Consecuencias económicas de la inestabilidad: un lastre añadido para la región MENA

La inestabilidad ha provocado la destrucción de infraestructuras, interrupción de flujos comerciales regionales y la desviación de presupuestos a temas de seguridad

Javier Albarracín

La incertidumbre e inestabilidad económica se han instalado en el Mediterráneo desde el inicio de las revueltas árabes de 2011. Desde entonces, y en diferente grado, las manifestaciones, represiones, atentados terroristas, guerras abiertas, movimientos masivos de personas, tensiones políticas, alteraciones de fronteras y una cierta psicosis de conflicto extendida entre la población han llevado a gran parte de la región a un largo impasse económico.

La mayoría de los países del Norte de África, a pesar de haber acumulado significativos crecimientos económicos más o menos sostenidos en los años previos a las revueltas, han demostrado no haber logrado, o querido, desarrollar un sistema económico de mercado, independiente del poder político, transparente y diversificado, tanto en lo productivo como en sus socios internacionales. Así, dos de las economías más destacadas por las principales instituciones financieras internacionales como ejemplo de reformismo económico, la egipcia y la tunecina, se han revelado con el tiempo como opacas, corruptas, intervencionistas y cooptadas por unas élites políticas y económicas nacionales depredadoras. Este llamado crony capitalism(capitalismo de los amigos) ha generado una creciente polarización socioeconómica, excluyendo a gran parte de la sociedad de los beneficios materiales del crecimiento económico.

Según diversos informes recientes del Banco Mundial, 214 importantes empresas tunecinas estaban vinculadas al clan Ben Ali, acaparando un 21% de los beneficios generados por el sector privado nacional en 2010, aunque generando menos del 1% de los puestos de trabajo. Según estos mismos informes, un mínimo de 469 empresas egipcias estaban vinculadas al clan Mubarak en ese mismo año, concentrando el 60% de los beneficios del sector privado, pero generando poco más del 10% de los puestos de trabajo. Por su parte, el Levante mediterráneo ha convivido a lo largo de las últimas décadas con diversos conflictos enquistados, especialmente el de Israel con varios de sus vecinos, que han vivido de forma cíclica dramáticos estallidos. Igualmente, las tensiones, inestabilidades y guerras de Oriente Medio (especialmente las diferentes guerras de Irak con Irán, Kuwait y la coalición internacional) han tenido un gran impacto económico regional, con la destrucción de infraestructuras, interrupción de flujos comerciales regionales, desestructuración de economías y mercados laborales, desviación de grandes cantidades de dinero a presupuestos de seguridad…

Así, un minucioso estudio elaborado en 2009 por el think tank indio Strategic Foresight Group (con el apoyo del AKP turco y los gobiernos de Catar y Noruega bajo el título The cost of conflict in the Middle East) calculaba el coste de estos conflictos entre 1991 y 2009 en 12 billones de dólares, tanto por la destrucción generada como por el coste de oportunidad para las economías de la región. A raíz de las revueltas y cambios de 2011, hay que añadir a estos costes una nueva inestabilidad e incertidumbre generalizada que persiste hasta hoy. Ya sea por el impacto nacional y regional de las guerras de Libia, Siria e Irak; por las tensiones generadas por la represión de regímenes autoritarios como el de Egipto o por las consecuencias de actos terroristas como los ocurridos en Turquía, Túnez, Egipto o Líbano, las economías de la zona se han visto significativamente afectadas de forma negativa.

Al innegable drama humano que desgarra gran parte de la región, se suman los efectos económicos y financieros negativos derivados del impacto de los refugiados en los países de acogida, los millones de desplazados internos en los propios países, la destrucción y una sensación generalizada de conflicto y de persistente inestabilidad. Según un informe del Banco Mundial de 2015, el coste directo e indirecto de la guerra de Siria en los seis países de la zona (Turquía, Líbano, Jordania, Irak, Egipto y la propia Siria) es de cerca de 35.000 millones de dólares, lo que significa que esta cantidad podría haberse sumado al PIB regional agregado, de haberse evitado el conflicto. Esta suma contabiliza las infraestructuras destruidas, las pérdidas por el embargo a Siria (con un gran impacto sobre el comercio intrarregional, que se había multiplicado por siete desde 2000), el coste final de proveer los servicios a millones de refugiados (comida, alojamiento, servicios sociales…) así como la desviación de recursos económicos nacionales a prioridades en temas de seguridad derivadas del conflicto. En Turquía que, según Naciones Unidas, acoge en su territorio a más de 1,6 millones de refugiados sirios desde el inicio de la guerra, el gobierno del AKP ha dedicado más de 5.000 millones de dólares a su atención e infraestructuras de acogida. Esta importante partida presupuestaria, unida a la presión demográfica de los refugiados en la zona fronteriza (comparten 822 kilómetros de frontera), está generando crecientes tensiones políticas, económicas y sociales en las ciudades turcas de esta zona.

