Fútbol contra autocracia: que empiece el partido

La campaña contra los ultras es una táctica de los autócratas y demócratas no liberales de Oriente Próximo y el Norte de África en un intento por criminalizar a sus oponentes.

James M. Dorsey

Gracias a los aficionados al fútbol egipcios políticamente activos y curtidos en la lucha callejera, los estadios, junto con las universidades, se están convirtiendo en campos de batalla de la oposición al gobierno apoyado por el ejército y a las fuerzas de seguridad. Los grupos de hinchas futbolísticos conocidos como ultras han avisado que interrumpirán la recién restablecida liga si se sigue impidiendo el acceso de los espectadores a los estadios. La liga se reanudó en diciembre de 2013 después de haber estado suspendida durante casi dos años. En principio, la suspensión pretendía prevenir que la violencia se extendiera a raíz de la muerte de 74 aficionados en Port Said en febrero de 2012 en un enfrentamiento con trasfondo político, del cual los hinchas responsabilizan a los militares y a las fuerzas de seguridad.

La suspensión se prorrogó en varias ocasiones por miedo a que los aficionados –que desempeñaron un papel clave en el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak en 2011, y que en los años que precedieron a su caída habían convertido los estadios en uno de los pocos terrenos de resistencia física al régimen, si no el único– pudiesen utilizarlos de nuevo como plataforma para expresar la disensión política. En un principio, las organizaciones de aficionados activistas, que constituyen uno de los movimientos cívicos más numerosos de Egipto, mantenían posturas divididas en cuanto al derrocamiento militar de Mohamed Morsi, el primer presidente del país elegido democráticamente.

Estas divisiones han empezado a perder fuerza a medida que el apoyo popular a los militares ha comenzado a hacer aguas a consecuencia de la represión implacable y brutal de la oposición islamista y no islamista al gobierno respaldado por las fuerzas armadas, de la introducción de restricciones severas al derecho de protesta y de las acciones contra las páginas web radicalmente antipoliciales, a menudo gestionadas por activistas aficionados al fútbol. “Acabamos con Mubarak, pero no con el sistema, que aún sigue en pie. No pararemos hasta alcanzar los objetivos de la revolución del 25 de enero: pan, libertad y justicia social”, decía el líder de un grupo de hinchas militantes durante una protesta celebrada a principios de 2014 contra el gobierno pro-ejército que sustituyó a Morsi.

Es un sentimiento que, a pesar de la sensación de que la mayoría de egipcios apoyan el derrocamiento de Morsi y la vuelta de un gobierno fuerte respaldado por el ejército, predomina entre los jóvenes, que constituyen la mayor parte de la población de Egipto. En consecuencia, es posible que los resultados del referéndum de enero de 2014 no sean un fiel reflejo del sentir de la ciudadanía. Entre el 38,6% de egipcios que votaron había relativamente pocos jóvenes. No está claro qué porcentaje del 61,4% que se abstuvo lo hizo como protesta contra el resurgimiento militar del Estado autocrático y qué parte se quedó en casa por otros motivos. Un sondeo reciente del Centro de Investigaciones Pew ofrece una visión más clara de la fuerte polarización de Egipto.

En contra de la idea generalizada de que una gran mayoría de egipcios optaría por la estabilidad antes que por la democracia y algo más de la mitad de los entrevistados afirmó que prefiere la democracia incluso si eso significa inestabilidad política. Este parecer refleja una opinión común entre muchos hinchas militantes que, al igual que los Hermanos Musulmanes, han sido durante mucho tiempo el blanco de los servicios de seguridad, a los que muchos tenían en muy poca estima no solo por sus enfrentamientos con los militantes en los estadios, sino también por su corrupción y por las tácticas brutales empleadas en los barrios populares de los que proceden los hinchas.

La reanudación de la liga de fútbol a finales de 2013, incluso con el veto a los espectadores, significa que probablemente los estadios se unirán a las universidades, que han sido una de las pocas plataformas para las protestas antigubernamentales y antimilitares, dado que la mayoría de los espacios públicos se encuentran bajo un férreo control policial desde el golpe contra Morsi. Las protestas universitarias dieron al traste con las esperanzas del régimen de que la severidad de la nueva ley de manifestaciones haría prácticamente imposible cualquier expresión colectiva pública de disensión. Durante mucho tiempo, el activismo de los estudiantes y de los hinchas del fútbol ha sido el motor de la protesta egipcia.

