Una historia del Mediterráneo y de sus maravillas

Nuestro mar posee maravillas en el campo del saber, del pensamiento y, más en general, de la vida humana, y ha contribuido a su difusión con una vocación universal.

Paul Guigou

Según Isidoro de Sevilla, que vivió en el siglo VII, si el Mediterráneo se llama así es porque se trata, literalmente, de un “mar en medio de las tierras” (“del mundo conocido”, se entiende, siendo me – dius“medio” y terra “tierra”). No es de extrañar, pues, que en la Antigüedad las siete Maravillas del Mundo conocido fueran mediterráneas; sin embargo, esas “Maravillas” tan solo pertenecían a los dominios de la arquitectura y escultura. En esa misma época, el Mediterráneo inventaba otras Maravillas, en el campo del saber, del pensamiento y, más en general, de la vida humana; en otros casos, contribuía a su difusión. Esos hallazgos irían mucho más allá delMare Nostrum, alcanzando un destino universal. A modo de ejemplo, podemos citar los siguientes descubrimientos, pertenecientes a todos los ámbitos.

■ El alfabeto de Ugarit

El alfabeto de Ugarit surgió del abecedario más antiguo que se conoce (siglo XIV antes de nuestra era). Por primera vez, establece un orden de las letras, que hoy en día se sigue utilizando en la mayoría de los alfabetos modernos, pero también de los semíticos.

A la hora de escribir –mucho antes, durante y también después del alfabeto–, se dibujaba lo que se veía. La cifra de caracteres pudo ser considerable: si se suman todos los contemplados por los diccionarios, se llega a los 80.000, de los que entre 6.000 y 8.000 son de uso corriente.

Por primera vez (y con vocación universal) los hombres escribieron no lo que veían, sino lo que oían, con un número muy reducido de caracteres (un máximo de 30 según los alfabetos). Y así nacieron muchos alfabetos (todos ellos mediterráneos o periféricos del Mediterráneo), pero siempre siguiendo el mismo principio.

■ El sistema numérico y la genialidad del cero

Los babilonios fueron los primeros en utilizar, algo más de 200 años a. C., un cero en el interior de un número (por ejemplo, 304), pero nunca a la derecha ni a la izquierda. Sería la India quien, tras retomar el patrimonio cultural de los griegos, perfeccionaría la numeración. Los indios no solo utilizan el cero como notación, al igual que los babilonios, sino también como un número con el que operar.

Posteriormente, los matemáticos árabes, y luego los europeos, adoptarían la noción y la notación indias del cero. En árabe, la palabra que designa el cero es sifr, que significa “el vacío”. De ahí proviene el sustantivo español cifra.

Con otros números, ya sean romanos o de otro tipo, no se puede hacer operaciones (suma, resta… y aún menos logaritmos). La genialidad consistió en no escribir la cifra 10 con un solo símbolo (el X romano), sino con dos (el 1 + el 0), lo que permitía realizar todas las operaciones habituales, además de una numeración y una decimalización infinitas.

■ El tiempo de trabajo y el de descanso (la semana)

La semana de siete días ya aparece al principio de la Biblia, en el Génesis: “Así estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El día séptimo Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó…”.

■ La medida del tiempo de un día

Babilonia inventó la medida del día al tener la idea brillante de dividirlo en 24 horas, puesto que la divisibilidad de 24 en números enteros es la mejor: 24 es, en efecto, divisible entre 1, 2, 3, 4, 6, 8, 12. Y, naturalmente, la divisibilidad de las horas en 60 minutos y de los minutos en 60 segundos obedece a la misma regla.

■ Los grandes sistemas del pensamiento mediterráneo y su génesis.

El Mediterráneo no tiene, claro está, el monopolio del pensamiento y, en términos más generales, de la cultura. No obstante, ha tenido una presencia importante en este dominio.

