Co-edition with Fundación Análisis de Política Exterior
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Una oración sin Dios

Mireia Estrada Gelabert
Gestora cultural y escritora.

Una oración sin dios.
Karima Ziali. Ediciones Esdrújula,
Granada, 2023 118 pág.

Prevenidos por la contundente y provocadora paradoja del título, Una oración sin dios, la autora Karima Ziali nos lleva de manera lúcida y trepidante al centro de la explosión de un volcán, el de un ser que osa emprender el camino de la redención, el arduo viaje del ser uno mismo.

Lúcida, porque su lenguaje incisivo define las costuras y los matices del personaje en toda su complejidad; trepidante por el ritmo, por cómo la autora sabe conducirnos por los vaivenes de la consciencia de su personaje en un día crucial de su vida. Es una obra con un ritmo arrebatador que no permite abandonar la lectura. Queremos saber, queremos acompañar a Morad en su viaje.

Morad es un joven de 18 años de origen rifeño, trabajador precario en el anonimato de una cafetería del aeropuerto de Barcelona, interpelado por la filosofía a partir de la figura paternal y amiga de su profesor Domènech, “el único profe que no lo trataba como si fuera un moro excepcional que tenía ciertas dotes para estudiar”.

Todo empieza con una pregunta: “¿Tienes miedo de ser libre?” Mientras que en los compañeros adolescentes incomoda, en Morad “la pregunta permaneció ahí, como si hibernara, azuzándole cada vez que el mundo se le echaba encima con sus paradojas absurdas.” Cuando una clienta de apariencia árabe que Morad imagina musulmana, en pleno ramadán, degusta con placer el café y el croissant servidos por el joven, desafiándolo con la mirada, algo se remueve en sus entrañas: “Eres el enemigo de tu propia libertad”, le dice. Una vez más, Morad se ve empujado al abismo del quién soy.

Y es que al otro lado de la razón que, con dolor, nos libera, está la tradición. Y esta tensión, esta falla entre el deseo de saber y el deber de ser algo ya conocido y establecido, es el motor que mueve el personaje, su ansia. La tradición vehiculada por el amor materno: la madre, personaje resuelto con delicadeza que nos subyuga y atenaza con su rigor e intransigencia pero que llegamos a entender. Es “su amor y su rabia”, “la mujer de las manos de hierro con piel de jazmín que lo reclama como hijo, pero lo niega como hombre”, la perpetuadora del orden familiar a cualquier precio. Y es ahí donde yace la herida, honda, brutal, que nunca deja de sangrar. Y la libertad de Morad pasa por sanar la herida, encontrar el coraje de llevarla a la superficie, enjuagarla para secarla después.

Sin subsanar la herida, sin el paso doloroso de retomarla, no hay lugar para la redención. Una oración sin dios es también una novela sobre los silencios, sobre las capas de silencio que todos llevamos a cuestas. Y qué espacio más lleno de silencios que el de la familia.

Morad es un personaje a la deriva. La tensión entre lo individual y lo colectivo, el libre arbitrio y el deber, el yo y la tribu han sido largamente plasmados en la literatura. En nuestra literatura contemporánea, Karima Ziali se inscribe en la tradición que empezó, en catalán, Najat el Hachmi hace ya 20 años y lo hace, como apunta Youssef el Maimouni, a través de unos cuerpos “liberados del exotismo” y desde una voz propia contundente y arrebatadora, llena de fuerza y de verdad. Ella mismo dijo en una ocasión que el espacio de la ficción es el espacio de la verdad. Y hay mucha verdad en su texto.

Hay muchas más fallas que dibujan el malestar de Morad, sus tránsitos son dolorosos: entre los códigos severos de la religión y el hedonismo; entre la fe y su ausencia; entre la sexualidad normativa y la clandestina; entre los estudios pragmáticos que le permitirán llevar una vida “de provecho” y la filosofía (que su madre no llega ni a pronunciar tan ajena a su mundo es) … La autora no se regocija en lo que hubiera podido ser una denuncia del malestar del hijo de inmigrantes, su libro no es en ningún aspecto programático y huye de la literatura identitaria, aunque la identidad esté en el centro.

El universo migrante familiar se plasma sutilmente con apuntes esclarecedores, de la misma manera da las pistas de un racismo subyacente y fino cuando Morad, chiquillo, es nombrado de manera confusa por su profesora y ella, benévola y arropándolo, dice a sus compañeros “que en su país quizás era un nombre tan normal como Josep lo era aquí” y Morad, perplejo, “no entendió lo de su país, pero sí la risotada general”.

Karima Ziali, que entre sus identidades está la de rifeña militante, explica también de manera sutil la marginación en el colectivo árabe-musulmán de los rifeños que no saben árabe. La discriminación y la saña con los niños imazighen “que hablan una lengua inútil para captar el mensaje del islam” y que son vistos por el profesor de la mezquita como un “defecto, un lapsus a corregir a través de la punitiva docilidad de la repetición coránica” da pistas sobre una doble discriminación y señala la complejidad de una inmigración considerada en bloque, sin tener en cuenta las diversidades lingüísticas y culturales.

Pero repetimos, esto no son más que apuntes, trazos. Karima Ziali se desmarca del costumbrismo, no exotiza y no tiene ningún interés en participar de la literatura panfletaria. Es la deriva dolorosa de Morad la que está en el centro y la que nos arrebata desde las primeras líneas.

Mireia Estrada Gelabert, gestora cultural y escritora. Fundadora de la residencia internacional de artistas y espacio de creación Jiwar Creació i Societat

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