Este año 2008 se presenta como año de grandes desafíos. Según la declaración conjunta de Annapolis, israelíes y palestinos deberían alcanzar un acuerdo antes del fin de año. Las citas electorales son otro de los factores a retener, especialmente en Estados Unidos, aparte de los cambios que pueda suponer hacia Oriente Próximo y Norte de África. Otra de las muestras de que este 2008 quizás no nos deje indiferentes es la profusión de declaraciones de interés hacia el Mediterráneo. El Mare Nostrum sigue siendo un enclave crucial en el que se entremezclan muchos intereses compartidos: pocos dudan de la utilidad de reforzar la cooperación entre ambas orillas. Los flujos migratorios, los malentendidos de orden cultural, el terrorismo condicionarán las relaciones.
Así las cosas, no sorprende que la Unión Europea disponga de un gran paquete de políticas y acciones para el Mediterráneo y promueva una cooperación cada día más fuerte. El Proceso de Barcelona está en construcción, inacabado pero no fallido. Es necesario un ejercicio de autocrítica para encarar mejor los retos, pero de poco sirve dar al traste con 12 años de una relación que, además de seducir a la imaginación colectiva de los países del Sur, ha dado sus frutos. Los efectos en la racionalización de las políticas económicas, sociales y de modernización han sido un modo sólido y natural de mejorar las condiciones de la región mediterránea. Así lo demuestra también un reciente informe de la red ANIMA: el Proceso de Barcelona ha ayudado decisivamente a sanear las finanzas de los países socios; ha preparado las condiciones institucionales, legales y comerciales de un desarrollo empresarial en la región todavía ineficiente; entre 1995 y 2006, ha inyectado directamente 8.700 millones de euros financiados a través de los programas MEDA, además de los préstamos del Banco Europeo de Inversiones; Barcelona ha fomentado las inversiones extranjeras directas; y ha acompañado el ingreso de la región en la globalización que, para bien o para mal, ha optado por lidiar con ella. Se requiere tiempo, más medios y sobre todo un esfuerzo continuado para que estos procesos de modernización económica y social cumplan sus objetivos.
Cabe añadir además, la política europea de vecindad, destinada a profundizar y complementar el partenariado a partir de dos conceptos clave: la “coapropiación” del proyecto y la “diferenciación” entre cada país socio. Los países del Magreb han sido los más interesados en estos mecanismos, y los últimos encuentros del Diálogo 5+5, el seminario para la concreción del estatuto avanzado entre Marruecos y la UE y la reunión de la troika de la UE con la Unión del Magreb Árabe muestran la energía que aportan los socios magrebíes al partenariado. Si Europa necesita y se interesa por el Mediterráneo, los socios del Sur, y en especial los magrebíes, han puesto también un gran empeño en esta dinámica de cooperación. La última iniciativa ha sido la Unión por el Mediterráneo, recibida a priori con recelos. Los países ribereños desean ver en ella la oportunidad de reforzar el proceso existente, de aportar más fuerza motriz, sin que sea excluyente, para lo cual la canciller alemana, Angela Merkel, se ha significado en el centro del proyecto.
Son muchos los que abogan por avanzar hacia una nueva fase del Proceso de Barcelona: institucionalizar las cumbres; transformar las conferencias de ministros en verdaderos Consejos, con un Secretariado Permanente capaz de coordinar e impulsar los temas de la agenda; pasar de la Facilidad Euromediterránea de Inversión y Asociación (FEMIP), eficaz en su tarea de financiación, a un verdadero Banco que impulse la inversión empresarial, especialmente de la pequeña y mediana empresa; reforzar el papel de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea, lo que ayudará a vitalizar la vida parlamentaria del Sur; impulsar el diálogo cultural y los intercambios. Tanto interés es una buena noticia. El objetivo conjunto debería ser transformar este empeño, liderazgo y voluntad política en medidas concretas que multipliquen los medios aportados hasta el momento, refuercen las dimensiones de cooperación y, sobre todo, repercutan progresivamente en la cotidianidad del ciudadano mediterráneo.