‘Foreign fighters’ europeos: realidades y retos
La fuerza del atractivo de Daesh puede interpretarse como un hecho religioso, un espacio de adquisición de recursos, un combate político o incluso una búsqueda de fraternidad.
Elyamine Settoul
Los atentados de 2015 en territorios francés y belga, así como la multiplicación del número de foreign fighters que parten a Siria han elevado los fenómenos de radicalización yihadista a la cima de la jerarquía de las amenazas. Con cerca de 5.000 europeos en sus filas, Daesh ha logrado reclutar eficazmente en esta parte del mundo. Los cinco primeros contingentes europeos son Francia (1.550), Alemania (700), Gran Bretaña (700), Bélgica (440) y Bosnia (340) (Charles Lister, “Returning Foreign Fighters: Criminalization or Reintegration?” Policy Briefing, Brookings Doha Center, agosto de 2015). Compuesto mayoritariamente por hombres, el contingente cuenta también con presencia de mujeres y niños. Este alistamiento masivo, que preocupa enormemente a los servicios de seguridad, también incluye a universitarios procedentes de un amplio abanico académico. De las ciencias sociales (sociología, política, antropología) a los estudios religiosos, pasando por los especialistas de los medios de comunicación y de las redes sociales, el grupo Estado Islámico suscita el interés de disciplinas muy variadas. Si los primeros casos de radicalización religiosa se limitaban a individuos de las segundas generaciones surgidas de la inmigración (magrebí/indopakistaní en Europa, somalí en Estados Unidos…), hoy el fenómeno pasa por profundas mutaciones sociológicas. La primera tiene que ver con su masificación, así como con la diversificación de los perfiles sociológicos de los actores implicados. Lejos de reducirse a una juventud de cultura musulmana presa de un sentimiento de relegación, ahora esos perfiles incluyen una gran proporción de conversos procedentes de medios sociales muy heterogéneos, tanto desde el punto de vista social como escolar y geográfico, así como personas plenamente integradas en el tejido social. Aunque un núcleo importante provenga, al parecer, de zonas periurbanas pobres, la distribución geográfica refleja de facto una gran pluralidad de orígenes. Daesh puede jactarse de haber conseguido, en unos años, atraer a más de 25.000 combatientes de más de 90 países. A modo de comparación, las brigadas internacionales de yihadistas en Afganistán supusieron unos 20.000 soldados enrolados en poco más de una década (1980-1992). Este crecimiento exponencial del número de combatientes se explica en parte por la proximidad geográfica del conflicto sirio, pero también por las nuevas capacidades de comunicación y la viralidad que ofrecen las redes sociales. Cabe señalar que este reclutamiento masivo no es un fenómeno del todo nuevo. Entre 1936 y 1939, las brigadas internacionales movilizaron a más de 35.000 voluntarios de 53 países durante la guerra civil española. No hace tanto, la guerra en la antigua Yugoslavia congregó a cientos de europeos de todo el continente. Se calcula, por ejemplo, que solo en el caso francés, entre 1991 y 1995 acudieron entre 500 y 1.000 combatientes.