En primer lugar, cabe destacar que los mensajeros de las grandes religiones y, desde un punto de vista más amplio, los grandes fundadores de las culturas humanas que poblaron nuestra tierra, no dejaron nada escrito. Y ello relativiza en gran medida el valor y la importancia de un gran número de documentos y escritos que abarrotan asiduamente nuestras librerías y universidades, incluido este modestísimo documento. Entre ellos, podríamos citar a Abraham, Buda, Sócrates, Confucio, Lao-Tsé, Jesús, Mahoma… Con más razón, al tratarse de los precursores de los credos y culturas animistas que colman las culturas africanas.

Sin embargo, sus palabras y enseñanzas, transmitidas por sus discípulos, son las que originaron las culturas y las civilizaciones de nuestro mundo y siguen condicionando en gran medida las ideas, reflejos, actitudes y a veces hasta las políticas y economías de la gran mayoría de los ciudadanos y gobiernos de muchos países; el laicismo, en este caso, resulta poco contagioso y raramente institucional.

La riqueza de esas enseñanzas llegó incluso a multiplicarse y hoy en día sigue reproduciendo una misma creencia. El budismo, el cristianismo, el islam, etcétera cuentan con varias ramas, interpretaciones o escuelas. Cada una de ellas dio pie a sistemas de pensamiento, logros culturales (música, literaturas, arquitecturas, filosofías) y políticos, casi siempre muy notables, aunque con sus inevitables dosis de herejía.

En este contexto tan rico en credos y religiones, el Mediterráneo tuvo la primicia, si no la exclusividad, del monoteísmo.

■ El monoteísmo

Es una historia que se remonta a los orígenes del pueblo judío. Las tres grandes religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo e islam– nacieron y se desarrollaron prodigiosamente en el Mediterráneo. Han generado grandes riquezas en todos los campos de la expresión humana y la cultura: filosofía, arquitectura, literatura, pintura, escultura, música, ciencias y descubrimientos, convirtiendo el Mediterráneo en un verdadero museo.

Eso sí, un museo que sigue bien vivo. Una de las consecuencias –seguramente la más importante del monoteísmo– es el monogenismo (tesis según la cual las distintas razas humanas tendrían un origen común). Tras largas controversias, hoy en día se reconoce, por lo general, que la tribu de los homininos es monofilética.

Esta unicidad humana y, por ende, la igualdad de los hombres entre sí, fue progresivamente institucionalizada por las constituciones, en particular en la Declaración de los Derechos Humanos (1789), cuyo preámbulo (artículo 1) afirma: “Los hombres nacen y permanecen iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común”.

La ONU retomó esta declaración, de modo casi idéntico, en París, el 10 de diciembre de 1948, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sin embargo, esta igualdad de los hombres entre sí es una vieja idea que se remonta a los albores de la democracia.

■ El nacimiento de la democracia

La democracia es el gobierno del pueblo por el propio pueblo. Su origen es griego. Al principio, la noción de democracia se refiere mucho más a un concepto político defendido por un partido que a una forma determinada de organización del Estado, y el pueblo tal como lo conciben los griegos no incluye a la totalidad de la población. El pueblo es el conjunto de los ciudadanos, una noción eminentemente restrictiva que excluye a los esclavos, los extranjeros residentes, los “metecos”, y similares, así como los habitantes con solo uno de los progenitores con ciudadanía.

Desde entonces, el concepto ha evolucionado ampliamente y se ha desarrollado. Nuestra época y nuestras sociedades viven el tiempo de las democracias política, económica, social y cultural.

■ El sistema trinitario

No se puede hablar de sistema trinitario sin pensar en la dialéctica. Esta ha existido siempre. Tendremos, al respecto, la prudencia de la incompetencia, y tomaremos prestadas las opiniones de otros. Son muchos los estudios y reflexiones sobre un tema tan importante y, sobre todo, hay múltiples niveles de uso y de usuarios del concepto. Entre muchos, podemos destacar:

– El punto de vista de los filósofos: la dialéctica, y por ende el sistema de razonamiento trinitario, fue primeramente el arte de la discusión según Aristóteles. Además, su nombre es de origen griego; de ahí que la hayamos inscrito entre los descubrimientos de “nuestro mar”. Admitamos, sin embargo, que la fama la encontró más allá de nuestras fronteras.

