Co-edition with Fundación Análisis de Política Exterior
Ideas políticas

Auge y caída del régimen de los al Assad

Gabriel Garroum Pla
Investigador posdoctoral, Universitat Pompeu Fabra (UPF)

A partir de la década de 1950, el Partido Baaz se convirtió en el aparato político más capaz de unir los múltiples fragmentos de la sociedad siria posterior a su independencia del Mandato francés. La promulgación de un nacionalismo secular árabe fue especialmente efectiva a la hora de consolidar una base de apoyo amplia, donde pudieran convergir tanto las minorías de habla y etnia árabes con la mayoría suní del país. Esta capacidad inicial para superar las divisiones de clase y de confesión que dividían a los sirios se tradujo en un apoyo masivo de trabajadores y campesinos, oficiales del ejército y maestros, clases medias urbanas y bases rurales.

En 1963, y tras el experimento fallido de la República Árabe Unida con el Egipto de Gamal Abdel Nasser, un grupo de oficiales alauíes liderados por Muhammad Umran, Salah Yadid y Hafez al Assad, se convirtió en la columna vertebral de la primera presidencia baazista bajo el liderazgo de Amin al Hafez. El Baaz experimentó una mutación ideológica sustancial, como explica Raymond Hinnebusch: los nuevos líderes, provenientes de estratos sociales menos acomodados, de origen rural y minoritario, antagonizaron con los sectores de clase media urbana fundadores del partido, lo que se vio reforzado por el golpe de Estado de Salah Yadid en 1966 y el triunfo de una agenda marcadamente socialista. No obstante, la derrota contra Israel en 1967 y la pérdida de los Altos del Golán provocaron la aparición de un ala más pragmática que pretendía revertir las políticas radicales y revolucionarias, adoptando un discurso centrado en la urgencia de librar la guerra contra Israel y recuperar los territorios perdidos. Así, en noviembre de 1970, el ministro de Defensa Hafez al Assad, con el apoyo de altos mandos del ejército sirio y elementos de la burguesía, derrocó a Salah Yadid e inició el llamado “movimiento correctivo” con el objetivo de consolidar el hasta entonces frágil Estado sirio.

La Constitución de 1973
configuró al Partido Baaz como
el pilar tanto del Estado como
de la sociedad, lo que se tradujo
en una progresiva identificación
del partido con el líder y
del líder con el Estado

Las turbulencias y sucesión de golpes de Estado que caracterizaron al período previo a 1970 dieron paso a un régimen que cimentó su control del aparato estatal gracias a una combinación de moderación ideológica, concentración de poder, amplio despliegue de la coerción, instrumentalización de las fracturas confesionales y de clase de la sociedad siria y la articulación de una economía política patrimonialista y clientelar.

A diferencia del gobierno de Salah Yadid, Hafez al Assad reintrodujo el islam como un pilar del discurso estatal. Su agenda de estabilidad, liberalización económica selectiva y acercamiento a los sectores urbanos de la burguesía requería un cierto grado de acomodo del origen alauí del régimen con los estamentos religiosos del país. Además, fomentó una reinterpretación del arabismo que resonaba de manera más efectiva en la comunidad política siria. Así, se puso el arabismo al servicio de la unidad interna y la consolidación del Estado, recalibrando el tono revolucionario del régimen baazista anterior, como subraya Malik Mufti.

La promulgación de una nueva Constitución en 1973 configuró al Partido Baaz como el pilar tanto del Estado como de la sociedad y consolidó el estado de emergencia, lo que se tradujo en una progresiva identificación del partido con el líder y del líder con el Estado. Sin duda, la coerción y el ejercicio de la violencia desempeñaron un papel esencial en el mantenimiento de esta concentración de poder. Como argumenta Drysdale, el aparato represivo de Al Assad se bifurcó en una guardia pretoriana dominada por alauíes y un ejército profesional con una base de reclutamiento mucho más amplia, particularmente efectiva en incorporar al aparato estatal a las masas suníes de provincias rurales y periféricas del país. Además, una extensa red de servicios de inteligencia (mukhabarat) y el uso de la fuerza militar, cuando el régimen se vio amenazado a finales de los años setenta y principios de los ochenta, consolidaron su supervivencia en medio de una creciente cultura del miedo.

