Geopolítica del mercado euroasiático de la energía
El 30% de las importaciones de petróleo y el 60% de las de gas natural de la Unión Europea provienen de Rusia, en una tendencia creciente.
Alejandro Lorca, Gabriela González de Castejón
El paisaje geopolítico de la energía se está viendo alterado tras la ola de cambios que vive el mundo árabe. La región del Mediterráneo sur ampliada, desde Marruecos al golfo Arábigo, alberga grandes reservas de hidrocarburos e importantes países exportadores. Sin embargo, para entender la importancia del llamado corredor mediterráneo es necesario conocer toda la estructura del mercado mundial de la energía. En el mercado del petróleo, los costes de transporte y, por tanto, el uso de las infraestructuras determinan su estructura (producción-rutas-lugar de consumo) así como su precio. Existen tres grandes áreas definidas por los espacios de consumo que coinciden más o menos con continentes: americana, europea y asiática, estas dos últimas relacionadas por tener un suministrador común, Rusia.
El mercado americano puede considerarse aislado. Estados Unidos, el primer consumidor mundial de petróleo, se abastece de sus vecinos: Canadá –su mayor proveedor–, México, y de América Latina, en especial Venezuela. Aunque tiene producción doméstica, ésta es cada vez menor, lo que le ha obligado a buscar nuevos puntos de abastecimiento. El golfo de Guinea y la zona de África Occidental (Nigeria y Angola) son algunos de los lugares que ha añadido a su lista de suministradores. Sin embargo es al golfo Arábigo donde acuden todos los mercados para cubrir su déficit de producción. El mercado euroasiático está configurado por su geografía. Su gran suministrador es Rusia, situada en la parte central y noroeste de Eurasia, lo que le da ventajas en el abastecimiento simultáneo de ambos mercados. En un futuro, ante el desarrollo económico de África, probablemente se cree un mercado africano.
De momento, la mayor parte de la producción africana abastece al sur de Europa a través del corredor del Med, a EE UU por el corredor Atlántico, y a Asia por el corredor Índico. El mercado de gas natural (GN) presenta características diferentes debido al condicionamiento técnico de su transporte, que al igual que el petróleo, se realiza por tuberías –el sistema más utilizado– o por mar. Sin embargo, las tecnologías son más caras, en especial la marítima, ya que es necesario convertirlo en gas natural licuado (GNL). Para ello requiere la instalación de trenes de licuefacción en origen, destino y buques especiales para ser transportado. En este sentido, la geografía es un factor positivo para Rusia a la hora de suministrar a los mercados europeos y asiáticos por gasoducto –suministrador y consumidor están geográficamente cerca. El mercado americano del gas natural no plantea grandes problemas, su producción doméstica cubre prácticamente su consumo e importa a sus vecinos.
EE UU tiene un número reducido de trenes de licuefacción, aunque proyecta la construcción de nuevas instalaciones. Sin embargo, los recientes descubrimientos de gas en Colorado, y en otros Estados, y la introducción de la tecnología fracking (técnica de extracción de gas que consiste en la inyección de agua, arena y productos químicos a gran presión en el subsuelo rocoso) ha paralizado la idea de la importación de GNL.
Mercado euroasiático
El mercado del gas natural euroasiático –en el que nos centraremos– es el que ofrece al analista mayor complejidad de factores geopolíticos y geoeconómicos. En contra de lo que se piensa, más del 70% de las exportaciones petrolíferas árabes cubren la demanda del mercado asiático y no del americano, que solo consume una pequeña parte de la producción del Golfo. El principal actor energético es Rusia, cuyo primer mercado es la Unión Europea. Hasta la llegada de Vladimir Putin a la presidencia en 1999, Rusia solo exportaba a la UE, creando una relación de mutua dependencia.
Putin intentó acabar con esta situación, que consideraba un factor geopolítico negativo, abriéndose al mercado asiático a través del oleoducto Siberia Oriental-Océano Pacífico (aun en construcción). Un dato a tener en cuenta: parte sustancial de la política energética de Rusia está basada en la tesis doctoral presentada por Putin en el Master del Instituto Tecnológico de San Petersburgo. El elemento clave de la política energética rusa es la monopolización de los sistemas de transporte, en especial, por tubería, una política similar a la seguida por “los varones petroleros” americanos en los años veinte. Para ello se concentra producción y transporte en grandes compañías públicas: en el caso del GN, el monopolio está en manos de Gazprom.
