Islam: una vez más, volver a empezar

Párrafos del discurso de Barack Obama en El Cairo, 4 de junio de 2009.

“… Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor de todo el mundo, tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate sobre política actual. La relación entre el Islam y Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas. Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una guerra fría en la que a menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la modernidad y la globalización ha llevado a muchos musulmanes a considerar que Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.

Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría, pequeña pero fuerte, de musulmanes. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 y los esfuerzos continuos de estos extremistas para actuar violentamente contra civiles han llevado a algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no sólo con EE UU y los países de Occidente, sino también con los derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza. Mientras nuestra relación se define por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la prosperidad. Este ciclo de suspicacia y discordia debe terminar.

Acabar con el ciclo de mutuas sospechas

He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para EE UU y los musulmanes de todo el mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que EE UU y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos. Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por sí solo puede acabar con años de desconfianza, ni puedo, en el tiempo que tengo, dar respuesta a todas las cuestiones complejas que nos han llevado a este punto.

Pero estoy convencido de que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos, y demasiadas veces, eso se dice solamente de puertas a dentro. Debe haber un esfuerzo sostenido de escucharnos unos a otros, de aprender unos de otros; de respetarnos unos a otros, y de buscar terreno común. Como nos dice el Sagrado Corán, ‘Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad’. Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible, reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho más poderosos que las fuerzas que nos dividen. Parte de esta convicción está arraigada en mi propia experiencia. Soy cristiano, pero mi padre pertenecía a una familia en Kenia que incluye a varias generaciones de musulmanes.

De niño, pasé varios años en Indonesia y escuché la llamada del Azán al amanecer y atardecer. De joven, trabajé en comunidades de Chicago donde muchos encontraban dignidad y paz en su fe musulmana. Como estudioso de la historia, sé también que la civilización tiene una deuda con el Islam. Fue el Islam –en lugares como la Universidad Al Azhar– el que llevó la antorcha del aprendizaje durante muchos siglos y preparó el camino para el Renacimiento y la Ilustración en Europa. Fueron las comunidades musulmanas las que inventaron nuestra brújula magnética y herramientas de navegación; las que desarrollaron el álgebra; nuestra pericia con la pluma y la impresión; la comprensión del proceso de contagio de las enfermedades y las formas de curarlas.

La cultura islámica nos ha brindado majestuosos arcos y altísimas torres; poesía y música de eterna belleza; elegante caligrafía y lugares de contemplación pacífica. Y en toda la historia, el Islam ha demostrado por medio de sus palabras y actos las posibilidades de la tolerancia religiosa e igualdad de las razas.

El tratado de Trípoli es de 1796

Sé también que el Islam siempre ha sido parte de la historia de EE UU. La primera nación en reconocer a mi país fue Marruecos. Al firmar el Tratado de Trípoli en 1796, nuestro segundo presidente, John Adams, escribió, ‘EE UU no tiene ninguna enemistad con las leyes, religión o tranquilidad de los musulmanes’. Y desde nuestra fundación, los musulmanes estadounidenses han enriquecido a EE UU. Han luchado en nuestras guerras, trabajado para el gobierno, defendido los derechos civiles, abierto negocios, enseñado en nuestras universidades, destacado en nuestros estadios deportivos, ganado premios Nobel, construido nuestro más alto rascacielos y encendido la antorcha olímpica.

Y cuando el primer musulmán estadounidense fue elegido recientemente al Congreso y juró defender nuestra Constitución usó el mismo Sagrado Corán que uno de nuestros padres fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal. Así, he conocido el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue originalmente revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que esa alianza entre EE UU y el Islam se debe basar en lo que es el Islam, no en lo que no es, y considero que es parte de mi responsabilidad como presidente de EE UU luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan.

El Islam es también parte de EE UU

Pero ese mismo principio debe aplicarse a la percepción musulmana de EE UU. Así como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, EE UU no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. EE UU ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo haya conocido jamás. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado basándose en el ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a un concepto simple: E pluribus unum: ‘De muchos, uno’.

Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido ser elegido presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los casos en EE UU, pero la promesa todavía existe para todos los que llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes estadounidenses que hoy están en nuestro país y tienen niveles de ingresos y educación por encima de la media. Es más, la libertad en EE UU es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los estados de nuestro país y más de 1.200 mezquitas dentro de nuestras fronteras. Por eso el gobierno de EE UU recurrió a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres y niñas a llevar el hiyab, y castigar a quienes se lo negaban.

Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de EE UU. Y considero que EE UU es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios. Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad. Por supuesto, el reconocimiento de nuestra humanidad común es apenas el comienzo de nuestra tarea. Las palabras por sí solas no satisfacen las necesidades de nuestros pueblos. Estas necesidades sólo se satisfacerán si actuamos audazmente en los próximos años. Y debemos actuar con el entendimiento de que la gente en todo el mundo se enfrenta a los mismos desafíos, y si fracasamos, las consecuencias nos perjudicarán a todos. Pues hemos aprendido de acontecimientos recientes que cuando un sistema financiero se debilita en un país, hay menos prosperidad en todas partes.

