Elecciones legislativas en Argelia: el Parlamento, una apuesta menor para el régimen

La corrupción y la poca actividad legislativa de la Asamblea explican el desinterés de la población por los comicios.

Yassine Temlali

La preparación de las elecciones legislativas del 17 de mayo de 2007 se ha desarrollado en un particular contexto de seguridad: multiplicación de los ataques perpetrados por los grupos islamistas armados contra las fuerzas de seguridad y espectacular regreso de los atentados bomba en la capital. En el ámbito político, un gran número de escándalos financieros –el que más ha dado que hablar, el “escándalo Khalifa Bank”– han acabado de minar la confianza de los argelinos en sus gobernantes. Según ellos, el desahogo económico que vive el país (80.000 millones de dólares de reservas de cambio) da pie a la creación de nuevas mafias, aún más codiciosas que las viejas. El periodo preelectoral ha brindado una instantánea sobrecogedora de la evolución del paisaje político y de las turbulentas relaciones existentes entre la población y los partidos e instituciones electas.

Ha demostrado que el desinterés de los argelinos por los comicios parlamentarios sigue siendo un dato sociopolítico invariable. Ese desinterés se nutre de un cierto desconocimiento de las prerrogativas de la Asamblea Nacional Popular (ANP), pero también de las sospechas de enriquecimiento ilícito que han manchado la reputación de muchos diputados en sus propios feudos. La indiferencia de éstos frente a las quejas de sus electores ha ampliado el abismo que los separa. Tras las legislativas de 1997, son pocos los que se han mantenido a la escucha de la población abriendo oficinas electorales en su circunscripción.

Prosigue la “recuperación” del FLN

La indiferencia popular ante las maniobras preelectorales (confección de las listas, padrinazgos…) contrasta visiblemente con la agitación en que las legislativas del 17 de mayo han sumido a muchas elites políticas. Las “batallas por las candidaturas” no han perdonado ni a los “partidos oficiales” (el FLN-Frente de Liberación Nacional, y el RND-Reagrupamiento Nacional Democrático), ni a los partidos islamistas (MSP-Movimiento por la Sociedad y la Paz, movimiento Ennahda) ni a los partidos “demócratas” (el RCD-Reagrupamiento por la Cultura y la Democracia; la ANR- Alianza Nacional Republicana). Las muchas ventajas materiales que la ANP ofrece a sus miembros han avivado la codicia de los mandos intermedios de los partidos surgidos –como subraya el sociólogo Abdelnasser Yabi– de las capas pobres y las clases medias destronadas del interior del país.

Los responsables del RND y del MSP se han servido de esa codicia para preparar la “renovación” radical de sus bloques parlamentarios. Esta renovación les permite promocionar a nuevos incondicionales que les deberán el éxito cosechado. Pero sobre todo, les permitiría eliminar de la carrera a los puestos de dirección del partido a determinados diputados, convertidos en políticos ambiciosos tras acceder a la ANP, en mayo de 2002. La confección de las listas electorales no ha generado divisiones públicas ni entre los miembros del RND ni entre los del MSP. En cambio, en el seno del FLN, ha desencadenado una verdadera revuelta, encabezada por diputados rechazados por el bien de “nuevas viejas” figuras del régimen (ex ministros, ex embajadores).

¡Tan solo 12 de los 199 representantes de dicho partido en la ANP elegida en 2002 disfrutan del privilegio de defender sus colores el 17 de mayo de 2007! La “recuperación” del FLN, encabezada por su secretario general, Abdelaziz Beljadem, con el propósito de convertirlo en el “partido de la Presidencia”, se ha llevado a cabo sin descanso. El propio presidente de la República ha ratificado las listas electorales del antiguo partido único. Los partidarios del ex secretario general Ali Benflis –su rival en las presidenciales de abril de 2004– se retiraron sin contemplaciones. El presidente de la Asamblea electa en 2002, Amar Saidani, supuestamente “crítico” con Abdelaziz Buteflika, pagó los platos rotos de esa gigantesca purga, lo que ilustra a la perfección los avatares de la política en Argelia, donde se puede pasar directamente del poder más absoluto a prácticamente el anonimato.

