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Co-edition with Estudios de Política Exterior
La prensa, bajo presión en Marruecos
Batacazo en la clasificación internacional, búsqueda de un débil consenso en el Parlamento… la prensa marroquí parece despedirse discretamente de su más bella primavera.
Driss Ksikes
Es la primera vez, desde hace más de una década, que Marruecos es clasificado internacionalmente como “país no libre” en cuanto a libertad de prensa. (Se trata de la última clasificación de Freedom House, correspondiente a 2009. El año anterior el país pertenecía a la categoría de “países parcialmente libres”.) El catálogo de indicadores a la baja es extenso: encarcelamiento de un director de periódico, Driss Chahtane (Al Michaal), por un asunto falsamente relacionado con Palacio; detención abusiva e ingreso en prisión de tres blogueros por denuncia cívica de casos de corrupción habituales; suspensión administrativa, sin respetar los procedimientos, de un diario, Akhbar Al Yaoum; secuestro sin previo aviso ni resolución judicial de un número de Tel Quel que publicaba una encuesta, (aunque) positiva, sobre la realeza.
Los episodios se suceden, unos distintos de otros, pero la presión va in crescendo, con resultados patentes: al cabo de 10 años de presiones judiciales, orientadas políticamente, que dieron lugar a penas desproporcionadas con respecto a los delitos juzgados, la prensa marroquí ha visto degradarse su sistema inmunitario. Se ha convertido en un cuerpo enfermo que apenas se tiene en pie por no poner mala cara. Evidentemente, Marruecos no es un Estado policial, frontal y vulgarmente censor. Ni mucho menos.
El estrechamiento de las libertades, aunque orquestado desde arriba, se ha llevado a cabo con el consentimiento tácito, o cuando menos la ausencia de resistencia vehemente, de la mayoría de actores, agrupados en torno a la federación de patrones y editores de periódicos. Asimismo, se ha visto favorecido por la precariedad organizativa y profesional de la mayoría de empresas periodísticas llamadas “independientes” y que gozan de una buena situación. Más allá de los fallos del sector, esta decadencia, a todas luces inevitable, ha sido posible por el poco peso de los implicados: número de lectores limitado (una media de 400.000 al día, contando todos los soportes) y escasa movilización de lectores-público para defender el derecho a una prensa libre y de calidad, como defenderían el derecho a una vida digna.
Esta indiferencia se ve coronada, además, por un voluntarismo exiguo, perceptible a todos los niveles (los padres no exigen una mejor escuela pública, los electores no demandan un mayor rendimiento de los partidos y los supuestos ciudadanos no muestran intención de dejar atrás la sumisión voluntaria en la que se complacen y de la que a veces sacan provecho). En cuanto a los medios, este retroceso patente de las libertades se ha visto facilitado, sobre todo, por el enfrentamiento, injusto e insostenible, entre prensa y poder; por el arsenal jurídico existente, liberticida y alejado de una práctica “libre”, y por la intervención pasiva de los partidos políticos, más preocupados por devolver a la profesión al nivel indigente de su prensa partidista que por elevar el nivel de exigencia de las libertades públicas.
El debilitamiento de la prensa frente a esta conjunción de factores desmovilizadores ha preparado el terreno para una nueva era menos gloriosa, cuya máxima es la presión económica centralizada. El proceso ha sido paulatino. Hubo una fase de tanteo, en la que “los anunciantes favorecían las cabeceras complacientes y se negaban a anunciarse en las mal vistas», como denunció el presidente del sindicato de la prensa marroquí, Yunes Muyahid. Paralelamente, y empujados por los ministerios de Comunicación e Interior, los impresores y distribuidores se han transformado en redactores jefe bis, rechazando una portada políticamente incorrecta, o bien consultando a políticos sobre la conveniencia de sacar al mercado tal publicación o tal otra.
Al erigirlos el código de la prensa en “corresponsables” del contenido publicado se metieron (¿por voluntad propia?) en la brecha para contrarrestar la supuesta “despreocupación” de algunos directores de periódico, tachados de jóvenes e impertinentes. Y luego llegó la tercera fase, más directa. Hubo zafarrancho de combate para reformar económicamente el conjunto del sector. Su resultado concreto, paralelo al ajusticiamiento del Journal hebdomadaire (cabecera-símbolo de la primavera a media asta): la misteriosa recompra de la principal sociedad distribuidora, Sapress, por el entorno real; la creación de tres nuevas cabeceras, Actuel, Le Tempsy Les échos, con tejemanejes financieros poco transparentes y agendas editoriales ocultas.
