Fin del ciclo político en Argelia

El rechazo popular a participar en las elecciones presidenciales provoca el fracaso del juego político clásico; frente a la abstención masiva, hay una huelga de candidaturas serias.

Ihsane el Kadi

El proceso electoral que desembocará en las elecciones presidenciales en Argelia de abril de 2009 ha puesto de manifiesto la ruptura total del país con el campo político oficial. La desafección de la ciudadanía hacia esta cita electoral, en su día la más importante en la vida pública desde la llegada del multipartidismo en 1989, se palpa ya en febrero de 2009. Y es que el tema de las presidenciales brilla por su ausencia en las conversaciones entre los argelinos; asimismo, son muchas las tentativas gubernamentales por rescatar al electorado del estado comatoso en que se encuentra. Los gastos de la campaña para movilizar el voto son los más importantes en la historia electoral del país.

El ministro del Interior ha llegado a reclutar a varios miles de jóvenes encuestadores para que los mapas electorales coincidan con el número de electores de cada uno de los 1.549 municipios del país. Durante todos los preparativos llevados a cabo por la administración, ha planeado el fantasma de una tasa de participación aún inferior al 35% oficialmente registrado en los comicios locales de octubre de 2007. Y sin que ningún acontecimiento haya logrado modificar la actitud profundamente abstencionista de la sociedad argelina.

Los signos precursores de este divorcio vienen de lejos. En otoño de 2005, el referéndum organizado por el presidente de la República, Abdelaziz Buteflika, 15 meses después de su triunfal reelección en abril de 2004, acabó desautorizándolo. Cierto es que los argelinos votaron Sí al texto de la reconciliación nacional que pretendía liquidar los años de guerra civil, concediendo inmunidad a los verdugos de ambos bandos, de los servicios de seguridad y del islamismo armado, y ampliando las indemnizaciones a las familias víctimas de los “excesos” de la lucha antiterrorista del Estado (que reconoce 7.200 casos de desapariciones forzosas a manos de los servicios de seguridad entre 1992 y 1997).

Pero, sobre todo, fueron muy pocos los que votaron (la tasa de participación en ese referéndum fue inferior al 30% según muchas fuentes y oficialmente de un 79%). El hundimiento político del segundo mandato de Buteflika se vio acelerado a raíz de este episodio, seguido de cerca –finales de noviembre de 2005– por una úlcera hemorrágica que requirió una intervención quirúrgica urgente en Francia y una larga hospitalización. La enfermedad del presidente, patente por la reducción significativa de su actividad pública, blindó un modelo de gobernabilidad que se había centralizado, desde principios de los años 2000, en torno a la persona del presidente. Desde el primer año en el cargo, Buteflika se había esforzado en concentrar poderes constitucionales, en realidad arrebatados al jefe de gobierno, a la Asamblea Nacional y, a menudo, a los departamentos ministeriales.

Las dos consultas electorales de 2007 –en primavera para renovar la Asamblea Nacional y en otoño las asambleas locales y los ejecutivos de los ayuntamientos– marcaron el inicio de la depresión del sistema de representación política. El gobierno reconoció las tasas de participación más bajas de la historia oficialmente registradas tras la independencia de Argelia en 1962 (los comicios presidenciales pluralistas de 1995, 1999 y 2004 habían cosechado unas tasas oficiales superiores al 60%). De ahí que la celebración de un referéndum popular, al estilo de Hugo Chávez en Venezuela, para revisar la Constitución, suprimiendo la limitación de mandatos, resultara muy peligrosa.

Los argelinos habían manifestado en masa su rechazo a prestarse a los proyectos gubernamentales de organizar su continuidad, incluida la reforma de la Constitución. Como resultado, ésta se revisó por la vía parlamentaria, lejos de las miradas, en noviembre de 2008 y se puso en marcha, costase lo que costase, el proceso enfocado al tercer mandato presidencial. La apuesta, arriesgada, por unas elecciones presidenciales en abril de 2009 no ha podido salvar “el contrato de adhesión” de los argelinos a una “forma transitoria de representación política”. Al contrario: ha significado su fin.

El ‘pacto electoral’ se quebró a partir de 2004

El ciclo político que en abril de 2009 toca simbólicamente a su fin en Argelia, debido a la abstención récord en unos comicios presidenciales, nació con otras elecciones de la misma naturaleza, las de noviembre de 1995, las primeras pluralistas en la historia del país. Una mayoría de argelinos, sometidos desde hacía tres años al terror sangriento del Grupo Islámico Armado (GIA) y de otras facciones de la guerrilla islamista, había decidido devolver clara y urgentemente la legitimidad al poder establecido, eligiendo a su candidato declarado: el general Liamín Zerual. Se trataba de salvar al país del caos que sobre él se cernía.

