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Coedició amb Estudios de Política Exterior

Las otras víctimas
Los últimos atentados terroristas han provocado una gran desconfianza por parte de un sector de la sociedad y de las instituciones frente a la población musulmana.
Mustapha Aoulad Sellam
Durante las horas posteriores a los atentados de Barcelona, y hasta bien entrada la madrugada del 18 de agosto, en la que se completó el terrible paisaje con los hechos de Cambrils, intercambié conversaciones a través de llamadas, mensajes y redes sociales. La gente expresaba muchas emociones y sentimientos: miedo, tristeza, impotencia, rabia, vulnerabilidad… Al mismo tiempo, las noticias confirmaban que los presuntos autores que habían cometido el atropello masivo con una furgoneta en las Ramblas eran un grupo de jóvenes de origen marroquí, crecidos y educados en la población de Ripoll. Unos chicos completamente extraviados y manipulados hasta convertirlos en radicales violentos, que hicieron todo esto para realizar un supuesto yihad bajo las órdenes de un imam, quien a su vez tenía referentes y/o vinculación con la organización terrorista mal llamada Estado Islámico (Daesh), que unas horas más tarde, había reivindicado los atentados.
En el transcurso de los días siguientes, además de atender a algunos medios de comunicación, tuve la oportunidad de hablar y comentar lo sucedido con mucha gente –musulmana, no musulmana, española, catalana etcétera–, lo cual me ayudó mucho. En primer lugar, me permitió hacerme una idea clara de las dimensiones de la brutal tragedia, y así situarme definitivamente frente a la complejidad de los acontecimientos y la multiplicación imparable de la información asociada a éstos.
En segundo lugar, me permitió tranquilizarme porque no descartaba que se pudiera cometer alguna represalia islamófoba en las horas y días inmediatamente posteriores a los atentados. También me sirvió para discutir y matizar diversos aspectos de los atentados. Por ejemplo, la sorpresa con la que mucha gente recibió la fatal noticia, por mucho que los expertos y demás “profetas” dijesen que era de esperar y que España –concretamente Barcelona– no podía ser la excepción, por lo que solo era cuestión de tiempo.
También pude recabar comentarios sobre el número probable de víctimas, ya que todo el mundo era consciente de la masa humana que transita a esa hora por las Ramblas y sus alrededores. Y, por último, comprendí que la mayoría de mis interlocutores se hallaban, cómo no, en estado de shock al descubrir la edad de los presuntos autores.
Ese diálogo continuado me facilitó el compartir las primeras reflexiones sobre las posibles dinámicas que podían tener lugar en los días siguientes. Por un lado, todas las conversaciones estaban llenas de comentarios sobre las reacciones previsibles, sobre todo de los sectores más contrarios al islam y a los musulmanes. Muchos expresaban sus preocupaciones en relación con un aumento inminente de actos islamófobos en Barcelona, en Cataluña, y en toda España. En el caso de los musulmanes, mayoría entre mis interlocutores esos días, la práctica totalidad acababa manifestando su temor: “lo pagaremos nosotros injustamente, los más perjudicados seremos nosotros”. De hecho, algunas mujeres habían tomado la decisión de no salir a la calle –o hacerlo acompañadas– si no era imprescindible. Lamentablemente, con independencia de sus edades, tal decisión fue adoptada por no pocas mujeres que usan el hiyab, prenda que las identifica y visibiliza como musulmanas en el espacio público.
Por otro lado, una parte importante de mis interlocutores se preguntaba cómo las diferentes administraciones públicas iban a gestionar esta tragedia. En este sentido, había una absoluta coincidencia en que se debía prestar especial atención a las instituciones policiales, pues crecía el convencimiento de que se iba a incrementar el control sobre los individuos y las comunidades musulmanas.
Y, para finalizar, insistimos muchas veces sobre aspectos que atañen directamente al conjunto de la población musulmana del país. Primero, el papel que deberían tener las personas musulmanas, las comunidades, las federaciones y la propia Comisión Islámica de España, en la gestión posterior a los atentados. Bajo esa presión, debía conformarse una respuesta que expresara la opinión de la mayoría, con el objetivo de marcar una posición clara y contundente que tranquilizase a la ciudadanía y a las autoridades. La idea era restar argumentos a las voces que pudieran alzarse en contra de la presencia del islam y los musulmanes, y para enfrentar el cuestionamiento de su credibilidad y representatividad más de lo que ya lo estaban antes de los atentados. Otro debate giraba en torno a la formación y acreditación de los imames, sobre sus condiciones administrativas y contractuales. El último asunto afectaba a los jóvenes musulmanes, sobre los que se lanzaban multitud de preguntas: ¿son catalanes o marroquíes? ¿Cómo era posible que se hubieran involucrado en esas dinámicas sin que nadie se hubiera percatado? Al mismo tiempo, algunos interlocutores divagaban sobre su doble condición de culpables y víctimas.
