Un acercamiento a la lingua franca del Mediterráneo

Eva Martínez Díaz

Departamento de Filología Hispánica, Universidad de Barcelona

Existen ciertas lenguas que se han creado ante la dificultad de comunicación entre gentes que hablan idiomas distintos, pero que, sin embargo, poseen intereses comunes. Ante esta situación lingüística, los hablantes son capaces de crear una lengua específica para aquellos contextos en los que se da una comunidad de intereses; a este sistema de comunicación común se lo conoce con el nombre de lingua franca.

En estas páginas se pretende analizar la lingua franca que se creó en las orillas del mar Mediterráneo desde el siglo xv hasta finales del siglo xix. Con ello no se quiere describir su sistema lingüístico, sino definir qué se debe entender exactamente por la lingua franca del Mediterráneo. Para ello será preciso delimitar este concepto con otros estrechamente relacionados, así como presentar, a grandes rasgos, los factores sociales, políticos y militares que favorecieron el origen de un sistema de comunicación común a lo largo de toda la cuenca mediterránea.

Hacia finales del año 1951, la lingua franca se definió como la que utilizan habitualmente hablantes de diferentes lenguas maternas a fin de poder establecer comunicación entre ellos (Unesco, 1972: 689).

Los hablantes de diferentes sistemas lingüísticos, cuando utilizan una lingua franca persiguen un objetivo o una variedad de propósitos: relaciones comerciales, políticas, militares, culturales, administrativas o religiosas. Esos propósitos son los que justifican algunos de los términos sinónimos, o casi sinónimos, de lingua franca que aparecen en la bibliografía sobre el tema: lengua de comercio, lengua de contacto o lengua internacional. Todos esos términos tienen como denominador común la formación de una lengua creada por la necesidad de poner en contacto diferentes comunidades lingüísticas.

Sin embargo, para entender mejor qué es una lingua franca debemos acabar de definirla en relación con otros términos con los que se tiende a confundir: koiné, pidgin y jerga.

Una koiné y una lingua franca son sistemas lingüísticos compartidos por hablantes de diferentes lenguas vernáculas; sin embargo, la koiné puede identificarse con una de esas lenguas vernáculas o con cualquiera de las variedades de una misma lengua.

Por otro lado, un pidgin es una variedad interlingüística —una lengua mixta— que no es adquirida como lengua materna por ningún grupo social (Silva-Corvalán, 1989: 190). Cuando un pidgin se estabiliza lingüística y socialmente —el proceso de «pidgnización»—, ampliando su vocabulario y haciendo más complejo su sistema, puede dar lugar a lo que se conoce como lengua criolla, que se adquiere como lengua materna y suele, habitualmente, constituirse en lengua nacional. Según Samarin (1972), una lingua franca es una lengua pidgin, una lengua híbrida o mixta.

Por otra parte, una jerga, al igual que una koiné y un pidgin, es una variedad de lengua común que tan sólo es empleada por determinados grupos o comunidades sociales.

Concretamente, la lingua franca objeto de este estudio nació en el ocaso de la Edad Media con la expansión política y, sobre todo, económica de las principales ciudades marítimas del Mediterráneo, que tantas huellas habían de dejar en toda su área de influencia. Se construye una lengua de comunicación internacional, que llegó a dotarse de un léxico más o menos uniforme. Parece que la base de esta lingua estaba configurada fundamentalmente por la presencia de las lenguas romances; pero también por el árabe, el griego vulgar y el turco, lenguas todas ellas que contribuyeron no sólo en el léxico o en la morfosintaxis, sino también en la fonética.

A partir del siglo x, habitantes oriundos de diferentes puntos del Occidente cristiano establecieron relaciones políticas y comerciales en las costas del Mediterráneo oriental. Debido a esta expansión colonizadora, se constituyó una serie de estados latinos gobernados por nobles y soberanos occidentales.