Los hinchas actuaron como la fuerza de choque de la revuelta contra Mubarak, así como de las protestas antimilitares anteriores a la elección de Morsi en julio de 2012. Algunos analistas señalan que la revuelta contra Mubarak no habría tenido éxito sin la habilidad de los ultras para enfrentarse a las fuerzas de seguridad y hacer que se mantuviese el fervor revolucionario que impulsó las protestas. En una declaración reciente en su página de Facebook, con 446.000 seguidores, Ultras White Knights (UWK), la hinchada del veterano club cairota Al Zamalek SC, afirmaba: “Deberíais avergonzaros … abajo vuestro régimen y vuestro gobierno. Nada nos impedirá volver a las gradas, es nuestro derecho … O la vuelta de los fans [a las gradas] para inyectar vida a la competición, o el capítulo final de la competición falsa y sin validez…

Los seguidores tienen que seguir luchando por su derecho mientras el campeonato se va al infierno. Solo Dios puede detenernos”. La experiencia muestra que los intentos por reprimir a los hinchas durante el gobierno de Mubarak solo sirvieron para blindar su determinación. En noviembre, los hinchas del victorioso club Al Ahly SC del Cairo, eterno rival del Zamalek, frustraron las esperanzas del gobierno de anotarse a su favor la octava victoria del club como campeón de África al enfrentarse con las fuerzas de seguridad durante la final del campeonato y rememorar a los muertos de Port Said con cánticos, pancartas, bengalas rojas y fuegos artificiales. El delantero del Al Ahly, Ahmed Abdul Zaher, celebró su gol decisivo en la final mostrando la mano con cuatro dedos extendidos, un gesto conmemorativo del campamento de los partidarios de Morsi en la mezquita de Rabaa al Adawiya del Cairo, cuyo violento desmantelamiento por las fuerzas de seguridad en agosto se saldó con centenares de muertos. A pesar de haber pedido disculpas por el gesto, Abdul Zaher fue censurado tanto por Al Ahly como por la Asociación de Fútbol Egipcia (EFA, por sus siglas en inglés).

También fue denunciado por el ministro de Deportes, Taher Abuzeid. Desde entonces, Abdul Zaher juega en el equipo libio de primera división Al Ittihad. En dos semanas, fue el segundo deportista sancionado por mostrar el gesto antimilitar de los cuatro dedos. El luchador de kung-fu, Mohamed Yusef, fue suspendido durante un año por mostrar la señal de Rabaa después de ganar una medalla de oro en los Mundiales de Lucha de San Petersburgo. Al árbitro de fútbol egipcio, Atef el Afi, le intimidaron tanto las medidas disciplinarias que, el día de Año Nuevo, indicó una interrupción de cuatro minutos de un partido de liga levantando ambas manos con cuatro dedos extendidos para asegurarse de que el gesto no se interpretaba como una manifestación política. “No quería que se me malinterpretase”, declaró El Afi al sitio web FilGoal.

Su preocupación no carecía de fundamento. La paranoia y las teorías de la conspiración, en parte alentadas por el gobierno y los medios de comunicación progubernamentales, son omnipresentes. A principios de febrero, la fiscalía egipcia que intervenía en una querella de un conocido teórico de la conspiración, interrogó a ejecutivos del operador de telefonía móvil Vodafone sobre los supuestos mensajes en clave para terroristas insertados en uno de los vídeos de la empresa en internet. El vídeo presentaba a Abla Fahita (Hermana Fahita), una marioneta digital que se ha convertido en una estrella parodiando a las amas de casa que hacen recetas e intercambian cotilleos en internet.

Ataques contra los ultras

Antes de declarar organización terrorista a los Hermanos Musulmanes y mostrando la forma en que puede tratar a los aficionados que protestan, el gobierno y los medios de comunicación progubernamentales, así como los directivos de los clubs, acusaron a los ultras de terrorismo, e insinuaron que estaban financiados por grupos de interés político no identificados. El periódico estatal Al Ahram, desde hace tiempo portavoz del gobierno, se preguntaba: “¿Se enseñará la tarjeta roja a los ultras si traspasan la línea roja? ¿Están cavando su propia tumba? …

Los hinchas radicales de los emblemáticos clubs egipcios, Al Ahly y Al Zamalek, se han convertido en un fenómeno peligroso … Hoy día, los ultras son un símbolo de destrucción que ataca a la oposición y a veces a los de su misma calaña”, aseguraba la publicación. El general de división Talaat Tantawi, militar retirado reconvertido en asesor de seguridad, lanzó la acusación de que los ultras, de forma muy similar a sus hólogos en Argentina, estaban siendo manipulados por grupos que pretendían sacar partido de su popularidad. “Es muy fácil introducirse en esos grupos y utilizar su entusiasmo y su juventud.

