Ibn Jaldún y las confluencias
Culturas y lenguas, pensadores y lectores son algunos de los puntos de encuentro propiciados por el primer sociólogo de la Historia.
María Jesús Viguera, catedrática de Filología Árabe. Universidad Complutense de Madrid
Las efemérides son piedras de toque. Ésta de Ibn Jaldún (m. en 1406), ahora en 2006, sirve para comprobar su ascenso a lo universal, logrado a través de una obra admirable, la Muqaddima o Los Prolegómenos a la Historia Universal. De estos Prolegómenos existen al menos 21 distintas ediciones completas o parciales aparecidas desde 1810 hasta 2005… y seguirán. Algunas de esas ediciones se han reeditado varias veces, y ahora ya están las reproducciones en CDRom y en páginas web.
Los lugares, a veces repetidos, de esas ediciones son: París, El Cairo, Beirut, Damasco, La Meca, Aix-en-Provence, Rabat, Argel y Túnez. Es un ámbito significativo de capitales culturales árabes, además de los dos focos europeos de París (siempre París y su secular proyección arabista) más ese otro destacado enclave de atención magrebí que es Aix-en-Provence. Continuo y abundante surtido pues de Ibn Jaldún impreso en árabe, desde principios del siglo XIX, cuando sus Prolegómenos entraron en la imprenta por primera vez.
Hasta entonces, y algo también después, su transmisión era manuscrita, lo cual fue también otra congregación de tiempos y de lugares que se interesaron por la gran obra. Un ejemplo: uno de tales códices de Los Prolegómenos fue copiado en París, en pleno siglo XIX, y hoy día se conserva en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Granada. Si reproducciones manuscritas y ediciones impresas –dadas su difusión temporal y su extensión geográfica– dan indicios de la amplia atención por Ibn Jaldún, el carácter universal de su consideración aparece con toda claridad en las traducciones mundiales de Los Prolegómenos.
Aquí tenemos traducciones completas o de varios capítulos al turco (siglo XVIII; Constantinopla, 1863; Estambul, 1859, 1954-57); al francés (París, 1810, 1824-27, 1825-28, 1841, 1862-1868, 1906 y 1926, 1965, 1961 y 1965, 1968, 1986, 2002; Argel 1947, 1951, 1967-68; Arlès, 2000), al inglés (Leiden, 1905 y 1948 y 1969; Londres, 1950 y Nueva York, 1987; Londres-Nueva York, 1958 y 1967 y Princeton, 1972 y 1980 y Londres, 1967 y 1978), al urdu (Lahore, 1924-32; Lahore, 1954 y 1967), al hebreo (Jerusalén, 1943; Jerusalén, 1967), al alemán (Tubinga, 1951), al persa (Teherán, 1957-59), al hindi (Lakhnau, 1961), al japonés (Tokio, 1964-65; Tokio, 1979-87), al portugués (Sao Paulo, 1958-1960), al español (Caracas, 1963; México, 1977 y 1997; Sevilla, 1985).
Ninguna lista es completa, pero esta indicación de traducciones es al menos elocuente: durante más de dos siglos, no han faltado pues al lector del mundo traducciones de Los Prolegómenos, desde luego en árabe (ya vimos antes su difusión en ediciones impresas y manuscritas), pero además en otras lenguas del ámbito islámico, como el turco, el urdu, el persa y el hindi, además de ser traducido al hebreo, dada la ubicación medioriental de Israel y su interés de comprensión cultural, y a las lenguas euroamericanas (francés, inglés, español y portugués; además del alemán); claro está que el japonés no podía faltar.
Y toda esta actividad de trasvase de Los Prolegómenos de Ibn Jaldún califica tanto al autor que es así objeto de atención –Ibn Jaldún, con su citada obra maestra– como califica también a las culturas y lenguas que lo han ido vertiendo, a partir de un impulso cultural con sus dos vertientes, la objetiva y la subjetiva. La objetiva es el reconocimiento de la categoría intelectual de la obra, con sus aportaciones teóricas y prácticas; la subjetiva es la autocalificación o consideración de lengua-potencia mundial de cada uno de los idiomas a los que se ha ido traduciendo, y las demandas de sus lectores por asomarse a la eminencia de Ibn Jaldún, cuyo prestigio ha conocido diversos círculos y progresos, como veremos a continuación.
