Clima y refugiados

El cambio climático provocará desplazamientos forzosos. Sin embargo, hay que matizar el discurso catastrofista sobre las perspectivas de los movimientos migratorios internacionales.

Etienne Piguet

El riesgo de desplazamientos de población masivos ligados al cambio climático se menciona en los primeros informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), pero podemos datar exactamente en 2007 la amplia sensibilización sobre este tema, coincidiendo con la publicación de su cuarta edición. En su influyente informe La economía del cambio climático, Nicholas Stern señala que “la escasez de recursos cada vez más grave, la desertificación, los riesgos de sequía e inundaciones y un aumento del nivel del mar podrían empujar a millones de personas a emigrar”. Varias ONG publicaron ese mismo año informes preocupantes, y lo mismo hicieron los círculos militares. En Estados Unidos, el Centro de Estudios Navales, una ONG formada por exgenerales, sitúa los movimientos de solicitantes de asilo y refugiados que huyen de las catástrofes climáticas en un puesto destacado entre los peligros futuros para la seguridad de Estados Unidos. Este proceso de introducción en el orden del día culminó el 17 de abril de 2007, durante la primera reunión del Consejo de Seguridad de la ONU dedicada al cambio climático: el tema de las migraciones fue central, junto con la seguridad alimentaria, los recursos hídricos y los conflictos. En su libro más vendido de 2009, Guerras climáticas, el sociólogo alemán Harald Welzer describe un futuro apocalíptico recurriendo a “metáforas acuáticas” comunes en el discurso sobre los refugiados: “En el futuro, Estados Unidos y Europa tendrán que protegerse más eficazmente contra el creciente flujo de refugiados expulsados por el cambio climático: la hambruna, los problemas del agua, las guerras y la devastación ejercerán una enorme presión sobre las fronteras de [estas] islas de prosperidad”.

Con la publicación en 2022 del sexto informe del IPCC, el vínculo clima/migración/seguridad seguirá estando a la orden del día. La preocupación por las consecuencias del cambio climático sigue aumentando, pero la mayoría de los expertos en migración matizan ahora las perspectivas de los movimientos internacionales de población y las consecuencias catastróficas que podrían conllevar. Revisaremos tres fenómenos ambientales que el IPCC considera muy probables y que tienen un impacto potencial sobre la migración: intensificación de los ciclones tropicales, agravamiento de las sequías y aumento del nivel del mar. Abordamos principalmente la cuestión del vínculo directo de estos procesos con los desplazamientos de población provocados por la destrucción de recursos (agua, alimentos) y de capital (edificios, infraestructuras). Al final del artículo se menciona brevemente la cuestión de la relación indirecta por efecto de la degradación medioambiental en las guerras y conflictos que luego generan desplazamientos de población.

Los ciclones tropicales

Los ciclones son depresiones atmosféricas marcadas por una gran evaporación del océano en zonas tropicales. Provocan precipitaciones intensas y fuertes vientos. La mayoría de los estudios predicen un aumento en la intensidad de estos fenómenos, aunque no en la frecuencia, con la subida de las temperaturas oceánicas asociadas al cambio climático. Los ciclones provocan desplazamientos de población, cuya magnitud varía considerablemente en función de si las zonas afectadas están densamente pobladas o no. Una ciudad a unas decenas de kilómetros puede salvarse o no, lo que dificulta cualquier pronóstico. Según varios estudios detallados, los ciclones causan principalmente desplazamientos internos de corta duración, en lugar de migraciones a gran distancia o de larga duración. A menudo, las poblaciones afectadas no tienen medios para desplazarse muy lejos y muchas regresan para reconstruir sus hogares en la zona siniestrada. Paradójicamente, los eventos extremos de corta duración pueden incluso atraer a los migrantes: después del paso de un ciclón, los familiares se instalan en la región paraayudar a sus familias y los proyectos de reconstrucción atraen a trabajadores de otras regiones.

Sin embargo, las encuestas a gran escala muestran que, por lo general, un área sometida a desastres repetidos presenta tasas más altas de emigración. Varios estudios muestran que una alta frecuencia de inundaciones, tormentas o huracanes impulsa a los habitantes a dejar su ciudad o país. En general, aunque se ha demostrado que los ciclones tropicales, las inundaciones y las lluvias torrenciales frecuentes pueden generar migraciones a largo plazo y de larga distancia, el fenómeno sigue estando limitado a determinadas zonas geográficas o a determinados segmentos de la población afectada. El nivel de vulnerabilidad puede ser extremadamente diferente de una región a otra y, para que se produzca una migración significativa, es necesario que la sociedad afectada dependa en gran medida del medio ambiente para su supervivencia y que los factores sociales exacerben el impacto de la catástrofe.

