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Co-edition with Estudios de Política Exterior

El viaje de Ennahda
En un intento de consolidar una subcultura política islámica, Ennahda opta por separar proselitismo y política y pasa de ser partido islamista a partido democrático musulmán.
Pietro Marzo y Francesco Cavatorta
Durante su último congreso, celebrado en mayo de 2016, el partido político tunecino Ennahda [Partido del Renacimiento] anunciaba que había concluido su transformación en un partido de demócratas musulmanes, comprometido con los principios de la libertad y la democracia, y totalmente centrado en los asuntos políticos. Más del 80% de los delegados de Ennahda votaron a favor de este giro formal, cuyo principal objetivo es separar el activismo político del religioso. La separación entre proselitismo (dawa) y política es ahora total y oficial.
El presidente y principal ideólogo del partido, Rachid Ghanuchi, explicaba en detalle las razones por las que Ennahda decidía pasar de partido islamista a partido democrático musulmán en septiembre de 2016. Aclaraba que el final de las actividades religiosas no significa renunciar a su identidad islámica ni a su conservadurismo social. Subrayaba que “el entorno en el que opera el partido ha cambiado drásticamente”, y pedía un decisivo compromiso con los valores expresados en la Constitución de 2014. En resumen, el Estado tunecino ya no reprime las creencias religiosas ni vigila la conducta religiosa de sus ciudadanos. Se deduce que ya no hay necesidad de un movimiento/partido que defienda la religión. El partido puede ahora centrarse en lo que importa a los ciudadanos –la economía o los asuntos exteriores, por ejemplo– mientras que el movimiento puede continuar con su activismo social, promoviendo prácticas religiosas específicas en la sociedad. El giro del partido es también esencial para marginar las tendencias extremistas, que plantean una grave amenaza para la estabilidad del país y de la región en general. Según Ghanuchi, “es crucial ofrecer una alternativa esperanzadora a millones de jóvenes musulmanes de todo el mundo” y a participar en la política institucional en un contexto jurídico que respeta la religión constituye precisamente esa alternativa.
Como es habitual, algunos analistas y observadores han empezado a poner en entredicho la veracidad de este giro. En particular, algunos han sembrado dudas acerca de la rapidez con la que Ennahda pasó de su ambición inicial de gobernar Túnez mediante un conjunto de normas y referencias islámicas a desempeñar una función negociadora decisiva en el proceso constituyente y en la democratización del país. Otros siguen creyendo que este nuevo giro moderado es un mero cálculo político que oculta un proyecto islamista autoritario. Ninguna de estas opiniones parece tener en cuenta la historia, las necesidades organizativas y el cambio ideológico del partido, así como su reciente y significativa contribución al éxito de la transición democrática en Túnez.
Ennahda en el poder
Cinco años después de que estallase la revolución, Túnez ha logrado democratizarse, haciendo gala de un grado considerable de “excepcionalidad” en una región en la que prevalecen el hundimiento del Estado, la violencia y el atrincheramiento autoritario. Si bien algunos actores, desde las organizaciones de la sociedad civil hasta los sindicatos, han sido alabados como agentes esenciales en el proceso de consolidación democrática, la democracia no se habría logrado si los dos grandes partidos –Ennahda y Nida Tunes– no hubiesen alcanzado un firme acuerdo político.
En este sentido, Ennahda ha desempeñado una función crucial desde su legalización en marzo de 2011. Tras la revolución, decide participar en las elecciones de 2011 a la Asamblea Constituyente y logra una mayoría relativa de votos y escaños. El partido forma un gobierno de coalición con formaciones de izquierdas, indicando específicamente que pone el éxito de la transición por delante de las consideraciones ideológicas. Tuvo que afrontar una reacción anti-islamista desde los sectores modernistas seculares de la sociedad, lo que sumado a décadas de marginación y represión, impidió que en último término su gobierno prosperase. A este respecto, hay que señalar dos elementos a la hora de evaluar la experiencia gubernamental del partido.
En primer lugar, se suponía que Ennahda debía cumplir las considerables y heterogéneas expectativas generadas por la revolución, que iban desde urgentes reformas sociales y económicas hasta asuntos controvertidos como la seguridad nacional y el desempleo juvenil. Sin embargo, una gran parte del aparato administrativo y de seguridad seguía en manos de las élites anti-islamistas, lo que obstaculizó la eficacia del gobierno. En segundo lugar, la posición de Ennahda respecto al ascenso del salafismo fue ambigua, y esto debilitó la confianza entre los modernistas seculares y el partido. Por un lado, Ennahda era consciente de que el éxito de la transición dependía de que se alcanzara un acuerdo institucional con los partidos que representan a las fuerzas modernistas-nacionalistas de Túnez respecto a las reglas del juego en el nuevo sistema político. La Asamblea Constituyente era la institución dentro de la cual debía sacarse adelante dicho acuerdo, que después sería consagrado en un nuevo texto constitucional. Por otro lado, Ennahda seguía queriendo representar electoralmente a la totalidad del electorado islamista y, por tanto, no quería romper completamente con las demás fuerzas de su bando, salafistas yihadistas incluidos. Así, para evitar perder el apoyo salafista y compensar a los modernistas del aparato estatal y de la sociedad en general, Ennahda aplicó a los salafistas la política del “palo y la zanahoria”. Ghanuchi empleó su reputación intelectual para apaciguar la ira de estos y conservar los logros políticos de la democratización. Por ejemplo, se produjo un intento inicial de “justificar” la creciente violencia de los grupos salafistas, afirmando que estaba arraigada en el legado de desastrosa marginación del islam por parte de Zine el Abidin ben Ali. No obstante, esta estrategia no funcionó.