La diputación, una promesa de ascenso social

El entusiasmo de las elites políticas por las legislativas del 17 de mayo no tiene tanto que ver con la importancia del papel institucional de la ANP como con las promesas de ascensión social que brinda el estatus de diputado al titular, así como a las clientelas locales que lo apoyan. Al movilizarse por un candidato, estas clientelas calculan el provecho que pueden obtener de su triunfo, que les dejará vía libre hacia los puestos de responsabilidad en el seno de su partido o en la administración. Las elites locales ya no aceptan que el pastel de la promoción social esté reservado siempre a los mismos. Ellas también quieren acercarse al corazón del sistema, a Argel.

Continuamente apelan a la “renovación del personal” de sus partidos, pero no ocultan sus ambiciones bajo ninguna tapadera política. Resulta significativo que la “batalla por las candidaturas” no haya dado lugar, en ninguna de las grandes formaciones políticas, a un debate sobre las principales cuestiones nacionales (privatización, reforma de la escuela, asuntos exteriores, etcétera). Una de las novedades es que muchos ejecutivos recién enriquecidos han tratado de sitiar la ANP. Los hay que no han dudado en “comprar” los primeros puestos en las listas de los partidos o en las listas independientes.

Al ir tras el escaño de diputado, pretender revestir su éxito económico de la honradez que se le presupone a cualquiera con el estatus de “elegido por la nación”. Su elección, además de garantizarles una inmunidad relativa, puede abrirles puertas hasta ahora cerradas, las de jugosos asuntos comerciales o mercados públicos valorados en millones de dinares.

Dispersión de los islamistas, ausencia del FIS

Los islamistas abordan los comicios del 17 de mayo aún más dispersos de lo que estaban en las legislativas del 30 de mayo de 2002. No se ha constituido frente electoral alguno entre el MSP, el Ennahda y el Islah, todos surgidos de la corriente internacional de los Hermanos Musulmanes. Ningún dirigente del Frente Islámico de Salvación (el FIS, disuelto) favorable a la reconciliación nacional ha podido presentarse candidato a la diputación en las listas islamistas. Aunque benevolente con los “moderados del FIS”, el presidente Buteflika no se ha mostrado dispuesto a traspasar la línea roja trazada para la reconciliación nacional, la de la prohibición de toda actividad política.

Esos dirigentes “reconciliadores” siguen apoyando la política presidencial, pero sus esperanzas de volver a fundar el FIS se desvanecen, más aún cuando los atentados del 11 de abril han dotado de nuevas fuerzas a las fracciones “erradicadoras” del régimen que la destitución del jefe del Estado Mayor del ejército, Mohamed Lamari, a finales de 2004, había debilitado momentáneamente. La crisis sufrida por el Islah, que ha desembocado en la expulsión de Abdellah Yaballah de la presidencia, intensificó la dispersión del islamismo legal. El antiguo presidente del Islah apeló al boicot del escrutinio del 17 de mayo, pero no todos sus partidarios oyeron su llamado.

En determinadas wilayas, han presentado sus candidaturas en listas independientes, o han solicitado el padrinazgo de otros partidos. Haciendo oídos sordos a las órdenes de su caudillo, demuestran el creciente atractivo ejercido por las instituciones electas en el islamismo moderado. Lejos queda el tiempo en que esa corriente se planteaba el problema del carácter teológicamente lícito de la participación en el voto y de la creación de partidos políticos. En cuanto al movimiento islamista armado, su componente principal, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), parece haber ingresado en el seno de Al Qaeda.

La afiliación del GSPC a esta nebulosa constituye un arma de doble filo. Si convierte su eliminación en algo más complejo que un problema de política interna, acaba de desvincularla de la realidad del país. El GSPC ya no tiene gran cosa que proponer a los argelinos, más que un hipotético Estado panislámico “a punta de pistola”. Más que nunca, la suerte de su guerrilla depende del desenlace de la guerra en Irak y en Afganistán.

Integración creciente de las elites cabilias

Salvo el FFS (Frente de Fuerzas Socialistas), que preconizó el boicot de las legislativas del 17 de mayo, las elites políticas cabilias (RCD, etcétera) se han mostrado decididas a no seguir practicando la “política de la silla vacía”, que, en 2002, redujo su representación en la Asamblea a la mínima expresión. Muchos dirigentes del “Movimiento ciudadano”, marco de las sangrientas protestas de la “Primavera negra” (2001–2002) se han presentado candidatos a diputados, especialmente en las listas del RCD.

