Literatura carcelaria: contrarrelatos y creatividad
Los autores sirios siguen rompiendo el silencio impuesto por el régimen, difundiendo testimonios de sus experiencias de opresión y encarcelamiento político.
R. Shareah Taleghani
Según la mayoría de crónicas de la revolución siria, la revuelta arrancó en marzo de 2011, con un reducido grupo de niños y adolescentes de la ciudad de Deraa inspirados en las manifestaciones de otros puntos del mundo árabe. Movidos por los eslóganes de las revoluciones tunecina y egipcia, pintaron grafiti contra el régimen en las paredes de su escuela. Este pequeño acto de rebelión no tardó en costarles la detención y la tortura a manos de las fuerzas de seguridad del Estado sirio. Ante la imposibilidad de lograr la liberación de los jóvenes, sus padres y familiares, amigos y vecinos empezaron a protestar pacíficamente. Sin embargo, sus demandas se desoyeron, por lo menos al principio. La noticia de lo que les había sucedido a los chicos de Deraa se difundió pronto por otras ciudades, lo que desencadenó más protestas por todo el país. La historia de los menores de Deraa fue, como dijo el poeta Faray Bayraqdar, la chispa que prendió la revolución.
En los relatos, y poemas posteriores, sobre los chicos de Deraa también había ecos de las historias sobre presos políticos sirios que llevaban décadas circulando. La brutal respuesta del Estado ante esa simple expresión de oposición al régimen por parte de los jóvenes no era un incidente nuevo ni aislado. Varias organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales, llevan décadas documentando la supresión de la oposición política y las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen de Al Assad. En paralelo a estos numerosos informes, el género de la literatura carcelaria (adab al siyn o adab el suyun), como ha demostrado la investigadora Miriam Cooke, ha crecido exponencialmente en el mundo cultural sirio de los últimos 30 años.
En muchos sentidos, la literatura carcelaria siria puede leerse como parte del trasfondo de las protestas que empezaron en 2011. Como asegura Rita Sakr en su libro Anticipating the 2011 Arab Uprisings (2013), el género puede situarse en el marco de la geografía política que condujo a la revolución. Estas obras pueden interpretarse como poderosos contrarrelatos frente a la versión oficial estatal de la historia y como formas emotivas de derribar los mecanismos silenciadores del régimen, en especial su negación constante de haber cometido violaciones de los derechos humanos y crímenes contra la humanidad desde la llegada al poder de Hafez al Assad en 1970. Por medio de un discurso híbrido y del experimentalismo literario, los textos de la literatura carcelaria también pueden ejercer como formas de intervención creativa o artística frente al largo historial de violaciones de derechos humanos y opresión política por parte del régimen.
La literatura carcelaria como género
La literatura o escritura carcelaria no es patrimonio exclusivo de Siria. La encontramos en casi todas las literaturas del mundo. No obstante, en el caso de Siria o del mundo árabe, la mayoría de este tipo de obras están escritas por o versan sobre presos políticos y no tanto sobre condenados por delitos de otra índole. En el patrimonio literario árabe, los textos sobre la experiencia penitenciaria se remontan hasta la poesía preislámica de Imru al Qais. Sin embargo, el primero en utilizar el término literatura carcelaria (adab al suyun) fue el escritor y crítico sirio Nabil Sulayman en 1973, para designar las obras sobre la reclusión por motivos políticos, no solo en Siria sino en todo el mundo árabe.
