El tiempo perdido en el Islam

Hay que dar al pensamiento musulmán una base teórica, diferente de la que ofrece la literatura heredada.

Abdelmajid Charfi

No es exagerado afirmar que, de las causas de las dificultades que tienen muchos musulmanes para reconciliarse con los valores y los conocimientos del mundo moderno, la más importante es la formación que reciben y la que tiene los efectos adversos más perjudiciales. Fazlur Rahman ya realizó este diagnóstico hace más de 20 años en Islam and Modernity (Chicago, 1983), al analizar el contenido y los métodos de enseñanza religiosa de las universidades tradicionales prestigiosas y de los grandes centros de formación del mundo musulmán. Las carencias que señaló aún están presentes en todas partes. Los manuales utilizados son prácticamente los mismos que en la Edad Media o durante los periodos de estancamiento y decadencia.

El dogmatismo, el recurso a la memoria sin el menor esfuerzo de reflexión, y la ausencia de espíritu crítico son la norma. Se podría replicar que el hombre siempre ha buscado en la religión un conjunto de certezas y referencias estables en su búsqueda del sentido de la vida y de la muerte. Esta necesidad es en nuestros días aún más apremiante en la medida en que el hombre debe enfrentarse a los cambios rápidos que afectan a los diferentes aspectos de su vida y perturban profundamente su tranquilidad. En este sentido, no hay nada que reprochar a las actitudes que se desvían de las modas y los cambios, y arraigan al creyente en una tradición sólida que ha mostrado su valor durante siglos.

Ahora bien, el problema es precisamente que algunas de estas certezas son infundadas y se basan solo en quimeras o en construcciones míticas respecto a la conciencia y la racionalidad modernas. En efecto, la Ilustración y las ciencias humanas y de la sociedad se encargaron de desenmascarar las falsas justificaciones que se respaldaban en la religión. El resultado es una ambivalencia desestabilizadora y, en última instancia, una esquizofrenia devastadora, en particular entre los individuos jóvenes que no tienen una gran experiencia de la vida y entre las categorías sociales frágiles desde uno u otro punto de vista, como los emigrantes musulmanes en Europa de segunda o tercera generación, a menudo desorientados y perdidos entre dos culturas.

En este marco se plantea la cuestión del perfil al que debería responder toda persona que tenga una responsabilidad moral hacia los demás, y particularmente los imames, los predicadores y los profesores de educación islámica. ¿Quién está cualificado para formarlos? ¿De qué herramientas disponen? ¿Cuál es el objetivo último de sus acciones?¿Cómo pueden conciliar exigencias aparentemente contradictorias? En otras palabras, ¿cómo resolver la ecuación de la fidelidad al Islam situándose de lleno en su siglo? Estamos convencidos de que, sea cuál sea la acción que se emprenda con el fin de llegar a resultados satisfactorios, es utópico esperar que éstos sean inmediatos.

Hay una etapa por la que se debe pasar y que la mayoría de las veces descuidan los responsables: se trata de proporcionar al pensamiento islámico una base teórica sólida, diferente de la que ofrece la literatura islámica heredada. Existen intentos en este sentido, catalogados por ejemplo por Abdu Filali Ansari en Réformer l’Islam? (París, La Découverte 2003) y por Rachid Benzine en Les nouveaux penseurs de l’Islam (París, A. Michel 2004). Seguro que hay otros que conviene descubrir y destacar. Conscientes de la urgencia de esta acción, defendimos hace más de 10 años la creación en Túnez de un institución universitaria para la investigación de los estudios religiosos. La respuesta de las autoridades de la época fue que el contexto no se prestaba a ello.

Con la distancia, no lamentamos esta respuesta negativa, porque el éxito de un proyecto como éste solo es factible cuando se respeta la libertad de expresión, algo que desgraciadamente no ocurre en nuestro país. Sin embargo, los acontecimientos de estos últimos años nos apremian a idear una acción concreta en la misma dirección. La Unión Europea, posiblemente en cooperación con los países del sur del Mediterráneo, nos parece la más indicada para emprender la creación de un Instituto de Estudios Islámicos dotado de una amplia autonomía y de un presupuesto adecuado, y dirigido exclusivamente por musulmanes, con el fin de no empañar su credibilidad para la comunidad musulmana, dentro y fuera de Europa.

Iniciativas locales totalmente loables, como la de la Fundación destinada a la promoción de las culturas musulmanas, proyectada por el Ayuntamiento de París, no podrían sustituirla. Si conseguimos reunir en este instituto las competencias, hoy diseminadas por casi todo el mundo, que tengan un sólido conocimiento tanto de las “ciencias islámicas” como de las ciencias humanas, y nos comprometemos con la tarea de modernizar el pensamiento islámico ofreciéndoles las consiguientes ventajas morales y materiales, estamos convencidos de que nos encontramos en condiciones de esperar de ellos, en solo unos 10 años, que realicen prioritariamente las siguientes tareas:

– publicar estudios de referencia que ofrezcan una o varias alternativas a la forma anacrónica establecida según la cual los portavoces del Islam oficial o contestatario abordan normalmente los diferentes aspectos fundamentales del Islam;

– publicar un boletín periódico de amplia difusión en el que se expongan respuestas reflexionadas o bien argumentadas sobre cuestiones de actualidad;

– asegurar la formación, por etapas programadas, de los imames y de los profesores llamados a ejercer en las mezquitas y los institutos.

Las condiciones de éxito de una empresa de esta magnitud dependen evidentemente de que exista una voluntad política en los países europeos afectados por la integración armoniosa de sus poblaciones musulmanas. Pero su alcance es indudablemente universal si se difunden los trabajos de este instituto, con el máximo de publicidad y por medio de diferentes soportes escritos y audiovisuales, en las principales lenguas europeas y en las del mundo musulmán. Es, en nuestra opinión, la mejor manera de recuperar el tiempo perdido en invectivas estériles y en soluciones chapuceras, y de construir en común un futuro digno de las aspiraciones de las generaciones venideras, y responder a sus expectativas espirituales legítimas en un mundo que necesita más que nunca valores humanistas abiertos y plurales.