La fiebre electoral que ha invadido a las elites políticas cabilias demuestra que ya no se conforman con el estatus de elites regionales. Sus ambiciones nacionales se confirman cada vez con más rotundidad. Y encuentran un poderoso eco en las de una burguesía cabilia que, como ilustra el ejemplo del empresario, Issad Rebrad, no deja de ampliar el ámbito de sus inversiones más allá de la Cabilia. El interés de dichas elites por las elecciones parlamentarias demuestra que se ha cerrado el paréntesis de los disturbios que conoció la Cabilia entre 2001 y 2003. Tras haber sido portavoz de una juventud que no se reconocía ni en el FFS ni en el RCD, el “Movimiento ciudadano” ha iniciado el mismo proceso de integración en los engranajes institucionales, una de las causas del debilitamiento de ambos partidos en la región.

Dispersión de los demócratas y de la izquierda

Una vez más, los partidos demócratas han demostrado ser incapaces de presentar candidaturas comunes. Claro que en determinadas circunscripciones se han constituido frentes electorales entre la ANR, la UDR, y el MDS –Movimiento Democrático y Social–, pero, al ser ignorados por la RCD, principal partido demócrata, su constitución es más un símbolo que algún tipo de pretensión de ganar la batalla electoral a los partidos nacionalistas e islamistas. La RCD, que ha presentado candidatos en todas las circunscripciones, parece haber recobrado su simpatía por la Asamblea, cuya elección boicoteó en 2002, presionado por los motines de la Cabilia.

Ha templado su discurso de denuncia del “autoritarismo de Buteflika” y ni siquiera descarta la posibilidad de participar, como en 1999, en el gobierno. La izquierda argelina tampoco ha logrado unir sus filas. El PT (Partido de los Trabajadores) y el PST (Partido Socialista de los Trabajadores) han presentado listas separadas. La divergencia existente entre las prácticas políticas de los dos partidos –ambos surgidos de la corriente trotskista– no hace sino profundizarse, a pesar de la gran similitud de sus programas antiliberales, favorables a la protección del sector público. El PST trata de mantener una participación regular en los movimientos sociales, en especial el sindical, pero su aura mediática y electoral sigue siendo escasa.

La presencia del PT en dichos movimientos es mucho menos significativa. La compensa con una constante actividad mediática y un público electoral innegable: en las legislativas de 2002, obtuvo unos 400.000 votos y una veintena de escaños en la ANP.

Un Parlamento a merced de la Presidencia

Salvo las elecciones municipales del 12 de junio de 1990 y las legislativas abortadas del 26 de diciembre de 1991 (ambas ganadas por el FIS), todas las consultas electorales que han tenido lugar desde la apertura democrática en 1989 se han visto empañadas por el fraude. El fraude siempre ha sido obra de una administración todopoderosa, pero siempre se ha visto favorecido por la incapacidad de la mayoría de partidos de ejercer un verdadero control en las urnas. El FLN y la RND –y, en menor medida, la corriente islamista– son los únicos que están en condiciones de que sus propios militantes los representen en el conjunto de colegios electorales (42.000).

Sin embargo, los partidos no se han mostrado muy inquietos por la posibilidad de que se amañe el escrutinio del 17 de mayo. El hecho de que la Comisión de preparación de los comicios haya sido presidida por Abdelaziz Beljadem, jefe de gobierno y secretario general del FLN, tan solo ha generado entre ellos protestas discretas. Para el sociólogo Abdelnasser Yabi, esa discreción se explica por dos razones. Por un lado, la enmienda de la ley electoral en 2004 redujo las posibilidades de fraude, sobre todo gracias a la supresión de los “colegios electorales especiales”, hasta entonces reservados a los miembros de las fuerzas de seguridad.

Por otro lado, la marginación del ANP bajo el reinado de Buteflika convierte las elecciones parlamentarias en una apuesta menor para el régimen. La Asamblea, además de estar, en virtud de la Constitución, a merced del presidente de la República –con potestad, por ejemplo, para disolverla si rechaza dos veces el programa del gobierno– nunca se ha caracterizado, en estos cinco años, por una gran actividad legislativa: ¡no ha propuesto más que un proyecto de ley! La mayoría presidencial que la domina (FLN, RND y MSP) se ha contentado con ratificar los proyectos del gobierno y las numerosas disposiciones promulgadas por Buteflika en el intermedio parlamentario.