La revolución tuareg

“A pesar de que la geografía ha sido transformada y divida por los colonos, el mundo no puede dejar de saber que la comunidad bereber es autóctona y sigue atada a su cultura”.

Entrevista con Moussa Ag Assarid por Beatriz Mesa

El activista Moussa Ag Assarid encarna la defensa de la identidad del “país tuareg”, una de las minorías en el mundo. Los tuaregs u “hombres azules” (los portadores del velo azul) son un pueblo nómada y musulmán, no precisamente identificables por su aspecto físico, ya que son el resultado de numerosos cruces y mezcolanzas étnicas. Lo que identifica, aunque cada vez menos, a los targui es, primero, su manera de vivir (socialmente estructurados en tribus, clanes y familias) adaptada a las condiciones del desierto o de la estepa saheliana, regida por la noción de la tegaragit o código de conducta social y moral tradicional. Y, por otra parte, su propia lengua, el tamasheq, conjunto de variedades del bereber (tamazight) altamente inteligibles entre sí, y alfabeto (en desuso), el tifinagh, también de raíces bereberes. La población tuareg, que pertenece a un siempre activo movimiento amazigh, quedó fragmentada con la colonización francesa. Fruto de un error colonial, los tuaregs fueron repartidos entre las nuevas fronteras creadas tras la formación de los Estados-nación. Sin embargo, los tuaregs nunca se sintieron integrantes de la nación maliense, nigerina, burkinabé o argelina, sino refugiados políticos dentro de sus propias fronteras.

AFKAR/IDEAS: Hoy pasa desapercibido dentro de la sociedad parisina. ¿Qué queda de aquel niño del desierto?

MOUSSA AG ASSARID: Queda todo, porque el desierto permanece en nuestra sangre. Nací en un campamento nómada, entre Tumbuctú y Gao (al Norte de Malí) en torno a 1975. No conozco bien mi edad porque en aquel entonces no existían las cartillas de nacimiento. Pero sí recuerdo muy bien mi infancia nómada dedicada a las cabras. Mi familia, como tantas otras familias tuaregs, vivía de la cultura del ganado y del pastoreo y en ella me crié hasta los 14 años, cuando decidí estudiar. La lectura de El Principito fue crucial en mi apuesta por los estudios y mis padres siempre me apoyaron. Me sentí obligado a emigrar a Francia para iniciar mis estudios universitarios desde donde nunca dejé el combate en favor de nuestra minoría.

A/I: ¿Qué quiere decir ser amazigh?

M.A.A.: Principalmente libre. La cultura amazigh engloba a todos los hombres del desierto. Y la imagen del individuo tuareg, dentro de la sociedad bereber, habla mucho a los occidentales porque el pueblo tuareg se asienta en la nobleza social y, por tanto, busca el consenso familiar y el respeto de la palabra, provenga del hombre o de la mujer. La cultura amazigh es más abierta al exterior y particularmente a la influencia de Occidente. Ser amazigh quiere decir el orgullo de una identidad antigua, con una tradición y unos códigos de honor que intentan perpetuarse a pesar de la adaptación de la comunidad tuareg a los nuevos tiempos modernos. De ahí la imperiosa necesidad que siempre tuve de construir escuelas para escolarizar a los niños del desierto y ofrecerles otras herramientas que les abrieran una puerta al exterior. Amazigh hoy significa supervivencia y en esta cultura siguen creciendo hombres de guerra, pero también hombres de paz, es decir, somos guerrilleros porque necesitamos defender nuestros intereses, pero con un amplio sentido de la paz y eso lo hacen los hombres de honor. Solo tienes que ver en el Norte de Malí cómo los tuaregs hemos recurrido a las armas para liberar nuestra tierra del dominio de unas élites autóctonas en connivencia con el gobierno central, que trabajan para su propio enriquecimiento, no para el desarrollo de las poblaciones del Norte de Malí. Al mismo tiempo, tenemos vocación de diálogo y negociación para encontrar soluciones y depositar las armas.

A/I: ¿Los imazighen siguen viéndose como una comunidad?