Confluencias en Ibn Jaldún
La universalidad de aquel enorme intelectual empezó por gestarse desde la misma época de Ibn Jaldún, “descubierto” dentro de su cultura islámica, por árabes y turcos, y desde allí se extenderá…. Fue admirado por contemporáneos y discípulos próximos como Al-Maqrizi, quien de Los Prolegómenos dijo que eran “la flor y nata del saber”. Fue consultado y mencionado por escritores del siglo XV de la talla de Al-Qalqasandi y Al-Sajawi; de los siglos XV-XVI, como Al-Suyuti y Al-Wansarisi; y del XVII, como Al-Tunbukti o Al-Maqqari, que dedicó un comentario a la obra jalduní….Dentro de la cultura islámica, destaca el plurifacético interés de los estudiosos turcos por Ibn Jaldún, cuyos Prolegómenos empezaron a traducirse al turco desde 1674…
La ascendente cultura otomana tomó el relevo, y mostró por toda la producción jalduní una atención descollante que llega hasta nuestros días, y se manifiesta en el jaldunismo que rezuman el pensamiento y la literatura turca. Desde el siglo XIX, Ibn Jaldún es redescubierto por el orientalismo europeo, sobre todo con el francés Silvestre de Sacy (1757-1845) que empezó por lanzarse a los propios escritos jalduníes, editando y traduciendo pasajes en sus Extraits des Prolégomènes d’Ebn Khaldoun (París, 1810), y dedicándole una importante entrada (“Ibn Khaldoun”) en la magna serie de la Biographie universelle (París, 1818; XXI, 154).
Edward Said dedica a De Sacy uno de sus más extensos exámenes sobre un orientalista concreto y le reprocha, con dialéctica brillantísima pero, según creo, en esta ocasión de forma demasiado genérica, su dedicación a las antologías, que “encubrían la censura que los orientalistas ejercían sobre Oriente” (Orientalismo). Establecida con total razón la fama intelectual de Ibn Jaldún, el orientalismo desde el siglo XIX está jalonado por acciones erudito-admirativas sobre él, como las que, y entre otras más esporádicas, se hallan en publicaciones con referencias esenciales de Garcin de Tassy (1824), C. de Montbret (1824), F.E. Schulz (1825 y 1828), J. G. de Hemsoe (1832), G. Flügel (1838), el Barón De Slane (desde 1844), G. di Asti Arri (1840), N. des Vergers (1841), J. Tornberg (1844), el citado Caussin de Perceval, M. Amari (1857), R. Dozy (1869), E. Mercier (1875), A. von Kremer (1879), F. Pons Boigues (1898)… en una labor considerable de localización de manuscritos, de traducción, de edición, de aprovechamiento histórico de sus datos… mientras se acumulaba su bibliografía, intensificada desde la segunda mitad del siglo XX… de lo cual, siendo tanto, existen incluso recuentos, mencionados por A. al-Azmeh, en su básico libro Ibn Khaldun in Modern Scholarship (Londres, 1981), y por F. Estapé, en su preciosa aportación Ibn Jaldún o el precursor (Barcelona, 1993), ofreciendo incluso el no tan pasmoso relato de cómo el ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan citó teorías de Ibn Jaldún “para justificar su política presupuestaria”…
Primero situada en su círculo de lectura y admiración árabe, la fama de Ibn Jaldún salta a lo universal, y llega a ser encomiado como historiador completo, filósofo novedoso, precursor de la sociología, patriarca de la antropología, referente de economistas, puntal de avanzadas ideas, modelo intelectual. Es uno de los privilegiados por un prestigio que supera los límites de los especialistas, en este caso del mero orientalismo, para convocar la atención de otros círculos académicos… e incluso de intelectuales y de lectores en general.
Una gama amplia de lectores, más allá del orientalismo, se ha acercado a Ibn Jaldún y destacan sus aportaciones, así: W. Gates tratando el clima y la cultura (1967), J. Sprenger y A. Toynbee en sus grandes y respectivas síntesis histórico-culturales, F. Oppenheimer o E. Gellner en sus análisis sociológicos… y ni siquiera la biología ha dejado de fijarse en Ibn Jaldún, como muestra algún estudio de J. Lauer (1965).
Es muy revelador que tres intelectuales españoles de la categoría de José Ortega y Gasset, Julio Caro Baroja y Julián Marías dedicaran, en pleno siglo XX, una llamativa atención a Ibn Jaldún: Marías, en 1961, muy en la línea de su maestro Ortega, apostilló la brillante teoría jalduní de los ciclos generacionales que producen cambios decisivos en el proceso histórico, en un denso artículo sobre “Las generaciones en Abenjaldún” (Insula, nº 171); Caro Baroja abordó desde la mirada jalduní varios aspectos antropológicos en una serie de estudios que acabaron reproducidos en sus Estudios Magrebíes (Madrid, 1957), tratando de “Aben Jaldún y la ciudad musulmana”, “El Poder Real según Ibn Jaldún”, “Aben Jaldún y el gran círculo cultural islámico” y “Las instituciones fundamentales de los nómadas, según Aben Jaldún”; y Ortega y Gasset, en “Abenjaldun nos revela el secreto” (conferencia elaborada a finales de 1927; publicada en El Espectador, VIII, 1934; reprod. en Obras Completas, Madrid, 1946, II) ofreció su vivaz experiencia sobre Ibn Jaldún, que siempre me ha deslumbrado: “Abenjaldún es una mente clara, toda luz….”.
Todo esto es un gran punto de encuentro: culturas y lenguas, pensadores y lectores. Y tantas confluencias las propició el mismo Ibn Jaldún, atento e indagador del ser humano universal.