Y, en cierta medida, a ojos de una parte de las clases populares que había votado al Frente Islámico de Salvación (FIS) en las legislativas de diciembre de 1991, había que reparar la “desvergüenza” que había desembocado en la guerra civil. La derrota de la guerrilla islamista corresponde a ese 16 de noviembre de 1995, cuando se frustró el llamamiento al boicot, acompañado de amenazas de muerte. El “contrato electoral transitorio” de los argelinos adquirió una identidad orgánica, una alianza presidencial formada por el partido histórico del nacionalismo argelino, el Frente de Liberación Nacional (FLN), el nuevo partido de la administración, la expresión más directa de la voluntad del ejército, Agrupación Nacional Democrática, y el partido del “islamismo de gestión”, el Movimiento para la Sociedad de la Paz (antiguo Hamás).

Esta alianza se ha repartido las funciones ministeriales durante los últimos 13 años. En 1997, 2002 y 2007, logró una mayoría parlamentaria, inflada regularmente por el fraude electoral. Fue la que votó por la enmienda de la Constitución que autoriza el tercer mandato presidencial y organizó la campaña del candidato Buteflika. Los profundos resortes que llevaron a una mayoría del electorado argelino a hacer de esta “alianza conservadora” el fundamento de la representación política en que descansaba el ejercicio del poder se han ido desplomando progresivamente durante la última década. El islamismo armado ya no hacía peligrar la continuidad del Estado. La escasez de recursos económicos tocaba a su fin, antes de transformarse en abundancia financiera. La leal abnegación del país para salvar a una Argelia solidaria chocaba con la nueva realidad sociológica argelina de la posguerra civil: un país socialmente muy estratificado.

A partir del segundo mandato de Buteflika en 2004, los electores renunciaron aceleradamente a su papel de legitimadores. Los spin doctors de la presidencia no vieron venir este movimiento de ruptura tectónica tras casi 10 años de “adhesión estable”. En 2005, empiezan a subir los precios del petróleo. Se acaba la contención relativa del asalariado a la hora de reivindicar una participación superior en los ingresos nacionales, una contención que formaba parte del pacto de rescate de urgencia del país de mitad de los años noventa. En 2003, el escándalo financiero de la bancarrota fraudulenta del Khalifa Bank amplía los límites de la corruptibilidad del poder. En los círculos populares, prima la sensación de que llevaba años gestándose una flagrante traición. “¡Nosotros sacrificándonos por salvar el país y ellos no buscaban más que llenarse los bolsillos!”. Las huelgas en masa del funcionariado, sobre todo de profesores, jalonan todo el año social.

Ya no sirven los argumentos habituales esgrimidos con el plan de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional (FMI) de 1995: los aumentos sustanciales de sueldo no harán peligrar las finanzas públicas. Estas subidas no se harán efectivas hasta el 1 de enero de 2008, aplicándose a unos tres millones de funcionarios, espina dorsal de la clase media. La ruptura del pacto “de adhesión electoral” iniciada en 2005 con el fracaso de la participación en el referéndum sobre la reconciliación nacional adquirió, durante ese periodo, tintes catastróficos. En los comicios legislativos y locales de 2007, las urnas permanecieron desiertas. El referéndum de revisión de la Constitución quedó relegado al olvido, para que no se repitiera el desastre. A finales de 2008, el rechazo popular a participar en las elecciones se hace sentir con tanta fuerza en la sociedad que, como última etapa de la ruptura, provoca el fracaso del juego político formal clásico. El vacío paraliza las oposiciones. Es una huelga espontánea de las candidaturas serias.

El relevo generacional aún no está listo

La ausencia de candidatos que estén electoralmente en condiciones de hacer frente a la reelección de Buteflika es el último rasgo de la crisis política argelina. En abril de 2004, el ex jefe de gobierno Alí Benflis había desempeñado esa función. Su candidatura, respaldada por el jefe del Estado Mayor del Ejército, Mohamed Lamari, había alimentado la ilusión de una verdadera pugna electoral. Nada de eso queda en 2009. Los responsables de los partidos de la oposición, tradicionalmente en lid en los comicios presidenciales –Said Sadi, al frente de los modernistas, y Abdalá Yaballah en nombre de los islamistas moderados– se han negado a participar.

Los antiguos jefes de gobierno a los que se reconoce la talla de presidenciables –Alí Benflis, Ahmed Benbitur, Sid Ahmed Ghozali y, sobre todo, Mulud Hamruch, arquitecto del abandono del sistema unipartidista en 1988-91– se han retirado del proceso electoral. La idea de que ese boicot se había fraguado en secreto ha circulado en el seno del poder. La verdad es que cada uno de los actores de la oposición sufrió en sus carnes la elevada abstención moral de la sociedad, una especie de depresión colectiva cuya magnitud arrasó con todo proyecto de desarrollo electoral. Ocho años de bloqueo de las actividades públicas han debilitado demasiado a la oposición argelina como para confiar en que cambie la situación política en esta cita electoral. Está descompuesta.