Algunos especialistas dudan si el dominio de Gazprom se realiza desde el Kremlin o si, por el contrario, el dominio del Kremlin se realiza desde Gazprom. La realidad es que Gazprom tiene el monopolio de exportar GN en Rusia. Para llegar a un monopolio total necesitaría dominar también la producción de GN de Asia Central, en particular la de Turkmenistán, el mayor productor de este hidrocarburo en la región. En esta tarea Rusia se ve favorecida por la geografía: Asia Central es un enclave sin salida al mar, obligado a utilizar el territorio ruso como ruta de tránsito. La alternativa es la salida por tubería hacia el mercado chino, como ha hecho Kazajstán, o utilizar el corredor de Afganistán-Pakistán, que le daría acceso a los mercados de India, China y salida al Índico, con la posibilidad de utilizar la vía marítima para GNL.
Dados los conflictos de Afganistán, Pakistán-India y, en general, la inestabilidad de la región, el juego geoestratégico y geopolítico es complejo y de enorme interés. Éste es “Gran Juego” energético, basado en el paralelismo de la confrontación entre el imperio ruso y el británico de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y que Rudyard Kipling inmortalizó en su novela Kim. En este corredor, Rusia no tiene acceso territorial para la construcción de gasoductos, aunque sí juego en los aspectos geopolíticos. Es en el corredor Norte, en Siberia, donde tiene importantes campos de gas de natural inexplotados. Estos campos van desde el mar de Bering y la península de Yamal, cercanos a los mercados europeos, a los campos de Sakhalin, cercanos a los mercados de Japón, China y Corea.
En este aspecto, la clave geopolítica está en decidir qué abastecer primero y qué campos energéticos explotar primero: Gazprom no tiene capacidad financiera para responder a toda la demanda a la vez, además de que carece de algunas tecnologías de prospección offshore a grandes profundidades, por lo que debe acudir a las empresas occidentales. Así, pues, el corredor asiático sur plantea problemas geopolíticos complejos y el corredor norte financieros y tecnológicos. A pesar de estas dificultades, Rusia y los países de Asia Central ya se han abierto a los mercados asiáticos: Kazajstán ha construido un oleoducto hasta China, y Rusia acaba de inaugurar el proyecto Sakhalin II con el que exportará a Japón.
Es probable que países como Irán sigan esta estrategia, para responder a las crecientes necesidades del mercado asiático. Esto puede plantear problemas de suministro a la UE que, por otro lado, quiere independizarse lo máximo posible del suministro ruso. El 30% de las importaciones de petróleo y el 60% de las de GN de la UE provienen de Rusia, en una tendencia creciente. Ambas partes quieren acabar con esta situación de mutua dependencia: Rusia buscando el mercado asiático, y la UE buscando nuevos suministradores para garantizar su seguridad energética. La importancia que se le está dando a las energías renovables en la UE no es ajena a esta inquietud. Ante la proximidad a la frontera europea, lo racional sería que los yacimientos del mar de Bering y la península de Yamal (en fase de prospección y construcción de infraestructuras), se destinaran a cubrir los mercados de la UE.
Sin embargo, aunque las relaciones UE-Rusia son fluidas, la desconfianza entre ellas originada por los conflictos de Moscú con su antiguo cinturón de influencia (Ucrania, Polonia, Países Bálticos etc…) es mucha. De ahí las dudas sobre un posible acuerdo energético entre ambos. Como ya se ha señalado, la llegada de Putin a la presidencia supuso un cambio radical en la política energética rusa, sobre todo en dos aspectos: por un lado, coincide con fuertes aumentos de la demanda en los mercados energéticos; demanda que, por otro lado, Rusia será capaz de cubrir, casi sin inversiones, gracias a las nuevas técnicas de extracción aparecidas a finales de los años noventa, principios del 2000. Putin aprovechó los errores de los “aristócratas petroleros rusos” para absorber compañías privadas, creando grandes corporaciones como Gazprom en GN, y Rosneft y Lukoil en petróleo.
