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Coedició amb Estudios de Política Exterior
Movimientos democráticos en el Mediterráneo: ¿dónde está Europa?
Julia Anglès
Queremos liberar nuestro país sin ninguna intervención extranjera. ¿Dónde estaban los gobiernos europeos hasta ahora?” gritaba un joven manifestante estos días en las calles de Túnez. La Unión Europa (UE) debería aprovechar para replantearse, a la luz de esta percepción negativa de Europa, su estrategia de promoción de la democracia en el Mediterráneo. Hasta ahora, la UE ha priorizado la estabilidad regional, el mantenimiento del statu quo en el Mediterráneo, en detrimento de los principios y objetivos que deberían inspirar su política exterior: democracia, universalidad de los derechos humanos, libertades y Estado de derecho.
De ahí la falta de credibilidad en la ribera sur, donde los gobiernos europeos son percibidos como cómplices de eternos regímenes autoritarios. Echando un vistazo a la declaración de la UE con motivo del octavo Comité de Asociación UE-Túnez, en 2010 ¿qué credibilidad puede tener la UE después de haber declarado que “Túnez es un socio importante, fiable y que comparte valores comunes con la UE”? ¿Por qué otorgarle una relación privilegiada, abriendo las negociaciones para obtener un estatuto avanzado cuando estaba claro que Zine El Abidine Ben Ali no tenía la intención de llevar a cabo las reformas políticas necesarias, en aras de poner unos cimientos democráticos y respetuosos con los derechos humanos?
Cierto, la estrategia de promoción de la democracia de la UE está basada en la estimulación, fomentando la reforma política de manera ordenada y gradual a través del diálogo político y de instrumentos financieros. Un ejemplo de ello es su política de ampliación: con la “zanahoria” de la adhesión a la UE, los países de Europa central y oriental han llevado a cabo verdaderas reformas institucionales. En cambio, el incentivo de “todo menos las instituciones” que define la política europea de vecindad no parece funcionar tan bien, ya que impulsar la democracia a través del diálogo político con las élites gubernamentales no hace avanzar la reforma política. Si bien todos los acuerdos de asociación con cada uno de sus socios mediterráneos contienen una cláusula democrática, que ni se aplica, ni conduce a ningún tipo de sanción económica o política, todo diálogo político se queda en agua de borrajas.
Para que el diálogo político surta efecto, la UE debe inspirar a su interlocutor credibilidad. Por tanto, la presión para que un régimen emprenda una transición democrática debe ser real e ir más allá de la retórica. En este sentido, el Parlamento Europeo ha denunciado sin éxito ante la Comisión y el Consejo, la no aplicación de dicho artículo tanto en Egipto como en Túnez. Así, la UE se contradice, puesto que su discurso en pro de la democracia y de los derechos humanos se diluye con su acción exterior. Desde el inicio de las masivas revueltas populares en contra de Ben Ali y Hosni Mubarak, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, y los líderes europeos mediterráneos, han reaccionado de forma repentina, a la zaga de los acontecimientos.
Y es que el entusiasmo espontáneo y valiente de las sociedades tunecina y egipcia han dejado a Europa fuera de combate. En efecto, la política exterior europea está influida por dos prejuicios extendidos entre la clase política europea y algunos líderes de opinión. El primero, la creencia de que los árabes no están preparados, o que su cultura religión tiene algún tipo de incompatibilidad con la democracia. El segundo prejuicio se basa en la convicción de que la única alternativa a la dictadura en estos países es un régimen teocrático de inspiración islamista. Las manifestaciones demuestran todo lo contrario. En este sentido, las demandas de tunecinos y egipcios eran tajantes: democracia, derechos y libertades políticas, ya.
Los gobiernos europeos han preferido cooperar con un régimen autoritario pensando que la vía islamista era la única alternativa con posibilidades de éxito en los países árabes. Ya es hora de que despierten y vean que era tan solo una pesadilla, que escuchen el tono moderado con que líderes de partidos islamistas como Rachid Ganuchi de El Nahda (Túnez) han afirmado que no han participado en la gestación y organización de las manifestaciones y que no presentarían candidatos de celebrarse elecciones libres. Como Europa, los líderes del islamismo moderado no han sido más que espectadores de un movimiento espontáneo, sin líderes ni ideologías.
Europa tiene ahora la oportunidad de apoyar y acompañar a las poblaciones del sur del Mediterráneo en su transición democrática, de eliminar el desfase entre las declaraciones y la acción. Para ello, no solo debe dotar a los países que han iniciado una transición democrática con más ayuda financiera. Tal y como ha recogido el Parlamento europeo en su sesión plenaria del 17 de febrero, la UE debe revisar urgentemente y en profundidad su política europea de vecindad con los países del sur del Mediterráneo, aplicar la cláusula democrática de los acuerdos e incentivar de verdad la reforma política, priorizando objetivos políticos y no solo económicos: independencia del sistema judicial, lucha contra la corrupción y respeto de los derechos humanos