No habrá desarrollo sostenible de las ciudades sin agricultura urbana

La existencia de una práctica urbana de la agricultura muestra que las relaciones entre la urbanización y la agricultura no son contradictorias.

Sebastien Abis, Matthieu Brun

En el centro de los debates sobre el futuro del Mediterráneo se encuentra la cuestión estratégica de un desarrollo urbano más equilibrado. En noviembre de 2011, en Estrasburgo (Francia), durante la primera conferencia ministerial dedicada al desarrollo urbano sostenible, se afirmó que este desafío era una de las prioridades de acción regional de la Unión por el Mediterráneo (UpM) . Si bien los aspectos demográficos, económicos, sociales, energéticos, culturales y ecológicos fueron las principales variables analizadas, las consideraciones siguen siendo insuficientes en cuanto a la seguridad alimentaria de las poblaciones y a la articulación necesaria entre las ciudades y las zonas rurales.

Sin embargo, no habrá un desarrollo urbano sostenible sin seguridad alimentaria y sin reconexión de los territorios. Los países mediterráneos deben avanzar en materia de políticas públicas y de estrategias económicas con el objetivo de promover un crecimiento más inclusivo capaz de reducir las divisiones entre el mundo de las ciudades y el del campo. Paralelamente, mientras continuen el encarecimiento de los productos alimentarios y la dependencia de los países mediterráneos del suministro externo, habrá que encontrar también soluciones para alimentar a las poblaciones urbanas de otra manera que no sea recurriendo únicamente al mercado internacional. Desde esta perspectiva, la agricultura urbana y periurbana (AUP) puede constituir una vía oportuna. Su pertinencia se refuerza, sin duda alguna, con la voluntad de establecer estrategias urbanas de desarrollo sostenible.

Agricultura y urbanización

La existencia de una práctica urbana de la agricultura, cuyo origen es tan antiguo como la aparición de las ciudades, muestra que las relaciones entre urbanización y agricultura no son necesariamente contradictorias. La AUP es una forma específica de uso del espacio. Se trata de unidades agrícolas en el interior o en la periferia inmediata de las ciudades que gestionan unas explotaciones que practican generalmente el cultivo de hortalizas o cereales, la ganadería y la producción de leche y huevos. La cuenca mediterránea es un espacio de civilizaciones urbanas antiguas, cuyas primeras aglomeraciones conocidas se encontraban en Anatolia o Mesopotamia, con un rosario de ciudades junto al Tigris y el Éufrates.

El esplendor de estas ciudades no puede entenderse sin los suelos fértiles sobre los que se construyeron: el Ghuta de Damasco o de Líbano, el Hauz de Marrakech y la Vega de Granada. A pesar de las presiones sobre los recursos en agua y suelos, el trabajo del campo y la ganadería sigue siendo un rasgo común en todo el tejido urbano. En El Cairo, el 16% de las familias todavía cría animales. En Líbano, el 70% de las hortalizas frescas proviene de la franja costera urbana del país. En Italia, los huertos urbanos, que aparecieron ya a principios del siglo XIX, acompañaron el desarrollo de las ciudades. Por otra parte, en el sur del Mediterráneo, como por ejemplo en Túnez, los oasis, ciudades rodeadas de jardines o de palmerales en medio del desierto, ilustran perfectamente la simbiosis entre los medios urbanos y rurales.

El crecimiento demográfico, la expansión urbana y los procesos de ocupación que caracterizan a los países del contorno mediterráneo han puesto en peligro estos usos agrícolas de las tierras, en la ciudad o en la periferia. De hecho, dos tercios de los habitantes de la cuenca mediterránea ya viven en ciudades. Esta explosión urbana, no siempre controlada, destruye los escasos terrenos arables todavía disponibles. Las fachadas litorales también se ven afectadas por la concentración de las poblaciones, como los litorales mediterráneos francés y libanés donde existe, por ejemplo, una urbanización continuada. El crecimiento se ha traducido en una demanda de espacio cada vez mayor para la construcción de viviendas y la instalación de inmigrantes que llegan del campo. La agricultura urbana se ha visto obligada a competir por los recursos territoriales o hídricos.

En Túnez, por ejemplo, el precio de los terrenos agrícolas sigue siendo siete veces más elevado en la capital que en las regiones aledañas. Las parcelas de tierra más pequeñas, en las que se practicaba la ganadería o la policultura, han sido ocupadas en muchos casos para construir carreteras, puentes o viviendas. En el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, aunque la evolución de los transportes y de la técnica del frío permitió ampliar el área de suministro de productos perecederos, se produjo una desconexión entre la ciudad y su agricultura que alejaba cada vez más los cinturones hortofrutícolas y los huertos intraurbanos. Los cambios tecnológicos y los adelantos logísticos permitieron la importación a precios bajos de productos de primera necesidad venidos desde lejos y que favorecían la aparición de circuitos de distribución a gran escala, con los que los productores urbanos o rurales no podían competir. Por otra parte, el contexto económico mundial aceleraba esta evolución.

