El fútbol revela identidades reprimidas

En Egipto y Argelia, las afirmaciones identitarias tienen su origen en conciencias culturales falsas y reflejan una voluntad de reposicionamiento en la escena regional.

Yassin Temlali

Rara vez ha habido tantos intereses políticos en juego en una competición deportiva como en los tres partidos de clasificación para el Mundial de Fútbol de 2010 entre Argelia y Egipto. Una tensión extrema rodeaba el desarrollo de estos encuentros. Los dos últimos estuvieron salpicados de incidentes que causaron decenas de heridos y provocaron una crisis diplomática entre los gobiernos egipcio y argelino. Esta desviación del deporte hacia la política empezó unas semanas antes del segundo partido que se disputó en El Cairo, el 14 de noviembre de 2009. Tras contentarse con comentar las ordenadas batallas entre los seguidores en los foros electrónicos, los medios de comunicación de ambos países se lanzaron a su vez a una absurda guerra sin cuartel.

Del deseo de movilización patriótica en torno al equipo de fútbol, muchos medios egipcios pasaron alegremente a una burla condescendiente y chauvinista que tenía como diana a Argelia, a su pueblo y a su historia. Así, fueron los egipcios los que les enseñaron el árabe a los argelinos, tras liberarles, evidentemente, del yugo del colonialismo (Amr Adib, el 10 de octubre de 2009, en su programa Al Qahira Al Yaum, El Cairo hoy, emitido por la cadena por satélite Orbit T). Después de un período relativamente comedido, fueron los periódicos argelinos los que cargaron contra Egipto y los egipcios.

El apedreamiento en El Cairo el 12 de noviembre del autobús que transportaba al equipo argelino se percibió en Argelia como un imperdonable ataque a un “símbolo de la nación” (El sitio de información Tout sur l’Algérie tituló, el 15 de noviembre de 2009: “El equipo nacional, símbolo supremo de la soberanía, agredido en El Cairo: Argel guarda silencio”). El aumento de las noticias sobre los ataques sufridos por los seguidores argelinos en la capital egipcia al final del partido del 14 de noviembre desencadenó, en Argel y en otras ciudades, una ola de violencia centrada principalmente en las sucursales de Orascom Télécom. La sensación de inseguridad indujo a un gran número de trabajadores egipcios a regresar temporalmente a su país.

El ataque al autobús de los seguidores egipcios, el 18 de noviembre en Jartum, tras el partido que había desempatado a las dos selecciones, provocó en Egipto una marejada de chauvinismo contra los argelinos tan agresiva que convenció a decenas de ellos de que debían pedir a su embajada que les repatriara. Decepcionados por la eliminación de la selección egipcia, numerosos medios exageraron conscientemente la descripción de los incidentes que siguieron al partido, y algunos los elevaron a la categoría de “batalla”. De forma ingenua, unos periodistas, no muy al tanto de los temas económicos, reclamaron la “retirada de las inversiones egipcias en Argelia”.

Otros tacharon a los argelinos de “bárbaros sanguinarios”, sin dejar de mencionar la retórica colonialista francesa y su “árabe pérfido, con el cuchillo entre los dientes”. Uno de ellos, Tarek Allam, incluso llegó a llamarlo “el más vil de los pueblos de la Tierra” (www.korabia.com, 19 de noviembre de 2009) mientras que otro, Magdi Al Gallad, redactor jefe del influyente Al Masri Al Yaum, se dirigía a ellos violentamente: “¡Vivís fuera del mundo civilizado!”, Los más fanáticos de esos “profesionales” intachables aclamaron vivamente las manifestaciones (extrañamente permitidas por la policía) que reclamaban la expulsión del embajador argelino.