A finales de 2012, la experiencia de Ennahda en el poder había hecho un daño considerable al partido. Primero, fue acusado de reproducir la conducta política iliberal de la que había sido víctima durante años. Segundo, muchos modernistas sostenían que el partido conspiraba con el salafismo, en un intento de islamizar la sociedad y secuestrar la transición democrática. Tercero, el aparato estatal no se mostró especialmente receptivo al gobierno encabezado por Ennahda y bloqueó varias de sus iniciativas. Por último, había dudas acerca de su evolución ideológica, a pesar de que había asumido procedimientos democráticos y el respeto a los derechos individuales mucho antes de ser legalizado en 2011. Todos estos problemas aumentaron las fricciones internas acerca del rumbo que debía tomar el partido, pero a mediados de 2013, Ennahda sacrificó su radicalismo islamista, abandonó algunas de sus exigencias políticas clave y se convirtió en parte del sistema democrático tunecino. Dos acontecimientos aceleraron el alejamiento de sus raíces islamistas. En primer lugar, el golpe militar en Egipto contra los Hermanos Musulmanes le recordó a Ennahda lo precaria que era la posición de los islamistas en el poder y que, en última instancia, la comunidad internacional prefería regímenes autoritarios laicos. En segundo lugar, dos destacados políticos de izquierdas fueron asesinados en Túnez en un lapso de pocos meses en 2013, y se acusó de los asesinatos a los salafistas. En este contexto, Ennahda cortó todos sus lazos con el salafismo yihadista e ilegalizó su grupo más destacado, Ansar al Sharia. Después aceptó retirarse del gobierno para ceder el lugar a uno más tecnócrata, nombrado para dirigir Túnez hasta la celebración de nuevas elecciones, en 2014. Y, lo que es más importante, el partido firmó rápidamente un nuevo texto constitucional que no contenía ninguna de las exigencias islamistas más significativas. Por ejemplo, se reconoció la libertad de conciencia y no se hacía mención a la sharia.
Por tanto, en muchos aspectos, la decisión de separar completamente la dawa y la política es el resultado natural de un proceso que llevó al partido a interesarse cada vez más por su propia supervivencia y por la instauración de la democracia en Túnez. Los dirigentes en particular comprendieron que si Ennahda quería sobrevivir como organización debía acelerar un proceso de desislamización de sus exigencias políticas, porque la posibilidad de volver a ser excluido del sistema político fue muy real a lo largo de 2012 y 2013. Al mismo tiempo, los dirigentes adoptaron una posición “nacional”, por la que aceptaban sacrificar parte de su respaldo en nombre de la estabilidad y el éxito democrático del país.
Las raíces del cambio
El tránsito del islamismo a la democracia musulmana se ha presentado como algo inevitable y autónomo, aunque está claro que las condiciones externas contribuyeron a la decisión de los líderes del partido de separar política y dawa. Ahora que la separación es real, hace falta un proceso de reconstrucción y justificación ideológica en el que Ghanuchi se muestra particularmente activo. A este respecto, vale la pena señalar la carta que envió recientemente a la organización paraguas internacional de los Hermanos Musulmanes, anunciando la retirada de la delegación tunecina de todas las iniciativas de dicho movimiento. Una de las explicaciones que daba era el reconocimiento de que se había empleado erróneamente la religión en el ámbito político, lo que en última instancia había desembocado en polarización y fracaso. Sin embargo, el distanciamiento de Ennahda respecto a los valores y posiciones de los Hermanos Musulmanes no es consecuencia de lo ocurrido en los dos últimos años de la transición tunecina. Está íntimamente ligado a las raíces históricas del movimiento y a la evolución del pensamiento de su padre fundador, Rachid Ghannuchi.
De hecho, la reflexión sobre la necesidad de “modernizar el islam” y cómo debería emplearse en política apareció en Ennahda –en aquel entonces todavía un yamaa– ya a finales de la década de los setenta. Una prototendencia al pluralismo, junto con la voluntad de adaptar las rígidas creencias islámicas a la realidad política caracterizaban la retórica de Ghanuchi y contrastaban con la de los partidos islamistas convencionales de la región. Más importante, la ambición de definir un partido tunecino autónomo asignándole una nueva función del islam, en lugar de seguir las tendencias regionales en general, deriva del mismo periodo. Los fracasos políticos de la década de los ochenta, cuando el partido se “apresuró” a entrar en política, tras la llegada de Ben Ali al poder, convencieron a muchos de que el proselitismo y la política de partidos no encajan bien juntos.
