Arte y poder blando en el Golfo

Cambio de imagen, adquisición de capital cultural e inversión en el desarrollo cultural a largo plazo son los objetivos de la región en su compromiso con el arte.

Robert Kluijver

Últimamente se ha escrito mucho y se ha generado un gran debate en torno a la adquisición por parte de los países del Golfo de los iconos de la cultura mundial: cuadros famosos, distintivos de artistas de renombre, e incluso museos enteros. Esto se ve como un ejercicio de “poder blando” (soft power), definido por Joseph Nye como “la capacidad de obtener lo que quieres a través de la atracción, en lugar de la coacción o el pago”. Así pues, cabría preguntarse, ¿qué objetivos hay detrás de las inversiones del Golfo en arte? Y ¿se están cumpliendo? Aunque desconocido para la mayoría, existe un panorama artístico pequeño, pero activo y prometedor, en los países del Golfo, que refleja la rápida evolución de las sociedades locales.

¿Qué puede decirnos la producción artística local del cambio sociocultural? También podríamos preguntarnos cómo casa una producción artística “de abajo hacia arriba” con las políticas “de arriba hacia abajo”.

El poder blando como política en el Golfo

Este verano, la Gulf Labor Coalition y la Global Ultra Luxury Faction, dos colectivos de artistas, han participado en la Bienal de Venecia con dos poderosas reivindicaciones contra la explotación de los trabajadores que construyen los museos del Golfo. Durante años, una campaña mundial liderada por artistas tiene en el punto de mira al Guggenheim de Abu Dabi: se acusa a la filial del museo con sede central en Estados Unidos de no preocuparse lo suficiente por los derechos de los trabajadores de Abu Dabi, y de plegar sus principios al acceso de la riqueza del Golfo.

Si el objetivo de los países del Golfo, al recurrir al arte como poder blando, es fomentar la simpatía de la gente o una imagen pública ilustrada, podríamos concluir que han fracasado. Las inversiones en los mercados europeos en inmuebles de lujo, compras y deportes ya han generado sospechas, como también lo hizo, por supuesto, el éxito de la candidatura de Catar para el Mundial de 2022, típico ejemplo de poder blando. En el mundo del arte la cosa no va mucho mejor: los acuerdos alcanzados con el Louvre y el Guggenheim, la adquisición de Los jugadores de cartas de Cézanne y el patrocinio de artistas como Damian Hirst suelen ser ridiculizados como prueba de un comportamiento y aspiraciones propios de “nuevos ricos”, y a ojos de la opinión pública parecen corromper el mundo del arte europeo, supuestamente más puro. Así pues, ¿qué hace atractivo el uso del poder blando? Distinguiré tres niveles de compromiso con el arte en los países del Golfo: cambio de imagen, adquisición de capital cultural e inversión en el desarrollo cultural a largo plazo. A pesar de los fracasos ante la opinión pública, los países del Golfo han logrado cosechar unos resultados considerables en los tres campos.

Promocionar el país a través del arte

En el primer nivel, el más básico, el arte se utiliza para decorar la fachada del poder. En lugar de escandalizarnos por ello, deberíamos darnos cuenta de que, desde Persépolis hasta la Capilla Sixtina, el arte siempre ha adornado el poder. Más recientemente, la CIA financió en secreto exposiciones y proyectos de arte moderno estadounidense por toda Europa occidental, como parte de su estrategia durante la guerra fría; asimismo, el papel de las artes como herramienta propagandística en los países marxistas estuvo generalizado a lo largo del siglo XX. Si bien es cierto que la función de los artistas de palacio ha sido sustituida en buena medida por las empresas de relaciones públicas, el arte sigue viéndose como una vía valiosa para vender a un país como una entidad aceptable desde el punto de vista intelectual. A pesar de los recelos, puede que ahora el mundo asocie Catar con los artistas contemporáneos más osados, las aguas salobres del golfo Pérsico con fantásticos edificios de arquitectos estrella, y Mascate con conciertos de música clásica de primerísimo nivel. Ya no puede decirse que los dirigentes del Golfo no estén interesados en la cultura, algo que parecía evidente hace tan solo 10 años.

El lavado de cara ha sido todo un éxito para los Emiratos Árabes Unidos y Catar, y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo, con la notable excepción de Arabia Saudí, están siguiendo sus pasos.

Transformar la riqueza en cultura

Las inversiones en arte y cultura –no solo de dinero, sino también de tiempo, interés y educación– han comprado a las élites políticas y económicas del Golfo el acceso a la clase dirigente mundial. Ser un mecenas de las artes es una de las formas más eficaces de ganarse respeto. Llegamos así al segundo objetivo de invertir en arte: transformar el capital material en capital simbólico. Se añade una dimensión a la nueva imagen: un relato que se extiende desde el pasado hasta el futuro y vincula elementos diversos de la sociedad. La creación de un mito nacional se convirtió en un grave problema para las sociedades del Golfo que alcanzaban a toda prisa la modernidad. Era urgente encontrar un discurso que garantizase la cohesión nacional, amén de legitimar a la familia dirigente.