Las sequías

 El último informe del IPCC de 2021 considera que en muchas partes del mundo el empeoramiento de las sequías estará asociado al cambio climático. En comparación con los ciclones, la escasez de agua para el consumo humano y el riego tiene un impacto mucho menos repentino y genera una movilidad más gradual. Los datos empíricos sobre la materia son dispares. Por un lado, hay muchos casos documentados de movimientos masivos de población atribuidos a la sequía en África (Sahel, Etiopía), Sudamérica (Argentina, Brasil), Oriente Medio (Siria, Irán) y Asia Central y Meridional.

En esta misma línea, muchos trabajos recientes basados en grandes bases de datos documentan el impacto de las variaciones de temperatura y, en menor medida, de las precipitaciones, en las migraciones de corta y larga distancia. Sin embargo, muchos investigadores dudan de la relación automática entre sequía y migración e insisten en la multiplicidad de las causas que determinan la migración y en otras estrategias de supervivencia que se abren a las poblaciones afectadas. El ejemplo más citado se basa en encuestas realizadas en las zonas rurales de Malí a más de 7.000 personas antes y después de una serie de sequías que afectaron al país. La reducción de los recursos para financiar la migración llevó a una disminución de la migración internacional, aunque aumentó la migración interna y de corta duración. Los estudios de casos locales, realizados entre otros en el marco de los proyectos de investigación europeos EACH-FOR (www.each for.eu) y WRF (http://wheretherainfalls. org/), confirman que la escasez de agua y la desertificación repercuten en los flujos migratorios, pero principalmente en los de corta distancia. Su impacto está condicionado por muchas otras variables, sobre todo las políticas implementadas para ayudar a las poblaciones afectadas, pero también la diversidad de recursos y las alternativas a la migración.

Podemos concluir que, de hecho, existe una relación entre el déficit pluviométrico, las temperaturas y las migraciones, pero que sigue dependiendo en gran medida del contexto; sería peligroso especular sobre un aumento inevitable de la migración internacional ligada a la sequía.

Aumento del nivel del mar

La relación entre el aumento del nivel del mar y la migración definitiva parece mucho más directa que la de los ciclones y las sequías. De hecho, el aumento del nivel del mar es en gran medida irreversible debido a las acciones humanas y se manifiesta de forma más o menos lineal durante un largo periodo de tiempo. La falta de infraestructuras de protección (diques, pólderes), hace inevitable la migración definitiva, a la vez que permite salidas graduales y planificadas. El aumento del nivel del mar también se asocia a algunas de las manifestaciones más espectaculares y mediatizadas del cambio climático, como la posible desaparición de Estados insulares o una modificación significativa del litoral de los Estados continentales.

En comparación con otros fenómenos climáticos, la fluctuación del nivel del mar es un fenómeno para el que existen pocas analogías históricas recientes. Por otro lado, las consecuencias se pueden predecir y localizar de forma fiable mediante teledetección, pues la configuración de las costas, su altitud y su población se integran en sistemas de información geográfica (SIG) que permiten realizar simulaciones y proyecciones. Por lo tanto, es posible calcular a escala mundial el número de personas que viven en zonas costeras bajas amenazadas por el aumento del nivel del agua, las mareas altas, las grandes olas, la salinización o la erosión costera.

Generalmente se consideran Zonas Costeras Bajas las situadas a una altitud de menos de 10 metros. Aunque representan solo el 2,2% de la superficie terrestre del planeta, estas zonas están habitadas por el 10,5% de la población mundial, es decir unos 602 millones de personas, de las que 438 millones viven en Asia y 246 millones en los países más pobres del mundo. En la actualidad, estas poblaciones están aumentando drásticamente y se prevé que hacia finales de siglo alrededor de mil millones de personas vivirán en estas zonas.

