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Co-edition with Estudios de Política Exterior

Cumbre árabe-latinoamericana: hacia una cooperación más estrecha
El futuro de las relaciones económicas entre ambos bloques está ahora en manos del sector privado.
Mohamed Larbi Messari, periodista, Marruecos
La reunión de Brasilia (10 y 11 de mayo de 2005) entre árabes y latinoamericanos forma parte de una etapa en la larga prospección llevada a cabo con el fin de intensificar la cooperación económica entre dos grupos de países que comparten preocupaciones similares. Se trata de dos grupos que han decidido aproximarse en sus planteamientos y tal vez emprender iniciativas en común. En la reunión de Marraquech, de marzo de 2005, los cancilleres de 12 países árabes y 22 del continente suramericano, decidieron emprender un diálogo político e intensificar sus intercambios.
En busca de puntos comunes
En la década de los setenta, a raíz de la primera crisis del petróleo, algunos países del hemisferio sur optaron por la intensificación de relaciones económicas con los países de Oriente Próximo. Para dar relieve a esta opción, Argentina designó al peronista de origen árabe, Jorge Labake, Perú hizo lo mismo con un senador, mientras Brasil realizó un drástico cambio en la estructura del ministerio de Relaciones Exteriores, sustituyendo el antiguo departamento de Oriente Próximo, Asia y Oceanía por el DOP I y DOP II con el fin de habilitar el Itamaraty (sede del ministerio) para un diálogo más consistente con los países de la región, en especial con los productores de petróleo, aptos para absorber sus productos agroalimenticios, industriales de diversa índole y armamento.
Los países árabes, por su parte, estaban interesados en atraer la atención del grupo latinoamericano, especialmente en lo que se refiere a la causa palestina, siempre presente en la agenda de las Naciones Unidas, donde los latinos formaban un grupo numeroso. Fue en este fórum donde se inició una tímida aproximación sobre las cuestiones de descolonización que protagonizaban los países árabes. El primer indicio fue en 1952 cuando la Liga Árabe presentó una queja contra Francia relacionada con la cuestión marroquí. En la sesión de la Asamblea General de la ONU celebrada entonces en París, México y Brasil intervinieron en el debate, iniciando así una cierta relación con el grupo afro-asiático, comprometido en la lucha anticolonial.
Una década después, ese espíritu dio lugar a lo que se denominó el “grupo de los no alineados”. Cuando se concretó muy pocos países de América Latina se adhirieron a la iniciativa. Sólo Cuba, Colombia y Venezuela eran miembros, mientras Brasil prefirió quedarse como observador. Sin embargo, existían muchas afinidades en sus planteamientos en política internacional. Ambos grupos estaban preocupados por lograr una autonomía política, por construir un modelo independiente de desarrollo y definir una relación con los países industrializados. Alrededor de estos tres ejes cada grupo y cada país en los dos bandos siguieron su propio itinerario.
Al final de la década de los ochenta, el que fuera después canciller de Brasil, Jorge Rezek, escribió un artículo alertando contra el hecho de que los países del Norte tendían a establecerse como fortalezas cerradas (Tratado de Libre Comercio, el mercado común europeo y Asean), lo que implicaba que los países del Sur tendrían que buscar alternativas intensificando la cooperación Sur-Sur. América Latina acababa de atravesar “la década perdida” de los ochenta, para padecer las vicisitudes del pago de la deuda. El mundo árabe empezaba su propia década perdida con la ocupación de Kuwait por Sadam Husein.
Pero las preocupaciones básicas en uno y otro bando continuaron igual. Mientras la lucha anticolonialista situaba política y culturalmente a los países árabes en un enfrentamiento continuo con Occidente, sobre todo en lo que se refiere a la cuestión palestina, los países del hemisferio sur se comportaban como parte de ese Occidente, o más bien eran una especie de tercer mundo de Occidente, puesto que culturalmente representaban un cierto Occidente. Los ideales unionistas en ambos grupos, tan viejos como ambiguos, se desvanecieron al compás de un hecho primordial: el orden de prioridades siempre era establecido por los países del Norte. Cada grupo tiene su Norte. En 1958 los países de la Liga Árabe habían decidido formar un mercado común.
