Catar, mediador, ¿neutral?, entre acérrimos enemigos
El pasado 22 de noviembre, Catar anunciaba el primer –y único, hasta el momento– acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza. La tregua de cuatro días entró en vigor el 24 de noviembre y, en frenéticas y enervantes negociaciones, los mediadores cataríes lograron extenderla en dos ocasiones, hasta el amanecer del 1 de diciembre. Durante esa semana de tregua, más de un centenar de rehenes capturados el 7 de octubre por los milicianos islamistas fueron liberados a cambio de 240 mujeres y menores de edad palestinos presos en cárceles israelíes.
Desde entonces, han fracasado todos los esfuerzos de Catar y de los otros dos mediadores (Estados Unidos y Egipto) para detener las hostilidades y permitir la liberación de los rehenes que permanecen en Gaza –se calcula que más de 130, de los cuales 32 ya habrían muerto. Aunque los negociadores, conscientes de la gran importancia religiosa y social del Ramadán, trataron de cerrar un nuevo acuerdo antes del comienzo del mes sagrado el 11 de marzo, esto no fue posible.
En las últimas semanas, los representantes de las dos partes en conflicto y de EEUU han viajado frecuentemente a El Cairo, donde tuvieron lugar las rondas de contactos antes del Ramadán. Aparte de Egipto, Francia entró en juego a principios de este año y en París se elaboró una propuesta que ha sido la base de las recientes conversaciones. Pero Doha sigue siendo central en la mediación entre Israel y Hamás: el primer ministro y ministro de Exteriores catarí, Mohamed bin Abdulrahman al Thani, se ha encargado personalmente de los contactos y conversaciones; el portavoz del Ministerio de Exteriores, Mayed al Ansari, se ha convertido en la cara conocida de la diplomacia catarí, siendo el encargado de anunciar cada entendimiento entre las partes.
Una fuente del gobierno catarí, conocedora de las negociaciones, explica a esta publicación que “Catar está hablando con todas las partes en conflicto y coordinándose estrechamente con los socios regionales e internacionales para lograr más avances”. Sin embargo, admite que “las complicaciones de la guerra han dificultado la capacidad de mediación”.
“Como mediadores, nuestra habilidad para trabajar está limitada cuando una o las dos partes persiguen la violencia. Aun así, no vamos a tirar la toalla. Nuestra prioridad sigue siendo poner fin a esta guerra, a la matanza de civiles inocentes, y encontrar una solución negociada para garantizar la puesta en libertad de los rehenes”, afirma la fuente, que pide permanecer anónima.
Desde el primer acuerdo alcanzado, los dos pilares fundamentales de las negociaciones son el humanitario –detener la guerra y permitir la entrada de suministros básicos vitales a Gaza– y la liberación de los rehenes, tal y como explicó el propio Abdulrahman al Thani en la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada a mediados de febrero.
Catar y Egipto han hecho más hincapié en el acceso de asistencia humanitaria a la Franja y en el fin de las hostilidades; mientras que EEUU e Israel priorizan la liberación de los rehenes y el desmantelamiento de Hamás –esto último es el objetivo declarado de Israel. Las dos partes del conflicto nunca negocian de forma directa sino que lo hacen a través de representantes o del país con el cual tienen más afinidad y cercanía. Por ejemplo, los delegados de Hamás no suelen reunirse con los estadounidenses y los israelíes, sino con los cataríes y los egipcios, que a su vez trasladan la postura de los islamistas a los representantes de EEUU e Israel, ya que ambos gobiernos consideran que Hamás es una organización terrorista y sería impensable que la aceptaran como interlocutor.
En esta diplomacia itinerante, Catar es el único país que mantiene buenas relaciones con todas las partes, gracias a su relativa neutralidad o a la ausencia de conflictos abiertos con el resto de actores –sin ir más lejos, entre Egipto y Hamás existen muchos recelos, y aunque los islamistas tratan con El Cairo, no confían en el régimen que, junto a Israel, mantiene un bloqueo sobre la Franja de Gaza desde que Hamás tomó el poder en 2007. El gobierno catarí lleva años financiando y acogiendo a Hamás, que en 2012 trasladó su oficina política a Doha desde Damasco, cuando Siria empezó a deslizarse hacia la guerra civil. Algunos de los líderes más prominentes del Movimiento de Resistencia Islámica (su nombre en árabe, del que Hamás es un acrónimo) residen desde hace tiempo en la capital catarí, como Ismail Haniyeh.