De esta forma, apunta Raymond Hinnebusch, la construcción del aparato estatal por parte de Al Assad se basó en el desarrollo de una estructura autoritario-populista mediante nuevas instituciones de partido único y corporativistas así como un fuerte control sobre la burocracia y el aparato militar y una movilización de una fuerte base de apoyo transversal –de clase, origen y confesión religiosa. La transformación del Estado sirio en una fuente clientelar, donde la lealtad a Hafez al Assad era un elemento imprescindible, remodeló la política. Los beneficios privados se obtenían como producto de la lealtad, forzando a individuos y grupos a competir por acceder a las esferas de poder del Estado para satisfacer sus necesidades, tales como el empleo, la educación o incluso trámites administrativos. El capital social y la conexión con figuras próximas al régimen se convirtieron en claves para abrir la puerta de la red clientelar, tal y como expone Volker Perthes en su análisis sobre la economía política del Baaz en Siria.

La incapacidad de la insurgencia islamista de finales de los años setenta y principios de los ochenta para movilizar a las bases suníes más allá de pequeños comerciantes urbanos y clérigos evidenció la capacidad del régimen para sobrevivir. Sin embargo, a medida que Hafez al Assad cooptaba y gestionaba las líneas de conflicto existentes en la sociedad siria, exacerbaba las diferencias y tensiones entre comunidades y de clase en lugar de disolverlas. Como apunta el arquitecto sirio Omar Abdulaziz Hallaj, mientras el régimen predicaba formalmente el panarabismo, el secularismo y la homogeneidad del territorio nacional, su sistema de gobernanza generaba un patrón altamente asimétrico de clientelismo político que polarizaba cada vez más la sociedad.

El conflicto armado rompió las líneas de mando jerárquicas entre el círculo íntimo del presidente y muchas de las subramas locales de las agencias de seguridad

El declive de la construcción estatal de Hafez al Assad se hizo del todo evidente después del año 2000, cuando su hijo Bashar ascendió al poder. Las políticas neoliberales de Bashar al Assad erosionaron el contrato social baazista. La contracción del aparato del partido y de las instituciones corporativistas redujeron la capacidad del régimen para penetrar la Siria suní rural, estrechando así su base de poder y fomentando una dependencia excesiva de los círculos familiares y una creciente amalgama de “capitalistas de camarilla” producto de las políticas neoliberales. Los efectos sobre la capacidad del régimen para gobernar y gestionar las fracturas sociopolíticas del país fueron notables. Por un lado, el régimen perdió su vasta red clientelar, que dejó de abarcar la totalidad del territorio sirio y privó de beneficios y recursos a las bases suníes de las provincias periféricas. Por otro, a medida que los recursos económicos se concentraban en torno a un núcleo cada vez más sectario, hermético y centrado en la familia Al Assad, la percepción de una dinámica de discriminación sectaria contra la mayoría del país hizo al régimen aún más vulnerable ante una oposición islamista en ascenso, especialmente a partir de la invasión de Irak. En última instancia, como señala Hinnebusch, las fracturas de la revuelta en Siria adquirieron una forma distintiva que reflejaba tanto el éxito como las vulnerabilidades de las políticas de Bashar. La distribución desigual de los beneficios de la economía política del régimen condujo a la expansión del levantamiento en las periferias rurales, los pueblos y los suburbios urbanos, mientras que, durante la mayor parte de la guerra civil, el apoyo al régimen se mantuvo en los centros urbanos, particularmente entre las clases medias secularizadas.

