento de su cuadro macroeconómico, todavía no se ha completado la transformación estructural de la economía marroquí.
Larbi Jaidi, profesor de Economía. Universidad Mohamed V, Rabat
La economía marroquí ha seguido desde 1960 una senda de crecimiento caracterizada por la volatilidad, fuertemente dependiente de su sector agrícola. A la aceleración de la evolución del PIB en los años sesenta y setenta, hasta alcanzar un nivel del 5,5% anual entre 1973 y 1980, le siguió una desaceleración y después un periodo de grandes fluctuaciones durante los últimos 25 años. Esta inestabilidad no ha permitido elevar de forma significativa el nivel de la renta por habitante. De un nivel del 2,6% de media anual entre 1965 y 1991, la progresión del PIB por habitante ha caído hasta el 1% anual entre 1992 y 2004. El nivel de la renta de un marroquí, que equivalía a un poco menos de la mitad que el de un español en 1960, no supone hoy más que el 22,7% de éste.
Tras el despegue de las tasas de crecimiento alimentado por el boom de los fosfatos durante la primera mitad de los años setenta, Marruecos afrontó los años ochenta con una grave crisis económica. Los grandes desequilibrios a los que debía hacer frente eran en parte imputables a factores externos desfavorables, pero también a determinadas debilidades estructurales intensificadas por las respuestas poco adecuadas a los choques externos de las décadas anteriores. Estas tendencias habían dado lugar a un empleo ineficaz de los recursos y habían penalizado el acceso al mercado mundial de productos agrícolas y manufacturas, agravando los desequilibrios externos.
20 años de ajuste….
A partir de 1983, Marruecos acometió un vasto programa de ajuste macroeconómico que tenía por objeto restablecer los equilibrios fundamentales, estimular las inversiones y reforzar la competitividad de su aparato productivo. Las principales líneas de acción de este programa se concretaron en la promoción de exportaciones, la mayor movilización del ahorro interno, una mejor gestión de los recursos del sector público y una reducción de la intervención directa del Estado en la economía. Este programa se complementó con reformas estructurales que afectaron, en particular, a la liberalización del comercio exterior, la apertura del sistema financiero, las privatizaciones y ciertas reformas institucionales como las del sistema de aduanas y la justicia mercantil. Los poderes públicos también adoptaron medidas importantes tendentes a crear un entorno favorable para el desarrollo de las empresas.
Se acometieron reformas, como la simplificación de los procedimientos de creación de empresas, el código laboral y el régimen de promoción de inversiones y de las pequeñas y medianas empresas, la educación y la formación. El reto estaba en sentar las bases de un crecimiento sostenido a medio plazo y crear suficientes empleos para absorber el crecimiento de la población activa. Pero, más allá de tales objetivos, se trataba de no perder de vista el bienestar social que debe acompañar necesariamente a la evolución económica del país. La política aplicada ha permitido realizar notables avances en materia de restablecimiento de los grandes equilibrios externos e internos. Así, el déficit presupuestario ha ido reduciéndose progresivamente hasta representar solo el 3% del PIB como media y la balanza por cuenta corriente se ha situado a niveles próximos al equilibrio. El endeudamiento externo está bajo control, y se ha yugulado la inflación.
Aun así, si bien la economía nacional ha dado pruebas de resistencia ante la deriva que la amenazaba y de cierta capacidad de adaptación, no puede afirmarse que se haya ajustado plenamente a las exigencias de su entorno. Pese a los progresos registrados en materia de saneamiento del cuadro macroeconómico, todavía no se ha completado la transformación estructural de la economía marroquí. El crecimiento económico no acaba de despegar de una trayectoria histórica que lo sitúa entre el 3% y el 3,5% de media anual. De hecho, la imprevisibilidad de su evolución se ha ido acentuando.