Unas interpretaciones más complementarias que enfrentadas
Actualmente hay varios paradigmas explicativos en lidia para explicar la expansión de las lógicas de radicalización. Así, para Gilles Kepel, estos fenómenos están estrechamente relacionados con una “salafización” de las mentes. La ideología religiosa desempeñaría un papel preponderante en el progreso y la difusión de estas dinámicas sociales. Otros expertos, como François Burgat, subrayan las dimensiones eminentemente políticas del fenómeno. En su opinión, la fijación religiosa eludiría la cuestión de las lógicas de dominación proteiformes (económicas, sociales, simbólicas) que se materializan en las políticas extranjeras de los países occidentales hacia Oriente Medio (conflicto palestino-israelí), pero también los modos de gestión de las poblaciones de confesión musulmana en el seno de las sociedades occidentales. Olivier Roy se desmarca de esos sistemas explicativos, insistiendo en la diversidad sociológica de los perfiles en cuestión. Para él, se trata más bien de una “islamización de la radicalidad” y de un fenómeno eminentemente generacional y nihilista. Según esta perspectiva, el islam encarnaría la última utopía transnacional del mercado susceptible de congregar a jóvenes fascinados por la heroización o víctimas del malestar identitario. Este malestar se revela como un elemento fundamental en los trabajos de Farhad Khosrokhavar, que interpreta estas lógicas de compromiso como el resultado de una sacralización del odio de los excluidos y, más globalmente, una consecuencia de las configuraciones de anomia que producen las sociedades modernas (pérdida de autoridad). Analizando las trayectorias sociales de muchos yihadistas, el autor identifica recurrencias como los entornos sociales y familiares donde la figura de la autoridad paterna es deficiente o ausente. Otros investigadores, como Scott Atran o Thomas Hegghamer, se centran en el poder de atracción de Daesh, haciendo hincapié en su capacidad para proponer un potente modelo contracultural y una comunidad vibrante y acogedora para jóvenes en vías de desafiliación social. Al término de este repertorio de interpretaciones no exhaustivo, cabría decir que todos esos paradigmas explicativos son incompletos o, desde un punto de vista positivo, que hay una parte de verdad en la interpretación que todos ellos hacen de este fenómeno complejo. La fuerza de Daesh parece venir de una comunicación minuciosamente estudiada que logra seducir a un vivero de candidatos muy heterogéneo. Del joven delincuente desafiliado en busca de aventuras al estudiante verdaderamente deseoso de dedicarse a la ayuda humanitaria o implicarse en una causa teológicopolítica al servicio de sus “hermanos sirios suníes” (bajo dominio alauí), cuesta definir una tipología precisa de las personas que Daesh enrola en sus filas.
Motivaciones proteiformes
Aunque sea difícil extraer una tipología de los perfiles, sabemos que hay polos en torno a los cuales se articulan motivaciones recurrentes. La voluntad de hacer su hégira, esto es, una migración religiosa a tierras musulmanas santas según el Corán (Bilad al Sham) es un elemento reiterado en el discurso de los actores. Se trata de una adecuación entre las creencias religiosas de los individuos y sus actos. El compromiso yihadista en tierras sirio-iraquíes también puede leerse desde el prisma de la sociología de las movilizaciones y del activismo. En efecto, este alistamiento confiere a los jóvenes occidentales recursos materiales, inmateriales y psicológicos nada desdeñables. La oportunidad de obtener a la vez un sueldo, alojamiento y posibilidades de identificación positiva puede suponer un factor de atracción eficaz. Agrupados tras el estandarte cosmopolita de los foreign fighters, responde a un afán de aventura, adrenalina y exaltación colectiva que hemos visto en el seno de otros movimientos. El deseo de identificación con un grupo y las satisfacciones psicológicas asociadas al sentimiento de estar de acuerdo con uno mismo, e incluso de ser artífice de la Historia, puede resultar un factor con gran poder de adhesión. Varios investigadores abundan en este sentido, insistiendo en que sería arriesgado analizar el poder de atracción del EI sin tener en cuenta esta “oferta” y la fuerza de estos estímulos. Una interpretación basada únicamente en la óptica religiosa o guerrera sería, sin duda, incompleta. Por extraño que parezca, si Daesh ejerce tal atracción también es por su dimensión comunitaria y fraternal. Las imágenes de las jóvenes secciones de foreign fighters del EI, cosmopolitas y casi alegres a bordo de sus relucientes 4×4, han dado la vuelta al mundo. Retratan una hermandad de armas especialmente gratificante y hasta fascinante, no solo para las poblaciones desocupadas de las grandes aglomeraciones occidentales, sino para toda una juventud sensible a proyectos utópicos (humanitarios, concepto de una sociedad ideal, etc.). Para Scott Atran, ese deseo de exaltación es un factor esencial a la hora de entender el éxito de la organización. Según él, comprender Daesh conlleva captar su dimensión cultural y revolucionaria. El autor llega al punto de considerar al EI el movimiento de contracultura más poderoso desde la caída de la Unión Soviética. Thomas Hegghamer se inscribe en cierta manera en esta línea de pensamiento, al recordar que, como en la mayoría de conflictos, el combate no es la actividad que más tiempo roba a los soldados de Daesh. Destaca la existencia de una vía colectiva más allá de la lucha, fundamentada en la camaradería y el igualitarismo, y marcada por muchos momentos festivos y lúdicos. Para él, esta vía traduce la idea de una subcultura yihadista que conjuga elementos tomados del sustrato islámico y otros sacados de sus culturas occidentales de origen. La vestimenta ilustra con gran claridad esta forma de hibridación cultural. Son muchos los yihadistas con atuendos de combate donde se entremezclan prendas militares clásicas (chaqueta, uniforme, traje de faena…) y códigos de vestimenta procedentes de sus antiguas vidas occidentales (como zapatillas de deporte). Las fotografías de los soldados del EI reflejan también esta ambivalencia: igual muestran las imágenes de combatientes tradicionales árabes sentados en el suelo (o a caballo) que las de jóvenes posando colectivamente en actitud viril, como auténticos productos de las subculturas urbanas occidentales, como el gangsta rap. El look capilar –pelo largo y barba–o incluso el hecho de llevar joyas, solo de plata (conforme a las recomendaciones del profeta Mahoma) constituyen también marcadores recurrentes de este universo cultural y simbólico. Como en las culturas militares occidentales, los yihadistas utilizan cánticos para fortalecer el fervor y la cohesión interna de los grupos. Por ejemplo, los anashidrepresentan poemas islámicos cantados especialmente valorados por estos grupos.