Estas cifras son preocupantes, pero sería prematuro concluir que todos se verán obligados a abandonar sus hogares en un futuro próximo y, a fortiori, a cruzar largas distancias. Desde luego, se puede considerar un aumento masivo del nivel del mar si la capa de hielo de Groenlandia o la de la Antártida se derriten, pero este escenario, probablemente, solo se produciría al cabo de varios siglos. Por tanto, es más bien un aumento del nivel del mar de entre 0,3 y un metro loque debe tenerse en cuenta para finales del siglo XXI. De modo que parece razonable considerar que solo las poblaciones que vivan a una altitud de menos de un metro (alrededor de 150 millones de personas) serán directamente vulnerables en un primer momento. Tres cuartas partes de estas poblaciones viven en los deltas de los grandes ríos y estuarios del Sur de Asia (Indo, Ganges o Brahmaputra) y en Asia (Mekong, Yangtzé, río de las Perlas). Aunque mucho menos pobladas, algunas islas están más amenazadas a corto plazo, ya que se encuentran a pocos centímetros sobre el nivel del mar. Cuando estas islas son Estados independientes, su inmersión podría dar lugar a formas sin precedentes de apatridia. Según nuestros estudios, el riesgo existe, pero no debe sobreestimarse: entre los 39 Estados miembros de la Asociación de Pequeños Estados Insulares, solo tres tienen una altitud máxima de menos de 10 metros: las Maldivas (300.000 habitantes – altitud máxima 2 metros), Tuvalu (10.000 habitantes/5 metros) e Islas Marshall (63.000 habitantes/ 6 metros). Las Bahamas (346.000 habitantes/63 metros), Nauru (10.000 habitantes/65 metros) y Kiribati (100.000 habitantes/81 metros) tienen altitudes máximas inferiores a 100 metros. En el caso de Bahamas, el relieve general, pero también los medios de que dispone el país para adoptar medidas de protección, hacen muy improbable la desaparición del Estado. Nauru y Kiribati podrían volverse parcialmente inhabitables, porque el primero consiste en una meseta central árida que rodea una estrecha franja costera, mientras que el punto más alto de Kiribati está en una isla desierta y la altitud media de los otros atolones es de tres a cuatro metros. Sobre esta base, podemos estimar en cinco los Estados amenazados de desaparición (Maldivas, Tuvalu, Islas Marshall, Nauru y Kiribati) y en 500.000 el número de posibles apátridas.

A corto plazo, se pueden utilizar métodos tradicionales de protección contra la erosión (sacos de arena, trípodes, espigones, reconstrucción de playas). A más largo plazo, hay dos parámetros cruciales: la geomorfología de las costas y los recursos económicos disponibles. Dependiendo del caso, hacen posible una protección muy eficaz de las poblaciones (en Países Bajos, por ejemplo, el mar está “domesticado” desde hace mucho tiempo); en otros casos, el suelo cambiante hace que las infraestructuras sean más problemáticas y muy caras.

Conflictos y migraciones

 Algunos estudios recientes han arrojado luz sobre los vínculos entre medio ambiente, violencia y conflictos que podrían añadir una relación indirecta al impacto directo del medio ambiente en la migración. Algunos investigadores han establecido una relación entre la guerra civil siria y los riesgos climáticos: la sequía de agosto de 2007 había empujado a las poblaciones rurales hacia las ciudades y exacerbado la competencia por los recursos y las tensiones comunitarias en un contexto de liberalización económica brutal. Las revueltas de 2011 serían su consecuencia, igual migratoria de mediados de 2015. Sin embargo, hay numerosos estudios más prudentes sobre el vínculo entre clima y conflictos y subrayan la complejidad y el carácter condicional de la variable climática respecto a los factores contextuales políticos y económicos. Aunque, a pesar de todo, algunos autores atribuyen parte de las fluctuaciones en las solicitudes de asilo a las variables climáticas, debemos desconfiar de cualquier extrapolación general sobre la relación entre clima, conflictos y migraciones.

Conclusión

Nuestro resumen confirma que la degradación ambiental contribuye a generar flujos migratorios y que el calentamiento global provocará importantes desplazamientos forzosos. Sin embargo, matiza algunos discursos catastrofistas mencionados en la introducción: el desplazamiento de poblaciones seguirá siendo principalmente en el interior de los países (desplazados internos) o entre países vecinos y se realizará en distancias cortas. A menudo seguirán siendo reversibles. El aumento del nivel del mar podría tener, a la larga, consecuencias semiduraderas y masivas, pero las medidas de protección podrían moderarlas. Varios estudios recientes también han demostrado que la movilidad no es solo el último recurso de las poblaciones sometidas a degradación ambiental, sino que también podría ser una respuesta eficaz que permita, por ejemplo, por medio de transferencias de fondos al lugar de origen, hacer frente mejor a los peligros del clima. Asimismo, una consecuencia desafortunada de los riesgos climáticos puede consistir en bloquear a las personas en zonas de riesgo, pero no en empujarlas a huir. Hablamos entonces de trapped populations (poblaciones atrapadas), porque, por falta de recursos, los más vulnerables no pueden moverse.

Estas observaciones matizadas no restan valor a la naturaleza muy preocupante del calentamiento global en lo que respecta a la seguridad humana en general. Sin embargo, invalidan la idea de que la migración internacional repentina y masiva podría arrasar a los países más ricos y requerir medidas de protección. La imagen popular del “refugiado climático”, con su connotación de urgencia e inevitabilidad, debe abordarse con prudencia. Puede favorecer la sensibilización de los medios de comunicación y del público en general sobre los retos “al dar un rostro humano” al cambio climático, pero también corre el riesgo de alimentar reflejos xenófobos al señalar que todos los movimientos de población constituyen un riesgo para la seguridad.  

Foto: BYRON SMITH/Getty Image