Mediterráneo, gente y libros

Claudine Rulleau

Periodista y escritora, Francia

«Empecemos por la cultura; la política vendrá después»,[1] afirmaba hace poco en esta misma revista, con encomiable optimismo, el escritor Tahar Ben Jelloun. El Oriente árabe conoce mejor, desde el punto de vista cultural y político, a Occidente que no a la inversa, observaba, y añadía: «Conocerse significa reconocerse, aceptarse y respetarse.» ¿Habrá leído el presidente francés, Nicolas Sarkozy, a Tahar Ben Jelloun? Podemos congratularnos de que la cultura, ausente de los parlamentos del candidato a la presidencia, sobre todo en lo que se refiere a su proyecto de Unión del Mediterráneo, haya aparecido por fin en el discurso que pronunció en Tánger el 23 de octubre de 2007, en su visita oficial a Marruecos. «[…] Al contrario que Europa, que durante mucho tiempo los ha relegado al olvido en beneficio de la economía, la Unión del Mediterráneo situará, de entrada, la cultura, la educación, la salud y el capital humano en primera línea de sus prioridades. […] Invito a todos los jefes de Estado y de gobierno de los países ribereños del Mediterráneo a reunirse en Francia en junio de 2008 para sentar los fundamentos de una unión política, económica y cultural, basada en el principio de igualdad estricta entre las naciones de un mismo mar, la Unión del Mediterráneo […].»

Si fuéramos idealistas incurables, podríamos fruncir el ceño ante la expresión «capital humano», que nos hace percibir los desplazamientos conceptuales vehiculados por el vocabulario: «capital» humano, al igual que «recursos» humanos, pertenece al ámbito económico más que al cultural o espiritual. Pero no seamos quisquillosos y alegrémonos. Este impulso dado a la cultura en el contexto de la Unión del Mediterráneo (proyecto que suscita reservas en numerosos socios eventuales) viene como agua de mayo y coincide –¿por casualidad?– con la decisión del Parlamento Europeo y el Consejo de proclamar el 2008 como «año europeo del diálogo intercultural». Los diputados, que quieren desarrollar ese diálogo, abogaron por reforzar las medidas de la Unión al respecto. En concreto, propusieron la creación de un premio destinado a recompensar un proyecto destinado a los jóvenes. Y el año debería cerrarse con un Foro Intercultural que reuniera en el Parlamento a los representantes de la sociedad civil con los representantes políticos y religiosos.

 Así, pues, desde esta perspectiva no podemos sino acoger favorablemente la aparición de la primera obra exhaustiva dedicada a la literatura europea: Lettres européennes. Manuel d’histoire de la littérature européenne.[2] Los dos directores de la publicación, Annick Benoit-Dusaussoy y Guy Fortain, pusieron a trabajar a unos doscientos escritores y universitarios de todas las tendencias sobre el conjunto de la producción literaria de todo el continente, desde la Edad Media hasta la época contemporánea. Se presentan más de cuatro mil escritores. ¿Quién podrá ahora alegar ignorancia?

Volviendo al «diálogo intercultural» y al «diálogo de las culturas», deberíamos ponernos de acuerdo sobre lo que implican esas dos denominaciones: la enseñanza de lenguas, el hecho religioso y su influencia en el arte –pictórico, arquitectónico, musical, etc.– y en el lenguaje corriente (incluso entre los no creyentes), el estudio de usos y costumbres, el papel de los llamados medios de comunicación de masas, es decir, televisiones y radios,[3] evidentemente, pero ¿también los cómics, el cine y el último recién llegado, Internet? Son muy intensos los debates al respecto, y sobre el contenido de ese diálogo y los medios para conseguirlo: «El diálogo intercultural, definido en un marco internacional de formación conjunta y con arreglo a una apertura cultural, invita al encuentro, a los intercambios, al cuestionamiento», recuerdan Jacqueline Valantin y Marie-Geneviève Euzen-Dague en sus aportaciones a la obra que han dirigido y de próxima aparición.[4] Tras organizar durante veinte años intercambios entre jóvenes estudiantes y sus profesores de la región de Lyón, Marruecos, Túnez y Mauritania, hacen balance y precisan: « El camino propuesto es duro; exige una total implicación de la persona, de su inteligencia, su sensibilidad, […] su imaginario. Exige que cada cual, en su confrontación con el otro, acepte interrogarse sobre sus relaciones con el otro, con el mundo…, que acepte construir unos cuestionamientos que hagan tambalear sus certezas.» Propuesta: «Intercambiar para cambiar de actitudes, conductas, prácticas profesionales […] con el fin de liberarse de los estereotipos, conocerse mejor, comprenderse, comunicar, actuar conjuntamente.»

