La literatura es siempre un viaje hacia el mito desconocido, un movimiento del que Annemarie Schwarzenbach fue asombrosamente consciente a lo largo de su vida. La escritora suiza, cuya obra ha llegado hasta nosotros de forma fragmentada e incompleta, realizó varios viajes a Oriente que dieron como fruto una serie de lúcidas reflexiones sobre los pueblos, las personas, los paisajes…plasmadas en numerosos libros. La sensibilidad de su visión y la perspectiva de lo exterior como algo propio, alejada de los tópicos del escritor occidental, resultan fascinantes como forma de aprendizaje vital y de conocimiento de uno mismo.
Leer a Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) fascina y lo hace porque nadie como ella ha intuido que la literatura es un viaje. El movimiento del viaje y el de la escritura muestran en los textos de esta viajera suiza buena parte de las inquietudes del pensamiento contemporáneo. La escritura se convierte en la imagen preferida de la vida. El viaje es la imagen de la existencia y la existencia imagen del viaje. Desde sus comienzos literarios, lo utiliza como metáfora, conformándose como característica de su poética de lo móvil. “Nuestra vida se parece a un viaje… y más que una aventura y una excursión a las regiones desconocidas, el viaje parece una imagen condensada de nuestra existencia”[1]. Durante la correspondencia que mantiene con sus grandes amigos, Klaus y Erika Mann, utiliza como imagen recurrente la tipología viajera del vagabundo[2]. Sin un destino establecido, la vida se vincula al segundo elemento que conforma la estructura del viaje, el traslado, que se caracteriza por el movimiento y el estar en medio, entre la incertidumbre de la salida y la llegada. La felicidad es ausencia de tensión, la vida debe ser movimiento[3]. No hay que ser sedentarios, ni estar satisfechos, se hace bien en partir[4]. El viaje, en los términos clásicos, salida, traslado y llegada, desaparece y se proyecta en las condiciones de los primeros viajeros de la Antigüedad, condenados a vagar y errar[5]. El carácter mítico del viaje se traslada a la vida de Schwarzenbach, que la vive como si de una epopeya se tratara. Siempre al límite, sufre la tensión y la intensidad permanentes que caracterizan a la generación de lengua alemana de entreguerras. En estas circunstancias, sus descripciones, que intentan recuperar la simultaneidad de lo visto en el viaje, se llenan de figuras retóricas que denotan el movimiento al que se halla sometido el interior de la viajera: “En Anatolia hay una sinfonía de calor, una metamorfosis espectacular […]. La travesía por el Taurus en coche es como una metamorfosis, un cambio de decorado. Los paisajes se ponen en movimiento[6]”.
El carácter episódico del viaje y la intensidad causada por él son las ideas que definen mejor el valor del itinerario. A lo largo del viaje, cada hecho se realiza como si fuera el último; en cambio, en la vida corriente, se pierde la conciencia de lo episódico: “Este es el peligro más grande de un largo viaje […] se hacen las cuentas como si fuese la última vez […]. En la vida corriente […], se pierde la conciencia de lo episódico, es fácil creer que cada día contribuye a construir un suceso, y se olvida que éste terminará un día o una noche[7]”. Y el tiempo y el espacio de la intensidad del viaje deben plasmarse a través de la memoria. Schwarzenbach busca un orden, una estructura del relato más cercano a la experiencia del viaje y lo encuentra en la facultad de recordar. El recuerdo organiza el relato y lo sitúa frente a una de las características de los libros de viaje contemporáneos. No hay sucesión cronológica y predomina lo visto, que no progresa según un orden espacio temporal: “Hay que recordar, y aunque el recuerdo no nos suelta ni siquiera por un instante –ni a mí ni, sin duda, a mis compañeros de destino-, al menos no tenemos que saber nada de ello[8]”. Los recuerdos permiten fijar la memoria y reproducen las emociones de la experiencia viajera. La memoria se inaugura como una posibilidad y un orden más abierto para plasmar el alejamiento del referente en el itinerario. Schwarzenbach interpreta la realidad y la describe con la libertad de quien sabe que su experiencia es el único pre-texto o búsqueda textual posible. Para ello, representa su mundo figurativo y convoca las sensaciones como formas de anclar el destino. Persia es el destino preferido para plasmar la poética de lo móvil de su interior: “Persia no es un destino, sólo una gran experiencia[9]”.
