Actores islamistas en los medios occidentales

Los islamistas aparecen más como hombres barbudos y mujeres veladas, guiados por preceptos religiosos inamovibles, que como fuerzas sociopolíticas que pretenden llegar al poder.

Valentina Saini

Durante la última década varias instituciones internacionales, entre ellas la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales, el Observatorio Europeo contra el Racismo y la Xenofobia, el Council on American-Islamic Relations y la Alianza de Civilizaciones, han publicado informes en los que señalan la presencia e incluso el aumento de la islamofobia, tanto en Estados Unidos como en varios Estados miembros de la Unión Europea. Aunque no hay una definición común de islamofobia, este término suele emplearse para referirse a la percepción del islam como una realidad monolítica e inmovilista, y como una religión esencialmente arcaica, irracional y sexista, que apoya el terrorismo y vehicula una ideología política violenta.

Las comunidades musulmanas residentes en países occidentales son, evidentemente, las más perjudicadas por esta islamofobia, aunque no son las únicas. El islamismo, entendido como aquellos grupos, movimientos y partidos cuyo proyecto sociopolítico está basado en un marco de referencia islámico, como por ejemplo el partido tunecino Ennahda y el movimiento de los Hermanos Musulmanes de Egipto, suelen ser también objeto de esta islamofobia. El hecho de que los partidos islamistas obtengan buenos resultados en comicios libres, además, proyecta la misma sombra de sospecha y recelo sobre las sociedades que los votan.

Puesto que prácticamente todos estos informes destacan la relevancia del discurso de los medios de comunicación en el fomento de la islamofobia, y que Túnez, Egipto y Libia están viviendo un momento de transición democrática, es interesante preguntarnos qué estado de opinión han estado construyendo los medios de comunicación occidentales en los últimos años sobre aquellos grupos y partidos islamistas que muy pronto podrían ocupar porciones importantes de los parlamentos en sus respectivos países. Incluso antes de que los regímenes tunecino y egipcio cayeran hace ya casi un año, muchos medios de comunicación occidentales se hicieron eco de la inquietud de la comunidad internacional frente a la perspectiva de unos países árabes liberados de dictaduras pero gobernados por los islamistas.

A este respecto, el 3 de febrero de 2011 leíamos en un editorial del diario italiano Il Corriere della Sera: “el hecho de que [los Hermanos Musulmanes] ya no pongan bombas, que hayan renunciado a la violencia desde hace tiempo, no significa que puedan ser interlocutores [para Occidente]. Ideológicamente no son distintos de Al Qaeda (…). Evitemos insultar nuestra inteligencia aceptando considerarles una ‘fuerza democrática’ o algo parecido”. Como se puede constatar, el islamismo es frecuentemente tratado por los medios de comunicación desde una perspectiva esencialista.

Es un tema que además se presta a titulares sensacionalistas: “El islamismo avanza en la nueva Libia”, titulaba un reportaje de El País del 2 de noviembre. En consecuencia, la opinión pública occidental suele percibir al islamismo como una corriente fundamentalmente oscurantista, que emplea o legitima el terrorismo y cuyo diseño político es la constitución de un estado de tipo talibán. Pero a pesar de tener una ideología mayoritariamente conservadora, hay que tener en cuenta que en la dimensión islamista hay distintas tendencias y que incluso dentro del mismo grupo o partido existen corrientes muy diversas, algunas de ellas más reformistas que otras. Sin embargo, la realidad es que esta heterogeneidad raramente queda reflejada en los medios de comunicación occidentales.

El estigma de la violencia y de la desigualdad de género

En un estudio realizado sobre una muestra de informaciones publicadas en la prensa española e italiana de 2009, hemos podido identificar unas características del discurso de los medios de estos dos países sobre el islamismo, tanto en el contenido como en el lenguaje, que posiblemente refuercen también los estereotipos en los que se basa la islamofobia. Los grupos y partidos islamistas suelen aparecer relacionados con temas como el terrorismo, la sharia como ley divina inmutable y la desigualdad de género, esta última representada, en la mayoría de los casos, a través de la cuestión del velo.

La acción de varios grupos o partidos islamistas está más frecuentemente relacionada con el terrorismo o acciones armadas que con su papel sociopolítico. Además, la vinculación del terrorismo y el islam en tanto que religión ocurre con cierta frecuencia. Un diario español destacaba recientemente las declaraciones de un asesor diplomático de EE UU en que decía: “Hemos de entender que el islam político ha venido para quedarse. Hemos de distinguir entre el islam que es antagónico para nuestros valores e intereses, como Al Qaeda, y el islam que, sin ser nuestra primera opción, puede tener el apoyo de la mayoría.” (La Vanguardia, 6 de octubre de 2011). Aunque se trate de una cita, esta afirmación incluye algunos aspectos sobre los que merece la pena reflexionar, puesto que refleja en buena medida el discurso que se ha ido labrando en los medios de comunicación europeos y americanos.

