Diarios de piedra
En Egipto, el grafiti se ha convertido en narrador protagonista de la evolución política, en un medio de denuncia y en creador de una conciencia colectiva.
Cristina Rojo
Las capas de pintura se amontonan sobre la pared hasta alcanzar cierta espesura y a los desconchones del muro de piedra se añaden no solo los desperfectos ocasionados por la climatología, sino también por la intransigencia. En pleno centro de El Cairo, un mural de cuatro metros de alto por 25 de largo ilumina con colores vibrantes la calle Kasr el Nil, envuelta como todas las demás por el tráfico y el vaivén del gentío, sepultada por el polvo del desierto que cubre cada edificio hasta embalsamar la ciudad en un monótono tono marrón.
Han pasado ya meses desde que un grupo de artistas locales eligieron este espacio cercano a la plaza Tahrir para dar rienda suelta a su expresividad, y dejarla, además, en el punto de mira de las masas de egipcios que ya se intuía caminarían por esa misma calle unos días después, el 30 de junio de 2013, coincidiendo con el llamamiento de Tamarrud para derrocar al expresidente de Egipto, Mohamed Morsi. El escultor Alaa Abd el Hamid, el artista Amar Abo Bakr, el especialista en caligrafía Samah Ismail y el escritor y poeta Ahmed Abul Hasan se pusieron de acuerdo para volver a reivindicar la esencia del espíritu egipcio a través del arte, con el afán de inspirar a sus conciudadanos mediante la belleza de su país, transformado en el rostro de una mujer.
Esta lleva flores en el pelo trenzado y un collar dorado, rojo y azul que asemeja al busto de Nefertiti. “Antes de abrir los ojos, antes de que me viera mi madre, me pintaron la línea de khol hasta las mejillas, para parecerme a tus estatuas”. Las palabras de Abul Hassan, repetidas a lo largo del muro, hacen referencia a la práctica tradicional egipcia de dibujar una línea de khol sobre los ojos de los recién nacidos, las estatuas son las majestuosas representaciones de los faraones hace miles de años y en el mural están representadas por las figuras de metal de Alaa Abd el Hamid.
El escultor, de 27 años, rescató las piezas de su exhibición en solitario The solution is the solution (La solución es la solución), y les añadió alas y color para impregnar la escena con un toque de optimismo. Los meses han pasado desde entonces y, de la misma forma que la vertiginosa escena política ha evolucionado hacia un nuevo régimen interino en manos del ejército, el mural de Kasr el Nil ha ido cambiando. En las primeras semanas de noviembre el espacio ha pasado ya por tres transformaciones en las que varios grafiteros de la ciudad han añadido su toque personal. Los colores negro y amarillo han ido acaparando espacio sobre los azules y blancos del principio, como una forma de protesta hacia el emblema de los Hermanos Musulmanes (después de la masacre perpetrada el 14 de agosto en la mezquita de Rabaa al Adawiya, el uso de una mano negra con cuatro dedos levantados sobre fondo amarillo se ha convertido en emblema de los defensores de Morsi).
El Zeft, Hanaa el Degham y Amr Nazeer han puesto su sello junto a Amro Okacha y los trazos de las Brigadas de Mona Lisa, un colectivo de artistas callejeros que surgió en la revolución como contrapartida a quienes hacían pintadas proislamistas. El entramado de colores e ideas se ha ido cubriendo con una gruesa línea negra que recorre la pared. “La línea negra es un símil de todos los eventos sombríos que han ido sucediendo en Egipto desde que comenzó la revolución”, explica Amar Abo Bakr. La observación crítica del trabajo de los grafiteros en las calles de El Cairo es una herramienta vital para comprender el estadio en que se encuentra el país, casi tres años después de la caída de Mubarak.