Parte de los ingresos de los hidrocarburos se destinó a desarrollar este mito: financiando excavaciones arqueológicas e investigaciones académicas; restaurando o construyendo símbolos de orgullo nacional (fortalezas, rascacielos, mezquitas, cascos históricos antiguos o aldeas con patrimonio cultural) y celebrando los símbolos patrióticos con días nacionales y festivales culturales, como el Yanadriya en Riad o las carreras de camellos en la mayoría de los países del Golfo. El carácter novedoso de los discursos nacionales del Golfo resulta sorprendente: son una auténtica obra en construcción, lo que los convierte en un objeto de estudio fascinante. La historia del Golfo es principalmente un ejercicio de genealogía de la familia dirigente, crónicas de historias orales que rara vez se remontan más allá del siglo XVIII. El periodo preislámico, con gran riqueza cultural se considera idólatra (la yahiliyya), mientras que la historia de la civilización islámica se desarrolló casi por completo fuera de la Península Arábiga.

En consecuencia, tal y como los analistas han señalado al debatir sobre la industria del patrimonio cultural del Golfo, el presente se proyecta en el pasado (Dubai como una ciudad que desde siempre ha estado abierta al comercio internacional y ha sido tolerante con otras culturas), en lugar de ser concebido como una continuación de la historia.

Invertir en el desarrollo cultural a largo plazo

Los dirigentes del Golfo están volcados en la educación de sus ciudadanos, que ocuparán los altos cargos gubernamentales y contribuirán a configurar el futuro. Con esto en mente, han buscado colaboraciones a largo plazo con instituciones extranjeras como la Sorbona, la Universidad de Nueva York y Georgetown, que no solo ofrecen másteres en administración de empresas y cursos de ciencia y tecnología, sino también muchas titulaciones de humanidades. Incluso en Arabia Saudí saben que, para competir en el mundo globalizado del siglo XXI, sus ciudadanos tienen que ser pensadores creativos. El contacto o la participación en actividades artísticas pueden potenciar sobremanera la creatividad. Los dirigentes del Golfo esperan que sus ciudadanos sean importantes consumidores de las instituciones culturales y artísticas que están surgiendo en la actualidad; basta con ver los departamentos de educación de los nuevos museos, muy bien financiados.

Una ciudadanía culta también constituye los cimientos de la pretensión de los países del Golfo por hacerse con el liderazgo del mundo árabe, un papel por el que Riad, Abu Dabi y Doha parecen competir. Ese también podría describirse como el objetivo máximo de todas las políticas culturales y artísticas: dar legitimidad a la reivindicación de liderazgo.

Variantes regionales

La implementación de las políticas descritas exige muchos recursos, una pequeña población y una organización ejecutiva del Estado muy vertical, como ocurre en Abu Dabi y Catar. Es posible que otros emiratos o países del Golfo tengan objetivos similares, pero carecen de los medios para conseguirlos. Los dirigentes de Dubai, por ejemplo, permiten que las fuerzas del mercado estructuren el mundo del arte, y la feria anual de Art Dubai es el acontecimiento artístico insignia del emirato. Además, su activo panorama de galerías atrae a artistas y coleccionistas de todo el mundo. En el emirato vecino de Sharya, menos próspero, el arte se usa como herramienta para la regeneración social y urbana, aunque la Bienal de Sharya, famosa a escala internacional, y un programa de actividades artísticas durante todo el año, también reflejan la inclinación por el arte que muestran el emir actual y su hija, Hoor, directora de la Fundación de Arte de Sharya.

En Omán, la inversión total en arte ha sido modesta, a pesar de la inauguración del espectacular Teatro Real de la Ópera en 2011. En la segunda mitad del siglo XX, cuando los países del Sur del Golfo estaban poco desarrollados, Bahréin y Kuwait eran los motores del crecimiento cultural en la región. Kuwait desarrolló instituciones que apoyaban las artes y a los artistas –como el Marsam Al Hur y sus talleres gratuitos–, pero la guerra del Golfo y la consiguiente marcha de casi todos los palestinos, que desempeñaban un papel fundamental en la vida cultural del emirato, supuso un duro golpe para su animado panorama artístico. El punto muerto entre los dirigentes y el Parlamento, que tiene paralizado a Kuwait desde hace años, garantiza que no vayan a producirse nuevos desarrollos institucionales en el mundo del arte. Bahréin, por su parte, siempre ha sido el más liberal y cultural de los países del Golfo, algo que también se refleja en sus instituciones artísticas. Tiene (hasta la fecha) los mejores museos de la zona y, a diferencia de otros países del CCG, otorga mucha importancia a su antigüedad y su historia. Desde las revueltas de 2011 y su violenta represión, las élites dirigentes parecen haber perdido interés en las artes (y también hay menos ingresos por hidrocarburos para despilfarrar).