Circulan varios rumores sobre quienes presuntamente mueven los hilos y los títeres que salen a escena. Sin embargo, ningún dato fiable permite confirmar la identidad real de los responsables y sus intereses tras esta irrupción de publicaciones políticamente correctas que no se salen un ápice de los cánones de los mínimos profesionales requeridos. En el mismo camino, surge la recompra del diario Le Soir Echos, como consecuencia de la presión judicial ejercida sobre el grupo poseedor de la publicación, editor de la cabecera populista Al Massae (La Tarde), y como premio a su juramento de fidelidad apenas disimulado y su aceptación de no ir más allá de las líneas rojas trazadas por el Majzén. En este caso, tampoco es cuestión de sobreinterpretar los hechos.
Sin embargo, al observar el efecto de este desbarajuste, se revela la existencia, como en el ámbito de los partidos políticos y los negocios, de una voluntad de reestructuración desde arriba. Ello genera, en conjunto, un mayor protagonismo de las celebridades y la priorización de los sucesos en prensa. Lo que, por un lado, consolida el barniz liberal que el sector de la edición proporciona al país y, por otro, favorece la tendencia, en ocasiones demagógica, a erigir la proximidad en “religión”. La recuperación del control del sector por parte de la tecnocracia (tendencia bastante generalizada hasta en los países democráticos) augura, además, un regreso con fuerza de la economía como tema-motor. De por sí, la opción no supone un engorro; es incluso necesaria, en una fase de lanzamiento de proyectos estructurantes y de aumento de la liberalización.
Sólo que la mayoría de los soportes de prensa es propensa a transmitir la noticia que ofrecen los operadores, públicos y privados, sin evaluarla demasiado ni examinar sus fallos. Una seña particular, común a todas estas cabeceras: la ausencia de un verdadero esfuerzo de investigación que daría al lector-ciudadano acceso a una información creíble, imparcial, susceptible de generar un debate público y de favorecer algunas opciones políticas. Dicho de otro modo: esta profusión de publicaciones capta a un mercado publicitario potencial, apasionado de la prensa inofensiva. Alguien cercano a los empresarios que giran en torno a Palacio lo confirma con esta frase lapidaria: “Para los nuevos Golden boys, la prensa es un sector en el que invertir para hacer negocios. Hacen lo que sea para que esta inversión no presente riesgos (políticos, se entiende)”.
Léase: contribuyen a que la prensa no tenga un peso real para la sociedad, una nueva fuente de consumo y nada más. Esta voluntad, implícita pero fácil de descodificar, se ve reforzada por un tercer elemento: la muerte de la política como lugar de competencia posible entre varios proyectos de sociedad, con lo que ello supone como personalización excesiva, pérdida del sentido y preponderancia de temas pulcros o pulidos, síntomas de un regreso, cada vez más reconocido por los profesionales, de la autocensura. En resumen, los periodistas garantizan el espectáculo. The show must go on! Si se lee entre líneas, el resultado es un retroceso considerable de la investigación y del reportaje como únicos medios que pueden permitir ir más allá de la corteza aparente de los hechos.
De ello se deriva, asimismo, una mayor dependencia de las empresas periodísticas con respecto a la oferta de los anunciantes, por la sencilla razón de que el número de cabeceras aumenta, pero el de compradores se estanca. Todo ello tiene lugar en un contexto complejo, donde Marruecos cuenta con su imagen para consolidar la inversión extranjera (la prensa se ve engullida por el relato del día a día y la oferta de comunicación), frena suavemente las libertades individuales y hace demagogia con el patriotismo político y religioso (lo que afianza todavía más las líneas rojas). De paso, inicia un debate-coartada en el Parlamento sobre los Medios de Comunicación y la Sociedad.
Una forma, mucho me temo, de inaugurar una era de débil consenso, que abriría la puerta a todos los acuerdos. Más aún cuando, con el pretexto de la deontología (no puede negarse que ciertos periodistas marroquíes pecan de falta de ética), varios logros pueden revisarse a la baja. La deontología, si se explota en exceso, puede convertirse en un arma de prevención masiva. Cuidado con los daños y limitaciones que esta vez pueden ratificarse en nombre de la ley y del consenso nacional. No lo olvidemos: la libertad no requiere del consentimiento de la mayoría, sino de la convicción de unos cuantos, capaces de agarrar el toro por los cuernos. Pues, por encima de todo, no hay que esperar a que el toro, en especial si está enfermo y maltrecho, avance instintivamente en la dirección correcta.