El papel de esta forma de expresión, desde que surgió al inicio de la revolución hasta hoy, ha sido fundamental no solo como fórmula de denuncia frente a las injusticias del poder, sino también en la creación de una conciencia colectiva sustentada por iconos populares, por víctimas elevadas a mártires y lemas asimilados como consignas. “Lo primero que recuerdo haber pintado en la pared fueron las frases de frustración y desesperación que escuchaba en la plaza [Tahrir] en enero de 2011” dice el artista gráfico Ganzeer sobre sus primeras intervenciones en la calle. Aquellas frases plasmadas sobre el muro desfilaron ante las retinas de millones de egipcios, fueron compartidas a través de las redes sociales y viajaron al extranjero en las páginas de libros sobre la revolución. Pasaron de ser un grito espontáneo a testimonio social de un momento histórico.
El poder cambia de manos, el ‘spray’ observa
Los grafiteros comenzaron su cruzada artística en contra del sistema con pintadas dirigidas hacia el exmandatario Hosni Mubarak (en el poder desde 1981 hasta 2011). Su despertar fue una forma de gritar “basta” y responder a la represión policial de las manifestaciones que crecieron hasta la caída del conocido como “último faraón” del país. Durante el periodo transitorio en el que las Fuerzas Armadas tomaron las riendas del poder, se siguieron produciendo detenciones y abusos. Seis meses después de la salida de Mubarak, todavía no se había producido un relevo legítimo. Los grafitis pusieron en el punto de mira a los militares. El más repetido de los eslóganes era entonces “No SCAF” (No a Consejo Supremo de las Fuerzas armadas).
A partir de junio de 2012, con la llegada de Mohamed Morsi al gobierno, éste se convirtió en el nuevo objetivo de las críticas de los activistas. “Vete, Morsi”, le gritaban en sus pintadas, deslegitimando al líder de los Hermanos Musulmanes y a unas elecciones en las que no sentían representado a su país. La última vuelta de tuerca, con la deposición de Morsi en julio y la entrada del régimen interino de Abdel Fatah al Sisi, cierra la rueda histórica de Egipto hasta un punto en el que parece que el país haya dado un paso atrás, hacia un punto indeterminado entre el pasado y el presente. Ahora los grafitis ya no acusan a nadie en concreto de las injusticias. Van más allá. “¿Quién mata a tus hijos cuando aún no han llegado a la pubertad?” inquiere sobre el muro el retrato alado de una niña, fallecida a consecuencia de los disparos de unos encapuchados a las afueras de una iglesia copta.
Los artistas quieren conmover a sus compatriotas, hacerles pensar, buscar su lado más crítico, revitalizar el espíritu revolucionario que hace tres años levantó el país entero en con-tra de una cruda y larga dictadura. “No queremos destruir, queremos darle a la gente algo en lo que pensar y que sean ellos mismos quienes actúen con sentido común”, comenta Amar Abo Bakr. “Seguimos creyendo en la revolución y queremos que la gente esté con nosotros”.
Una forma de diálogo sin bandos
Hace unos meses, un par de policías uniformados se daban un beso bajo un puente en la isla de Zamalek (en el centro de El Cairo). Era tan solo una escena silueteada sobre el cemento que hoy ha desaparecido bajo una densa capa de pintura. “Si algo les da miedo, lo único que pueden hacer [el gobierno interino o sus detractores] es eliminarlo”, comenta Ahmed Seddik, antropólogo y guía en Egipto, que ha incorporado el tour “Cairo grafiti” a sus ofertas. “Es el más popular de los que tengo ahora, y no me lo piden solo turistas, sino también mandatarios y personalidades cuando visitan la capital”.
Pocos son los indiferentes ante las denuncias de spray sobre los muros, y aunque pintar en la vía pública en Egipto no está aun tipificado como delito, el Ministerio de Desarrollo Local tiene listo un proyecto de ley para detener los grafitis “abusivos”. De convertirse en reglamento oficial, los detenidos por esta causa se enfrentarían a penas de cuatro años de prisión o una multa de 100.000 libras egipcias (unos 10.800 euros).