La dialéctica ha ido evolucionando progresivamente hasta cuajar –aunque, por definición, la dialéctica siempre es inconclusa–, y sobre todo se ha desarrollado especialmente con la filosofía de Hegel. Este definió la dialéctica por sus componentes: “la tesis, la antítesis y la síntesis”. Se trata de un planteamiento intelectual muy similar al sistema trinitario de los creyentes; no olvidemos, sin embargo, las tres grandes diferencias en cuanto a finalidad y propósitos existentes entre las dos.

Ahora bien, lo cierto es que esta filosofía la utilizó sobre todo Karl Marx, que convirtió el marxismo en la “filosofía materialista dialéctica” y, mediante uno de sus aspectos –la lucha de clases–, hizo de ella un arma para la conquista del poder. Marx escribía: “En Hegel, la dialéctica camina sobre la cabeza; basta con volverla a poner sobre los pies para encontrarle la fisonomía completamente razonable”.

Podemos quedarnos con muchos otros enfoques, como la afirmación de que “la Trinidad es el misterio supremo, el núcleo de la filosofía y de la religión absoluta. Sin embargo, su secreto es el secreto de la vida común y social, el secreto de la necesidad de ti que tengo yo. Todas las relaciones fundamentales, los principios de las distintas ciencias, no son sino clases y modos distintos de esa unidad”. Y también: “Si no cuestionáis la verdad de la Trinidad, sois como ratas”.

Sin embargo, hay que subrayar que ese sistema trinitario y su dialéctica no son exclusivos del Mediterráneo. Tomamos prestado de alguien ajeno al Mediterráneo, Lao-Tsé, la conclusión de este capítulo inagotable: “El Uno engendra el Dos, el Dos engendra el Tres y el Tres engendra todas las cosas”.

– El punto de vista del creyente: antes de volver a la dialéctica, y con afán de introducir el punto de vista del creyente, habría que preguntarse sobre la existencia o no de Dios, so pena de disertar en vano. Naturalmente, el hacerlo está fuera de cuestión, pues es un asunto que requiere otras grandes competencias de las que carecemos y tampoco es nuestro tema.

Aun así, hay que posicionarse. Nosotros nos inclinamos por ampararnos en la postura de Pascal, que optó por creer y propuso su famosa apuesta, enunciada esquemáticamente como sigue: “O Dios existe y lo gano todo o bien no existe y no pierdo nada”. Escogemos, pues, ganarlo todo y al tiempo no perder nada, para exponer un determinado punto de vista del creyente.

La Trinidad es Dios en tres personas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Se fundó en las Escrituras, concretamente en el prólogo del Evangelio de San Juan. Una de las representaciones simbólicas de la Trinidad es el triángulo equilátero. La divinidad del Hijo y del Espíritu Santo fue objeto de largos y eruditos debates y controversias. Desencadenó los dos primeros concilios ecuménicos de la iglesia naciente: el de Nicea (325) –convocado por el emperador Constantino, que tomó parte efectiva en él–, que concluyó la divinidad de Jesús, y el de Constantinopla (381), que decidió, entre otras cosas, la divinidad del Espíritu Santo y, por consiguiente, la de la Trinidad.

A pesar de ciertas enseñanzas, la Trinidad cristiana no es una revelación, ni mucho menos un misterio, sino una creencia de lo más democrática, pues los Padres de la Iglesia emitieron su voto en esos concilios. Y se votó por unanimidad, con la excepción de los discípulos de Arrio (280/336), los arrianos.

– El punto de vista de los científicos: toda la creación es evolutiva. La continuación lógica de una evolución gigantesca del universo de 13.700 millones de años es lo que creó, hace muy poco, la vida. La vida desembocó en el hombre. Y el hombre conquistó el universo.

La naturaleza de una paragénesis cristalina o la del metamorfismo de contacto no es distinta a la naturaleza de la Trinidad.