Los resultados de esta política son sorprendentes y permiten no solo pagar la demanda rusa, sino convertir a Rusia en una potencia energética, que utilizará como instrumento de su política exterior, y no precisamente con delicadeza. Con el desmembramiento de la URSS, el Kremlin se encontró que todos los puntos de exportación de energía hacia la UE estaban situados en territorios de la OTAN. Desde el punto de vista geopolítico, esta situación no era sostenible para Rusia, que puso en marcha una estrategia con el fin de evitar el tránsito de tuberías por “territorios no amigables“: el gasoducto Nord Stream en el mar Báltico (Rusia-Alemania), ya en funcionamiento, y el South Stream (Rusia-Bulgaria-Italia- Austria) en el mar Negro, aún en fase de proyecto y que está concebido como competencia a Nabucco (Turquía- Bulgaria-Rumania-Hungría-Austria), son consecuencia de esta política.
La Rusia de Putin decidió así retomar el dominio sobre “el cinturón de protección” europeo, desde el Cáucaso a los países bálticos. Un punto crítico de este cinturón es Ucrania: el 80% de las exportaciones rusas hacia Europa pasan por su territorio. Los continuos enfrentamientos entre los dos países son consecuencia de las antiguas subvenciones a los precios de las energías otorgados por la URSS, a lo que Ucrania ha contestado con el incremento de las tasas de tránsito. Estonia, en el corredor Báltico, es otro punto de fricción, aunque Rusia ha logrado una solución a largo plazo con la construcción del Nord Stream, un bypass que evita el tránsito y conecta directamente Rusia con Alemania.
De momento, Rusia no tiene instalaciones de GNL, aunque sí proyectos, como el de Shtokman, cerca del puerto de Múrmansk, que le dará la posibilidad de exportar vía marítima el GN de Bering a Yamal. La idea central de la política rusa, basada en tener el monopolio de transporte, ha prohibido, o dificultado, la entrada de capital extranjero en las infraestructuras nacionales. Como prueba, la experiencia de BP. Para evitar este monopolio, la UE ha construido tuberías que no pasan por territorio ruso para el transporte de la energía del Caspio, superando las dificultades originadas por la configuración geográfica y la estructura de las fronteras en la región. Por ahora se ha construido el gasoducto independiente Baku-Tbilisi-Erzerum que parte de Azerbaiyán, recorre Georgia y termina en el puerto turco de Ceyhán.
El otro gran proyecto es Nabucco, que utiliza la red rusa para cruzar el mar Negro y transitar por Turquía hacia los mercados europeos. En este “Gran Juego”, el calendario es clave: ni hay suficiente gas natural para los dos proyectos, ni tampoco demanda. El primero que se construya y llene los gasoductos de GN saldrá ganador. Estos proyectos están relacionados con los conflictos del Cáucaso, donde la Federación Rusa se enfrenta a un islamismo político radical que, apoyado en un sentimiento nacionalista, utiliza el terrorismo como instrumento político. Los problemas con Irán y las sanciones impuestas por EE UU y la UE a este país dificultan la búsqueda de soluciones.
Mercado mediterráneo
El mercado mediterráneo es una pequeña parte del europeo. Su ribera sur representa alrededor del 6% de las reservas, producción y exportaciones mundiales de crudo. Los principales actores son Argelia (0,9% de las reservas, 2% de la producción y 2,8% de las exportaciones mundiales de petróleo), y Libia (más del 3,3% de las reservas, 2% de la producción y 2,6% de las exportaciones). En cuanto al gas natural, la región del norte de África y Oriente Medio supone el 45% de las reservas mundiales probadas de gas y alrededor del 20% de la producción.
El principal suministrador de gas natural es Argelia (2,7% de la producción mundial y el 6,2% de las exportaciones mundiales en 2009), seguido de Egipto (2,1% y el 2,3% respectivamente) y Libia (0,5% y el 1,1%). Argelia, además, es país de tránsito para el gas y petróleo de África Occidental. Gran parte de estos flujos, sobre todo argelinos, cubren la demanda europea, en especial de Italia, Francia, España y Portugal. La existencia de trenes de licuación en el caso del gas natural, tanto en las puertas de origen como de destino, le otorga al mercado mayor estabilidad al permitir que los países se abastezcan de productores más lejanos. Los grandes gasoductos de este corredor son el de Magreb- Europa –conecta Argelia con España y Portugal, vía Marruecos–, el Medgaz –une Beni Saaf con Almería, inaugurado oficialmente en marzo de 2011– y el TransMed –conecta Argelia con Italia vía Túnez y Sicilia.