Se deduce, por tanto, que la reciente decisión de Ennahda no es tanto el bombazo que se nos ha hecho creer, sino un distanciamiento del partido respecto a los Hermanos Musulmanes, cuyas actitudes políticas y posiciones ideológicas se consideran cada vez más ineficaces e, incluso, contraproducentes para el mundo árabe. En este sentido, la ausencia de una delegación tunecina en la conferencia internacional de los Hermanos Musulmanes, celebrada en abril de 2016 en Estambul, subrayaba la discrepancia política entre los objetivos del movimiento y las ambiciones de Ennahda.
Conclusión
No obstante, vale la pena reflexionar sobre las repercusiones que ha tenido el reciente giro dado por Ennahda en el ambiente político y social en Túnez. La prensa nacional habla cada vez más de un conflicto dentro de la coalición gobernante, con enfrentamientos entre el presidente Beyi Caid Essesbi y Ghanuchi. Aunque los parlamentarios de Ennahda niegan este distanciamiento, la decisión de abandonar el islamismo y decantarse por una democracia musulmana podría ser una señal de que Ghannuchi está preparado para reclamar una mayor representación en el gobierno, además de indicar su intención de presentarse a las próximas elecciones presidenciales. Por el momento, sin embargo, el acuerdo político alcanzado en 2014 entre Ennahda y Nida Tunes, que constituye el fundamento para la actual estabilidad tunecina, no corre peligro.
Estas dinámicas de conflicto y competición entre partidos políticos legítimos son muy corrientes en la mayoría de las democracias occidentales, en especial aquellas referentes a agravios socioeconómicos. En el contexto de la competición democrática, el giro emprendido por Ennahda para establecerse como partido democrático y centrado en Túnez podría facilitar el camino hacia una estabilidad duradera, que permitiría aplicar las reformas socioeconómicas necesarias sin perpetuar el enfrentamiento histórico entre modernismo secular e islamismo. En resumen, la normalización de Ennahda podría coincidir con la normalización de la política democrática en Túnez.
Este escenario optimista afronta graves retos, y el abandono del islamismo podría no conducir de hecho a la estabilización del sistema político. El primer obstáculo es la capacidad real de Ennahda para realizar este giro efectivo y mantener un consenso transversal al respecto. Si bien el 80% de los delegados aprobaron la separación entre política y dawa, muchos de los militantes de base podrían no estar del todo contentos o satisfechos con ella. En especial, podría producirse una reacción contra el liderazgo por haber abandonado toda intención de emplear los mandamientos religiosos en la política pública. Muchos afiliados podrían considerarlo una traición al proyecto islamista original que había llevado a la creación de un partido islamista en Túnez, y su insatisfacción podría causar la formación de movimientos y/o partidos que se enfrenten a Ennahda en este punto. Este reto se suma al segundo, relacionado con la situación socioeconómica que afronta el país. Cinco años después de la revolución, los problemas sociales y económicos que llevaron a la población a tomar las calles no están solucionados y, de hecho, quizá la situación haya empeorado. El creciente descontento y la profundización de la polarización socioeconómica nacional son un peligroso elemento de imprevisibilidad y los partidos políticos establecidos podrían pagar el pato, como lo están haciendo en Europa y Estados Unidos. La nueva apariencia de partido democrático musulmán asumida por Ennahda podría considerarse un cambio destinado a atraer a la heterogénea clase media y a las élites económicas de Túnez. Estas clases, por tanto, podrían estar representadas por diversos partidos políticos, desde el antiguo “partido islamista” hasta los partidos liberales, modernistas y defensores del mercado. En cambio, la clases más bajas –más jóvenes y pobres y de zonas del interior– tal vez no encuentren una adecuada representación política dentro del sistema, lo cual dejaría espacio para proyectos políticos populistas alternativos, algunos de los cuales podrían tener la religión como eje. Alternativamente, la baja participación en las elecciones y el desinterés por la política podría aumentar la capacidad de atracción de los movimientos radicales. Al igual que el fenómeno salafista posterior a la revolución en Túnez podría interpretarse en parte como una reacción al apaciguamiento de Ennahda respecto a sus anteriores rivales ideológicos, el abandono de la etiqueta islámica por parte del partido podría suscitar un nuevo llamamiento al yihadismo contra los musulmanes desleales y seguidores de los valores occidentales.
En conclusión, la separación entre política y proselitismo llevaba mucho tiempo gestándose, y es un intento de consolidar una subcultura política islámica en la que algunos adeptos están dedicados a la política de partidos, otros al activismo social y otros a los negocios o al sindicalismo. Si bien las instituciones de esta subcultura son formalmente autónomas, todas ellas gravitan en torno a la idea de la importancia de la religión como práctica moral individual e impulsora del cambio sociopolítico. Si tiene éxito, esta subcultura puede constituirse en un factor estabilizador para la joven democracia tunecina en la medida en la que están desarrollándose también otras subculturas –izquierdista y modernista nacionalista, por ejemplo–, creando un equilibrio que fortalezca el pluralismo y las prácticas democráticas. Si no tiene éxito, puede abrir la puerta al auge de un renovado extremismo religioso que amenace la consolidación democrática.