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Coedició amb Estudios de Política Exterior
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Editorial
De nuevo, ahí está el debate entre libertad de expresión y respeto a la religión. Un nuevo rebrote de este conflicto que logra resucitar un casi difunto “choque de civilizaciones”. Sin embargo, en esta ocasión no solo resucita los viejos fantasmas sino que alimenta los peores presagios de quienes vaticinaban los peores males a la Primavera Árabe. La libertad de expresión es un derecho irrenunciable, el respeto al prójimo y a sus creencias, una responsabilidad de todos; pero de nada servirá perdernos en trazar límites si con ello olvidamos la realidad de este nuevo capítulo de “caricaturas”, continuación nefasta de lo sucedido en 2006. Esta vez, la provocación procede de un vídeo que no es más que un necio instrumento para provocar el efecto que, de hecho, logró: encender los ánimos con una ofensa a lo más sagrado.
Esta provocación es una burda manipulación que ha resultado muy conveniente a determinados sectores de las sociedades musulmanas que logran así alentar una violencia execrable. En Bengasi, las manifestaciones en contra de la ofensa al profeta del islam fueron utilizadas presuntamente de forma deliberada para llevar a cabo un ataque orquestado contra el consulado de Estados Unidos, con el ya conocido terrible desenlace. Coinciden dos hechos que conmocionan a la comunidad internacional y al pueblo libio. Las visiones más rigoristas del islam, en una sociedad muy conservadora, no habían logrado representación ninguna en la vida política del país. De este modo, intentan forzar que se oiga su voz, aunque sea mediante la violencia. Las milicias son un lastre para el proceso político que vive el país. Finalmente el proceso de desarme se ha iniciado tras este episodio, aunque pueda encontrar fuertes resistencias de algunas milicias muy arraigadas a determinados líderes tribales.
En Egipto, el guante lanzado por la provocación es recogido por sectores del radicalismo rigorista y populista que abandera la causa contra Estados Unidos para movilizar a sus seguidores y a los sectores de la sociedad más fácilmente manipulables: jóvenes frustrados tras el ardor revolucionario que no han visto mejorar su vida cotidiana. Salir a la calle y ondear sus banderas del radicalismo es una forma de influir en la agenda política y social, justo cuando Túnez y Egipto están redactando, no sin problemas, unas constituciones que deberán configurar el nuevo modelo de Estado posrevolucionario. Los islamistas en el gobierno, tunecinos y egipcios, se ven abocados de repente al dilema de apoyar a los que supuestamente pretenden alzarse como defensores del islam o condenar la violencia y rechazar los actos vandálicos. Aunque parezca banal, el asunto resulta más complejo para unas fuerzas sociopolíticas que siempre pretendieron liderar la causa del islam.
El oportunismo ha ido creciendo día tras día, desde el Hezbolá libanés que aprovecha para recuperar fuerzas tras el desgaste por el apoyo a Al Assad, hasta algunos defensores de la libertad de expresión que no desperdician la ocasión de resucitar argumentos cercanos a la islamofobia. Algunos han considerado estas protestas como una deriva radical de la Primavera Árabe. Comparar las masivas movilizaciones populares pacíficas que derrocaron a los regímenes en 2011 y las minoritarias protestas violentas de ahora resulta perverso. Ni existe comparación posible entre ambos episodios ni una relación causa-efecto, solo un nuevo contexto de libertad que permite que estos sectores radicales se manifiesten hoy libremente.
Resulta paradójico que esta cuestión secuestre el debate sobre la libertad de expresión en unas sociedades en las que buena parte de la población está librando una dura batalla diaria, con medios pacíficos y democráticos, por preservar o garantizar los derechos de pensar, expresarse y manifestar libremente sus propias opiniones. Y que la atención, interna y externa, se centre en estas lamentables protestas y no en las que de verdad importan, las reivindicaciones de hombres y mujeres, trabajadores o jóvenes que siguen luchando contra las injusticias y apostando fuerte por el futuro de su país.