Ramon Llull fue un maestro paradigmático a quien llamaban «doctor iluminado», dando así a ese apelativo un sentido ambiguo de genio y locura. Fue conocido gracias a su Libro del gentil y los tres sabios, que, pese a provocar algunas divergencias, fue acogido como una tentativa de diálogo. En efecto, en dicha obra Llull presenta las tres religiones monoteístas como representantes de la razón. En su Ars combinatoria, intenta elaborar un método racional para memorizar, clasificar, organizar e inventar. La obra de Ramon Llull, aun respondiendo a una racionalidad peculiar, ha sido más fecunda de lo que se ha pensado hasta nuestros días.
No obstante, antes de empezar el debate, me gustaría proponer algunas definiciones. Llamo razón a un método de conocimiento basado en el cálculo y la lógica (originariamente, ratio significaba cálculo), empleado para resolver unos problemas que se le plantean al espíritu en función de unos datos que caracterizan una situación o un fenómeno. La racionalidad es el establecimiento de una adecuación entre una coherencia lógica (descriptiva, explicativa) y una realidad empírica.
El racionalismo es:
- Una visión del mundo que afirma el perfecto acuerdo entre lo racional (coherencia) y la realidad del universo; por lo tanto, excluye de lo real a lo irracional o lo arracional.
- Una ética que afirma que las acciones humanas y las sociedades humanas pueden y deben ser racionales en sus principios, su conducta y su finalidad.
La racionalización es la construcción de una visión coherente y totalizadora del universo a partir de datos parciales, de una visión parcial o de un principio único. Así, constituyen racionalizaciones la visión de un solo aspecto de las cosas (rendimiento, eficacia), la explicación en función de un factor único (el económico o el político), o la creencia de que los males de la humanidad se deben a una sola causa y a un único tipo de agentes. La racionalización puede edificar, a partir de una premisa totalmente absurda o ilusoria, una construcción lógica y deducir todas las consecuencias prácticas.
Desde el siglo XVII, la aventura de la razón occidental ha producido, en ocasiones simultánea e indistintamente, racionalidad, racionalismo y racionalizaciones. Hoy nos parece racionalmente necesario repudiar cualquier «diosa» razón, es decir, cualquier razón absoluta, cerrada, autosuficiente. Debemos considerar la posibilidad de una evolución de la razón.
La razón es evolutiva
La razón es un fenómeno evolutivo que no avanza de un modo continuo y lineal, como creía el antiguo racionalismo, sino mediante mutaciones y profundas reorganizaciones. Piaget ya se dio cuenta de ese carácter «genético» de la razón: «Entre una pequeña minoría de investigadores […] ha acabado imponiéndose la idea de que la razón por sí misma no constituye una invariante absoluta, sino que se elabora por medio de una sucesión de construcciones operativas, creadoras de novedades y precedidas de una serie ininterrumpida de construcciones preoperativas, que buscan la coordinación de las acciones y que eventualmente se remontan hasta la organización morfogenética y biológica en general.»[1]
El interés de esta cita de Piaget es triple. En primer lugar, descosifica la razón, que se convierte en una realidad evolutiva.[2] En segundo lugar, plantea el carácter «khuniano» de esa evolución, es decir, que «las construcciones operativas, creadoras de novedades» corresponden a cambios de paradigmas. Por último, enlaza la razón con la organización biológica: en este sentido, la razón debe dejar de ser mecanicista para transformarse en algo vivo y, en consecuencia, biodegradable.
Crítica y superación de la razón cerrada
La razón cerrada rechaza como inasimilables fragmentos enormes de la realidad, que se convierten entonces en la escoria de los días, puras contingencias. Así se rechazó: el problema de la relación sujeto/objeto en el conocimiento; el desorden, el azar; lo singular, lo individual (aplastado por la generalidad abstracta); la existencia y el ser, residuos irracionalizables; todo lo que no se somete al estricto principio de economía y eficacia (así, el festival, el Potlach, el don y la destrucción suntuaria son racionalizados a lo sumo como formas balbucientes y débiles de la economía, del intercambio). La poesía y el arte, que se pueden tolerar o practicar como diversión, no pueden tener valor de conocimiento y verdad y, claro está, se rechaza todo lo que denominamos trágico, sublime, irrisorio, todo lo que es amor, dolor, humor…
Sólo una razón abierta puede y debe reconocer lo irracional (casualidades, desórdenes, aporías, brechas lógicas) y trabajar con lo irracional; la razón abierta no es una represión sino un diálogo con lo irracional. La razón abierta puede y debe reconocer lo arracional. Pierre Auger señaló que no podíamos limitarnos al díptico racional-irracional. Hay que añadir lo arracional: el ser y la existencia no son ni absurdos ni racionales; son.
La razón puede y debe reconocer también lo superracional (Bachelard). No hay duda de que cualquier creación e invención implican algo de superracional, que eventualmente la racionalidad puede comprender después de la creación, pero nunca antes. Puede y debe reconocer que hay fenómenos a un tiempo irracionales, racionales, arracionales, superracionales, como tal vez el amor… De este modo, una razón abierta se convierte en el único modelo de comunicación entre lo racional, lo arracional y lo irracional.
La razón compleja
La razón cerrada era simplificadora. No podía afrontar la complejidad de la relación sujeto-objeto, orden-desorden. La razón compleja puede reconocer esas relaciones fundamentales. Puede reconocer en sí misma una zona oscura, irracionalizable e incierta. La razón no es totalmente racionalizable…
La razón compleja ya no concibe en oposición absoluta, sino en oposición relativa, es decir, también en complementariedad, en comunicaciones, en un intercambio entre términos hasta entonces antinómicos: inteligencia y afectividad; razón y sinrazón. El homo no es sólo sapiens, sino sapiens / demens.
Hoy día, ante la proliferación de mitologías y racionalizaciones, debemos salvaguardar la racionalidad como actitud crítica y voluntad de control lógico, pero añadiendo la autocrítica y el reconocimiento de los límites de la lógica. Y, ante todo, «la tarea consiste en desarrollar nuestra razón para que sea capaz de entender, dentro de nosotros y dentro de los demás, lo que precede y excede a la razón» (Merleau-Ponty). Recordémoslo: lo real siempre supera a lo racional. Pero la razón puede evolucionar y volverse más compleja. «La transformación de la sociedad que exige nuestro tiempo se revela inseparable de la autosuperación de la razón» (Castoriadis).