La monarquía de los Al Thani representa una versión del islam político parecida a la que instauró Recep Tayyip Erdogan en Turquía y que deriva del ideario de los Hermanos Musulmanes, de cuya rama palestina surgió Hamás en los años ochenta del siglo XX –aunque, a diferencia de la mayor parte de las filiales de la Hermandad en los países de la región, Hamás no ha renunciado a la violencia.
Doha también tiene una posición privilegiada de cara a Occidente. Es un socio estratégico de Washington (que tiene en este país del golfo Pérsico su mayor base militar de Oriente Medio) y la administración de Joe Biden lo designó en 2022 como un “aliado importante no OTAN”, con un estatus especial del que también gozan Israel o Egipto, por ejemplo.
“La perspectiva de Catar es que la desescalada solo es posible cuando los canales de comunicación permanecen abiertos con todas las partes involucradas en un conflicto o disputa”, dice la fuente oficial catarí. Pero agrega: “Nuestro compromiso con el diálogo no tiene que ser confundido con el respaldo a alguna de las partes involucradas”.
Doha, un ‘socio confiable’
Catar no solo ha ejercido de mediador en el mundo árabe y entre actores de su zona de influencia, sino que ha sabido ganarse la confianza de otros gobiernos y en conflictos tan lejanos como el de Ucrania. El 19 de febrero, el Ministerio de Exteriores anunció la reunificación de 11 niños ucranianos con sus familias, después de la mediación catarí con Rusia. En ese momento, el ministerio quiso destacar en un comunicado que “los actuales esfuerzos de mediación de Catar para reunir a los niños ucranianos son una extensión de su enfoque de mediación y resolución de disputas por medios pacíficos (…) y un reflejo del compromiso duradero de Catar con los principios humanitarios y la solidaridad internacional”. Ese mantra, repetido por todos los dirigentes cataríes, ha logrado convencer a muchos y fraguar una determinada imagen del país.
Uno de los objetivos de Catar al diseñar su política exterior era alejarse y diferenciarse de la línea marcada por Arabia Saudí.
“Catar ha estado mediando durante más de 25 años y, en este tiempo, nos hemos ganado la confianza y el apoyo de nuestros socios internacionales”, dice la fuente gubernamental. “No estamos motivados por consideraciones sobre nuestra imagen o reputación, eso no es lo que nos lleva a mediar. A pesar de las críticas que recibimos por perseguir la paz en la región, siempre hemos dicho que vale la pena si conseguimos salvar una sola vida humana”.
Arabia Saudí había intentado también presentarse como mediador en el conflicto ucraniano por motivos puramente “humanitarios” y había conseguido, en septiembre de 2022, la puesta en libertad de 10 combatientes extranjeros capturados por Rusia en Ucrania, entre los que había cinco británicos y dos estadounidenses. En agosto de 2023 organizó una conferencia de paz en Yeda, a orillas del mar Rojo, con la participación de más de 40 países, incluidos EEUU y China, pero sin Rusia. Pero esos esfuerzos por parte del príncipe heredero Mohamed bin Salmán (MBS) –que buscaba probablemente mejorar su imagen internacional y ser visto como un hombre de paz, y no como quien ordenó el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en 2018–, no dieron frutos a largo plazo y Riad no se ha podido erigir como un mediador neutral ni confiable. Sus intereses son más evidentes y, en general, tienen que ver con blanquear y modernizar su imagen, y que su papel no se vea limitado solo al de exportador de petróleo. MBS también se ha acercado a Rusia y a China para diversificar sus alianzas; estos dos países no suelen señalar las violaciones de derechos humanos en Arabia Saudí, como sí lo hace su incómodo socio tradicional, Washington.
Uno de los objetivos de Catar a la hora de diseñar su política exterior basada en el diálogo y la multilateralidad era alejarse y diferenciarse de la línea marcada por el hermano mayor de los pequeños emiratos del golfo Pérsico: el reino de los Saud. Desde los años noventa del siglo XX, Doha ha buscado ser independiente y actuar sin el beneplácito de Arabia Saudí, y eso ha sido posible, en gran parte, gracias a sus reservas de gas natural, las terceras más grandes del mundo.
