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Editorial
En noviembre de 2005 se cumplirán 10 años de la Conferencia que reunió en Barcelona a los países de la Unión Europea (UE) con sus socios mediterráneos. Estaban los 15 de la UE –que ahora son 25– y casi todos los demás, con la excepción de Libia. Estaban los países árabes ribereños, y algunos que no lo son, como Jordania, pero que tienen una obvia relación con el Mediterráneo, y estaban Israel y Turquía. Eran tiempos de optimismo. Estaba entreabierta lo que los diplomáticos llaman una “ventana de oportunidad”, que el gobierno de Felipe González supo aprovechar: con una propuesta de diálogo regional muy articulada, que uno de sus artífices, Miguel Ángel Moratinos –hoy ministro de Asuntos Exteriores– calificaría de “revolucionaria”.
Puede que el adjetivo sea excesivo, pero lo cierto es que la Conferencia Euromediterránea supuso la aparición de una nueva arquitectura de cooperación en una de las áreas del mundo que más lo necesitan. Diez años después de su lanzamiento, podemos decir, pese a todas las reservas que pueda suscitar el balance de esta década que, de no existir, el Proceso de Barcelona debería inventarse. Diez años después del lanzamiento de la iniciativa, el gobierno español ha planteado la necesidad de reactivar el Proceso. El presidente Rodríguez Zapatero y Moratinos (ver AFKAR/IDEAS nº 3) han anunciado la convocatoria de una reunión, a ser posible una cumbre, en Barcelona, en noviembre de 2005. Una reunión de los 35 países que ahora integran el Diálogo Euromediterráneo.
Destinada a inyectar en el proceso un nuevo impulso que no sea sólo el resultado del voluntarismo, sino de la reflexión sobre las nuevas circunstancias que vive el Mediterráneo. La ventana de oportunidad se cerró muy pronto, con el rápido deterioro del proceso de paz en Oriente Próximo. Emergió con toda su virulencia el terrorismo vinculado al peor islamismo, la UE dejó de mirar hacia al Sur, ensimismada por una ampliación histórica –a pesar de que tres de sus nuevos miembros, Malta, Chipre y Eslovenia son mediterráneos–, la mayoría de los procesos de transición en el mundo árabe quedaron embarrancados y el gobierno israelí se alejó rotundamente del espíritu que había permitido la reunión de Barcelona (a costa de la vida de Isaac Rabin, asesinado pocos días antes de la Conferencia). La conferencia que pretende convocar el gobierno español –conocida con el nombre de “Barcelona + 10”– cuenta ya con apoyos considerables, tanto en la UE como en los países terceros, empezando por el Magreb.
Se presenta como una ocasión para incorporar a la arquitectura multilateral del Proceso de Barcelona todo lo que de nuevo hay sobre el escenario: el terrorismo, la política de nueva vecindad, los desafíos económicos derivados de la globalización, las negociaciones para la adhesión de Turquía a la UE. Y también otras iniciativas que modifican las reglas del juego, como la del “Gran Medio Oriente”, auspiciada por Estados Unidos. Será por lo tanto un momento arriesgado como lo fue la convocatoria de la Conferencia de 1995. ¿Volverá a abrirse una ventana de oportunidad? Por el momento, la diplomacia de España y de los países interesados en el partenariado euromediterráneo trabajan para hacer que los nuevos vientos no impidan abrir las ventanas.
En todo caso, la convocatoria de “Barcelona + 10” debería ser la ocasión para un amplio debate de la sociedad civil –queremos decir, un debate con resultados prácticos y fechados, no una discusión más– al que AFKAR/IDEAS se ofrece como plataforma, una más, en el Mediterráneo occidental.
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