Ante todo, hay que destacar que Al Qaeda aparece relacionada con el islam político, lo cual vehicula una “contaminación” de la imagen del islamismo por el terrorismo alqaedista. En segundo lugar, Al Qaeda es presentada como “el islam que es antagónico para nuestros valores e intereses”, lo cual establece la evidente identificación de una organización terrorista con la religión islámica e insinúa (aunque sea inconscientemente) que no es antagónica para los valores e intereses de las sociedades de los países árabes y musulmanes. Otro de los elementos que suelen vehicularse en la representación de los grupos y partidos islamistas en la prensa europea es su discriminación hacia las mujeres. Sin embargo, tanto el programa electoral de Ennahda como del Partido de la Libertad y la Justicia (la fuerza política formada por los Hermanos Musulmanes) reconocen el derecho de las mujeres a participar plenamente en la vida social y política del país, y la igualdad de género.

Por otro lado, hay que recordar que desde la fundación de los Hermanos Musulmanes en 1928, las mujeres han participado activamente en el movimiento y, tras la caída del expresidente Hosni Mubarak, su consejo directivo ha reconocido el derecho de cualquier ciudadano o ciudadana egipcio (musulmán o copto) a ocupar puestos en política, hasta el de primer ministro. Sin embargo, no debemos engañarnos, también ha subrayado que el cargo de presidente debería ser ocupado por un hombre musulmán. Ennahda asegura, además, que no es su intención abogar por la obligación para las mujeres de llevar el velo, algo que vincula a la libertad individual, de la misma manera que lo hacen el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) marroquí y los Hermanos Musulmanes.

Sin embargo, aún en los casos en los que la prensa europea destaca la presencia del componente femenino en los partidos islamistas, la presenta frecuentemente como una estrategia de esas fuerzas políticas para proyectar una imagen positiva y moderna. Es el ejemplo del diario italiano La Repubblica que, el 26 de octubre, escribía acerca de Ennahda: “El partido religioso (…) causa mucha inquietud (…) sobre todo por el futuro de los derechos de la mujer. Pero se trata de una formación dotada de una buena comunicación política así que muchos de sus líderes son mujeres, algunas veladas y otras no. Mientras, por las calles del país se ven cada vez más velos”. Este tipo de representación de la realidad de varios países árabes no deja además de centrarse en la cuestión del velo como si fuera este el indicador en el que basar la evaluación del grado de liberación de las mujeres en los países árabes y musulmanes.

Nueva era política, nuevas percepciones

En general, se puede afirmar que buena parte del discurso mediático occidental contribuye a que los grupos y partidos islamistas estén representados más como entidades uniformes de hombres barbudos y mujeres con velo, guiados por preceptos religiosos inamovibles, que como fuerzas sociopolíticas cuya actuación está determinada por una estrategia que tiene que ver con el acceso a la arena política y al poder. Sobre todo en procesos electorales democráticos, los partidos islamistas suelen adoptar un discurso y un programa electoral mucho más vinculados a las exigencias concretas de la sociedad que a la religión, y algunas experiencias islamistas, como la turca, apuntan a que cuanto mayor es su implicación en la vida política más se alejan de los preceptos dogmáticos.

El momento de transición democrática que están viviendo nuestros vecinos árabes debería ser una oportunidad para adentrarnos en una nueva fase en la percepción que las sociedades occidentales, en general, tienen de las árabes y musulmanas. Para dar un paso hacia una apreciación menos sombría de los desarrollos sociopolíticos en los países árabes, los medios de comunicación son fundamentales, especialmente para vehicular un mensaje que el Despertar Árabe transmite claramente: nos encontramos frente a sociedades que ya no quieren ser gobernadas por regímenes dictatoriales, sean laicos o no; muchas personas han perdido su vida (y en algunos países la siguen perdiendo) para obtener democracia, libertad y dignidad, y los mismos ciudadanos que han derrumbado sus dictaduras son la garantía frente a cualquier tipo de pretensión autoritarista, venga de donde venga.

La instauración de regímenes democráticos significa que los partidos islamistas que participen en las elecciones serán o no premiados según consigan dar respuesta a las demandas de la sociedad a la que se dirigen. Significa que si su programa no gusta no serán votados, y que si su actuación no convence, en las siguientes elecciones perderán apoyo, exactamente como le ocurre a cualquier partido en democracia. Otro mensaje inequívoco del Despertar Árabe es que ninguna ideología o fuerza política lleva en su esencia el monopolio exclusivo de la violencia o de la discriminación. Los regímenes de Ben Ali, Mubarak y Gadafi han oprimido y violado los derechos humanos de sus ciudadanos durante décadas; el de Al Assad sigue en ello. Ninguno de ellos llevaba barba, ni sus mujeres velo.