Esta campaña movilizó a personalidades políticas –Gamal Mubarak, hijo del presidente y eminencia del partido oficial, el Partido Nacional Demócrata; Ayman Nur, líder del partido de la oposición, Hizb Al Ghad, el partido del futuro–, escritores –el ganador del Booker árabe de 2008, Yussef Zidane, publicó un panfleto antiargelino de un racismo inusual (Al Masri Al Yaum, 25 de noviembre de 2009)– y artistas. Las películas argelinas desaparecieron repentinamente del programa del festival de cine del Cairo. Actores famosos (Isaad Yunès, por ejemplo) prometieron el “boicot cultural total de Argelia”, mientras que otros no menos famosos (Yusra y Ahmed Al Saqqa) devolvieron a la embajada argelina las distinciones que habían recibido en el Festival de cine de Orán. Un abogado, Nabih Al Wahch, pidió a la justicia que privara de la nacionalidad a la cantante Warda, acusada en la prensa de preferir, en cuestión de fútbol, el equipo de su país de origen en vez del de su país de adopción. Incluso la guerra de liberación argelina, tan reverenciada, cayó en el olvido; desde entonces se menciona en un tono desenvuelto o claramente injurioso.

Ironizando sobre la expresión “el país del millón de mártires” por la cual se designa habitualmente a Argelia en el mundo árabe, Munir Wassimi, presidente del Sindicato de músicos, habló del “país del millón de inútiles” (Al Shuruk Al Gadid, 22 de noviembre de 2009). La mayoría de los periódicos argelinos reaccionaron frente a esta campaña haciendo gala del mismo chauvinismo. Algunos desenterraron clichés colonialistas que mostraban a los egipcios como un pueblo de arrogantes pachás, de porteros serviles y de bailarinas del vientre. Al describir la atmósfera en El Cairo tras la victoria argelina en Jartum, Azzedin Mabruki, escribía: “Incluso la gente humilde, roñosa, que parece ser la mayoría de los habitantes, se puso a clamar venganza contra Argelia […] Gente de costumbres sencillas, dócil, servil, los tenderos, los buabs [conserjes] y los taxistas se creían generales” (“La escalada de odio de los cineastas egipcios”, El Watan, 26 de noviembre de 2009).

El cuestionamiento de la identidad árabe

Estos acontecimientos han puesto de manifiesto, una vez más, el poder de “integración nacional” del deporte. En Egipto, incluso los sectores de la juventud habitualmente reacios al patriotismo oficial (como los grupos de rap) jamás se habían sentido tan egipcios. En Argelia, las manifestaciones que celebraron la clasificación para el Mundial tuvieron tintes de fiesta de la independencia. Los franceses de origen argelino pudieron ser admitidos más fácilmente en el seno de la comunidad nacional puesto que los beurs estaban bien representados en el equipo victorioso.

El alborozo popular en Cabilia ha demostrado que el surgimiento de una reivindicación autonomista en esta región de habla bereber no ha debilitado sus fuertes vínculos con el resto del país. Pocas veces ha sido tan frágil la unanimidad relativa sobre la identidad común que une al Magreb con el Mashrek, la identidad arabomusulmana. En Egipto, una retórica mediática anti-argelina oponía “el carácter egipcio” faraónico, la identidad auténtica, al “carácter árabe”, una identidad importada. Esta retórica asociaba a Argelia con un mundo árabe amenazador e inútil, con el que se debían romper las amarras. Otro discurso consistía, por el contrario, en rechazar la pertenencia de este país a la nación árabe; se describía a los argelinos como un “pueblo afrancesado”, “culturalmente marginado”.

Huelga subrayar que la insistencia sobre el particularismo lingüístico de Argelia –que es, en parte, el del Magreb– y los malos juegos de palabras sobre la similitud fonética entre “bereber” y “bárbaro” extendieron a Marruecos y Túnez la indignación contra este chauvinismo “gran-árabe”; en estos países, la victoria argelina se celebró como un triunfo magrebí. En Argelia, la crisis ha arrimado inesperadamente el ascua a la sardina de los partidarios del aislacionismo, los cuales, exagerando la implicación argelina en Oriente Próximo, se repiten machaconamente desde hace unos años que las relaciones con los Estados de esta zona ya no deberían definirse más sobre la base de una fraternidad artificial.