LA GUERRA CIVIL SIRIA Y LA FRAGMENTACIÓN DEL RÉGIMEN DE BASHAR AL ASSAD

El conflicto en Siria ha presentado diversas fases y ha experimentado procesos de fluctuación desde 2011. Especialmente relevante es el período que se inicia a partir de diciembre de 2016, cuando la ciudad de Alepo, dividida durante más de cuatro años, cae en manos del régimen con una fuerte participación de la aviación rusa y de las tropas de Hezbolá. Si antes el régimen de Bashar al Assad parecía condenado a caer en batalla –las fuerzas rebeldes habían llegado a controlar más de la mitad del país– tras la caída de Alepo, el conflicto sirio entró en una fase que indicaba una progresiva consolidación del régimen. Mientras Al Assad acumulaba victorias en frentes clave (especialmente en la Guta damascena y en Deraa durante 2018), varias fuerzas opositoras dentro del paraguas del Ejército Libre Sirio y del espectro salafista-yihadista (predominante desde 2013-2014) se vieron debilitadas considerablemente. Con la desaparición sobre el terreno de Estado Islámico en 2019 y la reducción de las bolsas de control rebelde a solo la provincia de Idlib, Bashar al Assad veía restaurado su control sobre la gran mayoría del territorio, a pesar de la fragmentación del país como consecuencia de las invasiones turcas en el Norte y la consolidación de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, liderada por las facciones kurdas.

Así, el panorama sirio previo a 2024 presentaba una interesante paradoja. Por un lado, la fragmentación del país tras 13 años de guerra civil, con importantes intervenciones internacionales, indicaba que el régimen era uno de los componentes integrales de la debilidad del Estado sirio y que, a pesar de la supervivencia de Bashar al Assad, su capacidad de ejercer soberanía sobre el país era muy limitada. Por otro lado, la victoria militar del régimen equiparaba a Al Assad a ganador de la guerra y demostraba la resiliencia y capacidad del modelo baazista instaurado en 1970, retornando al aparato estatal y a gran parte de Siria a un aparente statu quo ex-ante. Además, el régimen mostró capacidad para abrir cuestiones más propias de los procesos posconflicto como la reconstrucción material del país, el retorno de desplazados y su propia rehabilitación diplomática.

Fotos de Hafez y Bashar al Assad en la entrada del cuartel militar de la Guardia Republicana, responsable de la seguridad en la zona al pie del monte Qasioun, tras la caída del régimen en Siria. Damasco, 4 de enero de 2025./EMIN SANSAR/ANADOLU VÍA GETTY IMAGES

No obstante, el conflicto armado afectó sustancialmente a las funciones, capacidad y agencia política de las instituciones a través de las cuales el Estado controla Siria. Si antes de 2011 las instituciones y mecanismos de poder estatal estaban subordinados al aparato de seguridad del régimen y a una amplia red de intermediarios, grupos y camarilla en torno la familia Al Assad, el régimen perdió progresivamente dicha captura del aparato estatal. Esta transformación va mucho más allá de la pérdida de control sobre parte del territorio o incluso de la fragmentación de facto de la soberanía siria: se refiere a la mutación del propio régimen y las instituciones estatales experimentada tras más de una década de conflicto armado. El auge de actores oportunistas con una “relación transaccional” con las autoridades del régimen –utilizando la terminología del estudio de Khatib y Sinjab de 2018– redujo la capacidad de este último de dominar el aparato de seguridad y, por lo tanto, el control sobre la gobernanza de los territorios bajo su control. Dicha transformación tuvo lugar en tres ámbitos interrelacionados: las agencias de seguridad/divisiones militares del régimen, las élites de poder y la penetración de actores externos en el aparato del Estado. En primer lugar, el conflicto armado rompió las líneas de mando jerárquicas entre el círculo íntimo del presidente y muchas de las subramas locales de las agencias de seguridad. Como consecuencia, estas subramas comenzaron a operar casi de manera independiente. En Damasco y Alepo, la hibridación de las agencias de seguridad y su competencia por el control de diversos distritos urbanos han provocado una enorme inseguridad para sus habitantes estos últimos años. Especialmente destacable ha sido el rol de la Cuarta División, una formación de élite del régimen dependiente de Rusia y liderada por Maher al Assad, hermano de Bashar, la cual ha controlado de manera férrea múltiples checkpoints e incluso algunas de las actividades relacionadas con la reconstrucción del país, como expone el estudio de Ayman Aldassouky para el proyecto Wartime and Post-Conflict in Syria (WCPCS) del European University Institute.