Antes de los años setenta, no obstante, las novelas y cuentos sirios ya retrataban la encarcelación durante la etapa del movimiento nacionalista contra el mandato francés. Entre otras, encontramos las novelas La nieve viene por la ventana (1969) de Hanna Mina, y Los rebeldes (1964) de Sidqi Ismail. Durante los años de la República Árabe Unida (1958-1961), Said Hawraniya escribió el cuento El Mahja el Rabi, publicado originalmente en 1963, sobre la cárcel de Mezzeh. Más tarde, Sami el Jundi, detenido con la llegada al poder de Hafez al Assad, escribió la novela corta alegórica Mi amigo Elías (1969). Desde los años setenta hasta la actualidad, la literatura carcelaria siria se ha expandido, llegando a abarcar un corpus de textos complejo y variado, escrito tanto desde el punto de vista de izquierdistas seculares como de islamistas (en particular afiliados o acusados de afiliación a los Hermanos Musulmanes). Paralelamente, la definición del propio género sigue siendo controvertida. Los críticos literarios, antiguos presos políticos, autores que escriben sobre la experiencia de la reclusión pero no la han vivido en primera persona, y los propios lectores, debaten sobre quién puede escribir literatura carcelaria, qué tipo de escrito se considera como tal y qué es auténtica escritura sobre la reclusión por razones políticas en Siria.
Memorias, testimonios y ensayos Varios presos políticos afiliados o acusados de afiliación a los Hermanos Musulmanes, que cumplieron sentencia entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, han escrito memorias y testimonios desgarradores sobre su paso por el archipiélago penitenciario sirio. Entre ellos, están las memorias de los reclusos de la célebre cárcel militar de Tadmur, situada cerca de la antigua Palmira. Tadmur, bautizada por Yassin al Haj Saleh como la “prisión absoluta” fue el escenario de la masacre de unos 1.000 presidiarios en 1980, perpetrada por los militares sirios, en represalia por el intento de asesinato de Hafez al Assad.
La cárcel de Tadmur, considerada la peor del país hasta que el grupo Estado Islámico la destruyó en mayo de 2015, es el contexto donde se sitúan memorias como las del jordano Muhammad Salim Hammad, Tadmur: observador y observado, y de Jalid Fadil, en En el abismo: dos años en la cárcel del desierto de Tadmur (1985). Aunque ya no estén disponibles, durante muchos años se podían consultar testimonios más breves de antiguos reos de Tadmur en el sitio web Tadmor8k. Más recientemente, el inmunólogo sirio-estadounidense Bara al Sarraj se animó a contar por fin sus experiencias tras su detención en la revolución de 2011 en De Tadmur a Harvard (2016). El libro, bien documentado, incluye mapas de Google desde que lo apresaron en 1984 cuando estudiaba en la Universidad de Damasco hasta su liberación en 1996. Aunque al principio no le informaron de los motivos de su detención, acabó sabiendo que le habían encerrado solo por haber acudido a una mezquita determinada cuando estudiaba secundaria. Reflejo de la variedad de recursos que adoptan los autores para publicar títulos de literatura carcelaria y eludir la censura, Al Sarraj empezó a publicar tuits con fragmentos de las memorias a medida que las escribía. Asimismo, puso el manuscrito inicial a disposición de sus seguidores en el sitio web 4shared, antes de publicar la obra por cauces más convencionales en 2016.
Otros antiguos presos políticos, sin vínculos con los Hermanos Musulmanes, han contado su paso por el penal militar de Tadmur. Uno de ellos es Ali Abu Dahn, un libanés encarcelado durante la ocupación siria de su país (1976- 2005). Fieles al patrón habitual de las memorias carcelarias, estos autores presentan, en orden cronológico y con dolorosos detalles, su detención, tortura e internamiento en Tadmur y otros centros de interrogación. Estas memorias no solo documentan el sufrimiento personal de los autores a manos del Estado, también dan fe de quienes fueron asesinados en el presidio y, por tanto, ya no tienen voz.
Son pocas las ex presas políticas sirias que han publicado memorias completas de sus experiencias. Las de Hiba Dabbagh, Solo cinco minutos: nueve años en cárceles sirias, son las primeras y más ampliamente divulgadas memorias de una reclusa. Dabbagh describe su detención en 1980, cuando también era universitaria, y los casi 10 años que pasó en la cárcel, a causa de la presunta actividad en los Hermanos Musulmanes de sus familiares varones. Estuvo presa hasta 1989; solo tres de sus familiares se libraron de ser ejecutados o asesinados por el régimen, durante el asedio y la masacre de la ciudad de Hama, en 1982. Finalmente, la escritora logró asilo político en Canadá.
