El Mediterráneo como reto y oportunidad de la presidencia española de la UE

Poner en marcha la UpM y su secretariado deben ser las prioridades de España en el primer semestre de 2010.

Josep A. Duran i Lleida

Entre enero y junio de 2010 España ejercerá la presidencia de turno de la Unión Europea (UE). La inminencia de la cita constituye una excelente ocasión para reflexionar a propósito de los efectos que esta presidencia pueda reportar en relación con los legítimos objetivos estratégicos de España en materia de política exterior así como la contribución que España pueda desempeñar en lo que atañe al proceso de construcción europea. Sería completamente estéril acceder a la presidencia de la UE sin plantearnos las repercusiones, para España y para la Unión, de dicha circunstancia. Cualquier presidencia de la UE suele reportar al país que la ostenta una inmejorable plataforma para impulsar su estrategia internacional en el escenario político europeo o mundial, aunque los réditos de dicho impulso dependan también de la potencia y capacidad del país en cuestión. Así, Nicolas Sarkozy no sólo aprovechó la presidencia francesa para recolocar a Francia en el seno de la UE o para otorgar preeminencia a las cuestiones prioritarias francesas en el centro de la agenda comunitaria, sino que, además, supo valerse de la situación de “pato cojo” de George W. Bush para ejercer como uno de los grandes líderes occidentales a nivel mundial.

No debe extrañarnos, pues, que el gobierno español aspire a situar la agenda mediterránea como una cuestión prioritaria de su presidencia, ya sea en el ámbito de trabajo propio de la Unión por el Mediterráneo, ya sea en su intención de hacer de la UE un interlocutor válido para conseguir la paz mundial, el respeto de los derechos humanos y la erradicación de la pobreza. No escapa a nadie que para la consecución de tales objetivos, la pacificación de Oriente Próximo resulta una condición necesaria y esencial. No obstante, la cuestión de Oriente Próximo no será nada fácil de resolver ni tampoco, por ella misma, comportaría el estallido de la paz mundial, pero la literatura especializada en relaciones internacionales siempre ha considerado que la situación de dicha zona afecta a un gran número de los conflictos existentes hoy en día.

Y las situaciones de conflicto constituyen la mayor amenaza tanto para el respeto de los derechos humanos como para el desarrollo de los pueblos que las padecen. Con toda seguridad, el gobierno español deseará aprovechar su presidencia europea para mejorar su posición dentro del equipo de líderes del proceso de integración europea y, a la vez, aumentar el peso específico propio en el seno de la UE. La coincidencia temporal del inicio de la presidencia española con la más que previsible entrada en vigor del tratado de Lisboa –ahora mismo recién ratificado por Irlanda y Polonia y sólo a la espera de la decisión unipersonal del presidente de la República Checa– confiere a la presidencia española una oportunidad singular, puesto que España sería el primer país en ejercerla bajo dicho tratado. Aunque sólo se deba a la casualidad, España se hallará ante una ocasión única para acreditar su capacidad de liderazgo europeo.

Todo el desarrollo del tratado deberá iniciarse bajo presidencia española, lo cual, además de suponer una gran oportunidad, también constituye una gran responsabilidad. La presidencia española también debería incidir en uno de los ámbitos tradicionales de nuestra política exterior y en el cual solemos atribuirnos la existencia de ventajas comparativas. Me refiero, claro está, a las relaciones entre la UE y América Latina, materia en la cual ya se insistió en la anterior presidencia. Asimismo, tras una forzada y vacilante presencia de España en los grandes foros de debate económico, la presidencia de la UE también conferirá a España una mayor visibilidad en el conjunto de esfuerzos e iniciativas destinadas a superar la crisis económica, aunque ello pueda generar cierta zozobra en algunas cancillerías europeas.