La materia es energía. Einstein incluso lo plasmó en una ecuación: e = mc2. Sin embargo, la materia tiene sus secretos, y los físicos del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN) tratan de desentrañar sus misterios. En especial, mediante su famosa búsqueda del bosón de Higgs, también llamado “partícula de Dios”. La investigación tiene la suerte de que no se acaba nunca, pues todo hallazgo conlleva muchas otras preguntas. No nos queda, pues, más remedio que reconocer –y probablemente por mucho tiempo– que el interrogante podría ser el siguiente: “¿Antecede el espíritu a la materia o la materia antecede al espíritu?”.

Esta pregunta no tiene respuesta, pero cada una de las dos posibles es un acto de fe. Si no aceptamos la primera proposición –el espíritu antecede a la materia– debemos reconocer, si escogemos la segunda, que el azar, las necesidades o la evolución han hecho igualmente muchas cosas (buenas o malas, pero eso es otra historia). Y entonces, como Voltaire, nos preguntaremos, sorprendidos, “cómo es que este reloj funciona sin tener relojero”.

■ El Mediterráneo también es un lugar de distribución y difusión.

De Oriente a Occidente, hemos experimentado una división positiva de roles y funciones.

Todos esos descubrimientos maravillosos nos llegan del Mediterráneo oriental, que tiene el privilegio de haber revelado o creado tan geniales invenciones. Podrían haber seguido siendo regionales –como tantas civilizaciones y culturas humanas– o incluso desaparecer y convertirse, tal vez, en objeto de investigación arqueológica.

La historia, no obstante, confió al Mediterráneo occidental la tarea de hacerlas universales.

En sentido Norte-Sur, asistimos a una división negativa: la división de las religiones. Salvo en islotes regionales, puede decirse, esquemáticamente, que el islam reina en el sur del Mediterráneo, mientras que el cristianismo –incluidos sus herederos, el ateísmo y el materialismo– se concentra en el norte. No resulta accesorio evocar en este punto la historia de Abraham y sus dos hijos, Jacobo e Ismael. Dicha historia se considera la prefiguración o, para los creyentes, la profecía de esta partición del Mare Nostrum.

Uno no puede sino constatar la inmensa riqueza cultural del Mediterráneo, a la que deben vincularse la riqueza y el grado de competencia de las explotaciones agrícolas e industriales. Se requiere otro nivel de divisón. La palabra distribución que encabeza este apartado tiene varios significados: también designa la redistribución de los recursos y las riquezas: “Producimos lo suficiente par alimentar al doble de la población mundial, mientras 1.000 millones de personas pasan hambre” (Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food).

■ El arte culinario mediterráneo: la octava Maravilla del Mundo

Antes de acabar, hay que mencionar la excelencia de la gastronomía mediterránea. Tales son su diversidad y calidad, que no dudamos en nombrarla la octava Maravilla del Mediterráneo y así, conforme al principio de Filón de Bizancio, la octava Maravilla del Mundo. Hay que recordar que el Mediterráneo “inventó” el trigo, la viña y el olivo. Alumbró, por lo tanto, tres productos que tradicionalmente y durante largo tiempo han estado entre los más importantes de la alimentación de sus habitantes: el pan, el vino y el aceite. Evidentemente, no es casualidad que los tres productos se hayan convertido en la simbología de la liturgia para gran parte de los creyentes, lo que a la postre supone la sacralización del trabajo que los genera.

La cocina mediterránea es una sabia mezcla donde las frutas, las verduras, las carnes, los pescados, las plantas aromáticas y las especias se preparan lentamente. Los mercados de Provenza y en los zocos de los países septentrionales son, por encima de todo, espacios de convivencia. Desde el zoco de Marraquech hasta el mercado sabatino de Apt, nos hallamos ante un auténtico festival de aromas, colores, sabores e intercambios.

El Mediterráneo es un verdadero crisol de culturas, la cuna de gran parte del Patrimonio Mundial de la Humanidad.