La huelga de candidaturas como eco de la abstención masiva es más una actitud de supervivencia que una estrategia ofensiva. Los dos motores –uno principal y uno secundario– de una recomposición activa de los partidos opositores, con una poderosa alternativa política a la reelección de Buteflika, están ausentes en esta coyuntura 2008-09. El principal combustible de una alternativa es una nueva irrupción de las masas en la arena pública. En realidad, nunca ha dejado de estar presente en todo el país, tras la gran insurrección popular que vivió Cabilia en 2001, contra la represión, la impunidad y en defensa de los derechos democráticos garantizados. La marcha –de una magnitud que el gobierno no se esperaba– de cerca de 50.000 argelinos en protesta contra la masacre de Gaza, el 9 de enero de 2009, es el primer indicio de un relevo generacional que, sin embargo, se incorpora tarde al calendario electoral de esta primavera.

El motor auxiliar de un cambio posible habría sido “una ruptura doctrinal” de la consideración, por parte de las principales capitales occidentales, del presidente Buteflika como el dique más seguro contra el radicalismo islamista. Este cambio de perspectiva no se ha producido. Al contrario: el presidente Nicolas Sarkozy confirmó el paradigma dominante, al declarar, en enero de 2008: “Desde luego que hay que apoyar al gobierno del señor Buteflika. Nadie desea un gobierno talibán en Argelia…” En los meses siguientes, no tardará en replantearse la capacidad de un presidente de la República debilitado por la enfermedad y elegido en tierra de nadie y que prolongaría un balance muy discutido de 10 años en el cargo, para consolidar la estabilidad política que persiguen los socios de Argelia. Ninguna agencia de calificación de riesgo-país ha observado el constante descenso del riesgo que tiene lugar en Argelia desde hace 10 años, aun sin llegar a formar parte de los países con puntuación A.

El cambio por la vía de la revuelta, la primera de las posibilidades

Los comicios presidenciales de abril de 2009 consagran una nueva situación política en Argelia. La legitimación electoral del “bloque político” que encabezó la salida de la crisis de los años noventa ha llegado a su fin. La prolongación de la presidencia de Buteflika no es sino fruto de un compás de espera, a falta de energía para la renovación, tanto dentro como fuera del régimen político. El riesgo de que el país vuelva a ser pasto del caos alimentado por la guerrilla islamista no se plantea a medio plazo. Al vincular, en 2004- 05, su propaganda nacional a la planetaria de Al Qaeda, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), convertido en Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), renunció a su última posibilidad de ser uno de los actores de la recomposición futura del islamismo político radical encarnada aún hoy por Alí Benhach. Liberado en julio de 2004 tras 12 años de cárcel, el antiguo número dos del FIS vive en Argel vigilado por la policía.

Su hijo menor se incorporó a la guerrilla del GSPC en 2007. Por primera vez, la evolución de la seguridad en Argelia parece depender tanto del fin de la ocupación americana en Irak y los progresos negociados en Afganistán como de las respuestas militares y las políticas locales. Un cúmulo de debilidades de los actores públicos forma la nueva situación política. Los antiguos actores relacionados con la guerra de liberación nacional tardan en abandonar la escena, los nuevos movimientos sociales –sindicalismo independiente– no cuentan con expresión política. La transición generacional de la clase política está bloqueada.

La sociedad se niega a avalar la continuidad del sistema –al menos en sus formas de representación pública–, sin proponer aún recursos para la reconfiguración del terreno político. “Los opositores apuestan por un tercer mandato de corta duración”, estimaba un editorialista. Probablemente tenga razón. En ese escenario, Buteflika, que ha aludido a su sucesión ante una delegación de políticos franceses, abandonaría sus funciones prematuramente. Las razones de salud son las más esgrimidas. Paradójicamente, hay otra causa para acortar el tercer mandato que lleva meses cosechando crédito: un repentino ascenso –sin duda agitador– de la cólera popular, como hace presagiar la llegada acelerada al espacio público de la generación que no sufrió directamente el agotamiento de la guerra civil. Buteflika no contaría con la energía física ni política para enfrentarse a una crisis como la de Cabilia (2001) trasladada a las grandes ciudades.

La revisión de la Constitución en noviembre de 2008 no permitió blindar el proceso de “sucesión” al frente del Estado. Los militares argelinos, políticamente debilitados y divididos tras la reelección de Buteflika en 2004, quisieron crear un puesto de vicepresidente para que lo ocupara un continuador del mandato, probablemente Ahmed Uyahia (hoy primer ministro), sin volver a pasar inmediatamente por las urnas. Buteflika no aceptó. Tal vez fuera un empujoncito involuntario para el futuro democrático de Argelia.