¿Y cuál es el papel del libro en todo esto? El que durante siglos fuera considerado vehículo privilegiado de la cultura ha visto mermada su supremacía. Saber leer constituía el nec plus ultra de una formación; la lectura, recomendada para todos, con algunas restricciones en el terreno moral (sobre todo para las jóvenes y las mujeres), era el incomparable instrumento de la adquisición del saber y la cultura, pese a que Malebranche (1638-1715), entre otros, advirtiera contra «dos malos efectos de la lectura en la imaginación». «Hay dos modos distintos de leer a los autores», escribía, «uno es muy bueno y muy útil; el otro, muy inútil e incluso peligroso. Leer resulta muy útil si se medita sobre lo que se lee […]; en una palabra, cuando se utiliza la razón […]; pero leer es peligroso cuando no se analiza lo suficiente para enjuiciarlo adecuadamente. […] El primer modo de leer ilumina el espíritu, lo fortalece y aumenta sus capacidades; el segundo disminuye sus capacidades, y poco a poco lo vuelve débil, oscuro, confuso.»[5]

¿Adónde va, entonces, ese libro –según se dice– hoy tan amenazado? Convertido, como otras cosas, en un «bien» cultural –en sentido material, hay que temerse–, ha caído en poder de los grandes grupos industriales, propietarios también de los sectores de la prensa y la edición, que ya no quieren contentarse con la rentabilidad hasta ahora bastante modesta de este último sector en numerosos países: del 3 al 4%. Hace unos años, un amigo mío asumió el envidiado cargo de director editorial en uno de esos grandes grupos. Un año más tarde dimitió. A quienes se sorprendían de una marcha tan rápida, les explicaba: «Desde que llegué sólo oí hablar de “producto”; ni una sola vez oí hablar de “libro”.»

Para combatir esta situación, que considera lamentable, André Schiffrin, propietario desde hace unos treinta años de la prestigiosa casa americana Pantheon Books, formula una serie de propuestas y aboga por una editorial «sin afán de lucro»: ciertamente, en este ámbito siempre han existido pequeñas empresas con producciones más o menos originales o interesantes y periodos de supervivencia más o menos largos, pero Schiffrin considera que la situación es tan preocupante que apela a las fundaciones privadas «ilustradas», e incluso a los poderes públicos, para atajar el fenómeno. «El creciente control de los medios de comunicación por parte de los grandes grupos empresariales tiene peligrosas consecuencias políticas e intelectuales. Aún estamos a tiempo de contrarrestar esta amenaza», proclama.[6]

Pero, al fin y al cabo, ¿cuál es, en este fin de año, el «top de la cultura» en Francia? Será, sin duda alguna, al igual que en 2006, un videojuego que simula un partido de fútbol de alto nivel, Pro Evolution Soccer 2008, que salió al mercado el 25 de octubre. Su predecesor encabeza los «bienes culturales» más vendidos en Francia en 2006: con un volumen de ventas de 32,6 millones de euros, supera incluso al DVD de Harry Potter y el cáliz de fuego (14,9 millones de euros). Entre los diez «bienes culturales» que encabezan la lista de 2006 figura un solo libro, Les Bienveillantes[7]de Jonathan Littell, premio Goncourt del mismo año. Los nueve restantes se reparten entre cuatro videojuegos y cinco DVD. ¿Diálogo cultural? ¡Juguemos todos al fútbol!

Sin embargo, se abre una esperanza: dos autores han querido dar una respuesta al «choque de civilizaciones»: Emmanuel Todd y Youssef Courbage, en su Rendez-vous des civilisations,[8]hacen hincapié en lo que une más que en lo que separa. Los autores han elegido un camino original, el de la demografía, para resaltar los puntos de convergencia entre la evolución de las sociedades occidentales y las del mundo musulmán. Recuerdan que estas últimas –a diferencia de las presentaciones reduccionistas de los grandes medios de comunicación– distan de tener un grado uniforme de desarrollo y prácticas –políticas, religiosas o sociales– idénticas. Demuestran –con estadísticas– que esas sociedades han emprendido una verdadera revolución en el control de la natalidad. Un dato salta a la vista, escriben: «Los demógrafos ven cómo se hunde, desde hace treinta años, la fecundidad en el mundo musulmán.» Y, para ellos, la verdadera explicación, la mejor identificada, no es el PIB per cápita, sino «la tasa de alfabetización de las mujeres». La evolución al alza de esa tasa de alfabetización en el planeta «da la visión, a la vez empírica y hegeliana, de un irresistible movimiento ascendente del espíritu humano. Todos los países, uno tras otro, avanzan alegremente hacia una situación de alfabetización universal. Este movimiento generalizado casa mal con la representación de una humanidad segmentada en culturas o civilizaciones irreductibles, antagónicas incluso. Existen diferencias, pero no existe ninguna excepción, y menos aún musulmana». Nos dan algunos motivos para la esperanza. Pero, ¿por cuánto tiempo? No hemos llegado al final del camino emprendido por Ramon Llull, quien hoy se vería obligado a… ¡abrir su propio blog en Internet!

Notas

[1] Quaderns de la Mediterrània, n° 8, 2007, p. 17.

[2] Bruselas, De Boeck, 2007.

[3] Ver Quaderns de la Mediterrània, n° 8, 2007.

[4] Le dialogue interculturel : du discours à l’action, prólogo de Paul Balta, con colaboraciones de Mamadou Bâ, Sarah Chaboud, Sadio Ngaïdé y Albert Sasson.

[5] Recherche de la vérité, 1674, segundo libro, cap. IV.

[6] Le Monde diplomatique, París, n° 643, octubre 2007.

[7] París, Gallimard, 2006.

[8] París, Seuil, 2007.