Después de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, el papel que Catar podía desempeñar como proveedor de gas natural quedó patente y Europa mostró más interés en el pequeño país árabe, que hasta ese momento enviaba el grueso de su producción a Asia. En 2021, Rusia fue, con diferencia, el mayor exportador de gas a Europa (más del 40% del total) y Catar era uno más de los países que proveían de gas a los 27. Desde el primer momento, los cataríes admitieron que no tenían la solución a la crisis energética causada por la guerra –esto es, que no podían llenar el vacío dejado por el gigante ruso–, pero sus exportaciones a la Unión Europea han ido en aumento, con varios acuerdos a largo plazo firmados en los dos años que dura ya el conflicto. En 2023, Catar aportó un 5,3% del gas importado por los países europeos, por detrás de Reino Unido y otros productores del norte de África (Egipto y Argelia, principalmente), según datos recientes de la Comisión Europea.
Tras haber sido reconocido a nivel internacional como un socio fiable, tanto energética como política y militarmente (lo que llevó a Washington en 2003 a trasladar su centro de operaciones en Oriente Medio de Arabia Saudí a la base de Al Udeid, a las afueras de Doha), Catar ha sabido mantener los equilibrios entre Occidente y Oriente, entre suníes y chiíes, y ha ido trazando una política exterior independiente, muy ambiciosa en ocasiones e, incluso, agresiva –lo cual ha molestado a sus vecinos y a otros países árabes, con los que ha tenido no pocas crisis diplomáticas en el siglo XXI.
A Catar no le ha sido fácil posicionarse de tal forma que actores no estatales catalogados de terroristas y estigmatizados por la comunidad internacional, como los talibanes, o países de mucho más relieve que el emirato lo consideren un mediador fiable y, de alguna manera, neutral. En el caso de los talibanes, Catar no reconoció su gobierno en Afganistán antes de la intervención estadounidense de 2001 (sí lo hicieron Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos). Sin embargo, Doha se ha erigido como el único interlocutor entre estos y Washington. Uno de sus mayores logros diplomáticos fue el histórico acuerdo entre los talibanes y EEUU, firmado en la capital catarí en febrero de 2020. Ese pacto, que se alcanzó después de unos dos años de mediación entre la administración de Donald Trump y el movimiento extremista afgano, incluía la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, después de casi dos décadas. La fuente oficial del gobierno señala que su “experiencia como mediadores no sería requerida si la disputa o el conflicto fuera fácil de resolver”. “Nuestro papel y responsabilidad como mediador es hacer todos los esfuerzos posibles para lograr el mejor resultado, pero el éxito final de las negociaciones depende de las partes”, añade.
Catar ha logrado ganarse la confianza de los líderes talibanes, que también mantienen una oficina en Doha desde 2013, y logró sentar a la misma mesa a sus representantes y a los estadounidenses. Precisamente, Washington ha permitido que tanto los talibanes como los islamistas de Hamás tengan presencia en Doha porque es la única forma de mantener canales de comunicación abiertos con ellos, a través de las autoridades cataríes que, por su parte, han aceptado este papel, no siempre sencillo y exento de riesgos.
Cuando los talibanes regresaron en agosto de 2021, Catar fue prácticamente el único interlocutor con el nuevo poder de facto en Kabul. En las primeras dos semanas después de la caótica retirada del ejército estadounidense de Afganistán, cerca de la mitad de las personas que EEUU y sus aliados quisieron evacuar lo hicieron a través de Catar, el único país que fletó vuelos de su aerolínea de bandera. De la misma forma, los negociadores cataríes lograron sacar de Gaza a los nacionales de diferentes países secuestrados por Hamás, en acuerdos bilaterales entre los islamistas y esas naciones, incluidas EEUU y Rusia.
Catar necesitó presentarse como un actor internacional relevante y, en algunos casos, indispensable, a raíz del aislamiento diplomático, político y comercial al que fue sometido por sus vecinos –Arabia Saudí, Baréin y EAU– y Egipto entre 2017 y 2021.
El Estado catarí necesitó presentarse como un actor internacional relevante y, en algunos casos, indispensable, sobre todo a raíz del aislamiento diplomático, político y comercial al que fue sometido por tres de sus vecinos y Egipto entre 2017 y 2021. Arabia Saudí, Baréin y Emiratos Árabes Unidos acusaron a Catar de interferir en sus asuntos internos y de apoyar a grupos islamistas radicales –en concreto, a los Hermanos Musulmanes, muchos de los cuales se habían refugiado en Doha tras el golpe de Estado contra Mohamed Mursi en Egipto en 2013. Los países limítrofes cerraron sus fronteras, interrumpieron los intercambios comerciales y prohibieron a la aerolínea Catar Airways sobrevolar su territorio. A las monarquías suníes del Golfo, sobre todo a la saudí, no les gustaba la relación que mantenían las autoridades cataríes con Irán, la potencia persa chií que es percibida como rival por los árabes suníes y, en concreto, por el país que acoge los dos lugares más sagrados del islam (La Meca y Medina).
