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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La contribución de los catalanes a la formación del Tánger moderno en la década de los 60
Domingo del Pino, periodista experto en asuntos del Magreb, es redactor jefe de AFKAR/IDEAS
El convencimiento de que la historia la escriben los vencedores es un tópico muy arraigado sobre el que no existe acuerdo. El historiador Josep Fontana sostiene que los vencedores no escriben la historia pero son los únicos que disponen de medios para presentar su versión. François Furet, por el contrario, cree que “el historiador, eterno reductor de virtualidades de una situación a un futuro único” es quien posee esa capacidad de recrear para los contemporáneos su pasado. Los relatos orales, cada vez más admitidos como fuente, tienden a corregir esa insuficiencia y a moderar ese futuro único que promueve el grupo dominante. Existen historias orales de republicanos, exiliados o no, que corren el riesgo de quedar en el olvido.
Una de ellas se refiere a la contribución de algunos catalanes a la construcción y expansión urbanística y empresarial del Tánger moderno, que es consecuente con el interés histórico de los “espacios” catalán y andaluz por Tánger y por Marruecos. Entre los muchos catalanes que, sobre todo después de la Segunda Guerra mundial, llegaron a Tánger destacan, con diferencia, Josep Andreu i Abelló y Josep Dencàs Puigdollers. Pero no son los únicos. En la estructuración económica y empresarial de la ciudad desempeñaron también un notable papel ciudadanos catalanes o del espacio lingüístico catalán como Antoni Pedrol Rius, Enrique Morgades Huguet, Juan Valls Royo, Asis Viladeval Marfá, Esteban y Emilio Feliu, Josep Toscas, Mariano Alapont Baixauli y otros muchos.
Visión festiva americana
La historia, ese conjunto de virtualidades que los historiadores convierten en un futuro único, ha sido y sigue empeñada en ser injusta con el pasado predominantemente español de Tánger. Un grupo de escritores británicos y norteamericanos, apoyados en el poder mediático puesto a su disposición, parecen haber logrado que el pasado de Tánger quede reducido a las vivencias de sus compatriotas, a fin de cuentas episódicas y marginales en la vida cotidiana de la ciudad.
Todos sabemos hoy que Paul y Jane Bowles, William Burroughs, Jack Kerouac, Tennessee Williams, la millonaria Bárbara Hutton, y otros muchos, pasaron en Tánger años, temporadas o sólo días, y hemos leído con detalle sobre sus fiestas, su frenesí por vivir y por gozar de todos los placeres, desde la droga y el alcohol a la más variada sexualidad. Se nos han contado cientos de historias, verdaderas o falsas, sobre la douceur de vivre en esa ciudad a la que según su leyenda llegaban sin cesar capitales, reales o imaginarios, traídos por acaudalados judíos que huían de las persecuciones del nazismo, y por nobles y magnates de Rusia y de otros países europeos que cayeron bajo la bota del comunismo.
El número considerable de instituciones benéficas y de auxilio social que todas las comunidades nacionales de la ciudad tuvieron que crear, en todos los tiempos, sugiere que esa bonanza no alcanzaba para todos. Las injusticias sobre el pasado español –o portugués– de Tánger están resumidas en el libro “Stars in the firmament. (Tangier Characters 1660-1960)” de David S. Woolman, que en los tres siglos que analiza, recoge como personajes para la historia de la ciudad a todos los ingleses y americanos que quizá merezcan un puesto en ella, pero también a un centenar de “barmen”, cocineros, aventureros y estafadores. En esos tres siglos, Woolman, por el contrario, sólo encuentra dignos de mención a dos españoles, por cierto no los más importantes.
Reivindicación del papel de España
En todo caso es imposible ignorar que las primeras medidas de prevención de higiene y sanitarias, el primer alumbrado eléctrico, los primeros colegios, las primeras misiones humanitarias, los primeros teléfonos, los primeros periódicos y entre los primeros servicios de correos y telégrafos, fueron aportados y puestos en servicio por empresas españolas. La presencia de los franciscanos en la ciudad se remonta al siglo XIII y su labor en el rescate de cautivos primero y en la educación de generaciones de españoles después, merece, al igual que la acción de España en su conjunto, un reconocimiento que, a falta de historiadores propios, los ajenos le regatean.
La escritora Elisa Chimenti, asidua colaboradora de la revista Mauritania que editaba la Misión Franciscana, escribía en los años treinta que “Tánger es una ciudad andaluza, enclavada en tierra africana por capricho de la geografía”. Durante siglos los andaluces constituyeron el principal núcleo de población, cuatro o cinco veces superior, cuando estalló la guerra civil española, al de todas las otras nacionalidades juntas. Durante siglos también, del entorno catalán procedieron las principales llamadas de atención al Estado español sobre la importancia de la proyección humana y económica hacia Marruecos y el norte de África y los primeros diseños de penetración empresarial en aquellas tierras.
