De urgencia humanitaria a fábrica de ciudades

Concebidos para acoger temporalmente a quienes huyen de los conflictos, los campos de refugiados se transforman en entidades urbanas donde sus residentes tratan de reconfigurar su vida.

Kamel Doraï

Desde la Primera Guerra mundial, los conflictos de Oriente Medio han conllevado el exilio forzoso de varios millones de refugiados, ya sean armenios, palestinos, iraquíes, libaneses, yemeníes o, más recientemente, sirios. Muchos han hallado refugio en las principales ciudades de Oriente Medio o en sus aledaños. Barrios enteros de poblaciones como Amán, Beirut o Damasco han germinado a raíz de la instalación de refugiados, principalmente palestinos. La creación de campos no es una realidad nueva en la región. Desde la llegada de los refugiados armenios tras el genocidio iniciado en 1915, los campos de refugiados se han multiplicado en Oriente Medio, para dar cabida a una parte de las personas huidas de los conflictos que se han ido sucediendo en la región. Para los palestinos obligados a dejar sus países en 1948 y luego en 1967, así como más recientemente para los sirios que escapan de la guerra, los campos son hoy parte integrante del paisaje urbano regional. Erigidos para responder a una urgencia humanitaria, los campos se han ido instalando poco a poco en la permanencia. Hoy constituyen verdaderos barrios, en los confines de las ciudades, muchas veces pobres y caracterizados por la informalidad. ¿Qué lectura puede hacerse en la actualidad de esta paradoja aparente, de la urgencia del campo a la realidad urbana? ¿Cómo se ha operado este cambio de lógica? Tal como subraya Michel Agier (2002), “debido a su propia heterogeneidad, los campos pueden ser la génesis de ciudades imprevistas, de nuevos contextos de socialización, de relaciones y de identificación”. Las migraciones forzadas desempeñan un papel central en las dinámicas urbanas desde mediados del siglo pasado, el periodo en que los Estados de la región accedieron a la independencia. No obstante, el contexto geopolítico inestable y la perpetuación de los conflictos explican en parte la permanencia de los campos.

En este sentido, la situación palestina es singular. A falta de resolución política del conflicto israelo-palestino, el exilio de los palestinos lleva cerca de 70 años prolongándose, con el corolario del mantenimiento de su condición de refugiados en los países vecinos. Los campos palestinos, de hecho, contrastan con la imagen arquetípica que puede tenerse de un campo de refugiados. Lo que empezó siendo espacios formados por tiendas yuxtapuestas son hoy densos barrios urbanos. En Líbano, por ejemplo, las viviendas del campo beirutí de Chatila, a pesar de haber sido destruidas varias veces desde su creación, son de varias plantas, con techo macizo. Más de 12.000 palestinos conviven con otros migrantes y refugiados, procedentes de Siria, Irak o Bangladesh. Los callejones son estrechos y las infraestructuras (agua, alcantarillado, luz) deficientes.

Conflictos en Oriente Medio, ¿del éxodo al exilio?

Mientras que sigue sin haber solución duradera para el conflicto israelo-palestino, la cuestión de los refugiados se mantiene en suspenso. El reto demográfico y político que supone para Israel continúa siendo un obstáculo para la paz y para una solución sostenible para los refugiados. Estos últimos se han visto obligados –algunos desde 1948, otros desde 1967– a instalarse permanentemente en sus principales países de acogida ( Jordania, Líbano, Siria y Territorios palestinos). A día de hoy, más de millón y medio de palestinos viven en alguno de los 58 campos oficiales administrados por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés). Sin solución política, la condición de refugiados pasa de generación en generación.