Unanimidad en la condena
Volviendo a las reacciones, todo el mundo tuvo claro que había que condenar estos actos terroristas, con toda la energía posible, mostrando así el rechazo y repulsa a la barbarie cometida contra todo el pueblo de Cataluña. Esta unanimidad en la condena se materializó a las pocas horas de los atentados, mucho antes de que salieran actores no musulmanes para exigir a la población musulmana que manifestara su rechazo.
Las comunicaciones provenían de toda España, pero en especial de Cataluña y en su mayoría estaban promovidas por las entidades más representativas de los diferentes colectivos musulmanes, pero también de otras no tan representativas. Cabe señalar que algunas entidades de otra índole hicieron circular comunicados de condena y de apoyo a la población musulmana. También a nivel individual, muchas personas han publicado mensajes escritos y audiovisuales a través de las redes sociales. Otras han salido en medios de comunicación con discursos contundentes sobre la condena de los atentados.
En su conjunto, los comunicados han dejado claro que los autores de los atentados son terroristas, y no representan ni al islam ni a los musulmanes, solo se representan a sí mismos, y que con sus actos ni siquiera llegaban a ser musulmanes. También han llamado a la calma y a no criminalizar a todo un colectivo por culpa de unos individuos, advirtiendo así del posible aumento de actos islamófobos, y del posible intento por parte de la extrema derecha y de algunos políticos de la derecha, de utilizarlos para fomentar el odio y la discriminación contra los ciudadanos musulmanes. Siguiendo la misma línea, hubo importantes mensajes con peticiones explícitas a los medios de comunicación de que no difundan información no contrastada, ni información que estereotipe y criminalice a la ciudadanía musulmana, y que separen y desvinculen el islam y los musulmanes de los atentados terroristas.
La islamofobia, un peligro incontrolable
Como hemos dicho en diferentes ocasiones desde los atentados, la sociedad catalana y española ha demostrado en sus reacciones una gran madurez y una clarividencia no habituales en los casos similares ocurridos en países europeos. En líneas generales y hasta la fecha, los discursos y las prácticas que han prevalecido, tanto de los políticos como de la sociedad civil, son los que han apuntado a considerar a los musulmanes como ciudadanos barceloneses, catalanes, españoles –lo que son en realidad– y a combatir cualquier intento de criminalizar la religión musulmana, y a las personas que la profesan. De momento no se han tenido que lamentar muchos actos islamófobos graves, sobre todo en Cataluña. Aunque si miramos el mapa de toda la geografía española, ha habido algunos que merecen una cierta atención.
Pero insistimos en que no se ha registrado una ola de actos islamófobos en clave vengativa por los atentados, ni contra la ciudadanía musulmana del país, ni contra sus establecimientos religiosos, culturales y comerciales. Esperemos que esta actitud razonable y tan deseable prosiga gobernando la sociedad española en su conjunto y catalana en concreto.
En el primer bloque de casos, nos vamos a referir a los lugares de culto musulmanes (oratorios y mezquitas) que han vuelto a ser el objetivo fácil de agresiones islamófobas, sufriendo generalmente pintadas y otras acciones. A modo de ejemplo podemos mencionar Sevilla, Fuenlabrada (Madrid), Sant Celoni y Sant Feliu de Codines (Barcelona), Montblanc (Tarragona). Un poco más graves serían los casos del Centro Cultural Islámico catalán (Barcelona) y el del barrio del Albaicín (Granada): el primero ha sufrido la misma noche de los atentados y los días siguientes, lanzamientos de huevos y de pintura, además de insultos y amenazas. Por su parte, el segundo ha sufrido un ataque por parte de miembros del movimiento neonazi Hogar Social con varios botes de humo, una pancarta y algunas consignas islamófobas.
Cabe destacar el caso del oratorio que la comunidad musulmana del distrito barcelonés Nou Barris intenta abrir desde hace meses, que cuenta con el apoyo de las entidades vecinales y sociales y con los permisos municipales, pero tiene en frente una oposición intensa de dos plataformas políticas de extrema derecha: Democracia Nacional y Plataforma por Catalunya. Estas plataformas no habían aparecido en el panorama político hasta que se hizo público el conflicto. Al principio se sumaron al malestar de un sector de los vecinos, ahora son las que lideran las acciones en contra de la apertura, en su mayoría con mensajes islamófobos acompañados de agresiones y daños a las puertas y paredes del local. Lo interesante en este caso es poner de manifiesto la rapidez con la que reaccionaron algunos de estos grupos justo después de los atentados: la misma noche del 17 de agosto, hubo una concentraciónmanifestación y posteriormente intensificaron sus acciones hasta llegar a publicar un vídeo que incluye imágenes de los atentados de las Ramblas a modo de epílogo.