Si dependiera de la voluntad política, nuestra lengua ya habría desaparecido

M.A.A.: Sí, por supuesto, somos una comunidad, heterogénea, y una nación aunque no dispongamos de un territorio físico, porque los colonos lo impidieron, pero nos une la lengua (tamasheq), las costumbres, la cultura. Cuando apareció la civilización árabe y su expansión a través del islam (VII-VIII), se inició un proceso de arabización y posterior islamización del pueblo amazigh. Con ello no quiero decir que la religión se impusiera porque fue parte de un proceso negociado. Sinceramente, creo que los bereberes fueron islamizados como resultado de unas negociaciones. A los miembros de la comunidad amazigh nos molesta cuando se confunde la cultura árabe con la religión islámica porque significaría que cualquier individuo, tras aceptar el islam, debe interiorizar la cultura árabe y en este punto, los bereberes siempre hemos resistido. Además, los árabes durante la extensión de su hegemonía en el mundo, contaron con el apoyo de los Estados ricos, así como de los países del Golfo, para mantener una política de arabización e islamización al mismo tiempo. En especial, en tierras africanas cuyas poblaciones demográficamente crecerán muy rápido en los próximos años. La resistencia bereber no pudo llevarse a cabo desde las instituciones, sino desde la semiclandestinidad. Así se utilizaron las zonas montañosas o el desierto como refugio de la lucha política. El mundo nos abandonó, pero hoy existe un regreso a las fuentes y volvemos a la revuelta cultural y política, porque hemos comprendido que no podemos cambiar las cosas en lo cultural sin pasar por la política. Así, en 2012, nuestro pueblo tuareg, recurrió a la política [lucha armada] para ejercer presión y alzar la voz de una comunidad afligida.

A/I: Sin embargo…. ¿no cree que en algunos países del Norte de África se han dado pasos importantes constitucionalmente reconociendo la lengua amazigh?

M.A.A.: En primer lugar, el reconocimiento no solo debe producirse unilateralmente por parte de un Estado, sino que reclamamos un reconocimiento internacional. Las reformas se hacen sobre el papel pero ¿qué hay de concreto? ¿Un canal de televisión que albergue un canal amazigh? Se envían estos mensajes al exterior, pero no observamos pasos importantes en aras de una enseñanza plural. De hecho, el tamasheq se escribe y se habla mediante el vehículo oral que se transmite de padres a hijos. Si dependiera de la voluntad política, nuestra lengua ya habría desaparecido porque en un Parlamento, hoy, no podemos identificarnos desde la identidad sino desde la generalidad. Determinada identidad sigue constituyendo una amenaza para muchos sistemas políticos.

A/I: ¿La minoría que usted representa encuentra en la oralidad una forma de vida?

M.A.A.: En la cultura amazigh, los tuaregs somos conocidos por la oralidad. Pertenecemos a una sociedad de tradición oral donde la palabra lo es todo. Lo que permite explicar de dónde vienes y qué eres. Cada pueblo posee un lenguaje de símbolos propio, pero en nuestro pueblo, en particular, la palabra es un símbolo con mayor significado cuando lo ligan con el origen y el fin de las cosas. Tanto con su creación como con su destrucción. En este sentido, la palabra y, por ende, el lenguaje, es una de las claves más valiosas para entender nuestra sociedad, para descubrir sus orígenes y su esencia. Basta con partir de palabras primordiales para cada pueblo en la descripción de su entorno para empezar a entender su cosmovisión. Los usos de la palabra y su rol permiten descubrir cómo los pueblos de tradición oral aprehenden y explican su entorno y dan un sentido a la vida. Las historias que llegan a través de la memoria oral tienen la función de enseñar y de entretener, y la palabra es la portadora de estas historias. En el mundo africano, la palabra siempre está viva y es parte de su memoria histórica.

A/I: Con la colonización y la creación de los Estados-nación, se impuso en sociedades tradicionales africanas un nuevo sistema de leyes inspiradas en textos occidentales. ¿Cómo convivieron éstas con las reglas tradicionales?

En nuestra sociedad, la influencia de los jefes de tribus está por encima de las leyes

M.A.A.: Realmente para nosotros no existe la Constitución. En nuestra sociedad, la influencia de los jefes tribales está por encima de las leyes que fueron elaboradas a imagen y semejanza de la legalidad internacional. Todavía pesa la influencia de los jefes de tribus hasta el punto de que nuestra sociedad evita recurrir a la jurisprudencia, puesto que ellos establecen sus propias normas y las formas tradicionales para resolver los problemas cotidianos. Esta es la fuerza de las sociedades tribales, en las que la palabra tiene una función de fuente de resolución de conflictos, de entretenimiento y de aprendizaje.

A/I: ¿Cómo recuerda la rebelión de los años noventa?