…sin una verdadera transformación estructural
El perfil estructural de la economía nacional no ha experimentado una transformación profunda. Al máximo nivel de agregación, puede constatarse que la parte de la agricultura sigue oscilando en torno al 17%, la de la industria, incluido el sector minero y la energía, se sitúa en torno al 20% y los servicios (56,7%) ven cómo su importancia no deja de consolidarse. La fragilidad de los grandes equilibrios financieros sigue siendo una realidad, y la política presupuestaria se ve obligada a un control estricto de los gastos de capital. El presupuesto del Estado sigue estando gravemente condicionado por importantes restricciones derivadas del peso excesivo de los gastos de funcionamiento y de la deuda pública.
La masa salarial de la función pública representa, por sí sola, cerca del 11% del PIB. Por otro lado, los pagos de intereses y amortizaciones de la deuda pública absorben el 53% de los ingresos fiscales. La restricción externa no ha podido superarse: la economía nacional sigue siendo vulnerable a los azares de la economía internacional y las cuotas de mercado en los principales socios comerciales no acaban de mejorar. Una de las causas esenciales de la falta de dinamismo de las tasas de crecimiento ha sido la persistencia de obstáculos a la inversión privada.
En una reciente evaluación sobre el entorno para los negocios en Marruecos, las empresas encuestadas pusieron de relieve una serie de restricciones, entre las que destacan el acceso y el coste de la financiación, la fiscalidad de las empresas, las dificultades de acceso en el sector inmobiliario industrial y comercial, la competencia desleal del sector informal y la corrupción (Société Financière Internationale: Evaluation du climat de l’investissement, estudio encargado por el Ministerio de Industria, Comercio y Modernización de Marruecos, junio de 2005). Se trata de obstáculos que afectan también de forma negativa a la atracción de inversiones extranjeras directas, pese a la sensible mejora de los flujos de IED constatada en estos últimos años.
…y con un gran retraso en desarrollo humano
Otros indicadores demuestran de manera clara que el restablecimiento de los equilibrios financieros no se ha traducido necesariamente en una mejora de la situación social. Cabe citar, por ejemplo, el inexorable aumento del desempleo y de la presión de la demanda de servicios sociales (educación, sanidad, vivienda). El desempleo roza actualmente el umbral de los 1,5 millones de parados (un 18% de la población activa). El desempleo de larga duración afecta de manera especial a los jóvenes y a los licenciados universitarios (26%).
Una parte de los retrasos acumulados por Marruecos en materia de desarrollo humano se remontan a los años sesenta, cuando se produjo un fuerte crecimiento demográfico cuyas consecuencias sociales, ignoradas por aquel entonces, aún dejan sentir sus efectos. El crecimiento demográfico, tras haber alcanzado su punto culminante en los años sesenta con unos niveles del 2,8% anual, se calcula hoy en el 1,6% anual, gracias sobre todo a la rápida caída de la fecundidad. La distribución espacial de la población se caracteriza por haber superado, a partir de 1993, el listón del 50% de población urbana sobre la población total.
La estabilización de la población rural supone que el aumento de la población deberá ser absorbido íntegramente por las ciudades, un aumento alimentado a partes iguales por el crecimiento demográfico de las propias ciudades y por el éxodo rural, cuyo flujo se estima en unas 220.000 personas al año. Si se piensa que la población marroquí se ha multiplicado por tres desde la Independencia, el retraso en tomar en cuenta esta evolución demográfica ha neutralizado el impacto de los esfuerzos realizados en materia de desarrollo de los servicios sociales de base y las infraestructuras en el medio rural.
Así, ese retraso ha contribuido a incrementar las disparidades sociales entre el medio rural y el urbano, un problema que se erige en principal restricción al desarrollo actual de Marruecos. Las disparidades entre el medio rural y el medio urbano son enormes. Más de uno de cada ocho habitantes del medio rural no tiene acceso a ningún tipo de asistencia sanitaria. Cerca del 40% de la población rural debe recorrer más de 10 kilómetros para llegar a un centro de salud. La mortalidad global sigue determinada en gran parte por el peso de la mortalidad infantil. Marruecos debe hacer frente asimismo a un desafío crucial para su futuro, el de pasar de un sistema de educación y formación deficiente a uno en el que se dé prioridad a la capacidad de razonamiento y de adaptación.