En el siglo XIX, el catalán Domingo Badia i Leblich vio su vida profesional truncada cuando el político D. Manuel de Godoy, decidió transformar el viaje científico que proyectaba en una misión de espionaje destinado a averiguar las posibilidades de ocupación de Marruecos. Bajo el disfraz del príncipe árabe Ali Bey el Bagdadi, Badia llegó a Tánger en 1803 y después de ser autorizado por el sultán recorrió el Marruecos entonces conocido para cumplir una misión de la que la Corte ya se había olvidado.
Diecinueve años más tarde, Tomás de Comin, en sus cartas de 1822 al político liberal Manuel José Quintana, recogidas en un libro titulado Ligera ojeada o breve idea del Imperio de Marruecos en 1822, ofrecerá unas observaciones de gran interés sobre la posibilidad de tomar aquella ciudad, como punto de partida para la penetración en el Imperio jerifiano. Al igual que las de Ali Bey, sus recomendaciones no tendrán ningún efecto porque cuando sus cartas llegan a su destinatario, los liberales han perdido el poder y Quintana ha caído en desgracia.
A fines del siglo XIX, el marqués de Comillas, que también financió la construcción de las Escuelas Casa Riera (Marianistas), pidió al arquitecto Antoni Gaudí que proyectara una catedral para la misión franciscana de la ciudad. Gaudí llegó a Tánger en 1892 y después de recorrer la cordillera del Atlas marroquí para inspirarse en la arquitectura bereber, presentó un impresionante proyecto. Si éste hubiera sido aceptado, la Sagrada Familia estaría hoy en Tánger y no en Barcelona. Tánger fue siempre una de esas ciudades de exilio y multiconfesional como Alejandría, Beirut, Nicosia, Malta, que sólo la civilización mediterránea ha sabido producir.
En ellas, religiones, culturas e ideologías que en sus espacios nacionales de origen estaban a matar, convivieron puerta con puerta. El secreto de esa convivencia, hoy añorada, está aún por estudiar, pero algunas claves son ostensibles: poco Estado, pocos impuestos, poco peso institucional, y un gran espacio común, generalmente diurno y políglota, para intercambios comerciales y sociales, en el que todos encontraban interesante estar presentes. Según algunos autores, en esas ciudades se vivía mejor que en los paraísos que cada religión prometía por separado a sus fieles. Obras maestras de la literatura, como el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, y La Vida Perra de Juanita Narboni del español Antonio Vázquez, dan cuenta de esa ciudadanía universal mediterránea que sólo tiene parecido, en otros registros más raciales, en el Caribe tan magistralmente descrito por el cubano Alejo Carpentier en El Siglo de las Luces.
El ‘boom’ de Tánger
Tras el paréntesis de la ocupación española (1940- 1945), Tánger conoció un período de bonanza económica extraordinaria. Los catalanes exiliados o expatriados que acudieron, constituyeron el grupo cualitativamente más importante. Entre los primeros destacan Josep Andreu i Abelló y Josep Dencàs Puigdollers dos personalidades relevantes de la historia republicana de Cataluña. Abelló, que llegó a Tánger en 1949, no era un exiliado más.
Entró en Tánger por la puerta ancha y fue reconocido de inmediato como un miembro destacado de la elite económica e influyente tangerina. Contaba para ello con el respaldo que le proporcionaba su condición de director general del Banco Inmobiliario de Marruecos (BIM, a partir de 1953 también Mercantil, BIMM), creado con quien sería presidente de la entidad, Antoni Pedrol Rius. Josep Dencàs llegó casi al mismo tiempo de su exilio italiano, abrió una consulta médica y contó desde el inicio con el apoyo del banco de Andreu, con el que estableció una “iguala” para la atención gratuita de sus empleados.
En un Tánger donde la protección social era inexistente, aquella prestación del BIMM constituía una gran ayuda . Dencàs mantuvo una estrecha amistad con Andreu en cuya residencia se reunían todos los domingos. En la casa de Andreu pasó una corta temporada también, a principios de la segunda mitad de los años cincuenta, el presidente Josep Tarradellas, y allí, entre largas conversaciones con Andreu y Dencàs, escribió las Cartas que tanta influencia tuvieron en la política catalana de entonces. Aunque algo pequeño en comparación con otros grandes bancos de la ciudad, el BIMM fue pionero en su política inmobiliaria y a través de sus urbanizaciones residenciales, Atlantic en Beni Makada y California en el Zoco de los Bueyes, abrió el camino para la expansión moderna de la ciudad.