¿Qué riesgos supone el regreso?
Para nuestras sociedades, la principal cuestión que sigue en suspenso son las amenazas potenciales que plantean estos jóvenes a su regreso a Europa. Hay yihadistas aparentemente muy decepcionados –e incluso hastiados– tras sumergirse en el seno del EI, pero otros tal vez quieran proseguir la lucha en sus países de origen, lo que no sería necesariamente una novedad. La década de violencia que marcó a Argelia (1991-1999) se nutrió en gran parte de combatientes que habían tenido de compañeros de clase a los muyahidines afganos 10 años antes. Envueltos en su prestigio de vencedores frente a las tropas soviéticas, muchos de esos freedom fighters (retomando la terminología estadounidense de la época) participaron en los combates y abusos contra las poblaciones civiles argelinas. Posteriormente, bajo el paraguas de los Grupos Islámicos Armados (GIA), varios de estos actores reinvirtieron su capital de experiencia militar en otras esferas de influencia, como el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) y Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). Estas formas de reinversión de un capital de experiencia militar adquirido en escenarios bélicos lejanos suponen un gran reto para los Estados occidentales y sus servicios de seguridad. Estos últimos se enfrentan a varios dilemas. Oscilan entre medidas represivas basadas en un endurecimiento jurídico (proyecto de pérdida de la nacionalidad, encarcelación prolongada) y dispositivos de reintegración individualizados basados en el reconocimiento de la gran heterogeneidad de perfiles de los yihadistas. Asimismo, los debates sobre métodos de desradicalización despiertan numerosas controversias, tanto con respecto al grado de viabilidad como a los métodos a aplicar para lograrla. Hay quien insiste en que un enfoque demasiado represivo tendría efectos contraproducentes, puesto que no haría sino alimentar la espiral de frustración y de violencia de esos segmentos de población; otros recomiendan que la cuestión se aborde con un mayor nivel de represión. La puesta en práctica de métodos de prevención y desradicalización da pie a otras discrepancias. Hay partidarios de la intervención de imames o antiguos yihadistas “arrepentidos” para convencer a posibles candidatos de que abandonen esos proyectos utópicos. Otros creen que no se puede hacer cambiar de opinión a individuos convencidos de la legitimidad de sus creencias, y que la mejor solución es elaborar un contradiscurso crítico.
Conclusión
Los fenómenos de radicalización y de los foreign fighters dan lugar a múltiples definiciones y marcos de interpretación. No obstante, esos paradigmas explicativos exigen su validación empírica mediante trabajos de más calado sobre las trayectorias biográficas de los actores implicados en estas dinámicas. Más allá de estas luchas de significación, nos parece que las distintas teorizaciones, lejos de contradecirse, contienen –cada una de ellas–una verdad fragmentada. Como ya hemos subrayado, el atractivo de Daesh radica en parte en una comunicación high techcapaz de atraer perfiles de individuos con motivaciones dispares. De ahí que el problema pueda interpretarse no solo como un hecho religioso (hacer su hégira), sino también como un espacio de adquisición de recursos diversos (materiales, simbólicos…), un combate político o incluso un afán de fraternidad en respuesta a problemas identitarios y configuraciones de anomia.