Entre 1933 y 1939, Schwarzenbach realiza cuatro viajes a Oriente. El primero, en 1933, como reportera del semanario Zürcher Illustrierte. Permanece siete meses acompañando a un grupo de arqueólogos establecidos en Estambul y visita Persia. Un año después, colabora en las excavaciones americanas de la Joint Expedition to Persia en Rayss (a 45 km de Teherán y al pie de la montaña de Damavand), allí vive tres meses. En 1935, recién casada con el diplomático Claude Clarac, realiza un viaje en coche. Juntos recorren desde Beirut, Palmira, Mosul, el Kurdistán iraní, hasta instalarse en el pabellón de recepción del príncipe Firuz en Farmanieh (a 20 km de Teherán), donde permanecen por espacio de tres meses. Durante la estancia, ella enferma de malaria y viaja con una legación inglesa arqueológica de nuevo a Rayys. Fruto de estos tres viajes son el diario de viajes Winter in Vorderasien. Tagebuch einer Reise (1934); el “diario impersonal”[10] Tod in Persien (1995); la narración poética Das glückliche Tal (1940) y el volumen de relatos Bei diesem Regen (1989). En 1939, realiza su última visita a Persia de camino a Afganistán con la viajera suiza Ella Maillart. Ambas se encuentran en el cénit de sus carreras. Viajan en un Ford Roadster “Deluxe”; la mirada desde el coche atraviesa la obra, y se convierte en el vehículo del errar existencial. Schwarzenbach escribe, fruto del viaje, Alle Wege sind offen. Die Reise nach Afganistán (1939-1949)(2000) y Maillart, La voie cruelle(1947).
Schwarzenbach viaja a Persia sin ninguna razón especial. Probablemente porque allí se encuentran los restos más antiguos de la escritura, las tablas de signos cuneiformes, o porque la visitan Gertrude Bell y Vita Sackville-West (fuentes de sus viajes) o porque es el destino más alejado de la inminente guerra. Visitan Irán y Turquía justo en el momento en que están tomando sus cargos el sha Pahlavi y Kemal Attaturk, y se está produciendo la “occidentalización” (formación del Estado moderno y secular) de ambos países. Schwarzenbach se interroga sobre la forma en que se lleva a cabo y si ello mejorará a los dos países: “J. Bey, el director del ferrocarril de este distrito [Kayseri], nos acoge y nos introduce en su oficina caldeada. Es un representante de esa generación turca que el nuevo estado está dispuesta a sacrificar […]. Repite incansablemente la palabra civilización y enumera los puntos del programa, las innovaciones, los juegos del progreso […]. Lo que nos asusta es la forma adoptada, la propaganda, la manipulación de masas. Pero lo que importa es la información, la tolerancia y la razón[11]”. Del mismo modo observa en Palestina: “Es posible que este mundo esté hoy a punto de descomponerse. Un pueblo acostumbrado a la libertad no puede soportar largo tiempo el contacto con el poder occidental que obliga a someterse a las leyes[12]”. Entre estos planteamientos no se encuentra el viajero anterior que huye a la búsqueda de un paraíso o sueño perdido, sino quien encuentra en Oriente una forma de mantener una postura crítica con Europa. Schwarzenbach parte movida por la atmósfera irrespirable del continente[13] pero, al mismo tiempo, Oriente la sitúa frente a una lucha que la acompaña a lo largo de su vida: adecuar su compromiso social con la búsqueda de su felicidad individual. En los artículos “Las mujeres de Kabul” y “En el jardín de las bellas jóvenes de Qaisar [Afganistán]”, aprovecha sus disertaciones teóricas sobre las mujeres orientales para denunciar la condición de la mujer en Europa: “Para estas mujeres de Qaisar, Kabul, éste es el vasto mundo, la civilización. Por lo tanto, han aprendido a escribir y a leer –en casa, por supuesto-, y saben dónde se encuentra India, Moscú, París e incluso Suiza. Sin embargo, no han viajado jamás y no pueden imaginar ir un día más allá de Mazar-e Sharif, la capital de Turkestán afgano. Pero, ¿hace falta descubrir el mundo, tener otra vida? […]. No nos podemos imaginar una existencia semejante. Pero, ¿acaso estas mujeres parecen especialmente descontentas? ¿Se puede desear lo que no se conoce? ¿Es bueno y necesario educarlas, instruirlas y después instalarlas en el veneno de la insatisfacción?”[14].