Cuando una nueva gripe infecta a un ser humano, todos estamos en peligro. Cuando una nación procura armas nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne sobre gente al otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en Darfur son asesinadas, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI. Somos mutuamente responsables ante los demás seres humanos.

No ser prisioneros del pasado

Ésa es una responsabilidad difícil de asumir. Ya que la historia de la humanidad ha sido a menudo una letanía de naciones, tribus y religiones que subyugan a otras para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, en esta nueva era, semejantes actitudes son contraproducentes. Debido a nuestra interdependencia, cualquier régimen en el mundo que eleve a una nación o grupo humano por encima de otro inevitablemente fracasará. Así que, cualquiera sea que nuestra opinión del pasado, no debemos ser prisioneros de él. Debemos solucionar nuestros problemas colaborando, debemos compartir nuestro progreso. Eso no significa que debemos ignorar las fuentes de tensión.

De hecho, sugiere que debemos hacer exactamente lo contrario: debemos afrontar estas tensiones directamente. Y con esa intención, permítanme hablar de la manera más clara y transparente posible sobre algunos asuntos específicos que creo que debemos finalmente enfrentar juntos. Lo primero que debemos encarar es el extremismo violento en todas sus formas. En Ankara, dejé claro que EE UU no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin embargo, haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como presidente proteger al pueblo estadounidense.

La situación en Afganistán demuestra las metas de EE UU y nuestra necesidad de trabajar juntos. Hace más de siete años, EE UU tenía amplio apoyo internacional cuando fue para peseguir a Al Qaeda y los talibanes. Ir allí no fue una opción; fue una necesidad. Y soy consciente de que hay quienes cuestionan o justifican los acontecimientos del 11 de septiembre. Pero seamos claros: Al Qaeda asesinó a casi 3.000 personas ese día. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños inocentes de EE UU y muchos otros países que no habían hecho nada para hacerle daño a nadie. Y sin embargo, Al Qaeda los asesinó sin piedad, se adjudicó responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala. Tienen militantes en muchos países y están tratando de ampliar su alcance. Éstas no son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar.

Guerras de necesidad y guerras de elección

Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán. No queremos tener bases militares allí. Es doloroso para EE UU perder a nuestros jóvenes. Continuar este conflicto tiene un coste político y económico muy alto. De muy buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es la situación. Por eso estamos trabajando con una coalición de 46 países. Y a pesar de los costes que implica, el compromiso de EE UU no se debilitará. De hecho, ninguno de nosotros debe tolerar a estos extremistas.

Han cometido asesinatos en muchos países. Han asesinado a gente de diferentes religiones, y más que nada, han asesinado a musulmanes. Sus actos son irreconciliables con los derechos de los seres humanos, el progreso de las naciones y el Islam. El Sagrado Corán enseña que quien mata a un inocente, mata a toda la humanidad; y quien salva a una persona, salva a toda la humanidad. La religión perdurable de más de mil millones de personas es mucho más fuerte que el odio intransigente de unos pocos. El Islam no es parte del problema en la lucha contra el extremismo violento, es parte importante para avanzar la paz. También sabemos que la fuerza militar por sí sola no va a resolver los problemas en Afganistán y Pakistán. Por eso planeamos invertir 1.500 millones de dólares cada uno de los próximos cinco años, a fin de asociarnos con Pakistán para construir escuelas y hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a quienes han sido desplazados.

Por eso estamos proporcionando más de 2.800 millones de dólares para ayudar al pueblo de Afganistán a desarrollar su economía y prestar servicios de los que depende la gente. Permítanme también hablar de Irak. A diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra en Irak, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo. Aunque creo que, a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía de Sadam Husein, también creo que los acontecimientos en Irak han recordado a EE UU que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible. De hecho, podemos citar las palabras de Thomas Jefferson, quien dijo: ‘Espero que nuestra sabiduría aumente con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos usemos nuestro poder, éste se incrementará’.

La soberanía de Irak es toda suya

Hoy, EE UU tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y a dejar Irak en manos de los iraquíes. Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio ni de sus recursos. La soberanía de Irak es toda suya. Por eso ordené el retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto. Por eso cumpliremos con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, democráticamente elegido, de retirar nuestras tropas de combate de las ciudades iraquíes en julio y de retirar todas nuestras tropas de Irak para el 2012.

Ayudaremos a Irak a capacitar a sus Fuerzas de Seguridad y a desarrollar su economía. Respaldaremos, como socio y jamás como patrón, un Irak seguro y unido. Y finalmente, así como EE UU no puede tolerar la violencia a manos de extremistas, nunca debemos cambiar nuestros principios. El 11-S fue un trauma enorme para nuestro país. El temor y la ira que causó son comprensibles, pero en algunos casos, nos llevó a actuar en contra de nuestros ideales. (…)”