En zonas como Nasr City, donde según la tradición vive una clase media-alta que se identifica con el régimen militar, han aparecido pintadas en contra de lo que los seguidores de los Hermanos Musulmanes consideran un golpe de Estado. Se pueden identificar por las letras CC (al leerlo en inglés suena Sisi, el nombre corto del jefe del Estado Mayor y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Abdel Fatah al Sisi). “CC es un traidor”, “CC es un asesino”, “CC está aquí” se puede leer sobre contenedores y paredes. Las palabras anti-coup y coup = terrorism también son populares en este barrio, así como el canto de los seguidores de los Hermanos Musulmanes “Vete, oh Sisi, Morsi es mi presidente”. En el centro de la ciudad, a escasos pasos de la plaza Tahrir, las reivindicaciones son otras. Muchas están sepultadas bajo repetidas capas de pintura, como si la pared fuera un diario en el que las últimas noticias toman el relevo de las viejas.
En esta tarde de noviembre, en la calle Mohamed Mahmud nadie se interpone entre el grafitero Abood y su muro. Este egipcio de 32 años lleva trabajando en el mismo mural más de seis meses y dedica todo el tiempo que le deja su trabajo en una empresa de alimentación a pintar y repintar sus denuncias. Subido a una escalera y con una camiseta plagada de manchas de color, retoca una escena en la que representa a un gobernante sin cabeza, ante el que se arremolinan policías y fuerzas de seguridad. Lleva varios días durmiendo junto al muro en el que trabaja, pero asegura que lo hace para no perder el hilo de la inspiración, y no porque piense que su trabajo esté amenazado. “La gente nunca me molesta, aunque en parte pienso que es porque muchos no lo entienden. Una vez pinté una serpiente de cuyo interior salía el ejército.
Un militar se me acercó y me preguntó cuál era el significado de la imagen. Yo simplemente respondí que era una representación del ejército como una serpiente, sin más connotaciones. Me dijo, ‘muy bien’, pero al día siguiente la serpiente estaba tachada. A mí no me importa –dice tranquilo–, si alguien viene y pinta sobre mi trabajo, al día siguiente continúo y lo vuelvo a dibujar. Es seguro pintar en Mohamed Mahmud, es nuestra calle. Todo el mundo sabe quién eres y a nadie se le ocurriría detenernos aquí”. Abood, al igual que otros muchos grafiteros que surgieron en paralelo al desarrollo de la revolución, asegura que esto ya se ha convertido en una forma de vida, en una responsabilidad social. No es posible fiarse de unos medios de comunicación convertidos en propaganda de uno u otro bando, y la única forma de mantenerse íntegro frente a los cambios del poder es estar siempre alerta. “¿Que si confío en elegir democráticamente un gobierno digno de nuestro país?
Lo veo difícil. Pero aunque lo tuviéramos, siempre cometerá errores, siempre habrá injusticias que necesitarán de nuestro trabajo para que no se olviden. Los artistas estaremos siempre observando a quienes ostentan el poder y pondremos a quien haya que poner ante el foco de la crítica social”. Incluso la joven Aya Tarek, artista nacida en Alejandría y pionera en la llegada del grafiti a su país, defiende a sus compañeros en sus campañas en contra de los abusos del poder. Tarek se ha desvinculado abiertamente de los grafitis con trasfondo político, está cansada de que en Egipto hoy no haya cabida para los artistas que no impregnan sus piezas con ecos de la revolución. Convencida de que la misión de un artista es también ofrecer a sus conciudadanos vías de escape, rutas imaginarias con las que evadirse de una realidad sombría, Tarek prefiere dedicar todo su talento a representar la belleza del mundo.
Así lo hizo en el gran mural de color que levantó en un barrio gris de Colonia (Alemania) este verano, desafiando el prototipo de que la creatividad actual en su país tiene una sola fuente de inspiración. Con política o sin ella, el grafiti ha estado ligado a la cultura egipcia desde mucho antes de la Primavera Árabe. Las paredes de las tumbas faraónicas ya se decoraban con color, y las fachadas de las villas más pobres al sur del país hace siglos que se cubren con representaciones pictóricas de los peregrinos que emprenden su obligado viaje hacia La Meca. La revolución que estalló hace tres años ha sido solo el necesario despertar de un folclore que se ha sacudido el polvo para teñir de rabia las calles. Después de todo, tal y como dijo Aldous Huxley: “¿Qué es el arte, sino una protesta en contra de las terribles inclemencias de la vida?”.