M.A.A.: Tenía 18 años, era una nueva rebelión contra otra forma de colonización interna, que reunía los sentimientos de exclusión de toda la población tuareg, pero también de otras minorías, así como los peuls [fulanis] o los songhais [etnias negras del Norte de Malí]. Mi manera de canalizar esta revuelta no fue a través de las armas, ya que era menor de edad, pero afronté la situación a través de la cultura y la política. Tenía un trabajo de compromiso político y por ello me gané el respeto de todos. En mi región me conocían y respetaban por mi formación y por ello nunca me aparté de una lucha que emprendí desde los estudios. Cuando era aún muy joven, mi padre me confió a una familia songhai para continuar mis estudios. Era la única manera de batallar en este mundo. Y una vez me desplacé a Bamako, capital de Malí, comencé con los movimientos estudiantiles desde la asociación AEM (Asociación de Estudiantes de Malí) que no solo defendía los derechos tuaregs, sino de toda una sociedad civil presa de un régimen totalitario. Defendía mejores condiciones de vida para Malí y eso me permitió también reivindicar mejores condiciones de escolarización para los nómadas.

A/I: ¿Cree que la minoría tuareg dentro del movimiento amazigh ha sido de las más excluidas?

M.A.A.: El movimiento internacional amazigh ha sufrido mucho en general y en la invisibilidad. Los tuaregs que blandían su derecho identitario terminaban dando con sus huesos en la prisión. Yo también pasé por la cárcel y recuerdo muy bien cuando los militares me daban golpes por el hecho de ser tuareg. Un soldado le decía a otro “dale un golpe al hombre de las orejas rojas”, por mi color de piel. El racismo estaba muy presente y lo sigue estando en Malí o en otros países del Sahel. Yo creía que la evolución política de los pueblos, la toma de conciencia de los líderes por abrir espacios de libertad y la inteligencia de hombres políticos de Malí harían que Azawad [término acuñado al Norte de Malí y zona de asentamiento tuareg] dispusiera de un estatus político particular, y se podrían desarrollar alternativas para los autóctonos. Pero al final las ambiciones y la corrupción no dejaron seguir creyendo en esos hombres.

Nuestro mayor problema es que no hay solidaridadcolectiva dentro del espacio amazigh

A/I: ¿La lucha tuareg se coordina con el resto de las poblaciones del movimiento amazigh en el Norte de África y el Sahel?

M.A.A.: La lucha es un reflejo del instinto tuareg, como un instinto animal, no así como parte de un proceso político. Cuando los azawíes nos rebelamos se debe a que cada día se hace más inaceptable e insoportable todo lo que ocurre a nuestro alrededor porque nos impiden escalar hacia el campo político, económico o social. En el Sur de Argelia hay también una comunidad tuareg que se entiende con los bereberes de la región de la Cabilia (noreste de Argelia). Todos han exigido en vano un derecho de integración en las instituciones y como el Estado no atiende las quejas de esta minoría, los activistas han desestimado la vía de la autonomía y buscan categóricamente la independencia. Desde la independencia de Argelia y Malí, los ciudadanos de cultura amazigh luchan por su reconocimiento como civilización propia y resisten a la arabización.

A/I: Pero ¿existe una solidaridad colectiva dentro de la causa amazigh?

M.A.A.: No, por desgracia no existe ninguna solidaridad colectiva dentro del espacio amazigh que abarca países como Libia, Argelia, Marruecos o Norte de Malí y este constituye nuestro mayor problema. Solo hay solidaridad cuando hablamos de los efectos perversos que provocó la colonización y que hizo que nuestra nación fuera mal repartida entre fronteras ficticias porque esas fronteras no nos representan. Pero a pesar de que la geografía ha sido transformada y divida por los colonos, el mundo no puede dejar de saber que la comunidad bereber es autóctona y sigue atada a su cultura aunque su zona territorial haya sido intervenida. Pero nadie puede arrancarnos nuestra seña de identidad que viene representada a través del territorio donde nuestros ancestros se asentaron. Y por ese espacio territorial llevamos luchando desde la colonización y en la actualidad es donde estamos viviendo una recolonización francesa [en alusión a la presencia de tropas francesas en el desierto maliense].

A/I: ¿Podemos hablar de la desgracia de ser bereber? Han pasado 10 años de las revueltas bereberes en Argelia.

M.A.A.: Sí, hay niveles, también. En Argelia es difícil que los bereberes olviden las masacres que se producen desde los años noventa y que dejaron regueros de muertos y heridos en la Cabilia [la región de resistencia bereber]. Se sigue esperando una solución a la miseria, la corrupción y el paro, especialmente entre los jóvenes que representan más del 75% de la sociedad argelina. La sensación de que las rentas residen en las manos de las élites es una realidad. Ricos en petróleo y gas pero malviven, como ocurre en el Norte de Malí, en una tierra potente en recursos pero que no pueden ser explotados hasta que no se resuelva la cuestión territorial.