Les campos se convierten en el símbolo de esta falta de resolución, en su encarnación espacial. Los gobiernos de los Estados de acogida tienden a preservar la situación para hacer patente el problema a la comunidad internacional. Paralelamente, los Estados de acogida siguen beneficiándose de la asistencia de la UNRWA para la gestión de las infraestructuras de los campos, aún sujetos a regímenes jurídicos específicos. Esta agencia internacional desempeña un papel de apoyo material fundamental (distribución de raciones, construcción de vivienda, servicios sociales, etc.) en el marco de la ayuda y de la rehabilitación de la población palestina, aunque esta asistencia genere una inevitable dependencia de esos distintos servicios. Desde un punto de vista operativo, para las organizaciones internacionales o humanitarias, el espacio de los campos de refugiados es el lugar privilegiado de su acción. Dota a sus actividades de cierta visibilidad. No obstante, lejos de ser un mero espacio de intervención humanitaria, los campos han adquirido una categoría particular a ojos de sus habitantes y del conjunto de la sociedad palestina. Son espacios de relegación, marcados por una profunda pobreza, y emblemas de la historia concreta de los palestinos en la región. Esta doble dimensión es inherente a la existencia de los campos a largo plazo. A mediados de los años cincuenta, cuando la UNRWA decidió progresivamente sustituir las tiendas por construcciones sólidas, la agencia tropezó con la resistencia de los residentes que querían conservar el carácter provisional de sus campos, para expresar su voluntad de ejercer el derecho al retorno. Ahora los términos del debate ya no son los mismos. Aunque muchos refugiados se afanan por preservar su condición, ha quedado atrás su vínculo con la precariedad material del campo, y la mejora de las condiciones de vida ocupa el centro de su reivindicación. La urbanización de los campos y su consiguiente perpetuación, por tanto, ya no se consideran incoherentes con el ejercicio de sus aspiraciones políticas.

Concebir el campo desde la perspectiva de sus habitantes

Si la existencia de los campos se cronifica, también es porque los refugiados que los habitan –o que no tienen más remedio que habitarlos– atribuyen a estos espacios un significado particular. En 1948, los palestinos se dirigieron a los campos de refugiados por varias razones. La proximidad espacial del lugar de llegada, así como los factores económicos, son determinantes para comprender la distribución geográfica actual de los refugiados palestinos. Muchos llegaron a Líbano sin recursos, así que fueron a los campos más próximos a su lugar de llegada, en busca de techo y comida. Otros se instalaron más tarde, al quedarse sin dinero y no poder alquilar una vivienda en las ciudades o pueblos libaneses.

La identidad palestina forjada en el exilio está profundamente anclada en los campos de refugiados, una de sus encarnaciones espaciales más visibles y representativas. Aunque a escala regional menos del 30% de los refugiados vive en campos, estos desempeñan un papel central en la construcción de la sociedad palestina en el exilio. Representan una forma de permanencia territorial, en un contexto marcado por los conflictos y la movilidad forzosa. A pesar de su naturaleza por definición temporal, son un lugar de estabilidad y de continuidad. También es un espacio de encuentro con los suyos que facilita la reproducción parcial, o la construcción, de sistemas de solidaridad locales y familiares. Los campos de refugiados, por tanto, tienen un papel activo en la organización y el desarrollo de las redes sociopolíticas palestinas. Por consiguiente, pueden considerarse, en parte, “espacios de memoria” de la diáspora, donde se inscriben la historia y la genealogía palestinas. Son además un espacio de intercambio con las sociedades de acogida, pero también de conflicto, como en el caso de Líbano durante la guerra civil o de Jordania en el Septiembre Negro (1970).

Ahora bien, los campos no pueden considerarse meros espacios de memoria, continuidad y estabilidad en el exilio. También son –y quizás más que nada– espacios de vulnerabilidad donde la pobreza y las dificultades económicas son endémicas. La mayoría de los refugiados, aun teniendo una relación especial con estos lugares, los abandonan en cuanto surge la posibilidad. No obstante, siguen frecuentándolos para visitar a familiares o amistades, o para ejercer actividades políticas.

Los campos de refugiados, ¿márgenes urbanos?

Debido a la rápida urbanización experimentada por los países de Oriente Medio, la mayoría de los campos de refugiados son ya parte de las principales aglomeraciones urbanas de su país o región de acogida. Integrados en la ciudad a raíz de la movilidad de sus habitantes, tienen una función en la economía, como cantera de mano de obra a bajo coste. Pueden llegar a ser espacios comerciales populares, como el campo de Wahdat, al Este de Amán. En los márgenes del campo beirutí de Shatila creció el asentamiento improvisado de Sabra. Hay una importante presencia de refugiados palestinos y cuenta con un gran mercado popular. En la actualidad es un núcleo comercial al que acuden las clases populares de todos los orígenes. Los campos, por la economía sumergida que generan, se hacen hueco en la ciudad. Una vez integrados, ya no son solo lugares de confinamiento o relegación. Muchos comerciantes o empresarios palestinos han dejado de residir allí. Además, no todos vienen del campo donde desarrollan su actividad. Estos refugiados, por consiguiente, desconectan su ubicación residencial de la ubicación de su actividad económica.