Varios antiguos disidentes afiliados a partidos opositores de izquierdas, como el buró político del Partido Comunista (encabezado por el “Mandela” de los presos políticos sirios, Riad Turk) y la Liga de Acción Comunista, han publicado memorias, testimonios y libros de ensayos. Es el caso de Faraj Bayraqdar, Rida Haddad, Luay Husayn, Aram Karabit y Yassin al Haj Saleh. Las poéticas memorias carcelarias de Faray Bayraqdar, Las traiciones del lenguaje y el silencio (2006), se basan en escritos ocultos y sacados clandestinamente de la prisión. Las memorias del poeta, que estuvo entre rejas de 1983 a 2000, no son un relato cronológico, sino fragmentado, de su estancia en presidios sirios. La poesía está muy presente en el libro, que cuestiona reiteradamente la capacidad del lenguaje para describir la experiencia del encarcelamiento en Siria.
La obra Por fin, chicos: dieciséis años en cárceles sirias (2012), de Yassin al Haj Saleh, recoge ensayos y entrevistas, publicados originalmente en la primera década del siglo, que reflejan su experiencia personal como reo, así como la historia del encarcelamiento por motivos políticos y el estatus de los antiguos presos políticos en Siria. Aunque se incluya en casi todas las recientes bibliografías de literatura carcelaria siria, para Al Haj el libro no pertenece al género. Como dice en el prólogo, él ve en los libros de ensayo un intento de “transformar la cárcel en un tema cultural”, para acabar con lo que denomina los “mitos” del encarcelamiento político en su país.
Cuentos
La literatura carcelaria se caracteriza por la abundancia de cuentos que abordan el tema. Muchos escritores ex reclusos, como Ibrahim Samuil, Yamil Hatmal, Ghassan al Jabai, Talib Ibrahim, Hasiba Abdalrahman y Ali al Kurdi, han basado sus novelas cortas en la experiencia de la reclusión, o han dejado que ésta influyera en su producción. Uno de los cuentistas más destacados de Siria, Ibrahim Samuil, ahonda en el estado psicológico de los presos políticos (así como los prófugos políticos) y sus familias en sus dos primeros libros: Ejem, ejem(1990) y El hedor del paso firme (1990). Varios críticos, como Miriam Cooke e Isabella Camera d’Afflitto, han apuntado que Samuil nunca menciona directamente ideologías políticas ni representa directamente la violencia de la tortura perpetrada contra los presos políticos. En su lugar, al poner el acento en momentos de vulnerabilidad, se vuelca en las terribles consecuencias emocionales del internamiento prolongado y en los efectos dañinos de la opresión política no solo en los disidentes, sino también en sus familias, sobre todo los hijos.
En su volumen de cuentos Dedos de plátano (1994), Ghassan al Jabai recurre al relato surrealista y alegórico para plasmar la crueldad de que son víctimas tanto el preso político como su familia. Al representar a los presos políticos como seres “inhumanos” (por ejemplo, demonios), sus cuentos ponen de relieve las formas en que el régimen deshumaniza a quienes osan hacerle frente.
Novelas
La primera novela publicada por la activista y ex presa política Hasiba Abdalrahman fue El capullo (1999), una obra de referencia. Basada en diarios y escritos que la autora sacó clandestinamente de la cárcel, fue la primera novela escrita por una ex presidiaria sobre el encarcelamiento por motivos políticos. Escrita en un estilo no lineal, sino fragmentado, incorpora un torrente de narrativa consciente y las voces de numerosos personajes. El libro constituye un singular punto y aparte, tras una generación anterior de novelas sobre prisiones sirias, incluida la realista La cárcel (1999), escrita por Nabil Sulayman y centrada en la resistencia heroica de su protagonista masculino. En El capullo, que critica tanto al régimen de Al Assad como a la oposición de izquierda, Abdalrahman cuenta la historia de Kawthar, presidiaria marxista, con el trasfondo de la historia política siria del siglo XX, desde su detención e interrogatorio bajo tortura hasta su supervivencia varios años entre rejas. El relato pone de relieve la voz de Kawthar, como sujeto parlante femenino, que pese a las dificultades se niega a que la silencien o encasillen como heroína carcelaria idealizada.