Asimismo, esta crisis ha consolidado la posición de todos aquéllos que rechazan el dogma oficial sobre la identidad, el islamismo árabe, frente al cual afirman una “identidad argelina” en la que, naturalmente, la dimensión árabe se reduce al mínimo cuando no es ignorada por completo (“La identidad argelina: la inevitable descolonización horizontal”, Kamel Daud, Le Quotidien d’Oran, 17 de diciembre de 2009). Los “bereberistas” y los autonomistas cabiles veían en las dudas de la prensa egipcia sobre la identidad árabe de los argelinos la prueba de que ésta era una construcción puramente artificial, que se ha derrumbado con la primera sacudida.

El presidente del MAK (Movimiento por la Autonomía de Cabilia) calificó el dogma de la identidad árabe de Argelia de “castillo de naipes [que] no ha resistido el momentáneo soplo de las pasiones”. De esta manera, olvidaban que el arabismo está en crisis en todos los lugares y que la exaltación de las identidades egipcia, libanesa o gran siria estaba más anclada en la historia de Egipto, Líbano o Siria que la celebración de la “identidad bereber” en el Magreb. El rechazo de las pretensiones egipcias al liderazgo regional ha reavivado unas antiquísimas polémicas históricas.

A los periodistas que propagaban una curiosa leyenda según la cual fue Egipto el que, gracias a algunas maniobras de los servicios de Nasser, expulsó a la Francia colonial de Argelia y no el Frente de Liberación Nacional (FLN), los periódicos argelinos les recordaron la participación de las tropas argelinas en la guerra de 1973 y, sobre todo, los peligros que corrió la lucha por la liberación por culpa de las injerencias egipcias en los asuntos del FLN. En este sentido, la aparición del islamismo argelino se atribuía únicamente a los séquitos de maestros “hermanos musulmanes” que el régimen nasseriano envió a Argelia tras su independencia.

Los arabistas egipcios no cedieron ante la campaña mediática antiargelina. Para ellos, lo que ésta pretendía –al igual que las campañas periódicas que acusan a los palestinos de Gaza de violar la soberanía territorial egipcia– era que la gente creyera que el enemigo no era Israel sino los árabes. Por el contrario, en Argelia, los arabistas se encontraron en una posición incómoda: ¿cómo defender la “comunidad de destinos” con un país cuyos periódicos y televisiones, privados y gubernamentales, denigraban tan injustamente a los argelinos, su revolución y sus mártires? Según uno de los líderes del arabismo argelino, Othmane Saadi (artículo en árabe titulado: “El fútbol y el drama de toda una nación”, Montada Al Fikr Al Arabi), los responsables de la crisis eran los “francófilos”, en Argelia, y los “faraonistas” en Egipto. (El “faraonismo” designa, tanto para sus adeptos como para sus adversarios, la reivindicación de una identidad egipcia antigua, no árabe).

Esta tesis era de un simplismo caricaturesco. Si bien durante esta crisis los defensores de la “identidad faraónica” pudieron encontrar un foro de expresión pública más amplio, las voces chauvinistas antiargelinas no se limitaron a ellos y cubrieron un abanico más amplio. Además, el periódico Al Shuruk, reputado por su defensa obsesiva de la identidad araboislámica, se encontraba entre los más antiegipcios. Si bien es cierto que trató de presentarse como el defensor del verdadero islamismo árabe, al que Egipto ha renunciado supuestamente, también se han podido ver en sus columnas algunos homenajes anacrónicos a los soberanos bereberes que invadieron el valle del Nilo hace unos tres mil años (Al Shuruk, 21 de noviembre de 2009).