No deja de sorprender, por su incoherencia manifiesta, que los documentos de trabajo de la presidencia española incluyan algunas recetas tan evidentes e incluso tópicas como pueda serlo la inversión en innovación, para luego desdeñarlas y reducirlas a la mínima expresión en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Pero, en fin, éstas son algunas de las paradojas que caracterizan al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero y que crean inquietud en el entorno europeo e internacional. oportunidades de la presidencia española. En su ejercicio de 1995, con un gobierno de Felipe González ya en franca situación de deterioro interno, España empezó a liderar el Proceso de Barcelona, sin duda una ambiciosa iniciativa geopolítica destinada a favorecer los intercambios económicos, políticos y culturales entre ambas riberas, a la vez que pretendía impulsar la lucha antiterrorista y la generalización de la democracia y de los derechos humanos.

El Proceso de Barcelona apostó de manera loable a favor de una progresiva institucionalización de las relaciones entre la UE y la ribera sur del Mediterráneo, pero topó de inmediato con enormes dificultades. Sin embargo, el proyecto de colaboración mediterránea y de dotación de órganos institucionales permanentes ha sido retomado luego con una clara voluntad de apropiación durante el segundo semestre de 2008 por la Francia de Sarkozy, y ha dado lugar a la creación de la Unión por el Mediterráneo (UpM). Se trata, sin duda, de un proyecto netamente francés, ya apuntado por el propio Sarkozy durante su campaña electoral y que despertó recelos iniciales en diversas cancillerías europeas (España incluida).

Nacía con la vocación de reemplazar el enorme hueco surgido al amparo de una política exterior española errante que, con completo olvido de los asuntos mediterráneos, transitaba del vasallaje aznariano respecto de Estados Unidos a los vaivenes de un Rodríguez Zapatero que, aunque aludiese una y otra vez a una hipotética alianza de civilizaciones, tan pronto se ponía el pañuelo palestino como recibía con todos los honores al presidente Chávez. Todas esas piruetas de la política exterior española tal vez podían reportar alguna ventaja en otros ámbitos, pero debilitaban el deseable liderazgo que España debería haber ostentado en el Mediterráneo. No obstante, la propuesta de Sarkozy ha ido evolucionando hasta convertirse en la UpM, con su secretaría general, como es bien sabido, ubicada en la capital catalana.

Retos de la presidencia en el Mediterráneo

Aunque sea casi por casualidad, 15 años después del Proceso de Barcelona, nos hallamos en condiciones de recuperar el impulso y, en consecuencia, el liderazgo perdido. Para ello el gobierno español debería aprovechar de manera inteligente la oportunidad que proporciona la presidencia española de la UE. Los retos no son menores. Como confirmaba el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Miguel Ángel Moratinos, ante el Congreso de los Diputados en mayo de 2009, la UpM nació con fuerza pero encalló al mismo tiempo que se recrudecía el conflicto en Gaza. El secretariado en Barcelona, por ésta y otras razones, se encuentra todavía en una fase excesivamente embrionaria, por lo que debe celebrarse que uno de los objetivos de la presidencia radique en legar un secretariado operativo a la conclusión del semestre.

La consecución de un objetivo de tal naturaleza debería definirse como política en mayúsculas, puesto que comportaría poner de acuerdo a los países árabes con los países europeos y con Israel para avanzar en la consecución de objetivos comunes. En definitiva, no se trataría de una cuestión simplemente administrativa ni de gestión, sino de un paso trascendental para la paz y el diálogo entre todas las culturas del Mediterráneo. Palabras mayores. Por la misma razón, los trabajos de organización de la cumbre de la UpM se convertirán en algo más que la compleja preparación de cualquier cumbre.

Ya avanzo que como político catalán y barcelonés de adopción, consideraría la celebración de tal encuentro en Barcelona como un motivo de máxima satisfacción, pero entiendo que, dado que la anterior se celebró en suelo europeo, como ciudadano mediterráneo también me consideraría más que satisfecho si la nueva cumbre pudiese llevarse a cabo en suelo africano. No sólo por responder a razones de alternancia geográfica, sino también porque significaría haber llegado a un grado de acuerdo entre los países del Sur que, ahora mismo, es absolutamente imprescindible para poder alcanzar otros logros todavía de mayor importancia.