En el segundo bloque nos referimos a las agresiones a personas musulmanas, tanto verbales, en forma de insultos o amenazas, como físicas. Estos casos se han producido en diferentes puntos del país, algunos de ellos son conocidos por la opinión pública, porque además de ser publicados en algunos medios de comunicación, han podido ser denunciados a las autoridades. Destacamos la agresión a tres menores de origen marroquí en Fitero (Navarra), que acababan de participar en el minuto de silencio convocado por el Ayuntamiento. O el caso de la mujer con hiyab agredida en las cercanías de una parada del metro en el distrito de Usera (Madrid). Según se ha publicado, los agresores fueron un grupo de chicos aun sin identificar. El caso más representativo es el de un menor de origen marroquí que fue agredido en Port de Sagunt (Valencia) por un hombre que le propinó patadas además de insultarle delante de un amigo que le acompañaba.
También se han producido agresiones que no han transcendido a la opinión pública hasta el momento. Citaremos dos ocurridas en Barcelona: por un lado, un hombre que ha sido insultado varios días seguidos por un grupo de personas, cuando pasaba delante de ellas de camino al oratorio para asistir al rezo de la madrugada. Esto ocurrió en el casco antiguo de Barcelona, en el distrito de Ciutat Vella, justo después de los atentados, desde la misma madrugada del viernes 18 de agosto. Hay que tener en cuenta que esta persona llevaba tiempo haciendo el mismo recorrido para asistir a las oraciones, en muchas ocasiones se ataviaba con una vestimenta que le puede identificar fácilmente como musulmán, pero hasta entonces no le había pasado nada. Este relato nos ha llegado a través del imam de la comunidad, al cual acudió la víctima para contarle lo que le estaba pasando y verbalizar su sufrimiento soportado en silencio desde hacía un par de semanas. El imam le aconsejó que denunciara los hechos y le facilitó las informaciones necesarias para hacerlo. Sin embargo, no sabe si lo ha hecho o no, porque la persona lleva unos días sin acudir al oratorio.
Un segundo caso es el de una trabajadora de un restaurante de Barcelona, donde se colocó a través de una entidad social que se dedica a la (re)inserción laboral de las mujeres, en colaboración con los dueños del establecimiento. Según nuestra fuente, la mañana siguiente de los atentados, al llegar al trabajo, un compañero la insultó llamándola “terrorista, asesina” y la escupió. La víctima tampoco ha denunciado la agresión procurando no tensar más la cuerda, porque piensa que si lo hace puede perder su trabajo.
Estos casos sirven para ilustrar la realidad en la que se encuentra la población musulmana de nuestro país, una realidad que lleva un largo tiempo instalada en la sociedad, que no puede vincularse a los últimos acontecimientos trágicos que, sin embargo, no hacen más que avivarla y darle más fuerza. Los atentados harán que las dinámicas islamófobas existentes se manifiesten y se expliciten de muchas maneras: contra mujeres, contra lugares de culto, contra los jóvenes y contra menores.
Si el ambiente que se respiraba antes de los atentados ya era muy difícil, ahora posiblemente se convierta en un sinvivir. Prueba de ello es que hay familias enteras que llevan décadas viviendo en Cataluña que se están planteando buscar otro lugar para vivir, con el objetivo de volver a sentirse seguros. Muchos piensan en los países de origen de los padres y abuelos como única opción.
La población musulmana se siente más vigilada. Recae sobre las personas una sospecha pesada, la de sus conciudadanos que se manifiesta diariamente, en sus miradas de acusación, en hacerles sentirse culpables de las tragedias. En este sentido, algunos medios de comunicación no ayudan a combatir esta sospecha, sino todo lo contrario, en muchas ocasiones la fomentan, cuando no la crean. No es muy diferente la actitud de algunos políticos, extrema derecha a parte, y algunos supuestos expertos que desde el primer instante exigieron que se controlasen más las mezquitas, los imames y los jóvenes. Todo ello sin dejar tiempo para el duelo, sin que se haya podido reflexionar sosegadamente sin dejarse influir por las emociones y sentimientos fruto del primer impacto de los hechos.
Nos consta que algunas personas, en este caso hombres, controlan mucho más su vestimenta para no ser identificados como musulmanes, especialmente en lugares donde hay grandes afluencias de personas. Otros han optado por no acudir a los oratorios y mezquitas con la misma frecuencia con la que lo hacían antes de los atentados. Incluso algunas fuentes nos dicen que hay personas que reconocen no haber respondido al teléfono cuando van en transporte público, por si se trataba de alguien con quien hablaban habitualmente en árabe.
Queda mucho trabajo por hacer. Estos actos terroristas han provocado una gran desconfianza por parte de un sector de la sociedad y de las instituciones frente a la población musulmana. Restablecer esa confianza requiere mucho esfuerzo y durante un largo periodo. Un esfuerzo que debemos hacer todos como sociedad.