Particularismos de la identidad y distanciamiento del mundo árabe

Si bien en Egipto y Argelia estas afirmaciones “particularistas” sobre la identidad hallan sus orígenes en las falsas conciencias culturales, son también el reflejo –perverso– de la voluntad de reposicionamiento político de dos Estados en la escena regional. Egipto sigue presentándose como el corazón latente del mundo árabe. Sin embargo, su magisterio político y cultural en esta zona es más formal que real. Se asociaba al prestigio del nasserismo y a la fuerza del sentimiento antiimperialista en los países del Magreb y del Mashrek. Ya sólo se apoya en el recuerdo de unas glorias cada vez más lejanas (como la victoria en la guerra de 1973) y en una producción cultural que sufre una enorme competencia por parte de las producciones siria, libanesa y magrebí.

Las tentaciones del “egipcismo” (el “faraonismo”) son antiguas. Sin embargo, si bien en el pasado evidenciaban la complejidad del proceso de la construcción nacional, a finales de los años 2000 parecen mostrar la degradación del papel político de este Estado en su entorno inmediato, Oriente Próximo. Las proclamas egipcistas observadas durante la crisis con Argelia no eran tanto la consecuencia de unas reflexiones sociológicas o históricas como la simple transposición al ámbito cultural de una retórica política cada vez más aislacionista, por así decirlo. Esta retórica la emplea una parte de los intelectuales y ciertos círculos oficiales que identifican las “cuestiones árabes”, especialmente la “cuestión palestina”, con una enorme cruz con la que, de manera injusta, carga sólo Egipto.

Probablemente, sólo unas razones pragmáticas impiden que el “egipcismo” se convierta en la ideología oficial del Estado. La primera es que el mundo árabe es el principal receptor de inversiones extranjeras egipcias privadas (Orascom) y públicas (Egypt Telecom y Arab Contractors) así como el enorme excedente de mano de obra desempleada. La segunda es que el sentimiento panárabe sigue vivo en el plano popular; lo alimentan los islamistas, los nasseristas y una parte de la izquierda. Por último, es que las autoridades egipcias negocian, política y financieramente, su participación en la resolución de los conflictos de Oriente Próximo (el arbitraje entre Al Fatah y Hamás y la mediación entre este movimiento y el Estado hebreo).

En Argelia, la crispación “argelinista” no sólo revela el carácter inacabado de la construcción nacional sino también el distanciamiento real de la diplomacia argelina con respecto al mundo árabe. Este distanciamiento comenzó con el repliegue total sobre sí mismo del país tras la aparición de la guerrilla islamista en 1991. Hay que apuntar, por cierto, que durante la lucha contra el islamismo armado, en los años noventa, se produjeron unas redefiniciones fundamentales de la identidad argelina que culminaron en 2002 con la elevación del bereber al rango de segundo idioma nacional. Existe un equivalente argelino de esta retórica egipcia que, para justificar la ruptura con el mundo árabe, recuerda el boicot a Egipto por parte de los “países hermanos” después de la firma de los Acuerdos de Camp David con Israel en 1978. Se trata de una retórica, también extraoficial, que repite machaconamente que “Argelia, en los noventa, se encontró sola ante el peligro islamista”.

Vista la distancia geográfica que separa a Argelia de los focos de tensión de Oriente Próximo, su régimen no siente la necesidad de asumir públicamente su aislacionismo y sigue evitando el poner en tela de juicio el dogma de la fraternidad panárabe. Por eso las televisiones y radios gubernamentales reaccionaron con moderación frente a las campañas chauvinistas de las televisiones y los periódicos egipcios. Esta actitud se podría explicar por el hecho de que, a pesar del reconocimiento de la realidad bereber, la identidad árabe se mantiene en el centro del dispositivo de legitimación ideológica del sistema político, lo cual ya no es realmente el caso de Egipto desde la firma de los acuerdos de paz con Israel, hace más de 30 años. El ministro de Información, Anas Al Fiqi, ya lo recordó en plena crisis argelino-egipcia, cuando exclamó ante una comisión parlamentaria: “¡Basta de panarabismo, basta de tonterías!”.