En consecuencia, la movilidad es un elemento fundamental a tener en cuenta, porque plantea las relaciones como sinergias entre los diferentes espacios de una misma ciudad. El análisis de las trayectorias y de las prácticas espaciales propias de los refugiados es necesario para explicar las dinámicas socioespaciales desarrolladas por éstos y comprender las articulaciones campo/ciudad. La existencia de relaciones entre el campo y la ciudad, sin embargo, no anula las particularidades del campo. Se establecen relaciones asimétricas que mantienen los campos en los confines urbanos. A estas limitaciones aplicadas a los asentamientos de refugiados se suman las de los propios refugiados. En Líbano, por ejemplo, la legislación que rige los derechos de los palestinos, muy restrictiva, entró en vigor con la llegada de los primeros refugiados; posteriormente fue modificándose al ritmo de los acuerdos y desacuerdos entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y los distintos gobiernos libaneses. Limita el acceso de los refugiados al mundo laboral formal, a la educación, a la movilidad internacional, a los servicios sociales y a la propiedad. El estatuto jurídico de los palestinos tiene importantes implicaciones en la organización socioespacial de esta comunidad en Líbano. Los refugiados suelen estar confinados en el sector informal o en las actividades menos remuneradas, que no requieren obtener previamente permiso de trabajo.

Los campos también reciben a poblaciones migrantes procedentes de horizontes más lejanos, casi siempre pobres y recién llegadas, y esto por varias razones. Los palestinos solo cuentan con un acceso muy limitado al mercado laboral libanés. Hay residentes de los campos que añaden una planta a su vivienda, para alquilarla y así tener ingresos extras. Se trata, por consiguiente, de un modo de incrementar –y hasta de obtener– ingresos estables.

Muchas veces los campos también son testigos de la emigración de muchos de sus residentes palestinos –para alquilar un piso en otro barrio cuando pueden permitírselo o porque la familia se ha ido a vivir al extranjero–, con lo que las viviendas que quedan libres pasan al mercado de alquiler. Por lo general, el precio de las viviendas en los campos es inferior al de los otros barrios de las ciudades donde se sitúan, lo que atrae a los migrantes pobres (sirios, iraquíes, sudaneses, bangladesís, esrilanqueses, etc.). Además, las fuerzas de seguridad libanesas no se adentran en los campos, lo que brinda cierta tranquilidad a los inmigrantes ilegales o sin papeles.

Los campos, ¿un régimen de excepción?

A pesar de haberse incorporado a los espacios urbanos de sus países de acogida, los campos palestinos siguen sometidos a regímenes específicos que los distinguen de los barrios informales de su alrededor. Los hay bien integrados en el tejido urbano y económico, como el de Wahdat o el de Yabal Hussein, en Amán. Otros siguen bajo dispositivos muy estrictos de control de la seguridad, como los campos del Sur de Líbano. Con pocas excepciones, aun estando en el corazón de las ciudades, los campos no forman parte de los planes de ordenación locales, por lo que no son objeto de proyectos de rehabilitación urbana.

Concebidos de entrada para acoger temporalmente a parte de los refugiados que huyen en masa de los conflictos de la región, al cabo de unos años los campos de refugiados se transforman en entidades urbanas. Esta situación de instalación de facto es, por consiguiente, producto de la perpetuación de los conflictos. A tenor de la experiencia palestina, hoy se plantea la cuestión del futuro de los campos de refugiados sirios en Jordania o en Turquía. Algunos de ellos, como el de Zaatari del Norte de Jordania, donde los Estados de acogida imponen reglamentaciones muy severas, conocen los albores de una urbanización fruto de la acción de los refugiados que tratan de reconfigurar su vida, pese a las limitaciones legales y económicas.