Ante esta situación era de esperar que la huella que dejaran los occidentales no sólo fuera militar y política, sino también lingüística y cultural. Militares, marineros y comerciantes constituían grupos étnicos bastante compactos que incluso se establecieron en barrios propios. La afluencia de emigrantes a estas tierras orientales continuó durante siglos y cada grupo pudo mantener su lengua románica de origen. Fue éste el espacio idóneo para la coexistencia de varias lenguas románicas y no románicas; se produjo un espacio de colingüismo. Tanto la presencia de matrimonios mixtos como la necesidad de comunicación  entre hablantes de lenguas vernáculas distintas propiciaron la existencia de hablantes con competencia plurilingüe, ya fuera por el aprendizaje de la lengua autóctona por la población colonizadora, ya fuera por el aprendizaje de la lengua de los colonizadores por la población autóctona. Simultáneamente, la necesidad de comunicarse entre hablantes de lenguas diferentes también propició la presencia de intérpretes.

En este marco social y geográfico situado en los siglos xv, xvi, xvii y xviii se desarrolla una paralengua, una lengua de intercambio lingüístico creada a partir de la fuerte presencia veneciana en la navegación y el comercio de Oriente. Se trataría de una lengua vehicular creada más bien por no nativos, derivada de la lengua románica adaptándola a las necesidades de la comunicación (Metzeltin: 11).

Simultáneamente, una paralengua de rasgos similares se desarrollaba en otros territorios bañados por el Mediterráneo, variando su caracterización según las lenguas románicas que confluían en cada lugar. Dicha paralengua, conocida también bajo el nombre de lingua franca, nacía de la mezcla entre una o varias lenguas románicas y cualquier lengua oriental o levantina; se empleaba para algunas situaciones comunicativas y era dominada por hablantes de un cierto nivel cultural y de ciertos ámbitos sociales —comerciales, administrativos o marítimos.

Esta lingua franca desde el siglo xv hasta el siglo xix es producto de un pidgin, cuyo resultado es que ninguno de los grupos que la utilizan siente la necesidad de aprender la lengua de los demás y, por ello, recurren a mecanismos menos complicados, esto es, crean una nueva lengua resultado de una mezcla cuya base léxica y morfológica —la base del pidgin— es el componente románico, precisamente la lengua del grupo más poderoso en estas relaciones y que varía según el período histórico.

En los umbrales del siglo xvi, a partir de acontecimientos políticos y sociales, la lingua franca del Mediterráneo fue adquiriendo paulatinamente una base lingüística española. Para ello es necesario recordar qué hechos históricos propiciaron el contacto entre el español y otras lenguas bañadas por el Mediterráneo. Argelia perteneció a los almorávides y a los almohades desde el siglo xi hasta el siglo xiii y, tras dividirse en zonas tribales independientes, sus ciudades costeras ejercieron la piratería. Para contrarrestar este avance, los españoles ocuparon Orán y otras ciudades en 1509. Ante tan dura afrenta por los intentos de los españoles para poder conquistar Argel, los argelinos fueron protegidos y ayudados por los corsarios grecoturcos; sin embargo, éstos acabaron ocupando la ciudad, y todo el país quedó sometido a la autoridad otomana.

Acerca de la situación lingüística de la ciudad en la segunda mitad del siglo xvi, Fray Diego de Haedo, en su Topographia e historia general de Argel (1612), distingue cinco comunidades lingüísticas, formadas por turcos, cristianos renegados, cristianos cautivos, judíos y moros. Entre los cristianos cautivos, se encuentran los españoles, portugueses, franceses e italianos. Cada una de esas comunidades conservaba la lengua materna que se utilizaba para que los miembros de una misma comunidad pudieran comunicarse entre ellos. Sin embargo, no puede sorprendernos que éstos fuesen capaces de entender y hablar la lengua de sus amos —después de cinco, diez o más años de cautiverio.

No sólo entre los cristianos cautivos tuvo lugar el aprendizaje de segundas lenguas o el inicio de la creación de la lingua franca. La presencia de los españoles en los baños norteafricanos de los reinos de Argel, Túnez y Salé también fue una situación idónea para la formación y el posterior desarrollo de esta lingua franca. Por ejemplo, en los baños de Fez, Tetuán, Vélez de la Gomera, Argel y Constantinopla, se reunían hablantes de muchas lenguas que procedían de numerosas y variadas zonas geográficas.