El caso ilustrativo de Argelia

Al carecer de una producción urbana de bienes alimenticios que pueda cubrir una parte de las necesidades de la población, el suministro a las ciudades se realiza exclusivamente desde las grandes explotaciones situadas en las zonas rurales en lo que se refiere a los productos frescos, o a través de importaciones en el caso de los productos elaborados, lácteos o cereales. Las consecuencias de esta situación plantean dificultades al menos en dos sentidos. Los productos agrícolas llegan a las ciudades a unos precios que se duplican debido a los costes adicionales relacionados con el transporte, los alquileres y la fiscalidad.

El precio del kilo de tomates, por ejemplo, es de 100 dinares en Argel frente a los 50 dinares que cuesta en Bufarik, a 35 kilómetros de la capital. Las revueltas populares contra la carestía de la vida, recordémoslo, vienen motivadas especialmente por la inflación alimentaria que se acentúa en todo el Mediterráneo. Ese fue el caso en la capital en enero de 2011, y estos episodios conflictivos podrían multiplicarse. Además, debido a la falta de una AUP que proporcione productos alimenticios, el recurso masivo a las fuentes de suministro externas ha favorecido la proliferación del comercio informal en las ciudades.

Este último representa en Argelia el 35% de la actividad comercial y se desarrolla en 700 mercados ilegales según la Unión de Comerciantes y Artesanos Argelinos (2007). Por el contrario, en El Cairo, donde la densidad de población no deja de aumentar (32.000 habitantes/kilómetro cuadrado), la AUP se ha mantenido e incluso conoce un nuevo auge en los últimos tiempos. Las familias que tienen un acceso limitado y difícil a los bienes alimenticios practican la agricultura a pequeña escala, la mayoría de las veces para el autoconsumo.

Unas funciones clave para el futuro

Si bien el campo se ha ido convirtiendo gradualmente en un lugar de proyección de la ciudad, la AUP ha dado muestras de cierta capacidad de resistencia y de un nuevo dinamismo, basado en la respuesta a necesidades renovadas o a situaciones de crisis. A veces clandestina, encuentra hoy en día unas formas de adaptación que podrían garantizar su supervivencia, ya que la sostenibilidad es aconsejable en las concepciones de la ciudad. En contextos de crisis, como el alza de los precios de los productos alimenticios, o de conflictos armados, los espacios abandonados, dedicados a otros usos, son reconvertidos por los habitantes en huertos para proporcionar productos prohibitivos en los circuitos comerciales.

Esta agricultura de supervivencia, improvisada a raíz de circunstancias extraordinarias, como en la franja de Gaza o en Líbano antes de 1990, puede no solo alimentar a las personas que la explotan sino también ofrecerles la posibilidad de generar ingresos adicionales. En otros casos, como en Italia, Francia o incluso en Túnez, a través del sector biológico, la agricultura urbana puede especializarse en productos de alta rentabilidad destinados a un mercado urbano y solvente que exige mercancía fresca y de calidad. Este modo de producción, al igual que la distribución en circuitos pequeños, restablece una relación de confianza entre el productor y el consumidor. En Francia, el 20% de los productores agrícolas venden en circuitos pequeños.

La misma dinámica se observa en otros países mediterráneos de la Unión Europea y podría extenderse en el futuro a las riberas sur y este, donde las poblaciones también exigen cada vez más productos de calidad. Más allá del consumo en sí, estos movimientos permiten tejer nuevos vínculos entre los centros urbanos y las zonas rurales del interior. Si se impulsase como un factor de sostenibilidad de los sistemas alimentarios, la agricultura urbana permitiría una diversificación de los regímenes alimenticios al proporcionar a los habitantes urbanos más pobres unos alimentos frescos y nutritivos, como aves de corral, carne y productos lácteos. También permite mejorar la seguridad alimentaria y disminuir la pobreza a la vez que crea empleo, incluso entre las poblaciones marginadas (jóvenes y mujeres).

En general, los productores agrícolas en medios urbanos o periurbanos utilizan de forma más productiva los recursos disponibles –tierras, agua y mano de obra– que sus homólogos que trabajan en el campo. El recurso a la multifuncionalidad de la agricultura aparece como otra dinámica favorable para construir un sistema agriurbano sostenible. En primer lugar, es una fuente de numerosas externalidades positivas para la protección del medio ambiente, ya que permite una estabilización de los suelos frente a la erosión y un ahorro de combustible, y que además favorece el uso de aguas residuales y de estercoladura derivadas de la presencia humana en la ciudad. Asimismo, forma parte de una nueva gestión del espacio y de la sociedad, y desempeña funciones de interés colectivo.