Arabia Saudí es un caso aparte: no ha invertido nada en arte, y carece de todos los elementos que constituyen una infraestructura artística sólida: escuelas, museos y otras instituciones culturales, cines, prensa libre, críticos de arte, espacios de producción y medios para la divulgación. El Estado parece no tener ningún interés en cambiar de imagen: su capital cultural religioso es suficiente, y como los jóvenes saudíes que se forman para el futuro no deben pensar de manera crítica, se les ofrecen titulaciones en ciencia, tecnología, economía y administración.

Producción artística en el Golfo

Sin embargo, resulta curioso que sea precisamente Arabia Saudí la que tiene el panorama artístico más interesante. Los factores que hay tras la explosión de la producción artística en el Golfo son, sin duda, más potentes en este país: unos jóvenes conectados a Internet pero que viven en una sociedad cerrada hasta la asfixia, con mucho tiempo libre y recursos suficientes, incapaces de expresarse libremente en público, por lo general frustrados ante la falta de oportunidades, a los que no les atraen los movimientos de resistencia islámicos y que son incapaces de conectar con las representaciones de lo que son o deberían ser, forjadas por los medios de comunicación internacionales, el clero wahabí o Hollywood.

En esas condiciones, la autoexpresión creativa se convierte casi en una necesidad. Las artes visuales permiten evitar muchas de las leyes de censura basadas en palabras; los censores, en cualquier caso, no persiguen el arte contemporáneo, que ven como un juguete de las élites. Éstas son mecenas de los artistas: muchos les acompañan en su búsqueda de nuevas expresiones de identidad, que podrían reflejar su propia identidad híbrida, a caballo entre Oriente y Occidente, o contribuir de manera sutil al mito nacional que aún está forjándose. Cabe suponer que, aunque quizá no estén contentos con el sistema, los artistas se encuentran más cerca de las élites del país que de las masas, mucho más intolerantes. No desempeñan el mismo papel que en Túnez y Egipto en 2011; su lema es “evolución, no revolución”. El panorama artístico de cada país refleja las tensiones domésticas. Los artistas saudíes parecen muy politizados y comprometidos, pero transmiten sus mensajes como un juego. En Kuwait, unos cuantos artistas famosos parecen estar volviéndose cada vez más radicales, atacando o repensando la moralidad social y religiosa basada en el género.

Los artistas de Bahréin están un tanto silenciados por el conflicto entre los dirigentes y muchos de sus súbditos, como si no pudieran decidir sobre la postura adecuada y se limitasen a preocuparse de sus cosas. Los artistas omaníes se encuentran más cómodos y arraigados a su cultura histórica, desde la que exploran las expresiones contemporáneas, pero sin la urgencia que hace tan fascinante el arte de los otros países del Golfo. En Catar y EAU, lo gracioso es que los programas estatales para fomentar la creatividad e innovación, que cuentan con financiación y comunicación abundantes, están teniendo el efecto contrario: ser creativo e innovador se ha convertido en sinónimo de seguir la línea del gobierno. Gracias aparte, es demasiado pronto para evaluar cómo las grandes oportunidades que se están dando a los artistas y a las mentes creativas influirán en los panoramas artísticos locales en ciernes, pero las primeras señales son prometedoras. Así las cosas, parece que el poder blando del arte se ha empleado satisfactoriamente para renovar la imagen de los países del Golfo, configurar mitos nacionales que garanticen la cohesión social y la aceptación de las familias dirigentes, reforzar su posición internacional y legitimar las reivindicaciones de liderazgo del mundo árabe.

La opinión pública negativa en Occidente y unos pocos escándalos mediáticos apenas tienen relevancia, sobre todo para los Estados autocráticos, en comparación con los muchos beneficios de estas políticas. Sin embargo, en un siglo XXI donde los países ya no definen las relaciones entre pueblos, cabría preguntarse si el concepto de poder blando no debería extenderse a actores no estatales. La Primavera Árabe en 2011 tuvo un gran impacto en la opinión pública internacional: generó simpatía por el mundo árabe, del mismo modo que lo había hecho la Revolución Verde en Irán dos años antes. ¿No será la clase creativa del Golfo una embajadora mucho más positiva para las buenas relaciones con el resto del mundo? En todo caso, a los interesados en la Península Arábiga les conviene seguir de cerca lo que está ocurriendo en sus panoramas artísticos.