En muchos momentos, Schwarzenbach parece una viajera responsable, más próxima a la visión del viajero en la segunda mitad del siglo XX. Así lo demuestran sus disertaciones sobre lo exótico -aquello que se encuentra fuera de la experiencia-, que considera ajeno el objeto de su itinerario y no lo identifica en sus descripciones: “Al comienzo, entregados al grandioso paisaje, a sus magníficos colores y formas […], experimentamos modos de vida exóticos, primero con curiosidad, luego con resistencia, pero en algún momento nuestra resistencia nos abandona[15]”.
Desde su condición de género y el conocimiento de que la mujer no ha sido representada ni representable, dedica largos fragmentos a la situación de ésta en Oriente. Como no puede ser de otra forma, el estado de visibilidad o invisibilidad producido por el velo es uno de los temas recurrentes. Durante su estancia en 1935 en Teherán, relata cómo se sienten las mujeres tras la prohibición del sha Pahlavi de llevar la kula o gorra de visera, que todavía les permite permanecer escondidas tras haberse prohibido el uso del chador y el velo en la vía pública. Desprotegidas, avergonzadas y turbadas, las mujeres persas bajan las cabezas para continuar invisibles, condición a la que están acostumbradas. Interesante también por el momento histórico que recoge, el texto de Schwarzenbach desautoriza esta prohibición externa a la voluntad femenina: “¡Organización ejemplar, francamente occidental! […] ¿Pero dónde iba a encontrar el sha un modelo para la instauración de los viejos y añorados derechos humanos?[16]”. Persia es también el lugar por excelencia de la verdad poética y, por lo tanto, de la escritura y la civilización: “Este país no tiene nada de primitivo; se presenta, al contrario, como una tierra antigua, rica en historia, suscitando a su alrededor un respecto y una curiosidad. Se comprende por qué fue tan fácil para los árabes interrumpir su pasado, privarla de su religión y reemplazarla por el Islam; y se comprende mejor por qué, más tarde, las leyendas de Firdusi adquieren un estatus tradicional nacional[17]”.
Al contrario que para tantos viajeros europeos, Oriente no es para Schwarzenbach el Otro. No lo describe como algo extraño. Ella, ajena en su interior a sí misma, descubre en el destino el mismo extrañamiento. En tales circunstancias, interior y exterior coinciden y no se diferencian: “Habría que transformarse en un segmento de desierto, en un fragmento de montaña, en una franja de cielo vespertino. Habría que encomendarse al país y compenetrarse con él. Vivir en oposición a él es una audacia tal que uno se muere de miedo”[18]. Oriente no le es ajeno, es el espejo de su destino. Tanto ella como Persia se encuentran tan alejados del mundo que las descripciones del paisaje coinciden con la pérdida de su yo. Ante la inconmensurabilidad sobrehumana del entorno, que la viajera destaca reiterada y retóricamente, se diluye para integrarse en el referente: «Ya estamos acostumbrados a la condición que nos es propia en este país: no somos libres ni por un instante, no somos nosotros mismos: lo ajeno se apodera de nosotros y nos aleja de nuestro propio corazón[19]”.
Persia coincide con su realidad interna. Allí descubre el abandono, el silencio y el vacío y, solitaria y alienada, encuentra resonancia en la escritura. La narración ya no es la mirada regulada y transparente y la adecuación al objeto descrito que caracteriza al viajero desde la Antigüedad, sino una visión. La escritura de la viajera se liga a la vida y sus sucesos vitales devienen sujetos literarios. Tod in Persien representa, quizás por su carácter de diario y su estilo franco y desesperado, la obra más pertinente para analizar esta condición. Durante su estancia en la excavación arqueológica del valle del Lahr, descubre la muerte. El valle es el lugar postrero del cual no puede retornar, el fin del mundo. Pero como una paradoja brotan las palabras. Allí es arrojada de nuevo a su soledad. Una voz le dice que cuando se alcanza el fondo de la desesperación, la salvación está próxima. En el valle acepta su destino: el dolor de impotencia y resignación, el futuro muerto. Allí encuentra y pierde a su amor, Yalé, una joven turca a la que conoce durante una fiesta organizada por el ministro de Asuntos Exteriores, y que se encuentra enferma. Apenas intercambian unas palabras. La prohibición del padre de ella de verse es tajante. A juzgar por una carta a Klaus Mann, piensa entonces huir con Yalé a Estambul. Al día siguiente hay que operar urgentemente a Schwarzenbach del pie. A lo largo de ocho días de hospitalización, Yalé la visita una sola vez. A la mañana siguiente, el estado de salud de la joven turca es tan alarmante que su padre la ingresa en el hospital ruso de Teherán. Por su parte, la viajera acude a la excavación del valle. Sabe que Yalé va a morir, pero no la visita, a pesar de que su deseo más ardiente es estar junto a ella. Y no lo hace porque: “Sabes que ningún ser humano puede penetrar, siquiera por un brevísimo instante, en el corazón de otro y unirse a él”[20]. Esta visita que no llega a realizar supone la muerte figurativa para la viajera y el encuentro de su realidad interna en y con Oriente.