Se han convertido en objetivos fáciles para alcanzar metas políticas y distraer su atención de su perspectiva y su misión, que es dar apoyo al deporte. Otros se unieron a ellos, se convirtieron en ultras y actúan como estamos viendo”, afirma Tantawi, pasando por alto el hecho de que los ultras estaban politizados y curtidos por años de enfrentamientos con las fuerzas de seguridad durante la época de Mubarak. Los directivos de los clubs y los jugadores también han aportado su granito de arena. Cinco jugadores del Al Ahly –Ahmed Fathi, Sherif Ikrami, Abdalá al Said, Shehab Ahmed y Sherif Abdel Fadil– han puesto en marcha una campaña contra los hinchas radicales después de los intentos fallidos de frenar su militancia.

Los han acusado de que su actitud militante les estaba perjudicando económicamente en un momento en el que los clubs se encontraban en dificultades financieras a causa del descenso del patrocinio, la publicidad y la venta de entradas debido a la suspensión de los partidos de liga durante gran parte de los tres años transcurridos desde que estallaron las protestas contra Mubarak. En un ataque frontal contra los ultras, que se enorgullecen de ser independientes económicamente, los directivos de Al Ahly y Zamalek han insinuado que los financiaban terceras partes, y los han retado a hacer públicas sus cuentas. “Ahora no solo nos atacan con petardos, sino también con perdigones. Ya no gastan dinero en entradas, pero lo gastan en acabar con el club”, declaraba Mahmud Abbas, antiguo presidente del Zamalek.

Al Ahram señalaba que los ultras “gastan mucho dinero en sus viajes comprando entradas y petardos y otros utensilios para apoyar a sus equipos. Su origen social no indica que tengan ese dinero. Sus ingresos principales proceden de la venta de camisetas”. Hace tiempo que las relaciones entre los ultras y los jugadores son tensas. Los activistas ven a estos últimos como mercenarios que juegan para el club que mejor pague, y están resentidos por el hecho de que gran parte de ellos se mantuviese al margen –en el mejor de los casos– durante las protestas contra Mubarak por los beneficios que les prometió el régimen. Fue la vía que Mubarak utilizó para vincularse con la forma de cultura popular más extendida de Egipto, con la esperanza de que algo de la gloria del juego pudiese contrarrestar su imagen cada vez más deteriorada.

Sociedades neopatriarcales

El apoyo de los jugadores y de los directivos del fútbol a Mubarak también fue consecuencia de lo que el investigador palestino-estadounidense Hisham Sharabi describía como la naturaleza neopatriarcal del régimen de Mubarak y de otras autocracias de Oriente Próximo y el Norte de África. Sostenía que la sociedad árabe está construida en torno a la “dominación del Padre (patriarca), el centro alrededor del cual se organiza tanto la familia nacional como la natural.

Entre el gobernante y los gobernados, entre el padre y los hijos, solo existen relaciones verticales: en ambos contextos la voluntad paterna es la voluntad absoluta, mediada tanto en la sociedad como en la familia por un consenso forzado basado en el ritual y en la coacción”, escribía Sharabi en un libro prohibido en la mayor parte de Oriente Próximo y el Norte de África. Sharabi argumentaba que los regímenes árabes conceden licencias de represión, de manera que en una sociedad de cultura patrimonial, los oprimidos participan en su propia represión y denegación de derechos. El régimen es, en efecto, el padre de todos los padres en la cima de la pirámide.

En palabras del periodista egipcio Jaled Diab, citado por el también periodista Brian Whitaker en un libro en el que indaga la naturaleza de la sociedad árabe, el problema de Egipto no era simplemente un presidente envejecido con poco que ofrecer después de casi 30 años en el poder, sino el hecho de que “Egipto tiene un millón de Mubaraks”, entre ellos muchos jugadores que ven al dirigente o al poder que hay detrás del trono como la figura de un padre. La campaña contra los ultras, al igual que la etiqueta colgada a los Hermanos Musulmanes, es una táctica adoptada cada vez con más frecuencia por los autócratas y los demócratas no liberales de Oriente Próximo y el Norte de África en un intento por criminalizar a sus oponentes.

El año pasado, el departamento de antiterrorismo de Turquía publicó un vídeo en el que se daba a entender que las protestas pacíficas eran la antesala del terrorismo. El vídeo mostraba a una mujer joven que participaba en las protestas del parque Gezi, y que después se ponía un chaleco con explosivos de terrorista suicida. “Nada ha cambiado; seguimos siendo los terroristas que éramos antes de la revolución … seguimos exigiendo lo correcto y luchando por ello, entregando nuestras vidas para combatir contra gente ignorante, para la que la represión es una forma de vida y cuya mente está enferma”, declaraban los UWK en octubre de 2013 en una desafiante respuesta a los esfuerzos por difamarla.