El sistema económico latinoamericano tendía a servir como instrumento de integración. La Unión del Magreb Árabe (UMA) y el Consejo de cooperación de los países del Golfo han tenido diversas suertes. Mercosur se debate en su propia dialéctica. Pero el objetivo básico en todas estas búsquedas era abrir caminos para concretar el ideal unionista. Tanto en el mundo árabe como en América Latina las políticas de desarrollo se enfrentan con serias dificultades. Se trata de unas aglomeraciones que representan un mercado, en teoría, compuesto de más de 800 millones de habitantes (296,6 en el mundo árabe y 530,2 en América Latina). Según el Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD de 2004, el PIB total de los países árabes es de 712.300 millones de dólares (2.462 dólares PIB per cápita) y en los países de América Latina y Caribe de 1,676 billones (con un PIB per cápita de 3.189 dólares).
De ese documento se desprende que 10 países del hemisferio sur figuran en el contingente de los países de desarrollo humano alto, mientras que sólo cuatro de los árabes pertenecen a dicha categoría. La mayoría de los países de los dos grupos tienen un nivel de desarrollo mediano o bajo. Tal como indica cada año el informe, los países árabes que pertenecen a la primera categoría representan apenas una minúscula población, puesto que se trata de Bahrein, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, países de escasa demografía. En lo que respecta al grupo suramericano, también la mayoría son los minúsculos Estados del Caribe y sólo Argentina y México, países de mucha población, pertenecen a la categoría de país de desarrollo humano elevado, junto con Costa Rica y Cuba.
En un cuadro que realicé en 1991, demostraba que el grado que consiguieron entonces los países árabes en lo que respecta a los parámetros socioeconómicos había sido adquirido por los países latinoamericanos 15 años antes. Después actualicé dicho cuadro para una reunión en Túnez, en 2002, según el cual la brecha se había reducido en 10 años, dado el esfuerzo que hicieron los países árabes en inversión en recursos humanos. No obstante, las carencias continúan siendo grandes en los dos grupos, al existir fuertes diferencias en la integración en la economía formal. Las desigualdades crecen de manera alarmante. La mayoría de la población no participa en el ciclo económico al no tener acceso a condiciones de vida decentes. La explicación más simple es que los países de dichos grupos sufren de igual manera por la falta de una buena gobernanza. También el peso de la deuda extranjera priva a los gobiernos de la facultad de dedicar más créditos a la inversión en recursos humanos.
Aunque la ayuda pública al desarrollo (APD) creció significativamente en los países árabes, 7.000 millones de dólares en 2002 (24,2 dólares per cápita), las carencias son muy grandes. En los países del grupo suramericano, la APD es de 5.063 millones de dólares (8,6 dólares per cápita). También esto está relacionado con que es el Norte quien establece las prioridades de la agenda económica política mundial. Actualmente éstas son la emigración, el narcotráfico y el terrorismo.
Todo esto impregnado por el ideario de la globalización y la formación de espacios económicos que se basan en la reducción de las restricciones aduaneras, pero éstas van sutilmente acompañadas de otros mecanismos. Los países reunidos en Brasilia declararon en la reunión de Marraquech la voluntad de intensificar el diálogo político, pero es el comercio quien acaparará el interés, puesto que este sector aparece como medio idóneo para buscar mercados alternativos ante la amenaza de perder los del Norte, que cada vez se cierran más. En esto, los latinos aparecen como los más preparados.
Sin embargo, las orientaciones políticas para conseguir un espacio para los productos suramericanos en los mercados árabes, que son relativamente antiguas, no han encontrado eco en el seno del empresariado suramericano. La iniciativa privada no ha seguido la creatividad visionaria de los burócratas. En una ocasión, un empresario argentino comentó que tardó muchos años en “descubrir” que la distancia entre Buenos Aires y Casablanca no era tan grande, mientras que toda su vida había pensado que Nueva York era el puerto más cercano.
Pero como la psicología es fruto de las circunstancias, los empresarios de las dos partes tendrían que darse cuenta de las nuevas circunstancias. Ahora ya no es el sector público a ambos lados del Atlántico quien toca la música. El Estado puede indicar el camino, crear los mecanismos, pero es el sector empresarial quien tiene que aprender las nuevas reglas de juego y adaptarse de forma conveniente.