Las tasas de analfabetismo variaban, en 1960, entre un 59% para los hombres en el medio urbano y un 98% para las mujeres en el rural. Actualmente, la tasa de analfabetismo es del 43%, pero el mundo rural tiene proporcionalmente dos veces más de analfabetos que el mundo urbano, frente a solo una cuarta parte más en 1960. En materia de escolarización, gracias a los esfuerzos emprendidos a partir de 1985, año en el que se adoptó la reforma del sistema educativo, las diferencias relativas entre niños y niñas se han reducido ligeramente, y han propiciado una clara mejora de la tasa de escolarización, especialmente entre las niñas de entre siete y 12 años en el medio rural. La incidencia de la pobreza, que se estimaba en un 42,3% de la población en 1970, retrocedió hasta el 17,8% en 2001.
La población pobre se concentra fundamentalmente en el medio rural (un 70%), y un segmento importante de la población rural sigue siendo más vulnerable a ciertas adversidades de la vida cotidiana, especialmente las sequías. En conjunto, el diferencial de renta entre el campo y la ciudad es actualmente mayor que en el momento de la Independencia. El ratio entre el gasto medio por persona en el medio urbano y en el medio rural, que ascendía a 1,6 veces en 1960, ha pasado a dos en 2001. El gasto público en desarrollo humano sigue beneficiando más bien poco a los sectores sociales más desfavorecidos. Durante los últimos años, se ha realizado un cierto esfuerzo financiero a favor del mundo rural mediante programas rurales destinados fundamentalmente a aumentar el acceso de los sectores más desfavorecidos a los servicios sociales de base (agua potable, electricidad, desenclave rural). No obstante, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), pese a registrar una mejora significativa, sigue a un nivel muy bajo. Entre 1975 y 2003, pasó de 0,425 a 0,630.
Fallos de gobernanza
En Marruecos, el impacto de las reformas sobre el crecimiento es débil. Esto plantea una cuestión clave que sigue sin respuesta: ¿cómo es posible que un país que ha emprendido tantas reformas no consiga acelerar su crecimiento? Un reciente informe del Banco Mundial (Promouvoir la croissance et l’emploi par la diversification productive et la compétitivité, marzo de 2006) identifica cuatro grandes fallos de las políticas económicas como principales restricciones al crecimiento económico: la rigidez que sigue persistiendo en el mercado de trabajo, una política fiscal que impone una carga demasiado elevada para las empresas, un régimen de cambio que no favorece la competitividad internacional y un sesgo contra las exportaciones derivado de un nivel de proteccionismo que, pese a la firma de diversos acuerdos de libre comercio, sigue siendo muy elevado.
Paralelamente a estas restricciones, el estudio identifica asimismo tres fallos del mercado que explican la debilidad del crecimiento: los fallos de información, que reducen la rentabilidad de las inversiones en nuevas actividades productivas; los fallos de coordinación entre el sector público y el privado, y los fallos de formación, que sitúan a Marruecos entre los países con un nivel de formación en las empresas más bajos. Con el lenguaje diplomático propio de este tipo de estudios, la gran institución internacional, cuya presencia prolongada en Marruecos no ha dejado de tener sus efectos sobre las grandes opciones y los resultados económicos y sociales, pone el énfasis en los problemas de gobernanza y del proceso de toma de decisiones.
En efecto, la persistencia de una gestión centralizada, la inexistencia de un enfoque integrado y participativo, las insuficiencias en materia de jerarquización de las prioridades y de racionalización de los gastos públicos y de formulación, aplicación y coordinación de políticas explican el escaso impacto de las reformas emprendidas.
Con un planteamiento similar de búsqueda de las causas que bloquean el desarrollo, el Informe 50 años de Desarrollo Humano y Perspectivas para 2025, publicado con ocasión del cincuentenario de la independencia, ha puesto en evidencia una serie de nudos gordianos que cuestionan la modestia del crecimiento, el acceso al conocimiento y a la salud, la exclusión social y la gobernanza, tanto en la gestión pública como en la gestión privada. Se trata de cuestiones fundamentales que corresponden tanto a déficit acumulados en el pasado como a desafíos para el futuro.