Repercusiones en el mercado laboral e inmobiliario

A este coste regional hay que añadir el impacto en los mercados laboral e inmobiliario en los países fronterizos con los que están en guerra, derivado del flujo de refugiados que acogen. Así, según cifras del Banco Mundial, en 2014 unos 170.000 libaneses cayeron en la pobreza como consecuencia de la competencia en el mercado laboral y la presión a la baja sobre los salarios por el exceso de oferta de mano de obra. Igualmente, se está llegando a una saturación de los servicios sociales nacionales por la presencia de más de un millón de refugiados sirios en un país con una población de 4,2 millones de personas (lo que representa un incremento aproximado del 23% de la población en los últimos tres años). Según el gobierno libanés, en 2013-14 se inscribieron más de 90.000 niños sirios refugiados en su sistema educativo, con un coste adicional de más de 400 millones de dólares.

No obstante, el impacto económico de la guerra ha beneficiado a algunos segmentos de las economías fronterizas, como consecuencia del comercio ilícito de todo tipo de productos así como del hecho de que la desestructurada economía siria no puede hacer frente a las necesidades de su población. Así, las exportaciones de bebidas, tabaco y alimentos libaneses a Siria han aumentado de forma considerable. Por ejemplo, entre 2011 y 2013 las exportaciones libanesas de trigo a Siria se multiplicaron por 14. En esta línea, en los países y zonas fronterizas con las guerras de Siria e Irak, el flujo de personas ha tenido también un fuerte impacto en el precio de los bienes inmuebles, especialmente en los países más pequeños como Jordania y Líbano. Los alquileres han aumentado un 40% en Líbano y un 2% en Turquía como resultado de la creciente demanda, mientras que en Siria se han desplomado un 50%, por la destrucción y los desplazamientos masivos.

En Túnez, el impacto de la guerra libia también es doble. Por una parte, la porosidad de las fronteras (con la infiltración de yihadistas que han realizado dramáticos actos terroristas), el retorno de una parte importante de los trabajadores tunecinos en ese país (según diversas fuentes, son varios cientos de miles, privando a Túnez de las remesas que éstos enviaban) y la incertidumbre asociada a ciertas derivas políticas durante la transición están llevando a la economía local a un estancamiento. Por otra parte, se estima que los aproximadamente 1,2 millones de libios que han huido a Túnez, muchos de ellos adinerados, están aportando según diversas fuentes en torno a 1.000 millones de euros anuales a la economía tunecina. Además, la histórica costumbre de los libios de acudir a tratarse a hospitales tunecinos se ha visto reforzada como consecuencia de la guerra, con los consiguientes ingresos para este sector y los complementarios, como el sector hotelero. Aun así, los dos atentados terroristas de 2015 contra el sector turístico –más de seis millones de visitantes anuales y que concentra alrededor del 14% del PIB tunecino–, han generado enormes dudas sobre su seguridad. Esto ha supuesto la anulación de las escalas de los cruceros en Túnez así como cancelaciones masivas por parte de grandes turoperadores mayoristas, como Thomson y Thomas Cook.

Una situación similar están viviendo las otras economías árabes que cuentan con el turismo como una de sus principales fuentes de ingresos. La llegada de turistas a Jordania y Líbano se ha reducido drásticamente en los últimos años. Egipto, con sus duras medidas de seguridad en las zonas más sensibles, está consiguiendo recuperarse lentamente de la gran caída del turismo sufrida tras las revueltas de 2011. Incluso Turquía, la gran potencia turística, se ha visto obligada recientemente a cerrar el acceso de turistas a ciertas partes del Sur y suroeste del país, las más castigadas por la inestabilidad regional. Así, Marruecos es el único país de la zona cuyo sector turístico no se ha visto afectado por esta tendencia.

La economía y las inversiones, especialmente las extranjeras, tienden a buscar estabilidad ya que les permite tener expectativas de beneficios a corto y medio plazo. La situación actual de incertidumbre política, económica y de seguridad se ha generalizado en la región, llegando en algunos casos a apuntar ciertas dudas incluso en países del Norte del Mediterráneo. Y lo que lo hace más complejo de superar, también se ha instalado en la mente de gran parte de la población, así como en la percepción de los potenciales inversores exteriores. Superar este impasse real y psicológico llevará tiempo, y requerirá de ambiciosos hechos concretos, tanto nacionales como regionales ya que el efecto contagio de la inestabilidad es muy elevado en la economía. En este sentido, se necesitarán esfuerzos concertados por actores, privados y públicos, nacionales, externos y multilaterales, financieros y comerciales… de tal modo que permitan empezar a vislumbrar mejoras socioeconómicas para las poblaciones; es decir a ilusionarlas. Es imprescindible para todas las poblaciones de la región, que están abocadas a cooperar y desarrollarse de forma conjunta, o a no avanzar.