Al preservar el medio ambiente y acondicionar el espacio, la agricultura urbana proporciona al mismo tiempo espacios para el descanso y un marco atractivo para los ciudadanos, pero también la garantía de una mejora de la calidad de vida individual. Contribuye todavía más a este objetivo porque se orienta hacia unas producciones que perturban poco la vida ciudadana. Así, la AUP parece ser una herramienta al servicio del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). La alimentación de las poblaciones urbanas representa un desafío cada vez mayor en cuanto a la accesibilidad de las poblaciones en el plano físico (infraestructuras y transportes para mover unas cantidades más o menos importantes y distantes), y en el plano económico (ingresos de las poblaciones urbanas, precios de los alimentos, etcétera).

Por lo que se refiere a la seguridad alimentaria, la preservación del medio ambiente y la reducción de la pobreza extrema, las comunidades territoriales desempeñan un papel clave en la medida en que pueden ser un factor importante en el desarrollo de los territorios. Al jugar la carta de la complementariedad entre la agricultura urbana y la rural, atenúan la dependencia de los mercados internacionales. Esta vía parece evidente, tanto para proponer a los consumidores unos productos que contienen valores y garantías sobre su modo de producción y su calidad, como para garantizar unos mercados remunerados a los agricultores y a los transformadores de la región.

Los beneficios innovadores de la agricultura en la ciudad

En los países mediterráneos, como en otros lugares del mundo, el éxito de algunas experiencias de agricultura urbana ha demostrado la pertinencia de esta práctica, que merecería un mayor apoyo de las autoridades públicas. El Parque Agrario del Llobregat, en el área urbana de Barcelona, constituye un buen ejemplo de la conservación de un espacio agrícola en la ciudad, al igual que la integración del oasis de Tiznit, en Marruecos, en el plano de ordenación urbana. En Líbano, la asociación de granjeros libaneses “Souk el Tayeb” ha tratado también de reintroducir la práctica de la agricultura urbana en Beirut, con jardines de vecinos o huertos en los tejados, como en Egipto.

Más lejos, la ciudad de Erbil, en Irak, ha terminado recientemente un plan de cinturón verde que reserva una gran parte de las tierras agrícolas para el desarrollo de los sistemas alimentarios locales. También existen programas de investigación, especialmente el proyecto DAUME, iniciado en 2011, que unen las dos riberas del Mediterráneo para una renovación de la relación ciudades-agricultura. Por otra parte, merecen seguirse de cerca los trabajos consistentes en idear la creación de granjas verticales. Se trata de técnicas que permiten superponer cultivos y ganadería en torres agrícolas situadas en el interior de las ciudades.

Pensadas como microsistemas autosuficientes, capaces de reciclar la lluvia y las aguas residuales, y de transformar los residuos y los excrementos en fertilizantes, las granjas verticales han evolucionado hacia unos conceptos que mezclan, en un mismo conjunto arquitectónico, agricultura, vivienda, ocio y oficinas. A pesar de los límites medioambientales y de unos costes que siguen siendo prohibitivos, los proyectos de granjas verticales ponen en entredicho, con toda la razón, los modos de coexistencia futura entre las ciudades y los mundos rurales, al situar el problema de la seguridad alimentaria y la necesidad de una actividad agrícola en el centro de las políticas urbanas que pretenden ser “sostenibles”.

Conclusión

Si la AUP puede proporcionar realmente una solución práctica al crecimiento de las poblaciones urbanas y a las crisis alimentarias sirviendo al mismo tiempo de mecanismo de adaptación al cambio climático, el papel de las instituciones locales y de los gobiernos también debe reforzarse. La agricultura urbana no es ni un uso temporal del espacio por parte de los “agricultores que viven en las ciudades”, ni una reliquia de prácticas rurales antiguas, sino que es un vector de integración de la sociedad rural en el mundo urbano. Por tanto, el desarrollo de la AUP en el Mediterráneo no solo contribuye a una mayor seguridad alimentaria en la ciudad, a fomentar modos de consumo responsables y a crear empleo, sino que también frena la fragmentación espacial y favorece un crecimiento más inclusivo en todos los territorios.

Es, además, una adaptación al cambio climático y estimula la expresión de iniciativas ciudadanas y económicas innovadoras en la vida local ahora que las aspiraciones democráticas se consolidan en esta región. La cooperación descentralizada podría convertir el desarrollo de la AUP en un magnífico campo de futuro en el que se compartan experiencias, en un momento en el que el papel de las ciudades y de las instituciones territoriales debe ampliarse para fomentar las relaciones euromediterráneas.