Los catalanes, el principal grupo empresarial
A caballo entre exiliados y expatriados estaban Esteban Feliú y su hijo Emilio, y el brazo derecho de ambos, Josep Toscas, que administraban e invertían el dinero que les habían confiado otros catalanes. Los expatriados catalanes o del área lingüística del catalán, poseían algunos de los principales negocios y empresas de la ciudad, asociados a veces entre ellos o con empresarios de confesión judía como los Hassán y Bendrien.
En este grupo se encontraban los directores de banco Carlos Soler Cabot (Exterior de España) y Mariano Alapont Baixauli (Central), Juan Valls, propietario de Cementos Tánger, Juan Bonvilá, dueño del grupo de tiendas de Lámparas Bonvilá y de las ferreterías Almacenes Orbea, Enrique Morgades Huguet, propietario de la empresa Sacotec, y los arquitectos Asís Viladeval Marfá y Alfonso Siena Ochoa del estudio de ingenieros y arquitectos Arquin, instalados en la misma planta de la sede original del BIMM. Joan Estelrich, fue director por un tiempo del Diario España; Antonio Llardent, propietario de una fábrica de losetas y socio de la Lotería Benéfica de Tánger.
Su esposa, Isabel Viciana López, leridana, se convirtió en uno de los personajes más admirados por la juventud de Tánger a la que ella, una magnífica soprano, animó y ayudó a desarrollar la Peña Lírica de la ciudad. Gracias a su diligencia, la iglesia del Sagrado Corazón de Tánger cuenta desde entonces con una imagen de la Virgen de Monserrat, que ofrecieron los catalanes. La mayoría de los grandes negocios de esos catalanes se concertaban en distendidas reuniones en un lujoso club privado creado por ellos en el centro de la ciudad. Abelló mantendrá con ellos una relación cordial pero distante hasta que desde el Comité de Iniciativas empresariales de Tánger, que le eligió vicepresidente en 1958, creó su propio Club Gandori, con carácter igualmente selecto y privado, pero internacional.
Ese año Andreu fue nombrado miembro de la Academia del Mediterráneo, con sede en Niza, en reconocimiento a sus constantes esfuerzos por imbricar a Tánger en la economía del Mediterráneo. Es quizá su conciencia de la mediterraneidad la que le llevará en 1959, cuando el sultán Mohamed V ya había decidido derogar la Carta Real que garantizaba un estatuto especial a Tánger, a formar parte de la delegación de hombres de negocios tangerinos que visitó, en Rabat, al rey marroquí para pedirle que no cortara los lazos de Tánger con el Mediterráneo y exhortarle a que concediese a la ciudad el régimen de puerto franco.
Pero Marruecos digería entonces su reciente independencia y el monarca, preocupado por establecer su soberanía sobre el territorio, no accedió a los deseos de los tangerinos. Por ese motivo y al igual que el antiguo Protectorado español, Tánger conoció un período de vacas flacas responsable de buena parte de los problemas estructurales que aún padece. Después de aquella negativa, el BIMM y otras tangerinas trasladaron su centros de actividades a otros lugares. El BIMM abrió una sucursal en Andorra con algunos de sus empleados de Tánger, y parte del grupo de catalanes expatriados emigró a una Venezuela que, en esos años, despuntaba como el nuevo El Dorado que sustituiría a Tánger. Andreu i Abelló regresó a Barcelona en 1961 para residir en la casa que se había visto obligado a abandonar en 1939.
De entre los catalanes más destacados de ambos grupos sólo Josep Dencàs permanecerá con su gabinete médico en Tánger hasta su fallecimiento en 1965. Unos años antes había visitado Barcelona, con la idea de que ya había sido levantada la prohibición contra él de regresar a España pero no era así, aunque falleció sin saberlo. Algunos refieren que este hombre singular dejaba como por descuido dinero para medicinas debajo de la almohada de sus pacientes más pobres. Los empleados y colaboradores de Josep Andreu le recuerdan con afecto y algunos llegan a decir que quien fuera fundador de Esquerra Republicana de Cataluña y presidente del Tribunal de Casación de la Audiencia de Barcelona, les cambió radicalmente y para bien sus vidas.
Algunos recuerdan con simpatía que cuando Andreu í Abelló llegó a Tánger aún hablaba con un marcado acento mexicano. Otros dicen que, bajo su dirección, el BIMM se convirtió en un auténtico consulado de Cataluña en Tánger donde ninguna petición razonable de ayuda quedó desatendida. Aparte de Josep Dencàs, uno de los más importantes protegidos del banco fue Luis Mestres Capdevila, ex gobernador de Tarragona, quien durante un tiempo vendió parcelas y pisos propiedad del banco. Josep Masdeu también le debe a Andreu su empleo en el Casino de Tánger.
