La orilla sur del Mediterráneo padece un maremoto de acontecimientos que inundan los titulares de la actualidad internacional. Jamás desde nuestro primer número, AFKAR/IDEAS ha hecho frente a un reto informativo de esta magnitud. Un reto que lleva a la mayoría de medios a dedicar grandes esfuerzos para tratar de contar los hechos. El vacío de información que existía sobre países como Libia o Siria, ha obligado a los medios –también en España aunque contemos con un buen plantel de académicos– a buscar “expertos” para informar a un público atónito. Sin embargo, la realidad pesa como una losa: hay poca capacidad para saber qué se piensa, se opina y se escribe en el mundo árabe.
Escasean las competencias para abordar la ingente producción periodística, literaria y académica en lengua árabe. Falta interés por los análisis que se hacen desde los propios países árabes. No es así en el sentido opuesto; en general, ellos dominan otros idiomas y conectan con la producción informativa, cultural y académica de Europa, Estados Unidos y Canadá. Hay pues un déficit claro en un sentido del canal de comunicación entre ambas orillas del Mediterráneo. Esta brecha, que se nutre a veces de la cerrazón informativa de algunos regímenes, se agrava aun más cuando desde los medios de comunicación europeos fijamos la mirada obsesivamente en lo minoritario, marginal y alejado de las preocupaciones y anhelos de la mayoría. EE UU acabó con Osama bin Laden, pero aún cuando pueda considerarse transcendental, el mundo árabe vivía ya atento a otras prioridades. Las poblaciones tunecinas y egipcias tienen otras preocupaciones –gestionar una transición y preparar unas elecciones libres– por lo que poco les preocupa ya Al Qaeda.
Es hora ya de desprenderse de los fantasmas que han agitado los espíritus de esta última década. La amenaza del terrorismo ya no puede servir de excusa para demorar las reformas democráticas y acuartelar la justicia y la libertad. El miedo al islamismo no puede servir de coartada para intolerables tiranías. La estabilidad no debe implicar renuncias a los deseos de democracia y prosperidad. El mensaje de las revueltas árabes es claro, ejemplificador, lleno de dignidad y de valor. Incluso los indignados españoles dicen inspirarse en las movilizaciones árabes y sentirse cerca de los egipcios en la plaza Tahrir. Es el reflejo de lo sucedido en el mundo árabe. Y es la imagen de unos valores con los que el mundo puede identificarse. Europa debe esforzarse por apoyar los procesos de transición y reforma y dar una respuesta coherente a la situación en Siria. La intervención en Libia es compleja, ambos países y las implicaciones de uno y otro contexto no son comparables, pero la población siria merece algo más que tibias condenas y sanciones difusas. Deben existir medios de apoyo a las reivindicaciones de la población y a la sociedad civil.
La ayuda financiera prometida por el G-8 y por Europa, que refuerza además el proceso de relación bilateral con los países árabes y profundiza en el fomento de la democracia con el nuevo replanteamiento de la política de vecindad son elementos positivos. Pero no deberíamos olvidar ni desestimar el marco multilateral. La Unión por el Mediterráneo es una gran promesa, pero sigue estancada por el proceso de paz en Oriente Próximo. Además del apoyo político a la transición democrática, una cooperación técnica y económica debería ahora imponerse. Parece además de sentido común que la sociedad civil recupere centralidad en las relaciones euromediterráneas. Aprovechar su ímpetu para fomentar el diálogo entre sociedades civiles de ambas orillas contribuirá a colmar los déficit de comunicación y conocimiento.
Y faltará recuperar la confianza: en el proceso euromediterráneo para que arranquen los proyectos; en los vecinos de la orilla sur para que fluyan las ideas, los apoyos y las inversiones; y en las capacidades de Europa, para convencernos de que ese área de progreso compartido es y será posible.