Oriente es para Schwarzenbach un lugar en el que cuestionar y criticar la forma de representación y representabilidad de la condición femenina. Asimismo, es un espacio en el que interrogarse sobre las ideas que han llevado a Europa a una profunda crisis social y política, y el conocimiento de que la proyección de éstas en Turquía e Irán debe realizarse de otra manera para obtener resultados diferentes. Pero, sobre todo, Oriente es el espacio del viaje de la escritura. Comparte con éste el movimiento, el traslado, la dificultad y la itinerancia. Escribir se convierte en un lugar posible para la viajera, que narra como una forma de autodefinirse privadamente en el espacio íntimo de inmersión de la escritura, que le permite llegar a ser. Dos veces viaje, el traslado a Oriente y su escritura se organizan como formas de atravesar el mundo “haciendo” experiencia.
Notas
[1] Schwarzenbach, A., Alle Wege sind offen, Basel, Lenos, 2003, p. 32. La única edición en español de la viajera es Muerte en Persia, 2002. La traducción de los textos citados en este artículo es mía.
[2] “Vagabundos desprovistos de cualquier certeza, sin ninguna consistencia ni grandeza, y sin modelos”, carta de Schwarzenbach a Erika Mann, 1 de julio de 1933, en Mann, K. y Mann, E., Wir werden es schon zu Wege bringen, das Leben, 2001, p. 117.
[3] Cf. Miermont, D. L., Annemarie Schwarzenbach ou le mal d’Europe, 2004, p. 53.
[4] Schwarzenbach, A., Freunde um Bernhardt, 1993, p. 47.
[5] Vid. también sobre la viajera y el exilio, Rohlf, S., Exil als praxis, 2002 y sobre la misma y el nomadismo, Karrenbrock, H., “Nomadische Bewegung. Annemarie Schwarzenbachs Fallkenkäfig”, en Annemarie Schwarzenbach. Analisen und Erstdrucke, 2005, pp. 60-74.
[6] Schwarzenbach, A., Winter in Vorderasien, 1989, p. 53.
[7] Ibidem, p. 124.
[8] Schwarzenbach, A., Muerte en Persia, 2002, p. 88.
[9] Carta de Schwarzenbach a Erika Mann, 4 de julio de 1934, en A., Mann, K. y Mann, E., Wir werden es schon zuwege bringen, das Leben, 2001, p. 117.
[10] Según palabras de la autora, Muerte en Persia, 2002, p. 73.
[11] Winter in Vorderasien, 1989, p. 30.
[12] Ibidem, p. 85.
[13] “Hay que irse de Europa, nos exige demasiada paciencia”, Schwarzenbach en carta a Erika Mann, 2 de enero de 1932, en Schwarzenbach, A., Mann, K. y Mann, E., Wir werden es schon zu Wege bringen, das Leben, 2001, p. 73.
[14] Schwarzenbach, A., Alle Wege sind offen, 2003, p. 66.
[15] Schwarzenbach, A., Muerte en Persia, 2002, p. 88.
[16] Ibidem p. 15.
[17] Schwarzenbach, A, Winter in Vorderasien, 1989, p. 142.
[18] Schwarzenbach, A., Das glückliche Tall, 2006, p. 54.
[19] Schwarzenbach, A., Muerte en Persia, 2002, p. 88.
[20] Ibidem, p. 132.