Cuando casi todos tuvieron que emigrar, Mestres regresó a Monterrey, de donde había venido, y allí murió. A Andreu i Abelló se le recuerda como un hombre elegante, fumador de habanos, que siempre se desplazaba en un impresionante coche negro conducido por un chófer negro uniformado. Su situación social nunca le impidió seguir siendo un irreductible antifranquista. Su hijo Narcis Andreu Musté recuerda que cuando el nuevo embajador de España en Marruecos, Cristóbal del Castillo, quiso conocerle , su padre le dijo: “Embajador, no pretenderá Usted que yo vaya a la embajada. Venga usted a mi casa. Tendré mucho gusto en invitarle a almorzar”, a lo que de Castillo respondió: “Hombre, tampoco pretenderá Usted que yo vaya a su casa”. Los dos hombres se vieron finalmente en el Hotel Minzah.
Andreu tenía un especial interés en aquel encuentro. En 1939 él había salido para el exilio con el presidente Lluis Companys y ambos se habían establecido en París. De allí Andreu fue a México vía Nueva York, pero Companys permaneció en la capital francesa, lo que finalmente le resultaría fatal cuando los alemanes ocuparon Francia. Fue detenido por la Gestapo y recluido en la prisión de la Santé de La Baule y de allí conducido por la policía de Franco a la comisaría de la Puerta del Sol, donde fue maltratado antes de ser trasladado a Montjuïc para ser fusilado después de un juicio sumarísimo. Cristóbal del Castillo era entonces el segundo del embajador en París, José Félix de Lequerica, y Andreu quería saber cuál había sido el papel desempeñado por ambos en la detención de Companys y cómo se había gestado ésta. Al parecer, Del Castillo negó rotundamente que él o Lequerica hubieran tomado parte en el caso y dijo que había sido una operación exclusiva de la Gestapo en colaboración con la policía de Franco.
Por la amistad y la libertad
Otros testigos han señalado que la única acción de reafirmación republicana y antifranquista de cierta repercusión llevada a cabo en Tánger en esos años fue iniciativa de Andreu que la financió. En España el Partido Comunista llevó a cabo entre 1957 y 1958 una campaña a favor de la liberación de los presos políticos y por la democracia. A través de un ex capitán vasco republicano exiliado en Tánger, Andreu entró en contacto con el grupo del PCE de Tánger y les propuso llevar a cabo una acción simbólica que recordase a todos los confiados tangerinos que sus compatriotas de la Península luchaban todavía por la libertad.
Decidieron que las mayores repercusiones se podían alcanzar con una acción contra lo que a su vez representaba el mayor símbolo del franquismo. El monumento del Llano Amarillo, en Ketama, zona del anterior Protectorado español cercana a Tánger, había sido erigido en recuerdo del juramento de levantarse contra la República que se habían hecho los oficiales que, el 12 de julio de 1936, participaban allí en unas maniobras. Simbolizaba, para el franquismo, la primera llamada concreta a la rebelión. Una madrugada, cinco miembros del Partido Comunista de Tánger, Mendizábal, Guia, Ávila, Pedreira y Manolo “el pastelero”, tomaron asiento en el Opel Capitán del primero, cubiertos de guardapolvos grises, transportando grandes botes de pintura y brochas en el maletero, y se dirigieron al Llano Amarillo para dejar en el monumento pintadas reclamando Amnistía y Libertad para los presos políticos.
El conductor del coche dejó a los otros cuatro al pie del objetivo y se marchó para no llamar la atención de la gendarmería marroquí próxima, con la intención de regresar media hora después. La operación estuvo a punto de fracasar porque los “complotados” no podían abrir las latas de pintura. Cuando al fin lo lograron, ante la falta de tiempo, tuvieron que hacer las pintadas a toda prisa lo cual contribuyó a empeorar el estado en que quedó el obelisco. Aquella acción conmocionó a toda la población de Tánger: los franquistas se sintieron ultrajados; los demás lo celebraron. De Tánger salían autobuses de “turistas” para ver el estado en que había quedado el monumento y sacar fotografías.
El propio Mendizábal fue uno de los que con su cámara, al día siguiente, tomó fotos que luego fueron vendidas entre los miembros y simpatizantes del PCE. El importe de esas ventas, junto con el dinero que sobró de lo que dio Andreu Abelló, fue enviado a las familias de algunos presos políticos. Los organizadores podían estar satisfechos. La acción estaba recibiendo mucha más publicidad de la esperada. Más tarde el PCE, en colaboración con algunos marroquíes nacionalistas e izquierdistas de la ciudad, como el ex ministro marroquí y actual presidente del Partido Liberal de Marruecos, Ahmed Ziane, hicieron campaña para que el gobierno marroquí destruyera aquel monumento, lo cual no fue necesario pues antes de que la “temperatura” nacionalista subiese, un centenar de camiones enviados por el gobierno español, trasladaron piedra a piedra el obelisco a la ciudad de Ceuta, donde aún se encuentra.