El cambiante orden regional en Oriente Medio

Editorial

El ataque del 7 de octubre de 2023 a Israel por parte de Hamás y su desproporcionada respuesta contra la población civil de Gaza marcan de forma indeleble Oriente Medio. En este tiempo hemos asistido al debi­litamiento de Irán y sus proxies, con la milicia libanesa Hezbolá a la cabeza, y a la caída del régimen sirio de Bashar al Assad tras 14 años de guerra civil. Como con­trapunto, este año y medio nos deja una región con un Israel y una Turquía que aparecen reforzados militar­mente en su influencia regional.
Israel, sin embargo, acumula fuertes presiones in­ternas, lo que ha llevado al contestado y muy frágil go­bierno de coalición israelí a romper el muy frágil alto el fuego en Gaza que Israel y Hamás habían firmado en enero. La debilidad parlamentaria obligó al primer mi­nistro Benjamín Netanyahu a aceptar las presiones por parte de miembros de la extrema derecha de la Knes­set, contrarios al alto el fuego, a cambio de la aproba­ción de los presupuestos y evitar elecciones. Reanudar el alto el fuego en Gaza es de vital importancia para la población civil palestina y para la estabilidad regio­nal, pero también para la ciudadanía de Israel. ¿Hasta cuándo podrán Israel y sus sistemas político, social y económico aguantar la guerra? Sin olvidar que Hamás todavía mantiene cautivos a 59 rehenes israelíes.
El primer ministro israelí intenta fragmentar y de­bilitar a sus vecinos, apostando por las minorías étni­cas y religiosas en los países árabes, como demuestra su acercamiento a los drusos en Siria. De momento, el presidente sirio, Ahmed al Shara, parece no haber caí­do en la trampa y al nombrar a su gabinete ha apostado por integrar las varias componentes étnicas y religiosas del país. Sin embargo, la nueva Constitución provisio­nal despierta dudas al centralizar el poder en la figura del presidente. Por otro lado, Estados Unidos y Europa deberían evaluar la posibilidad de aliviar las sanciones económicas y permitir al go­bierno sirio abordar los enormes desafíos relacionados con su reconstrucción social y económica. El pasado nos enseña que, sin responder a las demandas, también materiales, de la población, las transiciones, ya de por sí arduas, pueden peligrar.
Irán, por su parte, se encuentra en una situación de debilidad frente a sus rivales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que desde 1979 la República Islámica ha pasado por crisis –políticas, económicas, militares– similares, y siempre ha logrado recuperar su influencia regional, aprovechando contextos como el actual de múltiples alineaciones entre aliados y adversarios de Occidente.
Al mismo tiempo, esta pérdida de influencia de Irán crea un vacío para que Turquía afirme sus am­biciones regionales y su posición geopolítica, reforzada con su apoyo al gobierno sirio. Esto posiblemen­te alimentará las tensiones entre Ankara y los acto­res regionales como Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos. Las crecientes ambiciones de Turquía amenazan con reavivar viejas rivalidades e introducir nuevas fuentes de inestabilidad.
En este contexto, los países del Golfo pueden des­empeñar un papel clave en la estabilización regional. En 2023, Arabia Saudí e Irán apostaron por destensar sus relaciones y la colaboración entre Arabia Saudí y Tur­quía será la clave de la estabilización de Siria. Ninguno de los países que firmaron los Acuerdos de Abraham han roto relaciones con Israel. Riad, que en vísperas del 7 de octubre se preparaba para firmar su propio Acuer­do de Abraham, fortalecida ante un Irán más débil, ha declarado tener la voluntad de seguir ese camino, pero a condición de que se encuentre una solución para la cuestión palestina. El Reino es consciente tanto de su soft power y liderazgo regional como de la sensibilidad masivamente propalestina de las calles árabes.
Por otro lado, las largas relaciones de Arabia Sau­dí con Estados Unidos pueden ser clave frente a una nueva presidencia norteamericana que propone solu­ciones para Gaza que, además de abominadas amplia­mente por la comunidad internacional, no son viables ni para la ciudadanía gazatí, ni para el resto de la región.
Al mismo tiempo, la Unión Europea se encuentra en pleno debate sobre su seguridad y defensa y sobre cómo lograr su autonomía estratégica respecto a Esta­dos Unidos, que práctica una alarmante combinación de aislamiento y neoimperialismo. El escenario global sonríe a los autoritarismos y es testigo de la degrada­ción de los valores democráticos; los recientes aconte­cimientos en Turquía lo reafirman.
Es urgente que la UE inicie profundos cambios en su arquitectura y proceso de toma de decisiones para convertirse en un actor global con capacidad, en­tre otras muchas cosas, de influir en la estabilidad de Oriente Medio./

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