Sin embargo, del colingüismo surgido entre aquellas cinco comunidades en la ciudad de Argel mencionadas por Fray Diego, sólo se destacan tres lenguas, las que se convirtieron en lenguas comunes que permitían que miembros de distintas comunidades pudieran comunicarse.

En primer lugar se presenta el turco, que es hablado por los turcos, por los cristianos renegados que tratan con los éstos, por los moros y por los cristianos cautivos.

En segundo lugar, y junto con esta lengua, se presenta el morisco, que no sólo es utilizado por los moriscos, sino también por los turcos y los cristianos que tratan con ellos.

Y por último se cita la lengua común del trato cotidiano entre esclavos y señores, cautivos y redentores, mercaderes y compradores, musulmanes y cristianos; ésta es la lingua franca, o el hablar franco, que responde a la lengua y al modo de hablar cristiano. Con esta lengua, la comunicación con los cristianos era más fácil, puesto que era una mezcla de varias lenguas cristianas, cuyos vocablos eran en su mayoría italianos e españoles, más algunos portugueses. Cabe matizar que la huella lusitana se debía a la política colonial que la monarquía de Portugal practicaba con Marruecos; por este motivo, la presencia de gran número de portugueses en Tetuán y Fez persistió hasta la derrota del rey Sebastián en Alcazarquivir, en una cruzada contra Marruecos.

El uso de esta lingua franca fue general debido a la presencia constante de cristianos. De este modo, incluso los niños y mujeres autóctonos del norte de África la utilizaron o, por lo menos, pudieron llegar a entenderla en boca de cristianos. Al mismo tiempo, hay que destacar que también el aprendizaje se podía desarrollar en tierras lejanas, como fue el caso de los turcos que estuvieron cautivos en España, Italia o Francia, así como el gran número de renegados y judíos que estuvieron en territorio cristiano y eran capaces de hablar tres lenguas: español, italiano y francés.

Confirmado por los cautivos y viajeros a lo largo de los siglos xvii y xviii, se atestigua que la designación de lingua franca, de origen oriental, podía haber sido llevada a Argel por los corsarios grecoturcos, cuando fueron a auxiliar a los argelinos para acabar ostentando el poder hegemónico.

Siguiendo al criollista Robert Hall (1966), la presunta lingua franca del siglo xix fue un pidgin francés. Cuando Francia se embarcó en la conquista y la consecuente colonización de Argelia en 1830, en los antiguos estados piratas de Trípoli, Túnez y Argelia fue donde se desarrolló la lingua franca ampliamente usada a lo largo del siglo xix. De este modo, la consecuencia lingüística fue bastante clara: la lingua franca, hasta el momento de base italiana y española, cambiaba de base, se afrancesaba, adquiriendo la denominación de sabir.

Como contrapunto a su nacimiento y evolución, constatamos que el declive de esta última lingua franca mediterránea y su posterior desaparición se deben situar a finales del siglo xix y principios del xx. Se advierte, por ejemplo, que en Argelia la difusión del francés, irregularmente aprendido por los norteafricanos a través de los propios franceses, fue un factor decisivo para la desaparición de la lingua franca hablada en Argel. El proceso no fue tanto una sustitución de la lingua franca por una interlengua —francés o árabe: los argelinos dejaron de aprender la lingua franca ante el afrancesamiento creciente de la comunidad árabe.

En definitiva, la lingua franca del Mediterráneo nace de la nivelación lingüística de las distintas lenguas que conviven en la cuenca mediterránea. Esta lingua franca es el resultado de un pidgin cuya formación, simplificación y evolución se debe a la situación de interferencia constante a la que estuvo sometida a lo largo de su permanente creación, así como a sus limitados dominios y a sus contactos interlingüísticos.

Descubrimos, de este modo, un Mediterráneo comunicado no sólo por unas mismas aguas, sino también por una misma lengua: una prueba más de los diferentes hermanamientos que se han establecido en el transcurso de la vida del Mare Nostrum.