Como El capullo, el libro de Mustafa Jalifa El cascarón (2008) supone una aportación significativa al género de la literatura carcelaria y al de la literatura árabe contemporánea en general. Primera novela centrada únicamente en un recluso del penal militar de Tadmur, es de un estilo directo y austero. Su estructura es la de unas memorias de presidio, relatadas oralmente y memorizadas, con entradas fechadas a las que se añaden comentarios editoriales posteriormente. Cuenta la historia de Musa, ateo nacido en una familia cristiana, a quien detienen en un aeropuerto y acusan por error de ser miembro de los Hermanos Musulmanes. Enviado a la “cárcel del desierto”, Musa se ve condenado al ostracismo y al silencio por el resto de internos, debido a su falta de fe religiosa, durante gran parte de sus 10 años de privación de libertad. Como observador silenciado, Musa ejerce de contrapeso a los mecanismos de vigilancia de la prisión del régimen: presencia y toma nota de todas las atrocidades que allí se cometen.
También Malik Daghastani y Rosa Yassin Hasan han escrito novelas que giran en torno a la experiencia penitenciaria. La novela corta de Daghastani El remolino de la libertad (2002) es un relato surrealista y experimental estructurado en torno a las fantasías y recuerdos de un convicto al que llevan a juicio. La obra, que hace hincapié en la capacidad creativa del prisionero para imaginarse en otro lugar, más allá de los muros de la cárcel, también reflexiona sobre el propio acto de escribir y destaca la relación entre escritura y libertad. En el prefacio de Negativo (2008), Hasan define su libro como una “novela documental”. La escritora incorpora de un modo único los testimonios orales de muchas presidiarias, extractos de obras de literatura carcelaria sirias y referencias a numerosas obras del mismo género de la región y de todo el mundo. Así construye un calidoscopio de las vivencias de presas políticas con sus propias voces. En su aclamada novela Guardianes de aire (2009), Hasan cuenta la historia de Anat, una traductora que espera durante años la excarcelación de su marido Jawwad, condenado por motivos políticos. La novela dibuja la experiencia de la encarcelación política por medio de las visitas de la protagonista al penal, las historias de los amigos de la pareja –también víctimas de los perjuicios psicológicos de la encarcelación– y las cartas de Jawwad a su esposa.
Conclusión
Además de las obras mencionadas, en el género de la literatura carcelaria se inscriben varias obras de teatro, incluidas las escritas por Ghassan al Jabai y Wadi Ismandar y libros de poesía, como los de Faray Bayraqdar. La literatura carcelaria ha servido también como punto de partida e inspiración de películas como Sobre la arena, bajo el sol (1998) de Muhammad Malas, Viaje al recuerdo (2006) de Hala Muhammad, y la muy reciente Tadmur (2016), de Monika Borgmann y Lokman Slim.
Con el estallido de la revolución siria en 2011, varios autores, como Bara al Sarraj, se han prestado a escribir sobre lo que vivieron décadas atrás, al ser detenidos. Los autores sirios siguen, por tanto, rompiendo el silencio impuesto por el régimen de Al Assad, generando contrarrelatos frente al discurso y la propaganda oficiales. Como dice Yassin el Hay Saleh en el prefacio de Por fin, chicos: dieciséis años en cárceles sirias , hoy una nueva generación de sirios está difundiendo testimonios y obras creativas para contar sus experiencias de opresión y encarcelamiento políticos desde 2011, sobre todo a la luz de las detenciones masivas y las ejecuciones de miles de ciudadanos a manos de las fuerzas de seguridad del régimen.