Mientras Hafez al Assad pudo articular un sistema clientelar y una economía patrimonialista, capaz de navegar las fracturas sociales y sectarias, la adaptación autoritaria de Bashar fue necesaria para sobrevivir en el campo de batalla, pero no suficiente para consolidar su control del Estado

Además, el endurecimiento de las hostilidades durante gran parte de la guerra y las limitaciones de la capacidad militar regular del régimen permitieron la aparición de milicias irregulares asociadas al Estado, las cuales han sido toleradas e incluso alentadas por el régimen para fortalecer al ejército. Como apuntan analistas como Kheder Khaddour y Charles Lister, el creciente rol del Kataeb al Baath o las Fuerzas de Defensa Nacional, financiadas por figuras cercanas a Al Assad y a la economía clientelar siria como Rami Makhlouf y con un componente sectario notable, ha terminado por debilitar aún más al régimen en el largo plazo.

En segundo lugar, si bien el régimen de los Al Assad siempre se había caracterizado por la existencia de círculos de poder y actores clientelares alrededor del gobierno, durante la guerra dicha red se expandió y alteró para incluir a nuevos beneficiarios producto de la economía de guerra, hasta el punto de depender de ellos para desempeñar algunas funciones básicas de la gobernanza estatal sin formar parte de ella y persiguiendo sus propios intereses particulares. En la gestión de aduanas, suministro de agua, producción y distribución de petróleo, entre otros asuntos, el régimen ha recurrido a grupos locales y privados para conducir el día a día del Estado. Como argumentan Shaar y Heydemann recientemente, la necesidad de eludir las sanciones internacionales impuestas a empresarios favorables al régimen obligó a este último a encontrar nuevas figuras que facilitaran la generación de recursos y actividades lucrativas, aumentando así su dependencia hacia nuevos señores de la guerra. 

En tercer lugar, el creciente papel de Rusia e Irán, y en menor medida de Hezbolá, a la hora de suplir las carencias del régimen en cuanto a personal y músculo militar generó competencia y fragmentación sobre el terreno en zonas nominalmente bajo su control, dejando al aparato de seguridad sin un liderazgo centralizado. Si bien la entrada de miembros de Hezbolá, la Guardia Revolucionaria iraní, milicias chiíes iraquíes y fuerzas rusas permitieron a Al Assad recuperar el control de buena parte del país a partir de 2016, el progresivo vaciamiento del Estado y la competición entre fuerzas paramilitares apoyadas por Irán y Rusia con mecanismos de influencia antagónicos terminaron por anular el control del régimen sobre el aparato represivo del Estado. Como mostró un estudio de 2022 del International Crisis Group, en Alepo, y especialmente en los barrios del este y sur de la ciudad (los más castigados por la guerra), múltiples actores con diferentes conexiones internacionales han competido abiertamente por el saqueo de propiedades, economía ilícita y el control territorial.

CONCLUSIONES: HACIA UNA SIRIA POST-AL ASSAD

A pesar de las victorias militares del régimen liderado por Bashar al Assad a partir de 2016 y la restauración del control estatal sobre buena parte del país, su aparente victoria y retorno al statu quo previo a la guerra significó poco más que un espejismo. Más de una década de guerra civil no solo fragmentó a la oposición anti-Al Assad sino también al propio régimen, el cual dejó de tener control efectivo sobre el aparato de seguridad e instituciones de gobernanza estatales. Mientras Hafez al Assad pudo articular un sistema clientelar y una economía patrimonialista altamente adaptable, capaz de navegar las fracturas sociales y sectarias del país a pesar de los momentos de importante oposición, la adaptación autoritaria de Bashar al Assad durante la guerra civil fue necesaria para sobrevivir en el campo de batalla, pero no suficiente para consolidar su control del Estado. A nivel militar, de seguridad y de gobernanza, la competencia entre diversas facciones leales a Al Assad, las milicias irregulares, y la penetración de actores externos como Rusia e Irán en el aparato de seguridad y control social cotidiano contribuyeron a la creciente debilitación del régimen.

Sin ninguna duda, la caída del régimen de Bashar al Assad en diciembre de 2024 tras casi 14 años de conflicto armado, y del Partido Baaz tras más de medio siglo en el poder, se explica por muchos factores, tanto internos como de índole internacional. No obstante, la inexistente oposición ante los avances de Hayat Tahrir al Sham, la deserción de figuras clave en el aparato coercitivo del régimen, y la dependencia total de actores como Hezbolá, Irán o Rusia –los cuales no mostraron capacidad o voluntad de intervenir– demostraron que cualquier atisbo de una posguerra con Al Assad al frente era altamente frágil.

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