Doha rechazó romper con Teherán o cerrar su influyente cadena de televisión Al Yazira, aunque tuvo que pasar a ejercer una política exterior más discreta y menos combativa para que el cuarteto árabe levantara el embargo –y probablemente también hiciera otras concesiones para contentar a sus adversarios. Ese bloqueo hizo mella en la economía catarí, pero también fue una oportunidad para proyectarse más allá del golfo Pérsico y del mundo árabe o musulmán. Catar considera que salió victorioso y más resiliente. Con la organización del primer Mundial de Fútbol en la región, se colocó definitivamente en la escena global como una potencia con carácter propio, aunque ese gran evento deportivo puso el foco en la situación de los derechos humanos en el país, sobre todo en los abusos y explotación de los trabajadores migrantes que participaron en la construcción de las infraestructuras necesarias.
Al Yazira, la voz de Catar en el mundo
En la proyección de Catar al exterior, no puede pasarse por alto el papel que ha desempeñado la cadena de televisión Al Yazira, fundada en 1996 por los Al Thani y financiada en gran medida, hasta hoy, por el Estado. Su canal de noticias 24 horas supuso una revolución en el mundo árabe, al ser el primero que retransmitía en ese idioma y abordaba los temas de interés para una audiencia que iba desde Marruecos hasta Irak. Por encima de todo, Al Yazira no era solo el altavoz de los gobernantes, como lo eran las demás televisiones estatales de los países árabes, sino que ofrecía una plataforma para todo tipo de opiniones, dio voz a opositores y críticos de los regímenes de la zona –menos el catarí, por supuesto– e, incluso, fue el medio elegido por la red terrorista Al Qaeda para transmitir sus mensajes al mundo (lo cual le ocasionó no pocas críticas y acusaciones de colaboracionismo). La cadena era considerada independiente y gozaba de popularidad porque se posicionaba a favor de las causas palestina, en primer lugar, y de los oprimidos; pero con el estallido de la Primavera Árabe, eso cambió y Al Yazira fue empleada como un instrumento por parte del gobierno catarí para ejercer influencia en los países que estaban experimentando un cambio histórico, como Túnez o Egipto, y en los incipientes conflictos de Libia y Siria.
En todos esos países, la cadena apoyó a los Hermanos Musulmanes que, en mayor o menor medida, emergieron como una alternativa a las dictaduras, siendo movimientos de oposición experimentados y más organizados que los jóvenes que tomaron las calles para derrocar al dictador de turno. Quizás donde la profesionalidad de Al Yazira se puso más en entredicho fue Egipto, porque su canal Mubasher Misr apoyó el ascenso al poder del islamista Mursi y siguió siendo un altavoz de sus Hermanos incluso después del golpe de Estado militar de 2013 –sus periodistas fueron perseguidos y tuvieron que exiliarse en Doha, y varios de sus reporteros han sido condenados a largas penas de cárcel y algunos incluidos en la lista de “terroristas” del régimen de Abdelfatah al Sisi.
Después del bloqueo del cuarteto árabe, Al Yazira tuvo que moderar su línea editorial, que nunca ha dejado de responder a los intereses de Catar, de una forma más abierta o más sutil, según el momento. La ingente cantidad de dinero que el Estado ha invertido en ese proyecto (que hoy en día tiene canales en árabe y en inglés, y uno dedicado a la región de los Balcanes en los idiomas locales) refleja la importancia que siempre le ha otorgado Catar al denominado poder blando, ejercido a través de los medios, la cultura y el deporte.
La falta de algunas libertades básicas o la muerte de miles de trabajadores de la construcción en los años previos al Mundial de Catar no ha empañado del todo su reputación internacional, que las autoridades han sabido maquillar con una diplomacia “pacifista” y una retórica poco belicista en una región donde siempre suenan tambores de guerra. Su postura en la actual crisis de Gaza, en la que prevalece el aspecto humanitario por encima de las rivalidades tradicionales de Oriente Medio y el histórico enfrentamiento entre árabes e Israel, contribuye a cimentar su reputación como mediador neutral. Aunque está por ver si conseguirá un acuerdo para poner fin más pronto que tarde a la masacre y al sufrimiento de los gazatíes./