Todos los Estados integrantes de la UE compartimos objetivos tan loables y necesarios como la consecución de la paz en el mundo, el respeto universal de los derechos humanos, la erradicación de la pobreza o la pacificación de Oriente Próximo. Pero a la vez todos debemos ser muy conscientes que si desde los países del Norte no conseguimos que los del Sur colaboren y cooperen entre sí, todos nuestros esfuerzos llenos de buena voluntad no sólo serán baldíos, sino incluso, si no vamos con el debido cuidado, podrían llegar a ser contraproducentes. Por ello, considero que el objetivo de “llegar a la Cumbre de la Unión por el Mediterráneo con el secretariado permanente de Barcelona en funcionamiento”, aunque pueda parecer un propósito “menor” a primera vista, resulta fundamental y necesario para una posterior consecución de todos aquellos otros grandes objetivos que constituyen el fin mismo de una iniciativa política que ya casi cuenta con 15 años de zigzagueante recorrido y escasos resultados en su cuenta de explotación.

Puede parecer incluso pretencioso, pero la próxima cumbre, donde quiera que tenga lugar, es un requisito ineludible para la pacificación del Mediterráneo oriental y, sin duda, se alza como uno de los objetivos estrella del semestre de presidencia española, según el propio ministro de Asuntos Exteriores ha tenido ocasión de reiterar en diversos foros. Asimismo, es un propósito que se ve reforzado en estos días gracias a la ronda de contactos internacionales mantenidos por el presidente del gobierno, bien con Estados Unidos, bien con los principales actores del conflicto en Oriente Próximo. Una vez más debemos recordar que los fundadores de la UE, políticos como Robert Schuman, Jean Monnet, Konrad Adenauer y Alcide De Gasperi, dotados de una gran intuición y visión de futuro, iniciaron este complejo camino de la integración europea a partir de pequeños objetivos, compartiendo pequeñas cosas, aunque la idea en sí de fundar una organización única para el carbón y el acero de los países miembros resultase revolucionaria después de la experiencia de las dos grandes guerras mundiales, en una Europa en proceso de suturación de heridas y amenazada por la nueva división entre los bloques del Este y del Oeste.

Su energía y su clarividencia nos han traído hasta el siglo XXI y hacia una Europa unida que sigue creyendo en esa máxima de sus fundadores según la cual la construcción europea no se logrará mediante grandes pasos sino a partir de pequeñas realizaciones concretas. También este concepto de la política, este paso a paso, puede ser útil en relación con el Mediterráneo y Oriente Próximo. Quizá hará más la presidencia española por la estabilidad en el Mediterráneo oriental poniendo de nuevo en marcha la Unión por el Mediterráneo y en solfa a su secretariado permanente que otras gestiones políticas y diplomáticas que a priori pueden parecer más atrevidas pero cuyos resultados a medio y largo plazo acaban siendo completamente estériles y sólo acarrean una mayor frustración. Empero, el éxito o fracaso de esta excelente oportunidad para la cohesión de los países y culturas mediterráneos también comporta una gran responsabilidad para la diplomacia española y para el posterior balance del semestre de presidencia europea.

Sea como sea, España debe esforzarse en asumir un mayor protagonismo internacional, pero para ello no basta la buena voluntad ni el talante, ni siquiera las iniciativas más o menos espontáneas basadas en meros impulsos, y menos aún las contradicciones o ciertas veleidades gratuitas. Una política internacional seria, coherente y bien trabada mediante lazos sólidos con el resto de cancillerías de la UE y occidentales siempre constituye una inversión de futuro. El semestre de presidencia europea puede servir no sólo para un avance sustantivo de la cooperación mediterránea sino también, aunque sea un propósito casi egoísta, para conferir a España una presencia destacada tanto en el seno de la Unión como en el concierto internacional. Esperemos que así sea.