Existe además el proyecto del gasoducto Transahariano que uniría Nigeria con Argelia. Los recientes acontecimientos en el norte de África han afectado a la producción energética, sobre todo libia: su producción de petróleo pasó, tras unas semanas de conflicto, de 1,6 mbd/día a 400.000 barriles día. La mayor parte de las infraestructuras de producción y transporte están en territorio controlado por los rebeldes, que las fuerzas de Muamar el Gadafi han intentado inutilizar para evitar que les sirvan de fuente de financiación. Existen además causas legales para la venta de hidrocarburos en los mercados mundiales, debido al embargo que pesa sobre el petróleo libio. Algunos países han reconocido al gobierno rebelde, asentado en Londres, con el fin de resolver estos problemas.
Consecuencias de las revueltas
No parece que el “despertar árabe” haya, por el momento, ocasionado graves problemas a los mercados europeos de hidrocarburos, a pesar de la incertidumbre política y económica de la región. Arabia Saudí y otros productores del Golfo con gran capacidad de producción ociosa, han cubierto los deficit de abastecimiento, aunque esto ha supuesto algún inconveniente en el sector del refino: los crudos libios son dulces y ligeros y los del Golfo ácidos y pesados, lo que plantea dificultades técnicas para algunas refinerías del Mediterráneo. Una disminución voluntaria de la producción saudí de petróleo, cercana a unos 9,7 mbd (más del 12% de la producción mundial) causaría una fuerte subida de los precios y, en consecuencia, iniciaría un periodo de depresión económica.
Esta podría ser una de las razones por las que Occidente guarda silencio sobre la política del gobierno saudí hacia el “despertar árabe”, en especial hacia Bahréin, donde, a petición del gobierno de Manama, ha mandado a tropas para reprimir las protestas. Occidente mantiene, sin duda, una política de “doble rasero” hacia Libia y Siria, y hacia Bahréin y Arabia Saudí. El “despertar árabe” marca un antes y un después. Sus efectos están repercutiendo a lo largo de toda la geografía y a lo ancho de todos los problemas planteados en el mundo árabe, incluido el más antiguo en el catálogo mundial de conflictos: el conflicto árabe-israelí. El proceso va a ser largo y lleno de altibajos, de éxitos y fracasos, con repercusiones en los mercados energéticos.
La complejidad actual –enfrentamiento geopolítico entre suníes y chiíes, conflicto sirio, congelación del proceso de paz, diferencias de posición de Tel Aviv y Washington…–, hacen impredecible cualquier resultado a corto plazo. A largo plazo, un mundo árabe democrático introduciría estabilidad en la región, pero también independencia de los intereses occidentales, a lo cual tienen derecho. Occidente y el G-8 han tomado nota de ello, en especial el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien ha focalizado su política en Túnez y Egipto. Sin duda, Egipto es el principal centro árabe: el país con mayor población (83 millones de habitantes), economía con mayor potencial, el mejor ejército y centro cultural islámico. El G-8 es consciente de que la decisión política es interna, pero también de que la transición debe realizarse en un entorno económico estable, como lo fue el caso español, y para ello es necesario su apoyo.
Aunque un “Plan Marshall” no parece posible en la actual crisis financiera, en la última cumbre celebrada los días 25 y 26 de mayo en Deauville (Francia), el G-8 anunció un paquete de ayudas de 20.000 millones de dólares (ampliables a 40.000). En este proceso, destacan dos aspectos: el positivo es que “todo el exterior árabe” es consciente de la necesidad de una transición hacia la democracia sin violencia, como Egipto y Túnez. Por el contrario en Libia, Siria y Yemen, la violencia se ha impuesto en el proceso de transición. La energía es esencial en esta argumentación. El aspecto negativo es que “el interior árabe” aún no está convencido de que esta transición es necesaria y parte de este “interior” sigue defendiendo el statu quo.
Pero éste es insostenible y la solución a largo plazo por el bien de la paz en el mundo árabe es la consolidación de la transición democrática. En esta parte del Mediterráneo, Turquía y Egipto pueden convertirse en el faro que fije la ruta de la transición árabe: una Turquía y un Egipto estables, con crecimiento económico, serían las dos columnas que sostendrían un Oriente Medio y estabilizarían el mercado de la energía a largo plazo. Turquía está en un estado avanzado del proceso, solo queda que Egipto siga el mismo camino.